Geopolítica del
Despojo
Biopiratería, genocidio y militarización
4 de febrero de 2017
Por Felipe Martín Novoa /Renán Vega
Cantor
Presentación
“La nueva fase de desposesión o
despojo tiene como blanco prioritario territorios ricos en recursos naturales y
materias primas, donde están asentados pueblos originarios y existen proyectos
de resistencia contrahegemónicos y autonómicos”. Carlos Fazio, “Geopolítica y
despojo”, La Jornada, octubre 26 de 2015
Este volumen, junto con las
infografías que lo acompañan, se fue construyendo durante varios años. Al
principio el texto se concibió como un complemento a los mapas, pero con el
tiempo, por la cantidad y calidad de la información manejada, se fue ampliando
hasta constituir un libro. Y resultó así, porque la cartografía crítica
requiere de explicaciones cualitativas que le ayuden al lector a develar y a
entender lo que aparece representado y simbolizado en los mapas que tiene ante
sus ojos. La información que se fue acopiando y que se procesó pacientemente,
revela, tal y como se muestra en esta investigación, unos mecanismos
característicos de la geopolítica del despojo, generalizados en Colombia,
América Latina y el mundo periférico, que se repiten como si fueran gotas de
agua. El despojo como práctica constante de la acumulación de capital, de la
expansión imperialista y de las viejas y nuevas formas de dominación colonial,
tiene como objetivo -para los poderes imperialistas y sus súbditos locales en
cada país- apropiarse de la tierra (y todo lo que allí se encuentra, como los
minerales), el agua y la biodiversidad, porque requieren controlar las fuentes
de materia y energía que hacen posible el funcionamiento del capitalismo.
Por
ello, la historia del capitalismo y del colonialismo moderno deben leerse como
la implementación de los mecanismos que hacen posible la apropiación y saqueo
de los bienes comunes de los pueblos del mundo periférico, entre los que
sobresalen las comunidades indígenas. Este hecho tiene una impronta de índole
geopolítica, puesto que los intereses de una minoría de la población mundial
han determinado, durante más de quinientos años, el flujo de la riqueza natural
que se encuentra en el sur del mundo hacia los centros de dominación
imperialistas. De esa forma, se aniquilan tanto los ecosistemas como a los
habitantes que los han humanizado, un proceso destructivo que en las últimas
décadas, en lugar de atenuarse, se ha acentuado como resultado directo de la
expansión mundial del capital hasta el último rincón del planeta tierra. Los
territorios culturales de nuestra América y de Colombia poseen una
extraordinaria riqueza natural, acompañada de una horrorosa miseria social, que
nos coloca como una región vital para que pueda reproducirse el metabolismo
ecocida del capitalismo mundial. En consecuencia, los ojos del nuevo
imperialismo están puestos en este lugar del mundo, como bien lo indicó hace
unos cuantos años Collin Powell, Secretario de Estado durante el gobierno de
George Bush I, cuando manifestó sin hipocresía: América Latina es un gigantesco
mercado para las empresas estadounidenses, un lugar que ofrece grandes
oportunidades de inversión con fabulosas expectativas de rentabilidad, gracias
al control político que viene ejerciendo sobre casi todos los gobiernos de la
región, además de ser un territorio que alberga un repertorio casi infinito de
recursos naturales de todo tipo. Más aun, América Latina por estar dentro del
mismo continente que los Estados Unidos, es la región que ofrece el suministro
de materias primas más cercano, previsible y seguro para ese país. Aspecto de
vital importancia cuando las reservas mundiales de petróleo, gas natural,
uranio y minerales industriales clave como el cobre y el cobalto empiezan a
disminuir y la demanda de esos mismos recursos se está disparando. Además de
que las fuentes alternativas de aprovisionamiento son cada vez más lejanas,
problemáticas e inciertas, hecho que se puede observar en el Oriente Medio tras
haber entrado en un ciclo de creciente inestabilidad política. Es difícil encontrar
en pocas palabras tal muestra de sinceridad por parte de un vocero del
imperialismo estadounidense, lo cual simplifica el asunto de comprender los
objetivos supremos de la geopolítica del despojo, que se examinan en este
libro.
2
Para apropiarse de los bienes
comunes de tipo natural que se encuentran en el territorio de Colombia y de
nuestra América se emplean diversos instrumentos (lo que bien podría
denominarse la “combinación de todas las formas de lucha” por parte del
imperialismo y el capitalismo) legales, jurídicos, económicos, culturales,
ideológicos, sociales, para legitimar el despojo y hacerlo tolerable y
aceptable por parte de los habitantes de un determinado país o región dentro de
un país. Pero se comprueba de múltiples maneras que el despojo “legal” y
consentido no es suficiente, por lo que se recurre a las vías violentas de
despojo, entre las que sobresale el uso de la fuerza bruta mediante la
represión y la militarización de los lugares en donde se encuentra bienes
comunes y existen potenciales o activas formas de rebelión y resistencia de sus
habitantes, que entienden el sentido de la expropiación de sus aguas, tierras,
minerales, bosques, biodiversidad y se niegan a aceptarlo. Estados Unidos y sus
súbditos locales, como las clases dominantes de Colombia, tienen claro que para
asegurar la apropiación de los bienes comunes no basta con las “garantías
jurídicas” que le vienen otorgando desde hace varias décadas diversos estados
del continente, mediante la firma de Tratados de Libre Comercio. No, la
garantía de que sigan fluyendo la energía y la materia hacia el centro
imperialista es militar, y para ello, los Estados Unidos ha construido un
sistema de bases militares en el planeta entero, en los territorios culturales
de nuestro país y en el resto del continente en particular.
La justificación
ideológica de esa tupida red de bases militares estriba en sostener que el
mundo está lleno de riesgos y peligros, sobre todo después del 11 de septiembre
de 2001, y requiere anticiparse y prevenir las amenazas, y para ello nada mejor
que militarizar los territorios de donde pueden provenir esos peligros, entre
los cuales se encuentra Colombia y nuestra América. Pretextos aparte, la
realidad es que ese sistema de bases representa una forma de intervención e
injerencia, al tiempo que se constituye en un gran negocio para empresas,
civiles y militares, de los Estados Unidos. Como lo ha dicho Chalmers Johnson,
un crítico estadounidense del militarismo, expansivo y brutal, representado por
su propio país. Nuestro ejército despliega más de medio millón de soldados,
espías, técnicos, instructores, auxiliares y contratistas civiles en otros
países. Para dominar los océanos y mares del mundo hemos puesto en
funcionamiento aproximadamente trece destacamentos de fuerzas navales alrededor
de portaaviones […] Nuestras instalaciones en el exterior proporcionan
beneficios a las industrias civiles que diseñan y fabrican armas para nuestros
ejércitos o, como la ahora bien publicitada compañía Kellogg, Brown & Root,
una filial de Halliburton Corporation de Houston, que ha obtenido un contrato
de servicios para construir y mantener nuestros más lejanos puestos avanzados.
Una de las tareas de tales contratistas es el mantener a los miembros
uniformados del Imperio alojados en dependencias confortables, bien
alimentados, entretenidos, y facilitarles agradables y económicas instalaciones
de vacaciones. Sectores enteros de la economía estadounidense han llegado a
depender del ejército para sus ventas2 . La presencia militar directa o
indirecta de los Estados Unidos en el mundo alcanza tal dimensión, que hasta
sus propios estrategas hablan de que ella deja una “huella”, que se complementa
con la necesidad de estar presente en el “arco de inestabilidad mundial”, que
“va desde la región andina (léase: Colombia), atraviesa el Norte de África y
desde allí recorre el Oriente Próximo hasta llegar a Filipinas e Indonesia. Por
supuesto, coincide más o menos con lo que se acostumbra a denominar el Tercer
Mundo- y, quizás no menos importante, cubre las reservas principales de
petróleo del mundo”. Pues bien, este libro y las infografías que lo acompañan
se encargan de concretar sobre el terreno la forma como se materializa la
huella militar de los Estados Unidos en los territorios culturales que componen
al continente y a este país. Eso es lo que se revela en el mapa sobre las bases
militares de Estados Unidos. Pero también se recalcan los efectos de esa
militarización de origen externo, con la militarización interna que se
despliega en Colombia –como efecto de la doctrina del enemigo interno y los
intereses estratégicos del bloque de poder contrainsurgente, aliado directo con
los Estados Unidos–, como se muestra en el mapa de los batallones
minero-energéticos desplegados a lo largo y ancho del territorio nacional, para
resguardar los pozos de petróleo, los oleoductos, las refinerías, los socavones
de minerales, etc., como forma de garantizar que sigan saliendo las materias
primas hacia el mercado capitalista mundial.
3
Se pretende con este esfuerzo
presentar los resultados de una investigación que ha querido rebasar en forma
positiva los límites del mundo académico, en cuanto al lenguaje utilizado y a
la forma expositiva, en un enmarañado mundo en que los viejos y nuevos
conquistadores se encubren con diversas máscaras, y entre ellas una
insoportable cantidad de siglas que dificultan la comprensión y oscurecen la exposición. Pese
a ello, nos toca remitirnos a esas siglas para desentrañar lo que se encuentra
detrás y no se ve a primera vista, cubierto como está por la aureola de nombres
rimbombantes, que aturden el entendimiento de cualquier persona. No ha quedado
más remedio que asumir el reto, con el objetivo de mostrarle al lector las
caras del nuevo y viejo imperialismo y colonialismo, que suele usar para
referirse al saqueo del agua y la biodiversidad de sofismas sobre “protección
ambiental”, “defensa de los ecosistemas”, “conservación de especies en vías de
extinción” y mentiras de ese calibre. Al respecto, se trata de mostrar que tras
un lenguaje tan especializado se encuentra la estrategia de apropiarse de
nuestra riqueza natural, aunque eso no se diga en forma directa. Qué mejor que
presentar al despojo encubierto con discursos proteccionistas, con lo cual se
busca desmovilizar a las comunidades directamente afectadas por el imperialismo
ecológico. La profusión de siglas no puede ocultar el saqueo de nuestros bienes
comunes, por eso, para facilitar la lectura, al final de cada capítulo se anexa
un listado de las siglas utilizadas. Al mismo tiempo, y para no fatigar al
lector con un cúmulo interminable de citas a pie de página o, lo que es peor,
con paréntesis cada dos o tres líneas (como lo exige el método APA), que nos
obligarían a llenar las páginas con centenares de paréntesis, se ha optado por
citar solamente las referencias correspondientes a las citas textuales. El
resto de la información que se ha utilizado, a partir de la cual se sustenta
cada una y todas las afirmaciones que se hacen en esta investigación, se
referencian en la bibliografía que aparece al final del libro.
4
El contenido de cada uno de los
capítulos de este libro se complementa con uno o varios de los nueve mapas que
se encuentran al final del mismo. Lo recomendable es que cada mapa sea
desplegado en el momento en que se lee el capítulo al que corresponde, y como
se indica dentro del texto. Esperamos que esta cartografía crítica se convierta
en un instrumento de reflexión, análisis y propuestas para afrontar las nuevas
formas de dominación que se han configurado en los últimos tiempos. Lo que se
busca es entender las formas de despojo de la geopolítica contemporánea,
apoyados en un valioso instrumento como lo es la cartografía en una perspectiva
crítica, porque también se nos quiere despojar de la memoria y del uso de la cartografía
para develar el dominio y la expoliación.
Impresión y acabados: Impresol
Ediciones Ltda www.impresolediciones.com Impreso en Colombia, 2016
Fuente:
http://www.rebelion.org/docs/222491.pdf
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