Soltar lastres y
preparar la resistencia:
CONTRA ALGUNOS MITOS ACEPTADOS ACRÍTICAMENTE
POR BUENA PARTE DEL
CAMPO POPULAR
30 de diciembre de 2015
Por Jorge Falcone.
La
filosofía desarrollista se sustenta pues en la ilusión de un progreso ilimitado
basado en la explotación suicida de los recursos naturales. Cabe pues a los
pueblos echar mano a su inventiva para ensayar vías diferentes a la del
capitalismo. Dichos postulados constituyen la principal crítica a la Globalización
Imperial.
La
dilación de las grandes potencias para frenar el calentamiento global en la XXI Conferencia
Internacional sobre Cambio Climático, el avance de Marie Le
Pen en las elecciones regionales de una Francia fascistizada ante la
proliferación de refugiados y el asedio de E.I., así como las ofensivas
conservadoras en Venezuela y Argentina hablan de una insuficiente capacidad de
los pueblos para consolidar sus conquistas. El capitalismo transita su crisis
dando zarpazos de león herido. En un escenario de lucha social creciente, se
impone sacar conclusiones sobre la experiencia acumulada por l@s argentin@s
durante este primer tramo del Siglo XXI, a los efectos de evitar reveses
capaces de seguir obstaculizando el camino hacia la liberación.
“El
modelo de la última década acentuó los desequilibrios estructurales del
capitalismo argentino. Mantuvo una política impositiva regresiva, afianzó la
primarización sojera, agravó el extractivismo minero-petrolero y perpetuó la estructura
industrial concentrada. Otorgó, además, grandes subvenciones a los
“capitalistas amigos” (Cirigliano, Báez, dueños de Cresta Roja) que impidieron
modificar los pilares de la desigualdad social.
Es imprescindible romper el
corset de dos alternativas capitalistas como único programa para la Argentina. Si sólo
hay campanas neoliberales y neo-desarrollistas con disputas entre ortodoxos y
heterodoxos, el país está condenado a un recambio cíclico de unos por otros.
Construir una economía productiva al servicio de las mayorías populares exige
transitar por otro camino”.
Claudio Katz
Contra
el mito del carácter homogéneo
de
los procesos populares en América Latina
Quienes
tuvimos oportunidad de aportar in situ nuestro
granito de arena a la incipiente Revolución
Bolivariana manteniendo un espíritu crítico respecto al
modelo neo desarrollista que simultáneamente despuntaba en la Argentina, fuimos
testigos de cómo se iba instalando un relato continental de mutua conveniencia
(en Venezuela para evitar el aislamiento y en nuestro país para barnizar de
progresismo el proceso de acumulación por desposesión en curso) tendiente a
igualar los propósitos de fenómenos políticos claramente diferentes. En efecto,
así como en la Patria de Bolívar germinaba un verdadero poder popular crecido
desde las bases insurrectas durante el Caracazo – y en Bolivia las mayorías
indias y mestizas protagonizaban un ascenso semejante al cabo de siglos de
humillación y castigo -, aquí el sistema colapsaba asediado por un nuevo y
brioso movimiento social que no tardó en ser asimilado por un reciclaje
institucional destinado a restaurar la gobernabilidad arrebatando muchas de sus
banderas para neutralizar aquel potencial subversivo. Hoy
la perspectiva histórica permite objetivar que si en los últimos años se vivió
un auge de conquistas populares en la región, la proa de dicha nave fue
indudablemente ese patriota visionario llamado Hugo Rafael Chávez Frías, acaso
el estadista que más bregó por el todo trascendiendo su parte, infrecuente
cualidad que cada vez torna más verosímil la posibilidad de su eliminación por
parte del Imperio.
Contra
el mito del desarrollo
“El
desarrollo es un barco con más náufragos que tripulantes”
Eduardo
Galeano,
“Las
venas abiertas de América Latina”
Curiosamente,
pese a los litros de tinta vertidos al respecto por los más lúcidos y
escarmentados analistas del mundo periférico, una nueva generación de jóvenes
argentinos enamorados de la política durante la última década quedó atrapada en
las redes de un discurso que llegó a la histórica disyuntiva de nuestro primer ballotage presidencial afrontando falazmente la
confrontación entre dos modelos supuestamente contrapuestos, cuya opción “más
popular” enarboló desembozadamente la alternativa del “desarrollo” como bandera
del cambio necesario: Sólo la aniquilación de una conciencia crítica acumulada
durante años de lucha, perpetrada por los genocidas y resignada por adultos
renegados de las grandes utopías humanas explica que no haya podido evitarse
tamaña estafa. Nunca está de más recordar que, mientras los neoliberales y
keynesianos centran sus análisis en temas unilaterales o concretos, el
pensamiento crítico asume que hay estructuras internacionales que llevan a la
desigualdad social. Como se sabe, según la Teoría de la Dependencia existe
un norte o centro que acumula riquezas e innova en
tecnología pero a costa de explotar al sur o periferia que carece de tales posibilidades por
imposición de los países ricos, perpetuando así un desarrollo asimétrico. La
filosofía desarrollista se sustenta pues en la ilusión de un progreso ilimitado
basado en la explotación suicida de los recursos naturales.
Cabe pues a los pueblos echar mano a su inventiva para ensayar vías diferentes
a la del capitalismo. Dichos postulados constituyen la principal crítica a la Globalización
Imperial.
Contra
el mito de un Estado garante del empoderamiento popular
Las
primeras organizaciones sociales co protagonistas del “Argentinazo” de 2001 que
sucumbieron al espejismo de una “segunda oportunidad histórica para la
Generación del 70”
se dejaron cooptar bajo el justificativo de que a partir de 2003 había un
“Estado en disputa” y proponiéndose jugar el rol de una izquierda dispuesta a
radicalizar las propuestas del gobierno en ciernes. Visto que alguna vez hicieron
gala de su poder de movilización bajo la denominación de Unidos y Organizados,
y considerando la pobreza política franciscana expresada por la disyuntiva
terminal Scioli o Macri, tenemos derecho a pensar que no pusieron demasiado
énfasis en su objetivo original… o resolvieron cortar camino hacia un bienestar
individual dedicándose a forrarse para cuando volviese el tiempo de las vacas
flacas. Hoy más que nunca cobra vigencia entonces la sentencia de Evita
cuando afirmaba que “sólo el pueblo salvará al pueblo”, idea que obliga a
revisar profundamente ese lugar común entre numerosas fuerzas del campo popular
propensas a sufrir cierto complejo de inferioridad cuando no cuentan con
sustantivas porciones de poder institucional en los estamentos del Estado, toda
vez que sobran experiencias exitosas de autogobierno popular – comisiones
internas independientes de las burocracias sindicales o empresas gestionadas
por sus trabajadores – capaces de demostrar que el mentado poder no depende
exclusivamente de hacerse con las herramientas creadas por el propio sistema a
fin de perpetuarse.
Contra
el mito de que el bienestar de una sociedad depende del consumo
“Qué
consumo queremos es una gran pregunta, y creo que podemos decir a la gente:
miren, no estamos en contra del consumo, estamos a favor del buen consumo:
comida limpia, sana y buena en lugar de comida chatarra, menos tiempo de
transporte, mayor proximidad del trabajo a la residencia, rediseño urbano”
David
Harvey
La
posmodernidad ha generado un espacio complejo en el devenir de la existencia
humana, básicamente por la desmedida valoración del consumo, acarreando con
ello insatisfacción en términos políticos, sociales y filosóficos, lo que ha
conducido a una puesta en cuestión de la búsqueda del bienestar y la felicidad. Ambos
términos representan una condición indudablemente positiva y deseada por la humanidad. El mundo
globalizado ha tenido como estandarte del bienestar de las naciones un
parámetro macroeconómico conocido como Producto Bruto Interno (PBI), el cual
cada vez resulta más obsoleto, dando paso a nuevos paradigmas, en mayor armonía
con el planeta, como el estatuto del Buen Vivir de los pueblos andinos.
En
Argentina, durante la llamada “Década ganada” se ha repetido hasta el cansancio
que el “círculo virtuoso” de la producción y el consumo garantiza el bienestar
social… sin embargo el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz – alguna vez
referente de la dirigencia que sostuvo el postulado en cuestión – afirma que “El Producto Bruto Interno (PBI) sólo compensa a los gobiernos que
aumentan la producción material. […] No mide adecuadamente los cambios que
afectan al bienestar, ni permite comparar correctamente el bienestar de
diferentes países […] no toma en cuenta la degradación del medio ambiente ni la
desaparición de los recursos naturales a la hora de cuantificar el crecimiento.
[…] esto se verifica particularmente en Estados Unidos, donde el PBI ha
aumentado más, pero en realidad gran número de personas no tienen la impresión
de vivir mejor ya que sufren la constante caída de sus ingresos”.
Contra
el mito de la unidad del peronismo
En un
país signado desde hace 70 años por el fenómeno político-social que emergió a
la vida pública el 17 de octubre de 1945 proporcionando una identidad al
movimiento obrero organizado, cuyas dos últimas incursiones en el gobierno –
una de corte neo liberal y otra neo desarrollista – parecen constituir las
excrecencias y estertores de aquel potencial subversivo original, una visión en
perspectiva parecería indicar que, cualesquiera que vayan a ser sus
posibles reciclajes de ahora en más, el ciclo histórico de su mayor capacidad
de producir transformaciones profundas se ha cumplido, y sólo cabría esperar la
confluencia de su más cara tradición plebeya de lucha en la nueva alternativa
que en adelante sean capaces de forjar los trabajadores y el pueblo en general.
De constatarse tal hipótesis, la trajinada unidad del peronismo (alguna vez
compuesto por su tronco ortodoxo, el liberal-socialdemócrata, y el combativo…
blanco de las más salvajes represalias desde adentro y de afuera) terminará
reduciéndose a la utopía corporativa y reaccionaria de una burocracia política
y gremial acostumbrada – como el resto de nuestra clase dirigente – a vivir de
rentas a expensas del Estado. Constituye
pues una responsabilidad indelegable de las mejores experiencias del campo
popular canalizar generosamente el desencanto de multitud de jóvenes que
durante los últimos años aspiraron genuinamente a protagonizar un cambio
social de fondo, para que dicho caudal no sucumba a los pies de una dirigencia
ajena a toda capacidad de autocrítica que, disfrazada de progresista, ya viene
urdiendo la nueva encerrona conducente a bregar por el “retorno triunfal” de un
modelo a todas luces fracasado: En todo caso, deberán afrontar su
responsabilidad ante la historia quienes en las actuales circunstancias
sacrifiquen a su militancia tras el espejismo neo desarrollista.
Contra
el mito de la humanización del capital
“La
furia de la acumulación capitalista ha alcanzado los niveles más altos de su
historia. Prácticamente el 1% de la población rica mundial controla cerca del
90% de toda la riqueza. 85 opulentos, según la seria ONG Oxfam
Intermón, tenían en 2014 el mismo dinero que 3,5 mil millones de pobres en el
mundo. El grado de irracionalidad y también de inhumanidad hablan por sí
mismos. Vivimos tiempos de barbarie explícita”.
Leonardo
Boff
Otro
lugar común en que ha incurrido la dirigencia que rigiera el destino nacional
durante los últimos años – no por ridículo indigno de revisión – ha sido el de
pretender ejercer un “capitalismo en serio”… cómo si dicho sistema probadamente
predador de nuestra especie y su hábitat guardara desde su origen alguna
fórmula inaplicada aún y capaz de conducir al bienestar general de la sociedad. La quimera
del Comercio Justo como vía para poner fin a la expoliación de los pueblos del
mundo periférico tampoco resiste un análisis riguroso. No sólo porque los
grandes flujos del comercio internacional continuarían dominados por las
grandes empresas transnacionales sino también porque el intercambio desigual
entre países tiene una base objetiva que no puede ser modificada con
voluntarismo. En realidad es el mismo proceso el que se da entre países que el
que ocurre dentro de un país: las ramas y empresas de mayor concentración de
capital establecen un intercambio desigual, “injusto”, con los sectores y
empresas menos monopolizados, menos concentrados, donde la inversión en mano de
obra es comparativamente mucho mayor. Una parte fundamental del excedente generado en estos sectores va
a parar a las ramas y empresas con el capital altamente concentrado. Bajo la
producción mercantil capitalista no podemos esperar otro resultado.
No por repetido resulta ocioso señalar que es este mismo proceso de intercambio
desigual el que ocurre entre los países imperialistas del centro y los países
dominados de la
periferia. Es esta diferencia entre sus estructuras
económicas la que provoca la dependencia y el intercambio desigual. Y mientras
exista el imperialismo así continuará siendo.
Las
fórmulas para “ennoblecer” el sistema y poner fin a sus abusos parecen
intentos de oscurecer el océano arrojando un tintero. En la base de su utopismo
se encuentra una importante confusión: la de pensar que se puede separar artificialmente
el modo de producción y el modo de distribución capitalistas, que puede haber
una mejor distribución de la riqueza reformando el capitalismo, es decir,
manteniendo su modo de producción, ya que el modo de distribución es
consecuencia del modo de producción y que no hay manera alguna de establecer un modo de distribución justo
sin suprimir el modo de producción capitalista, lo que nos lleva de lleno al
problema del poder político, sin cuya gestación no habrá transformación social.
Durante
la transición democrática en nuestro país, el programa televisivo sabatino
Función Privada acostumbraba a exhibir cortometrajes antes del largometraje
escogido para cada emisión. En uno de ellos, de factura nacional, un sujeto
represaliado por la dictadura mantenía a un torturador en cautiverio en un
chalet del Tigre, cavilando entre ejecutarlo o no. La decisión de perdonarle la
vida sorprende al protagonista siendo reducido por el verdugo, que
termina por eliminarlo. La moraleja de dicho relato viene como anillo al
dedo para concluir que la acumulación de fuerzas por parte del campo popular debe
servir para consolidar irreversiblemente sus conquistas descreyendo aún del más
seductor canto de sirena populista emanado de un sistema económico que a lo
largo de la historia ha ofrecido sobradas pruebas de conducir a la infelicidad
y postración de la humanidad.-
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