Cuatro dilemas de una
crisis inducida
20 de marzo de 2018
Por Gerardo
Szalkowicz
TeleSur
/ Rebelión
Una triada de actores ha logrado, como nunca
antes, instalar en todo el mundo una imagen distorsionada de la realidad
venezolana, o al menos de las razones de lo que allí ocurre. Un manipulado
sentido común que fue impuesto por: a) la gran prensa cartelizada; b) el poder
político que comanda la ofensiva, principalmente EEUU y sus gobiernos súbditos;
y c) la creciente diáspora venezolana, de amplia mayoría antichavista.
La primera tarea de cualquier diagnóstico que
se pretenda honesto pasa entonces por perforar el cerco desinformativo,
desmontar el linchamiento mediático y las falsas matrices de la “crisis
humanitaria” y “la dictadura”. El otro reparo es evitar caer en el relato
negacionista, tendencia repetida en la estrategia comunicacional oficial.
Venezuela se ha convertido, en este siglo, en
el centro de gravedad regional, en la ficha estratégica de la disputa
continental. Por tener la principal reserva petrolera mundial y por ser
escenario del proceso que más se animó a transformar. Pero, ¿qué es lo que
realmente está pasando hoy? ¿Cuál es la dimensión real de la crisis? ¿Quiénes
son sus responsables y sus objetivos de fondo? ¿Cómo se explica que, aun ante
el deterioro de las condiciones de vida, el chavismo siga triunfando en el
terreno político? ¿Qué harán los sectores opositores que decidieron abandonar
la vía electoral? Si no es por los votos, ¿cómo? ¿Cuál es el rumbo económico que
está tomando el gobierno? ¿Cómo se están canalizando las contradicciones y
tensiones al interior del proceso? ¿Hasta cuándo el pueblo venezolano podrá
aguantar esta guerra no convencional que le montaron?
Sin pretensiones de responder este torbellino
de interrogantes, van algunas percepciones -nacidas al calor de conversas,
caminatas y escuchas en tierras venezolanas- que intentan aportar pistas al
análisis y desafíos de una revolución que está herida pero no acabada.
Dilema 1: el éxito de la “guarimba” económica
“La campaña de presión está funcionando. Las
sanciones financieras que hemos impuesto al Gobierno venezolano lo han obligado
a comenzar a caer en default (…) Y lo que estamos viendo es un colapso
económico total en Venezuela. Entonces nuestra política funciona, nuestra
estrategia funciona”(1). El sincericidio de Francisco Palmieri, subsecretario
para el Hemisferio Occidental del Departamento de Estado de EEUU, despeja
cualquier duda.
Ya ni el propio gobierno norteamericano
disimula el plan de desestabilización que hay detrás del bloqueo financiero. Si
las políticas de Obama estaban más enfocadas en lo político-simbólico, la administración Trump
comandó acciones que afectan de lleno el financiamiento del Estado Venezolano,
limitando su capacidad de obtener divisas, recibir pagos y negociar préstamos.
El sabotaje a la economía ha logrado caotizar
todos los ámbitos de la vida cotidiana. Así como antes fue el desabastecimiento
de productos básicos, hoy el principal flanco de ataque es la hiperinflación
inducida, la disparada descontrolada de precios que vuelve casi simbólico
cualquier salario formal. La manipulación del dólar paralelo -un dólar
fantasioso, disparatado, un dólar político operado desde Cúcuta- es la ficha
clave de este boicot económico, que obliga a la población a salir en busca de
divisas para poder sobrevivir. El otro drama cotidiano es la escasez de
efectivo, apropiado por las mafias que operan en la frontera colombiana. Las
consecuencias son graves: éxodo masivo de los trabajos formales y del país en
general, complicaciones de salud por la falta de o por los precios de las
medicinas, masificación del “rebusque”, la reventa, la usura y el contrabando.
Por supuesto que hay experiencias admirables de respuestas colectivas, de
producción local, de salidas comunitarias, pero prima la tendencia a la
resolución individual. El peligro del “sálvese quien pueda”.
Este golpe por asfixia, este asedio financiero
internacional, es una realidad fáctica. Su objetivo es claro: desmoralizar,
alimentar el descontento, quebrar el vínculo entre pueblo y gobierno, demostrar
que el socialismo es inviable, el desgaste paulatino hasta lograr el colapso
económico, social, moral, psicológico. Descomponer la sociedad hasta volver al
país invivible para justificar la intervención extranjera.
Ahora bien, ¿son los EEUU y la burguesía
importadora los únicos responsables? No. Hay sectores dentro del propio
gobierno que forman parte de la
trama. Por acción u omisión. Por complicidad o ineficacia.
Con mucha lucidez, hace poco Maduro calificó a la corrupción como el principal
enemigo del proceso; la detención de los principales responsables del defalco
de PDVSA fue una buena señal, aunque pareciera insuficiente ante la magnitud
del problema.
Atacar estas debilidades propias y estabilizar
la economía -o al menos mostrar un plan claro para hacerlo más allá de la buena
jugada de la
criptomoneda Petro-, es una necesidad vital para que siga
habiendo futuro. Es la madre de todas las batallas. En la guerra económica se
juega el destino de la revolución: por ahora se resiste a punta de conciencia,
pero a la larga, como decía Napoleón, “un ejército se mueve por su estómago”.
Dilema 2: mantener el gobierno, legitimar el
poder político
Hace pocos menos de un año, durante el intento
insurreccional opositor, se le contaban las horas al gobierno y se anunciaba la
muerte del chavismo. Pero la apuesta de la Asamblea Constituyente
logró neutralizar el golpe y reencauzar la disputa al terreno democrático.
Mientras el montaje mediático internacional invertía los roles e instalaba la
tesis del gobierno represor, el pueblo venezolano -incluso la base social
opositora- reprobaba la escalada de violencia callejera, que llegó al
salvajismo de quemar personas vivas por parecer chavistas.
Contra todos los pronósticos, el gobierno
impuso la paz social y recuperó la iniciativa política. Y con ese empujón,
arrasó en octubre en las elecciones a gobernadores y en diciembre en las de
alcaldes. La derecha entró en una fase de implosión, rupturas, deslegitimación de
sus dirigentes y desconcierto estratégico.
En este escenario se llega a las
presidenciales del 20 de mayo, en las que Maduro parece caminar hacia la
reelección aunque las miradas también estarán puestas en el porcentaje de votos
que obtenga y en el nivel de abstención. Enfrente estará Henri Falcón, quien
“saltó la talanquera” y se fue del chavismo para sumarse a la MUD en 2010, cuya
candidatura es apoyada por su partido Avanzada Progresista, el MAS y el
tradicional democristian o Copei.
Pero la gran incógnita es cuál será la
estrategia de la gran mayoría opositora que desistió de participar ante una
probable derrota. Se sabe que la toma de sus decisiones es dirigida desde
Washington, por lo que el desconocimiento de la realidad venezolana y la
incomprensión del proceso bolivariano los llevó a fracasar una y mil veces.
¿Volverán a intentar por la vía insurreccional-paramilitar? ¿Quedará todo en
manos del plan de ocupación foránea?
Dilema 3: el peligro de una intervención
extranjera
Ante la incapacidad de la oposición local, el
frente internacional se convirtió en la carta principal para abortar la
experiencia bolivariana. Cada vez de forma más evidente y agresiva, el curso de
las acciones contra Venezuela se define fuera de sus fronteras, especialmente
al norte del Río Bravo. Entre las múltiples tácticas combinadas, gana peso la
idea de una intervención estadounidense de características inciertas, quizá
tercerizada, a partir de los ejercicios conjuntos con los ejércitos de
Colombia, Brasil y Perú, el mayor despliegue de fuerzas paramilitares, las
giras de altos funcionarios de EEUU y la creación del Grupo de Lima que ahora
busca excluir a Venezuela de la Cumbre de las Américas.
El desconocimiento de los gobiernos de derecha
al próximo mandato de Maduro irá en esa línea. Satanización mediática, bloqueo
económico, aislamiento diplomático: un combo de tácticas simultáneas para ganar
preparar el terreno y avanzar hacia el asalto final, por la fuerza, con la
excusa de la “intervención humanitaria”.
Ana Esther Ceceña, economista mexicana experta
en geopolítica, explica: “Es muy importante entender que las guerras son menos
bélicas, tiene cada vez más otras características. No se prevé que va a ser de
una manera específica, sino de muchas posibles (…) Venezuela es el punto
estratégico y mayor desafío que tienen en el continente. Lo están trabajando
con políticas de largo, mediano y corto plazo, no solamente porque quieren
controlar Venezuela, sino porque quieren controlar el continente” (2).
Dilema 4: el horizonte estratégico
El chavismo siempre tuvo la madurez de cerrar
filas ante cada coyuntura de mayor asecho imperial. Como contrapartida, suelen
ser pocos los momentos propicios para poner en primer plano las contradicciones
internas, las críticas, los desvíos de rumbo que va tomando la conducción del
proceso. Se nota un claro malestar en el chavismo popular por ciertas medidas
económicas, la permanencia de la corrupción y el desinterés por la construcción
comunal. Parecieran estar ganando la pulseada los sectores reformistas. Un
desafío importante será entonces revertir esa correlación de fuerzas internas
para retomar el horizonte estratégico planteado por Chávez, resumido en la
idea-fuerza de “Comuna o nada”.
El pueblo venezolano está dando una inmensa
lección de conciencia política, resistiendo heroicamente una cotidianeidad
insoportable y entendiendo que, aun en las peores condiciones, sólo con un
gobierno chavista habrá chances de mantener viva la idea de construir el
socialismo bolivariano.
Gerardo Szalkowicz: Periodista. Editor de Nodal. Colabora
en diversos medios como Tiempo
Argentino, TeleSUR, Rebelión, ALAI y otros. Coordinador,
junto a Pablo Solana, del libro “América Latina. Huellas y retos del ciclo
progresista”. Conduce el programa
radial “Al sur del Río Bravo” por Radionauta FM.
Publicado originalmente en: http://www.telesurtv.net/opinion/Venezuela-cuatro-dilemas-de-una-crisis-inducida-20180319-0019.html
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