Argentina, Venezuela y la lucha de clases
7 de enero de 2015
Por Ángel Guerra Cabrera (Rebelión)
Quienes vaticinan el fin del llamado ciclo
progresista en América Latina y el Caribe (ALC) pierden de vista que el caldo
en que se cuece la política es, irremediablemente, la lucha de clases. Con sus
flujos y reflujos, marchas y contramarchas.
Mientras más se mundializa el capitalismo,
mayor importancia adquiere la lucha de clases a escala internacional. Ello,
debido a la irreversible crisis sistémica del capitalismo y a la creciente
crisis de hegemonía de Estados Unidos. Una impulsa al capital a extraer
crecientes tasas de ganancia sin importar los medios
extremadamente crueles, inhumanos y ecocidas para lograrlo (el desbocado
calentamiento global es un ecocidio). La otra, impulsa al imperialismo
estadounidense a emplear a fondo sus inmensos recursos para liquidar todo
ejemplo de rebeldía contra su odiosa tiranía mundial, sobre todo en ALC.
Independientemente de las naturales diferencias entre países y
procesos políticos, tanto la derrota del kirchnerismo como la del chavismo en
las elecciones del 22 de noviembre y del 6 de diciembre pasados, se inscriben
en el contexto de una feroz lucha de clases nacional e internacional. Ella se
expresa en la disputa entre los pueblos del mundo y el capital, sea oligárquico
o imperialista, por el poder político (lo que incluye la conciencia y también
el inconsciente colectivos), la independencia nacional, los recursos naturales
y el control geopolítico.
Se trata, como lo demuestra palmariamente el
bloqueo de Estados Unidos a Cuba, que aún perdura, de un enfrentamiento en que
resalta la asimetría entre los contendientes. Lo mismo ocurre con cuanto país
latino-caribeño intenta librarse de la dominación imperialista, aunque sea
tibiamente. Un buen ejemplo es el golpe de Estado de la CIA contra el gobierno
del presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz (1954).
Pero de entonces a acá el imperialismo ha
modificado sustancialmente la ingeniería del golpe de Estado. Llámese golpe
blando, revolución de colores, guerra de cuarta generación, lo cierto es que
Washington ha perfeccionado hasta la sofisticación su objetivo de cambio de
régimen contra todo gobierno que no se le subordine. Paradójicamente, como
muestran Argentina y Venezuela, las elecciones, realizadas bajo la descomunal
hegemonía mediática, financiera y militar imperialista, se convierten en una de
las armas fundamentales del golpe blando.
Claro que cometen errores los revolucionarios
y las fuerzas que pugnan por poner fin al neoliberalismo y encaminar políticas
de rescate de la independencia nacional y de impulso a la justicia social.
Heredan un Estado y una sociedad preñada de lacras como el conservadurismo, la
ignorancia, la corrupción y el clientelismo, que a veces los envuelven.
Los proyectos de poder alternativo iniciados
con la Comuna de París (1871) están en gran desventaja histórica con la
milenaria experiencia de poder de las clases dominantes.
Pero en todo caso, los errores e insuficiencias del chavismo y el
kirchnerismo son mucho menos importantes que sus aciertos y logros. De modo que
en su derrota electoral pesó mucho la guerra económica y financiera,
comunicacional y diplomática desencadenada por Estados Unidos y la derecha
contra el cambio de época en nuestra América.
No obstante, el ascenso derechista puede ser
efímero y precario a juzgar por el carácter dictatorial y antipopular de los
decretos de Macri y su conducta servil a Wall Street en menos de un mes de
mandato. Mientras, sus pares de la contrarrevolución venezolana desde el 6 de
diciembre y en la instalación de la nueva Asamblea Nacional
han enseñado su desesperado afán de consumar un inconstitucional golpe
parlamentario contra el presidente Maduro y de acabar cuanto antes con las
conquistas de la
Revolución Bolivariana.
El chavismo es un sujeto político
revolucionario, que si se mantiene unido, aprende de sus errores, atrae a sus
simpatizantes disgustados y moviliza a las masas puede neutralizar a los
millonarios, cómplices del golpismo pasado y presente y de la implantación del
neoliberalismo a sangre y fuego que pululan en la bancada parlamentaria de la
contrarrevolución.
El kirchnerismo no se ha sacudido de una
derrota que no esperaba ni del lastre del peronismo de derecha, pero tiene
enormes reservas de juventud organizada y combativa y fuerza parlamentaria. Lo
emplazan al combate una clase obrera y un pueblo que, antes de lo que muchos
esperan, entrarán en estado de rebelión contra el regreso del neoliberalismo.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=207551
No hay comentarios:
Publicar un comentario