Argentina: El río de los venenos
5 de marzo de 2018
Miles de peces muertos
aparecieron este verano en las orillas del Litoral. Y aunque los distintos
gobiernos relativizaron la cuestión, un estudio científico advierte que puede
deberse a la acumulación de agrotóxicos en la cuenca del Paraná.
Por Ricardo Serruya
Desde Santa Fe
La calma de febrero se
vio sacudida por imágenes que mostraban miles de peces muertos en el Litoral
argentino. En algunos medios , sitios
de internet y pantallas de celulares aparecieron peces de distintos tamaños y
gran cantidad de rayas que flotaban sin vida en las costas de ríos y lagunas.
La primera noticia
provenía de Paraguay. Cuando estaba terminando enero, en el río que lleva el
mismo nombre que el país guaraní aparecieron los primeros peces sin vida. Al
poco tiempo, provincias argentinas atravesadas por ese río y el Paraná,
comenzaron a replicar lo que sucedía más al norte: diferentes tipos de fauna
ictícola yacían en las orillas.
La preocupación hizo
que autoridades políticas de diferentes provincias salieran a intentar explicar
lo sucedido. Salvo el director de Recursos Naturales de la Provincia de
Corrientes, Carlos Luis Bacqué, quién no descartó la presencia de agroquímicos
fosforados, los demás funcionarios minimizaron el tema y argumentaron que se
trataba de una suba de temperatura en el agua, producto del agobiante calor
vivido por esos días que, junto a la crecida, generaba una baja de oxígeno.
Un estudio de la Universidad Nacional
de La Plata demostró la presencia de glifosato “en altos niveles” en la cuenca
del río Paraná, además de precisar que 23 arroyos estaban contaminados con ese
producto.
La celeridad y falta
de pruebas que sustentaban lo dicho hizo pensar que se trató más de frases
vacías que de una explicación que dejara tranquila a la población. Una vez
más apareció la posibilidad de que el hecho sea la consecuencia de la contaminación
del agua de los ríos por herbicidas y agrotóxicos.
No es poca cosa, se
trata de veneno.
En julio de 2016, los
investigadores del Conicet Damián Marino y Alicia Ronco, integrantes del Centro
de Investigaciones de Medio Ambiente que depende de la Universidad Nacional
de La Plata, demostraban la presencia de glifosato “en altos niveles” en la
cuenca del río Paraná. Además se precisaba que 23 arroyos que surcan su
recorrido, desde el Río Pilcomayo hasta el Río Luján, se encontraban
contaminados con este producto.
Después de cinco años
de arduo y serio trabajo, la investigación era publicada en la reconocida
revista Enviromental Monitoring ad Assessment. Por aquellos días, Damián Marino
lo explicaba sin rodeos: “La actividad agropecuaria está impactando en el medio
ambiente y los herbicidas utilizados no solo están en el campo sino que se
movilizan hacia distintas zonas para entrar en contacto con las cuencas
hídricas”, aseguró.
El dato revelador fue
que la presencia de este herbicida en los ríos era la consecuencia directa del
actual modelo productivo rural: la presencia de este veneno se intensifica a
medida que se navega por las zonas de alta concentración de producción
agropecuaria.
Los defensores del
modelo suelen argumentar que los niveles de presencia en agua son los
considerados normales, pero el mismo Marino aclara: “Cuando hablamos de
compuestos sintéticos, ningún valor debería considerarse normal”.
El estudio revelaba
que, por sus características, el herbicida tiende a adherirse en el fondo, acumulándose
en el barro, lo que haría que pueda desplazarse hacia las costas y se acumule
en playas. El mismo Marino afirmaba que ante esta situación, había que “diseñar
políticas y continuar con los estudios para ver si los niveles aumentan o
bajan”.
Obviamente nada de
esto se llevó a cabo.
Las autoridades no
aceptaron los consejos y hoy, ante la mortandad de peces, volvieron a imitar al
avestruz: sólo atinan a decir que se trata de una consecuencia climática.
Un cóctel sin permiso
La investigación
llevada a cabo por Ronco y Marino resulta trascendental y se sumó a lo que el
ingeniero forestal y master en desarrollo humano sostenible, Claudio Lowy,
repite desde hace tiempo: “Todos estos estudios demostraron que los pesticidas
están en nuestros cuerpos, en los alimentos, en el agua de lluvia y hasta en la
leche materna”, remarca Lowy, que se refiere a los trabajos llevados a cabo,
por ejemplo, por Rafael Lajmanocich en la Universidad Nacional
del Litoral, en Santa Fe o los del mismo Andrés Carrasco.
Sin embargo, y a pesar
de lo grave que puede resultar la presencia de este tóxico en el agua de los
ríos que conforman un hábitat, pero también un espacio de baño, esparcimiento y
hasta de consumo humano, ninguna de estas precisiones científicas fueron ni son
tenidas en cuenta por las autoridades provinciales y nacionales.
Hoy, la presencia de
peces muertos –que este verano se dio en el Litoral y también en La Pampa—
prende una luz roja que nos dice que algo sucede en esos lugares. Y que ante
estos escenarios, al menos debiera contemplarse el principio legal precautorio
que estipula que frente a alguna eventual obra o actividad con posible impacto
negativos en el medio ambiente, debiera suspenderse hasta determinar con
certeza que no es maligno.
Algo de esto
vislumbraba el entrañable Andrés Carrasco: “Con las fumigaciones, el daño
potencial futuro no se sabe. No se puede predecir con el uso de esta tecnología
cómo afectará a la flora y la fauna y hasta la salud humana… por eso hay que
aplicar el principio precautorio y debatir el tema”, decía.
Damián Verzeñassi es
médico y docente de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional
de Rosario, responsable de más de una veintena de campamentos sanitarios
realizados fundamentalmente en las provincias de Entre Ríos y Santa Fe, que
mostraron con evidencia concreta que en las poblaciones donde se practica el
tipo de agricultura basado en la siembra directa y las fumigaciones, las
enfermedades, malformaciones y abortos se multiplican exponencialmente.
Apenas conocida la
investigación de Marino y Ronco, Verzeñassi reconoció el trabajo: “El equipo
viene haciendo monitoreos en el río Paraná desde hace cinco años, no son
aventureros, arrancaron en Pilcomayo e hicieron varias mediciones porque una
sola no da datos certeros”, comenta. Y agrega: “Lo que ellos hicieron fue
ratificar con evidencia científica, dura, lo que venimos diciendo desde hace
muchos años: esa falacia que nos quisieron hacer creer los defensores de
agroindustria, los vendedores de química, en cuanto a que el modelo no genera
consecuencias. Es falso. Decían que las proteínas del suelo metabolizan al
glifosato cuando llega allí y este estudio demuestra lo contrario”.
Verzeñassi sabe cuánto
mienten aquellos que están al frente de la máquina propagandística que minimiza
todo, sólo dan a conocer datos que no se sustentan en ninguna investigación y
que surgen de las usinas de las mismas empresas del agronegocio. Este médico lo
sufre constantemente cuando atacan su trabajo, por eso advierte: “El resultado
de esta investigación es que el glifosato ha llegado a los barros, al fondo del
río Paraná, pero que lo ha hecho con mucha mayor concentración desde la mitad
de la Provincia de Santa Fe hacia abajo, lo que quiere decir que
—indudablemente— el modelo de producción agroindustrial adicto a agrotóxicos
tiene responsabilidad en esta contaminación del agua”.
Las voces son claras y
contundentes. Sin embargo, las autoridades prefieren limitar esta matanza
masiva de peces a la crecida del río y a las altas temperaturas. Desestiman el
estudio de los investigadores de La Plata, que justamente plantea una hipótesis
distinta: la acumulación de agrotóxicos en los ríos, en ocasiones en mayor
cantidad que la que se encuentra en la tierra de los campos, puede ser la
causa.
Millones de personas
viven con una espada de Damocles sobre sus vidas, contaminadas, envenenadas por
agua, aire y a través de los alimentos. “Nadie nos pidió permiso —dice con
sabiduría Verzeñassi— para aplicarnos un cóctel de venenos que nadie puede
afirmar que no tiene impacto a mediano o largo plazo en la salud de las
poblaciones”.
Nada puede justificar
que el tema no haya estado en la agenda ambiental y sanitaria de los estados
provinciales: hace casi dos años que el estudio fue publicado y la evidencia de
tantos peces muertos debiera haber generado ocupación y preocupación. Es una
falacia plantear –como algunos lo expresaron— que hicieron estudios en el agua
y que la cantidad de químico encontrado no alarma y que cumple lo que la OMS
plantea como aceptable, cuando la investigación plantea alta concentraciones en
el fondo, en los barros y cuando se sabe que no debiera existir cantidad
alguna.
No es posible aceptar
químicos venenosos en nuestros ríos como una consecuencia natural de un modelo
de producción que daña, enferma y contamina.
27 de febrero de 2018
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Portada_Principal/Documentos/Argentina_El_rio_de_los_venenos
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