Lo que viene después
de la devaluación
Ajuste y endeudamiento
1 de enero de 2016
1 de enero de 2016
Por Igal Kejsefman (Página/12)
Los grandes grupos empresarios respaldaron los
anuncios económicos de Macri, pero la pérdida de poder adquisitivo que vino de
la mano de la suba de precios abre un escenario de conflictividad social y
fuerte incertidumbre.
Las promesas de campaña de Mauricio Macri adelantaron la
disolución de todos los mecanismos de control cambiario una decisión que
implica una devaluación, la transferencia de ingresos a los exportadores, más
inflación y la caída del salario real. La pregunta que se abrió luego del 10 de
diciembre consistía en saber si estas medidas adoptarían la velocidad del shock
o del gradualismo. La victoria por un escaso margen y la capacidad de
condicionamiento de los sectores populares hizo suponer a muchos analistas que
el nuevo gobierno adoptaría la segunda forma. Pero la política suele ser
contraintuitiva. Una hipótesis es que se eligió el shock especulando con que
una devaluación más lenta podría terminar neutralizada –en términos reales– en
un contexto de rápido crecimiento de los precios y con las paritarias en
puerta.
Sin dudas implicaba una fuerte apuesta y eran pocos los que no
auguraban una corrida cambiaria luego del repentino levantamiento de las
restricciones a la compraventa de divisas. La primera operación se transó a 13,90
pesos (un salto del 44 por ciento en el tipo de cambio), pero pasada una semana
el tipo de cambio se ubicó más cerca de los 13,30 pesos. ¿A qué responde? En
primer lugar, el Gobierno todavía no habilitó a los importadores a cubrir
deudas por 5 mil millones de dólares, además las empresas extranjeras no
comenzaron a remitir utilidades y los exportadores empezaron a liquidar el
stock de granos. A ese listado se suma que el Banco Central subió las tasas de
interés en pesos, los bancos privados ofrecen importantes tasas en dólares y el
Gobierno espera la entrada de dólares financieros en un corto plazo. Estos
elementos ponen de manifiesto la cooperación de industriales, multinacionales,
agroexportadores, banqueros y organismos internacionales, es decir, el interés
conjunto de la clase dominante por garantizar una devaluación exitosa.
La adjetivación puede resultar confusa: “Exitosa”, ¿en qué
sentido? ¿Para quién? Al advertir la caída del salario real podría
pronosticarse una recesión basándose en análisis subconsumistas (si menos gente
compra, menos se produce, menor empleo). No obstante, si se abandona el debate
binario entre una economía “tirada por demanda” o “empujada por oferta”, la
caída del salario real puede resultar efectiva para restablecer la ganancia de
los capitalistas y por lo tanto reimpulsar exitosamente la acumulación. Sin
olvidar la cantidad de supuestos presentes en la argumentación, no es posible
descartar un escenario de caída del salario real y desempleo moderado con
crecimiento del PIB, como sucedió en los primeros años de la convertibilidad.
Para hacerse de la ganancia se requiere que alguien compre la
mercadería; sin embargo, en el escenario anteriormente planteado no podrían ser
los trabajadores locales. ¿Y entonces quién? Durante los 18 días desde la
asunción, el Gobierno dejó algunas pistas. Montado sobre una estructura
productiva que dinamiza la economía local a partir del ingreso de divisas –que
el kirchnerismo heredó del neoliberalismo y no modificó–, Macri creó el
Ministerio de Agroindustria, en la Conferencia de la UIA propuso dejar atrás el
debate entre el Estado y el sector privado, entre el Agro y la Industria,
prometiendo premiar a los exportadores y propuso pasar de ser el granero al
supermercado del mundo. Su discurso emula las recomendaciones del brasileño
Bresser Pereira y muestra al neodesarrollismo como un consenso de época que
trasciende a tal o cual gobierno.
Resulta imprescindible considerar una arista adicional: el
Gobierno parece tener la venia “por arriba”, pero el éxito del plan económico
–en el sentido anteriormente considerado– requiere también la construcción de
legitimidad “por abajo”. En caso contrario, el gobierno se expondría al
incremento de la conflictividad social y el fracaso de la implementación del plan.
No existen motivos para que los trabajadores acepten ni legitimen
la caída del salario real sin mediar una derrota. La administración de esta
tensión se manifiesta en la combinación entre ajuste, desfinanciamiento del
Tesoro, represión –para los que se niegan al cauce institucional–, concesiones
y proyectos de infraestructura financiados con endeudamiento externo. La
experiencia en Boca y en la Ciudad de Buenos Aires parece situar a Macri más
como un populista de derecha que como un liberal clásico, que tiene en la mira
el “voto cuota” que viablizó la victoria de Menem en el ‘95. En este contexto,
erosionar la legitimidad del ajuste y del ciclo de endeudamiento requiere una
voz que se apoye en los núcleos de buen sentido que deja la experiencia
kirchnerista para, desde allí, trascenderla y construir una alternativa al
macrismo.
Igal Kejsefman. Economista (UBA/CONICET) y miembro del Centro de
Estudios para el Cambio Social (www.cecsargentina.org/).
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-289111-2015-12-28.html
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-289111-2015-12-28.html
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