El costo argentino de
la derrota de Macri
3 de julio de 2019
Por Emilio
Cafassi (Rebelión)
En la segunda
semana de junio, se debieron inscribir (y en varios casos rebautizar) los
frentes y alianzas que competirán en las primarias obligatorias argentinas. En verdad,
no lo harán entre sí porque la magnitud de votos que obtenga cada fuerza
-siempre que supere un umbral elemental sin el cual perderían su reconocimiento
legalmente político- carece de relevancia para las elecciones efectivas que
serán en octubre. Se dirimirán las candidaturas al interior de cada espacio
para lo cual el fin de semana pasado se inscribieron las precandidaturas. En
ocasión de esa primera instancia de inscripciones (que en un caso fue
antecedido por el anuncio de la importante precandidatura de Alberto Fernández)
escribí en este medio arribando a dos conclusiones que sintetizo ahora
telegráficamente. La primera fue que lejos de articularse una alianza sobre la
base de acuerdos programáticos, consultas a la militancia, desarrollo de congresos
o convenciones, se delimitaba en cónclaves estrechísimos, inclusive familiares,
de espaldas a toda militancia u organicidad. Conclusión que resulta aplicable a
la totalidad de los frentes inscriptos regidos por el secreto y uso del dedo.
La segunda fue la constatación paulatina del altísimo nivel de vida y estado
patrimonial de los que iban resultando ungidos para las postulaciones, aunque a
este respecto, con excepción de la izquierda. En la primera de las consideraciones
se afirma la existencia de una suerte de oligarquía político-partidaria
cualquiera sea la inscripción ideológica o la inserción social y las tácticas
de lucha. En la segunda, que una proporción de tal oligarquía resulta
claramente plutócrata.
El
lector seguramente supondrá que aún así delimitados los espacios políticos, sus
integrantes permanecerán en él y dirimirán pesos relativos e ideas en su
interior. Pero salvo en la izquierda, nada de esto ocurre en la práctica. Hasta el
último momento del sábado pasado en que culminó el plazo para la inscripción de
precandidaturas, se sucedió un trasiego de dirigentes y referentes de un
espacio al otro, de una retórica crítica a su inmediata negación sin escrúpulos
ni sanciones posteriores de ninguna índole. O inversamente, desde el elogio
laudatorio a la crítica más feroz. Cualquier acercamiento al espacio o
candidatura que fuera resultó bienvenido, tanto como denostado el abandono.
Traiciones y lealtades serán momentos de una totalidad dialéctica identitaria
que las incluye estructuralmente. Todos se han traicionado tanto como se han
reconciliado, por una única razón común: el cálculo de la proximidad o de
acceso directo al poder.
Desde los consistorios principales que definen y enuncian las fórmulas presidenciales, las élites van adoptando el resto de las decisiones desde el centro a la periferia, es decir desde la nación a las provincias, desde las candidaturas ejecutivas a las legislativas y así sucesivamente. La búsqueda de pactos consiste en tratar de obtener la mayor sumatoria de apoyos de gobernadores, intendentes, sindicalistas o punteros en general a los que, mediante encuestas o simple especulación, se les atribuye un determinado caudal electoral que luego se retribuye proporcionalmente con cuotas de poder que perpetúan su influencia. En consecuencia, la estructura política general es una suerte de federalismo de punteros, poseedores de votos pretendidamente cautivos mediante prebendas o concesiones clientelistas que se acomodan en función de las perspectivas de reproducción simple o ampliada de sus poderes y disposiciones. Por ejemplo con el enorme impacto electoral de los así llamados “barones del conurbano” bonaerense que han sido quienes han inclinado el fiel de la balanza en última instancia, mucho más que la capital o las grandes provincias.
Si
esta arquitectura oligárquico-fiduciaria, este habitus político nacional,
profundamente despolitizador y expropiador de las potencialidades decisionales
de la ciudadanía, fue enquistándose de a poco en la historia posdictatorial
argentina, la dramática situación económico-social con la indispensable necesidad
de impedir una reelección del gobierno de Macri, la profundiza. La
tentación de sumar de cualquier modo, sustituye toda elaboración programática o
consulta a base alguna.
Transforma cualquier estrategia en una táctica electoralista de impredecible
desembocadura. El espanto motoriza convergencias y divergencias en un escenario
cada vez más polar.
Hasta octubre sólo se aspira a contener los daños.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=257870
No hay comentarios:
Publicar un comentario