Los temas que la Argentina no quiere
debatir
18 de mayo de 2016
En su nuevo libro, Maristella Svampa profundiza
su trabajo dentro de la tradición crítica del pensamiento latinoamericano y
presenta un meticuloso análisis de los cuatro tópicos que agitan a la región:
indianismo, desarrollo, dependencia y populismo.
En los últimos años,
el contexto político llevó a que se sobrestimara el valor de los intelectuales
que apoyaban el proyecto del kirchnerismo, en detrimento de aquellos que
participan de modo habitual en la escena política con un discurso más crítico
del poder.
Una de las voces más
destacadas –y no sólo en el plano nacional– de esta segunda corriente es
Maristella Svampa, socióloga, escritora, analista política y docente
universitaria.
Su nuevo libro, Debates latinoamericanos , da cuenta de sus preocupaciones y de
sus saberes, de su lectura del acontecer político y social y de sus cualidades
pedagógicas.
Los temas que aborda
en sus páginas son cuatro, como lo explicita el subtítulo: indianismo,
desarrollo, dependencia y populismo.
La metodología de
exposición es muy simple: en una primera parte, describe la historia de cada
uno de esos conceptos; en la segunda, su caracterización actual y sus hipótesis
de trabajo. La enumeración de la bibliografía en la que se basó ocupa más de 50
páginas. Se trata de un estudio profundo y meticuloso.
La tradición crítica
–¿Cómo te imaginaste
al lector cuando te sentaste a escribir el libro, porque no parece un texto
para colegas o para el ambiente académico?
–Yo no soy
academicista ni escribí este libro sólo para la academia, sino también para
aquellos que se interesan en América latina. A esto apuntan todos mis ensayos e
investigaciones. El libro combina diversas perspectivas disciplinarias: la
historia de las ideas, la sociología política, la antropología, entre otras.
–Y en ese proceso, te
definís como una intelectual “anfibia”...
–Frente a la tensión y
disociación que existe entre el campo académico y el campo militante, propuse
la hipótesis del carácter “anfibio” del intelectual para ilustrar la reflexión
de aquellos que tenemos un pie en diferentes mundos. Como entendemos que no hay
por qué renunciar a ninguno de ellos, buscamos pensar sus articulaciones. La
propuesta nació así de una necesidad de clarificar una doble exigencia: la
academia, con su demanda de distancia, y el activismo, con su demanda de
compromiso absoluto. Nació de mi propia experiencia, pero es una idea pensada,
sobre todo, en función de los investigadores que a partir de 2001 se plantearon
la necesidad de construir una relación diferente con el mundo de los
movimientos sociales. Creo que una de las ventajas de los intelectuales
anfibios es la reflexividad, en la medida en que su pensamiento se desarrolla
en el tránsito entre varios mundos.
–Esa autodefinición se
vincula con tu percepción de una “frontera porosa” entre el campo intelectual y
el campo político. ¿Estás pensando la relación entre el hacer intelectual y el
compromiso político?
–El pensamiento
latinoamericano se ha venido construyendo en esa frontera. José Martí decía que
debía darse respuesta “a ambas tendencias y ser una persona de su tiempo y de
su pueblo”. En esa línea, yo sostengo que lo propio del pensamiento crítico
latinoamericano es que extrae sus tópicos, su talante teórico, su potencia, de
los conflictos sociales y políticos de su tiempo, del análisis de la dinámica
propia de acumulación del capital y de las formas que asumen las desigualdades
sociales, raciales, territoriales y de género en nuestras sociedades. Mi libro
se inserta en esa tradición crítica del pensamiento latinoamericano, que busca
conciliar mirada global y análisis concreto, asociado a la idea de intelectual
público y político, comprometido con un proyecto de cambio.
No debatir tiene su
costo
–Decís que la
Argentina prefiere ignorar la cuestión de indianismo porque eligió negar su
componente indígena. ¿Cuál es el costo de marginarse de estos debates?
–En Argentina, la
negación del componente indígena se expresa en el rechazo a pensar el lugar que
los pueblos originarios tienen en la conformación de la nación argentina, sea
en el pasado como en el presente. Ausencia, incluso, en las interpretaciones de
lo que nos ha sucedido en épocas más recientes. Pongo un ejemplo: hay trabajos
que buscan emparentar el terrorismo de Estado con el Holocausto y otros
genocidios perpetrados en el siglo 20. Desde mi perspectiva, esta mirada
debería ser complementada con lo que significó el genocidio originario, ya que
los militares que perpetraron el genocidio contra las poblaciones indígenas de
Argentina crearon los primeros campos de concentración y entregaron a los hijos
de los indígenas a las familias blancas de Buenos Aires y La Plata, donde
terminaban trabajando de por vida como personal doméstico.
–Algo que parece tener
resonancias con lo que pasó un siglo después...
–La socialización de
los indígenas en el orden dominante era parte del ideal de “civilización”,
frente a lo otro, considerado como bárbaro y atrasado. Aunque no hay
continuidades lineales, esto nos lleva a reflexionar sobre la actualización de
la metodología de la apropiación, aplicadas primero sobre los indígenas y, un
siglo después, sobre los hijos de desaparecidos durante la última dictadura
militar. Porque el objetivo de la apropiación por parte de los militares era
socializar a esos niños en el marco del orden dominante, frente a lo otro, que
era considerado como “subversivo”. Así, el terrorismo de Estado tiene una
matriz colonial que debe mirarse en el espejo del genocidio indígena.
–Los indios están
“desaparecidos”...
–No por casualidad
David Viñas escribió que los indios eran “nuestros primeros desaparecidos”. Y
lo fueron porque para el orden dominante eran lo otro, los “subversivos”, y
esta mirada hegemónica incluye la ciencia positivista de la época. No hay que
olvidar que durante más de un siglo se conservaron los restos de muchas
víctimas en diferentes museos, sobre todo en el de Ciencias Naturales de La Plata. Esto sucedió
hasta 2000, cuando se inicia un camino sin retorno, que es el de la restitución
de los restos de los indígenas a sus comunidades de origen. Este debate es
ajeno a gran parte de la
ciudadanía. Incluso muchos de mis alumnos de la Universidad
de La Plata ignoran que en el Museo de La Plata se exhibieron restos de
indígenas asesinados durante la llamada Conquista del Desierto hasta 2006...
–Pero además del
debate sobre lo indígena, Argentina parece quedarse al margen de muchos
debates, como el del desarrollismo y el del extractivismo.
–Ese debate está en el
horizonte de diferentes organizaciones y movimientos sociales, cuyo rol es
bastante marginal, en relación con el discurso dominante. En esa línea, lo que
yo afirmo es que la discusión sobre el desarrollo y sus consecuencias
(extractivismo y maldesarrollo; reprimarización de la economía, despojo de
territorios, violación de derechos humanos) fue un punto ciego del
kirchnerismo, que a todas luces fue desde el inicio un “progresismo selectivo”;
esto es, miró la realidad con un solo ojo.
–¿Cuáles fueron las
consecuencias de esa mirada parcial?
–Llevó a la obturación
de numerosos debates y a la denegación de la existencia de otra agenda de
derechos humanos, conectada con los impactos múltiples de los modelos de
maldesarrollo, porque efectivamente poner en discusión la matriz
neodesarrollista implicaba colocar en agenda las nuevas luchas ecoterritoriales
y, en otros casos, (pensemos en lo que está sucediendo con las fumigaciones),
visibilizar los impactos sociosanitarios. Esto no podría haberse hecho sin
cuestionar las alianzas que el gobierno kirchnerista concretó a lo largo de 12
años con grandes corporaciones transnacionales (desde la Barrick Gold , pasando
por Monsanto, hasta Chevron, por citar las emblemáticas). Además, mi hipótesis
es que “más extractivismo” es sinónimo de “menos democracia”. No por casualidad
se buscó sistemáticamente obstaculizar o manipular los dispositivos
democráticos para que la población involucrada no se exprese. Eso pasa en
Malvinas Argentina, en Córdoba, donde la gente no quiere que se instale una
planta de Monsanto y exige una consulta pública, sin manipulación ni
asimetrías.
–Decís que el debate
está en los movimientos sociales y que discursivamente es marginal. ¿Esa
marginalidad no afecta a todas las formas de encarar la cuestión?
–Tampoco exageremos lo
de la marginalidad.
Los debates de los que hablamos exigen o conllevan un cambio
cultural, que no es fácil en la sociedad actual, sobre todo respecto de los
modelos de producción y de consumo dominantes. Es cierto que los partidos
políticos y sindicatos están llegando tarde al debate; pero algunos, sobre todo
desde la izquierda y centro izquierda, se están acercando.
–¿Por ejemplo?
A partir de 2012, con
la pueblada de Famatina contra la megaminería, la CTA autónoma viene abordando
el debate sobre los modelos de maldesarrollo, tanto en relación con la
megaminería como con el fracking e incluso con el agronegocio. Por otro
lado, desde los gremios docentes se da cabida a estos debates, y no por
casualidad en sus congresos o en las aulas se abren a las temáticas
socioambientales. Por último, en las universidades, desde hace años existe un
saber experto independiente de los saberes dominantes sobre estas cuestiones:
comenzó con la discusión acerca de si las universidades públicas debían aceptar
los fondos de La Alumbrera (2009-2010); fue simultáneo a la persecución al
doctor Andrés Carrasco, ya fallecido, que denunció los efectos del glifosato
sobre la salud (2009); hoy contamos con una Red de Médicos de Pueblos Fumigados
y recientemente se creó la Red de Abogados de Pueblos Fumigados. Más simple,
hay una ingente producción y militancia científica crítica sobre estos temas.
Por último, respecto de los movimientos y organizaciones sociales, es cierto
que comienzan desarrollando una respuesta defensiva, pero en la misma dinámica
de lucha y a través de la socialización del saber, en muchos se advierte una
radicalización de las posiciones, que va en el sentido de postular una mirada
más global sobre estas problemáticas, que acentúa otra relación entre
sociedad-naturaleza. Esa es la tendencia.
Bienes comunes o
economía verde
–Contra la noción de “economía
verde”, está la propuesta de pensar los bienes naturales como bienes comunes:
permitiría conjugar protección con producción.
–Y también implicaría
cambios en el consumo, que no es un tema menor. En el apartado que dediqué a la Fundación Bariloche , digo que nuestras
izquierdas, en los años 1970, eran críticas del consumismo proveniente de los
países del norte. En cambio, en los últimos 15 años, el progresismo abrazó los
modelos de consumo exportados por los países más poderosos y construyó su legitimidad
por la vía del acceso a mayor consumo por parte de las poblaciones, sin
preguntarse sobre los procesos de producción y sus impactos negativos, en la
sostenibilidad y regeneración misma de la vida.
–¿Qué coincidencias y
qué diferencias existen en el discurso de los bienes comunes en los países del
norte y los del sur?
–El lenguaje sobre los
bienes comunes atraviesa tanto los movimientos de resistencia en los países del
Sur como del Norte: bienes comunes, lo común o commons , en inglés. Estos incluyen desde el
cambio climático, las ciudades, los bienes comunes digitales, la protección del
agua, las semillas, la producción científica, el patrimonio cultural. Pero más
allá de las coincidencias, hay que destacar los matices: mientras que en los
países del norte la gramática de lo común se define en favor de lo público,
esto es, en contra de las políticas de ajuste y privatización (el
neoliberalismo), contra la expropiación del saber y la nueva economía del
conocimiento (el capitalismo cognitivo y sus formas de apropiación) y sólo más
recientemente en contra del extractivismo (en particular, contra la utilización
de la fractura hidráulica o fracking ), en nuestros países periféricos, los
bienes comunes son pensados más bien contra las variadas formas del neoextractivismo
desarrollista, lo cual abarca desde procesos de acaparamiento de tierras, la
privatización de las semillas y la sobreexplotación y despojo del conjunto de
los bienes naturales.
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