A cien años de la
Revolución rusa
El problema del pasado
es no pasar
6 de febrero de 2017
6 de febrero de 2017
Por Boaventura de Sousa Santos (Público)
Este año se conmemora el centenario de la
Revolución rusa [1] y también los 150 años de la publicación del primer volumen
de El capital de Karl Marx. Juntar ambas efemérides
puede parecer extraño porque Marx nunca escribió con detalle sobre la
revolución y la sociedad comunista y, de haberlo hecho, resulta inimaginable
que lo que escribiese tuviera cierto parecido con lo que fue la Unión Soviética
(URSS), sobre todo después de que Stalin asumiera la dirección del partido y
del Estado. La verdad es que muchos de los debates que la obra de Marx suscitó
durante el siglo XX, fuera de la URSS, fueron una forma indirecta de discutir
los méritos y deméritos de la Revolución rusa.
Ahora que las revoluciones hechas en nombre
del marxismo terminaron o evolucionaron hacia… el capitalismo, tal vez Marx (y
el marxismo) tenga por fin la oportunidad de ser discutido como merece –como
teoría social. La verdad es que el libro de Marx, que tardó cinco años en
vender los primeros mil ejemplares antes de convertirse en uno de los libros
más influyentes del siglo XX, ha vuelto a convertirse en un bestseller en los últimos tiempos y, dos décadas
después de la caída del Muro de Berlín, al fin estaba siendo leído en países
que habían formado parte de la URSS.
¿Qué atracción puede suscitar un libro tan
denso? ¿Qué reclamo puede tener en un momento en que tanto la opinión pública
como la abrumadora mayoría de los intelectuales están convencidos de que el
capitalismo no tiene fin y que, en caso de tenerlo, ciertamente no será
sucedido por el socialismo? Hace veintitrés años publiqué un texto sobre el
marxismo como teoría social [2]. En una próxima columna indicaré lo que, en mi
opinión, ha cambiado y no ha cambiado desde entonces, y trataré de responder a
estas preguntas. Ahora me ocupo del significado de la Revolución rusa.
Muy probablemente, los debates que a lo largo
de este año se lleven a cabo sobre la Revolución rusa repetirán todo lo que ya
se ha dicho y debatido y terminarán con la misma sensación de que es imposible
un consenso sobre si la Revolución rusa fue un éxito o un fracaso. A primera
vista, resulta extraño, pues tanto si se considera que la Revolución rusa
terminó con la llegada de Stalin al poder (la posición de Trotsky, uno de los
líderes de la revolución) como con el golpe de Estado de Boris Yeltsin en 1993,
parece evidente que fracasó. Sin embargo, esto no es evidente, y la razón no
está en la evaluación del pasado, sino en la evaluación de nuestro presente. El
triunfo de la Revolución rusa consiste en haber planteado todos los problemas a
los que las sociedades capitalistas se enfrentan hoy. Su fracaso radica en no
haber resuelto ninguno Excepto uno. En futuras columnas abordaré algunos de los
problemas que la Revolución rusa no resolvió y siguen reclamando nuestra
atención. Aquí me concentro en el único problema que resolvió.
¿Puede el capitalismo promover el bienestar de las grandes
mayorías sin que esté en el terreno de la lucha social una alternativa creíble
e inequívoca al capitalismo? Este fue el problema
de que la Revolución rusa resolvió, y la respuesta es no. La Revolución rusa
mostró a las clases trabajadoras de todo el mundo, y muy especialmente a las
europeas, que
el capitalismo no era una fatalidad, que había una alternativa a la miseria, a
la inseguridad del desempleo inminente, a le prepotencia de los patrones, a los
gobiernos que servían a los intereses de las minorías poderosas, incluso cuando
decían lo contrario. Pero la Revolución rusa ocurrió en uno de los países más
atrasados de Europa y Lenin era plenamente consciente de que el éxito de la
revolución socialista mundial y de la propia Revolución
rusa dependía de su extensión a los países más desarrollados, con sólida base
industrial y amplias clases trabajadoras. En aquel momento, ese país era
Alemania. El fracaso de la Revolución alemana de 1918-1919 hizo que el
movimiento obrero se dividiera y buena parte de él pasase a defender que era
posible alcanzar los mismos objetivos por vías diferentes a las seguidas por
los trabajadores rusos. Pero la idea de la posibilidad de una sociedad
alternativa a la sociedad capitalista se mantuvo intacta. Se consolidó, así, lo
que se pasó a llamarse reformismo, el camino gradual y democrático hacia una
sociedad socialista que combinase las conquistas sociales de la Revolución rusa
con las conquistas políticas y democráticas de los países occidentales. En la
posguerra, el reformismo dio origen a la socialdemocracia europea, un sistema
político que combinaba altos niveles de productividad con altos niveles de
protección social. Fue entonces que las clases trabajadoras pudieron, por
primera vez en la historia, planear su vida y el futuro de sus hijos.
Educación, salud y seguridad social públicas, entre muchos otros derechos
sociales y laborales. Quedó claro que la socialdemocracia nunca caminaría hacia
una sociedad socialista, pero parecía garantizar el fin irreversible del
capitalismo salvaje y su sustitución por un capitalismo de rostro humano.
Entretanto, del otro lado de la “cortina de
hierro”, la
República Soviética (URSS), pese al terror de Stalin, o
precisamente por su causa, revelaba una pujanza industrial portentosa que
transformó en pocas décadas una de las regiones más atrasadas de Europa en una
potencia industrial que rivalizaba con el capitalismo occidental y, muy
especialmente, con Estados Unidos, el país que emergió de la Segunda Guerra Mundial
como el más poderoso del mundo. Esta rivalidad se tradujo en la Guerra Fría , que
dominó la política internacional en las siguientes décadas. Fue ella la que
determinó el perdón, en 1953, de buena parte de la inmensa deuda de Alemania
occidental contraída en las dos guerras que infligió a Europa y que perdió.
Era necesario conceder al capitalismo alemán
occidental condiciones para rivalizar con el desarrollo de Alemania oriental,
por entonces la república soviética más desarrollada. Las divisiones entre los
partidos que se reclamaban defensores de los intereses de los trabajadores (los
partidos socialistas o socialdemócratas y los partidos comunistas) fueron parte
importante de la Guerra
Fría , con los socialistas atacando a los comunistas por ser
conniventes con los crímenes de Stalin y defender la dictadura soviética, y con
los comunistas atacando a los socialistas por haber traicionado la causa socialista
y ser partidos de derecha muchas veces al servicio del imperialismo
norteamericano. Poco podían imaginar en ese momento lo mucho que los unía.
Mientras tanto, el Muro de Berlín cayó en 1989
y poco después colapsó la
URSS.
Los últimos años mostraron que, con la caída del Muro de Berlín,
no colapsó solamente el socialismo, sino también la socialdemocracia. Quedó
claro que las conquistas de las clases trabajadoras en las décadas anteriores
habían sido posibles porque la URSS y la alternativa al capitalismo existían.
Constituían una profunda amenaza al capitalismo y este, por instinto de
sobrevivencia, hizo las concesiones necesarias (tributación, regulación social)
para poder garantizar su reproducción. Cuando la alternativa colapsó y, con
ella, la amenaza, el capitalismo dejó de temer enemigos y volvió a su voracidad
depredadora, concentradora de riqueza, rehén de su contradictoria pulsión para,
en momentos sucesivos, crear inmensa riqueza y luego después destruir inmensa
riqueza, especialmente humana.
Desde la caída del Muro de Berlín estamos en un
tiempo que tiene algunas semejanzas con el periodo de la Santa Alianza que, a
partir de 1815 y tras la derrota de Napoleón, pretendió barrer de la
imaginación de los europeos todas las conquistas de la Revolución francesa. No
por coincidencia, y salvadas las debidas proporciones (las conquistas de las
clases trabajadoras que todavía no fue posible eliminar por vía democrática),
la acumulación capitalista asume hoy una agresividad que recuerda al periodo
pre-Revolución rusa. Y todo lleva a creer que, mientras no surja una
alternativa creíble al capitalismo, la situación de los trabajadores, de los
pobres, de los emigrantes, de los jubilados, de las clases medias siempre al
borde de la caída abrupta en la pobreza no mejorará de manera significativa.
Obviamente que la alternativa no será (no sería bueno que fuese) del tipo de la
creada por la Revolución rusa. Pero tendrá que ser una alternativa clara.
Mostrar esto fue el gran mérito de la Revolución rusa.
Notas
[1] Cuando me refiero a la Revolución rusa, me
refiero exclusivamente a la Revolución de Octubre, ya que fue la que sacudió el
mundo y condicionó la vida de cerca de un tercio de la población mundial en las
décadas siguientes. Fue precedida por la Revolución de Febrero de ese mismo
año, que depuso al zar Nicolás II y se prolongó hasta el 26 de octubre (según
el calendario juliano entonces vigente en Rusia) cuando los bolcheviques,
liderados por Lenin y Trotsky, tomaron el poder con las consignas “Paz, pan y
tierra” y “¡todo el poder para los soviets!”, es decir, los consejos de
obreros, campesinos y soldados.
2] Véase el capítulo “Todo lo sólido se
desvanece en el aire. ¿También el marxismo?”, en De la mano de Alicia: lo social y
lo político en la postmodernidad, Siglo del Hombre, Colombia, 1998, págs.
21-53.
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni
Rodríguez.
Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=222555
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