El posneoliberalismo,
apuntes para una discusión
24 de mayo de 2016
Por Pablo Dávalos (Rebelión)
El concepto de “posneoliberalismo” ha sido utilizado para
calificar a la ruptura con el neoliberalismo que provocaron en su momento los
gobiernos autodenominados “progresistas” en América Latina; sin embargo
considero pertinente problematizar este concepto, porque ello quizá nos permita
comprender el rol histórico que cumplieron esos gobiernos “progresistas” al
interior de las dinámicas de la acumulación del capitalismo. Para el efecto,
quizá sea conveniente establecer una línea teórica demarcatoria con el concepto
de “neoliberalismo”.
El concepto de “neoliberalismo” está
relacionado con Friedrich Hayek, Milton Friedman, F. Knight, Ludwig Von Mises,
entre otros, y la “Sociedad
del Monte Peregrino”. Este concepto nace en Europa luego de la segunda guerra
mundial como una necesidad de renovar al discurso del liberalismo clásico y
ponerlo a tono en un contexto en el cual el Estado liberal asume el formato de
“Estado de Bienestar” y la existencia de economías socialistas centralmente
planificadas [1]. La discusión
teórica sobre el concepto “neoliberalismo” es abundante y se ha convertido, de
hecho, en el mainstream del
pensamiento económico, político, ideológico y social de la globalización. Las
críticas al neoliberalismo son, asimismo, prolíficas.
El concepto de “posneoliberalismo”, por el contrario y hasta el
momento, sólo tiene sentido y significación en el debate político latinoamericano.
En efecto, esta noción nace desde América Latina y como una necesidad de
caracterizar el tiempo histórico de los gobiernos latinoamericanos que
surgieron desde las luchas sociales en contra del neoliberalismo y que
configuraron los denominados “gobiernos progresistas” en referencia a Hugo
Chávez y la
“Revolución Bolivariana ” en Venezuela; Evo Morales y el
“Movimiento Al Socialismo” (MAS) en Bolivia; Rafael Correa y la “Revolución Ciudadana ”
en Ecuador; Néstor y Cristina Kirchner en Argentina; Lula Da Silva y Dilma
Roussef y el “Partido de los Trabajadores”, en Brasil; Tabaré Vásquez y José
Mujica y el “Frente Amplio” en Uruguay, principalmente.
Fue una expresión utilizada por Emir Sader,
Atilio Borón [2] , Carlos Figueroa Ibarra, entre otros [3] ,
para marcar una distancia con aquellos gobiernos neoliberales adscritos a la
agenda del Consenso de Washington. Con el concepto de “posneoliberalismo” se
trataba de ubicar en la nueva geopolítica a los regímenes latinoamericanos que
surgían en disputa con EEUU y fuertemente críticos con el modelo neoliberal.
Estos gobiernos cambiaron el sentido de las políticas públicas hacia políticas
más inclusivas y con mayor sensibilidad social, preocupándose por la inversión
social y la lucha contra la
pobreza. En un inicio, algunos de estos gobiernos
latinoamericanos incluso acudieron a la ideología del socialismo para
legitimarse[4] .
Sin embargo, las derivas extractivistas de estos gobiernos y su
creciente separación con los movimientos sociales hasta llegar al punto de la
confrontación abierta, entre otras señales, ameritan una reflexión adicional
sobre la significación real del “posneoliberalismo”. ¿Se trata de una nueva
categoría económica y política que rompe radicalmente con la tradición del
neoliberalismo en América Latina o más bien es una continuación de este? y,
además, ¿Por qué llamarlo posneoliberalismo?
¿Qué sentido tiene añadir una preposición a un prefijo?
Para Carlos Figueroa y Blanca Cordero, por
ejemplo, en “el posneoliberalismo, el Estado vuelve a adquirir la dimensión de
agente rector de la vida social y lo público se coloca encima de lo privado”
(Figueroa Ibarra y Cordero, Blanca, 2011: 13) pero no se problematiza sobre el
retorno del Estado ni tampoco sobre el sentido que tiene “lo público”. Es decir,
se asume que toda recuperación del Estado es ya una ruptura fuerte con el
neoliberalismo. Se asumen las formas que asume la política como criterios
determinantes para calificar el tiempo político de los “gobiernos
progresistas”.
Empero, más allá de las formas que puede asumir el Estado, sobre
todo con referencia a los “gobiernos progresistas” latinoamericanos, pienso que
es necesario darle un mayor contenido analítico y espesor epistemológico al
concepto de “posneoliberalismo”, porque este concepto corre el riesgo de
convertirse en un tópico ideológico destinado a encubrir y legitimar prácticas
gubernamentales que lesionan los derechos de los trabajadores, destruyen el
tejido social, cooptan a las organizaciones sociales en el interior del aparato
del gobierno, expanden la frontera extractiva, criminalizan las disidencias,
entre otros fenómenos, y que son invisibilizados porque provienen desde los
“gobiernos progresistas”. La discusión sobre el significado del
“posneoliberalismo” no es académica sino política. La delimitación y aclaración
de este concepto puede ayudar a visibilizar y comprender de mejor manera las
resistencias de los movimientos sociales de la región.
Para el efecto, es necesario comprender que América Latina como
región ha sido integrada al sistema-mundo capitalista desde una relación
asimétrica y desigual que corresponde a las nociones de centro-periferia
(Wallerstein, 2004) y que los discursos políticos e ideológicos también forman
parte de esa relación centro-periferia. Los países capitalistas más avanzados
conforman el centro del sistema-mundo e imponen sus condiciones a la periferia
por medio de diferentes mecanismos, entre ellos, el intercambio desigual, o la
colonización económica y monetaria del cual fue garante y condición el FMI, por
la vía de los programas de ajuste económico (Dávalos, 2011), pero también crean
las ideas, los conceptos y los marcos teóricos que definen y estructuran la
comprensión de Lo Real. Como en esos países no consta entre sus prioridades el
debate teórico sobre el “posneoliberalismo” entonces este debate no existe. Es
necesario, en consecuencia, visibilizar ese debate, descolonizarlo de las
relaciones de poder/saber centro-periferia y vincularlo con los procesos
recientes del capitalismo como sistema-mundo desde aquello que Boaventura de
Souza Santos denomina las “Epistemologías del Sur” (De Souza Santos, 2013).
Posneoliberalismo, financiarización y gestión
de riesgo en el sistema-mundo
Existen importantes mutaciones del capitalismo
del siglo XXI que es necesario advertir y que marcan transiciones importantes
en la regulación del sistema capitalista. La emergencia del discurso del
neoliberalismo, de hecho, está asociada a los cambios en los patrones de la
acumulación del sistema-mundo, desde la industrialización hacia la
financiarización y la
especulación. El discurso del neoliberalismo y su apelación a
la liberalización de los mercados de capitales y la flexibilización de los
mercados de trabajo correspondía, precisamente, a esa transición del
capitalismo desde la industrialización hacia la financiarización. El
neoliberalismo era el discurso que encubría y legitimaba las formas de ganancia
especulativa financiera y la desarticulación del poder de los sindicatos por
restablecer la capacidad adquisitiva de los salarios. Esa transición está
caracterizada por las nuevas formas de propiedad y de gestión de las grandes
corporaciones transnacionales (Aglietta, M. y Rebérioux, A., 2004).
Empero, la caída del muro de Berlín y la implosión de los países
socialistas significó la emergencia de un capitalismo global que no tenía como
límites sino a sí mismo. El capitalismo de financiarización, en esta coyuntura,
produce un pliegue sobre sí mismo y pasa a gestionar el riesgo de la
especulación y la financiarización como dinámica global en el sistema-mundo.
Aquello que irrumpe es una situación de riesgo sistémico asociado a la
financiarización y centralización del capital a escala mundial en un contexto
de debilidad política de los sindicatos, pérdida de sentido emancipatorio para
los partidos de izquierda y movimientos sociales en busca de marcos
interpretativos más amplios.
El capitalismo del siglo XXI apuesta al riesgo, lo produce, lo
genera y lo establece como condición de posibilidad de la economía mundial,
porque la gestión de riesgo le permite crear niveles de rentabilidad jamás
imaginados y que superan incluso la rentabilidad de la especulación financiera.
Para que se tenga una idea, en el mes de diciembre del año 2015 la especulación
en productos financieros derivados alcanzó los 493 billones de USD, una
cantidad casi ocho veces más importante que toda la riqueza mundial medida en
términos de P.I.B. [5] . De estos instrumentos, aquellos
dedicados específicamente a provocar las crisis financieras y monetarias, y que
se conocen con el nombre de Credit Default Swaps (CDS), en junio de 2015 fueron
de 24.47 billones de USD, el doble del P.I.B. de la Unión Europea en su
conjunto para el mismo año [6] .
Toda la política monetaria de EEUU, Canadá, la Unión Europea y
Japón, entre las economías más importantes del sistema-mundo, están
condicionadas y definidas desde la dinámica de la especulación financiera y la
gestión del riesgo de esa misma especulación. Los bancos centrales del mundo se
han convertido en prestamistas de última instancia y garantes del juego de
casino del capitalismo financiero en donde, paradójicamente y gracias a los
instrumentos financieros complejos como los derivados, ahora es más lucrativo
provocar una crisis que resolverla.
En la gestión y administración del riesgo
financiero-especulativo ya no es la capacidad productiva de una sociedad la que
se integra a los circuitos de la especulación y financiarización sino el
conjunto de la sociedad en cuanto sociedad. Aspectos que antes estaban por
fuera del mercado y de la especulación ahora pertenecen a él. El mercado
financiero-especulativo integra en sus propios circuitos al conjunto de la
sociedad más allá de cualquier referencia a la producción, la distribución o el
consumo.
El marco teórico del neoliberalismo clásico
resulta insuficiente para comprender esa mercantilización e incorporación de
toda la vida social a los circuitos financiero-especulativos y de gestión del
riesgo de esa especulación, porque su episteme está acotada a los mecanismos
monetarios y mercantiles de la circulación y la producción. Es un
marco teórico muy restringido para las derivas que asume la especulación
financiera internacional. Es necesario, por tanto, un marco teórico más
comprehensivo, más inter y transdisciplinario y que surja desde la misma
episteme neoliberal, porque aquello que se integra a los circuitos
especulativos del mercado mundial es el conjunto de la vida social.
El plexo social se pliega en los circuitos
financieros y de gestión de riesgo especulativo en su totalidad y la forma por
la cual el nuevo discurso económico comprende este pliegue de la vida social en
la financiarización es a partir de las instituciones.
Las instituciones son la respuesta teórica creada desde
la episteme neoliberal para ampliar su propio marco teórico, pero no por
cuestiones académicas sino por razones pragmáticas. No se trata de aquellas
instituciones que fueron estudiadas por Castoriadis (2010), por poner un
ejemplo, y en la cual subyace la complejidad de las sociedades; en absoluto, se
trata de la visión liberal de las sociedades en las cuales las instituciones
representan las reglas de juego de actores individuales que tienden a maximizar
su egoísmo. En consecuencia, el marco teórico que emerge en la financiarización
y administración del riesgo es, precisamente, aquel que toma como referencia a
las instituciones como conjunto de la vida social e
histórica.
El neoliberalismo tradicional y monetarista se transforma en un
“neoliberalismo institucional”. Es decir, en un discurso más complejo, más vasto,
más comprehensivo. Un discurso que incluso entra en contradicción y conflicto
con la misma teoría tradicional del neoliberalismo. Es una transformación
provocada y exigida desde las formas especulativas y financieras de la
acumulación del capitalismo que integra a las instituciones de la vida social
al juego de casino mundial.
Existe, por tanto, una presión desde los circuitos de la
especulación y la gestión de riesgo de esa especulación, por involucrar a todas
las instituciones sociales en su juego especulativo. Estas transformaciones en
la regulación del capitalismo alteran al sistema-mundo de forma importante
porque generan presiones a la periferia que nacen desde la regulación por
financiarización y la privatización de las instituciones que sostienen y
estructuran a la vida social.
Estas imposiciones producen en los países de
la periferia del sistema-mundo capitalista una dinámica de despojo de
territorios, de saqueo de recursos, de destrucción de las solidaridades y
reciprocidades existentes, de expoliación a las sociedades y de uso estratégico
de la violencia que, de cierta manera, repiten las formas primitivas de
violencia que existieron durante la acumulación originaria del capital de los
siglos XVIII y XIX.
Es como si esa violencia originaria, y que
constituyó al capitalismo históricamente, fuese la condición de posibilidad del
capitalismo en su periferia pero en forma permanente y continua. A más desarrollo
capitalista en los países del centro, más violencia, más saqueo, más despojo en
las regiones de la
periferia. Es como si el capitalismo tuviese dos relojes: en
el primer reloj las regiones del centro del sistema-mundo tienen un tiempo
hacia delante, mientras que en la periferia ese mismo reloj las lleva al
pasado. A este proceso que repite las formas primitivas y originarias de
violencia de la acumulación capitalista en las regiones de la periferia del
sistema-mundo, la economía política lo ha denominado como “acumulación por
desposesión” [7] y están asociadas a las nuevas formas
de regulación por financiarización y gestión de riesgo especulativo a escala
global.
La trama institucional del posneoliberalismo:
hacia el neoliberalismo institucional
Ahora bien, la acumulación por desposesión se
inscribe en el interior de una trama institucional que sirve de soporte a la
financiarización y la gestión de riesgo del capitalismo especulativo. La trama
institucional es clave para ese proceso especulativo porque a partir de ella se
crean nuevas oportunidades y nuevas condiciones de posibilidad para la especulación. El
eje más importante de esa trama institucional es, definitivamente, el Estado.
Sin el Estado no hay soporte para esa trama
institucional y sin esa trama la especulación financiera y la gestión de riesgo
perderían una de sus principales bazas. Por ejemplo, el mercado de carbono que
involucra a los principales bancos del mundo y que generó en el año 2012
instrumentos derivados por cerca de 200 mil millones de USD ( Lohmann, 2012) ,
sería imposible sin la existencia del Estado y las regulaciones de cambio
climático. De igual manera con toda la industria de los “servicios
ambientales”, sería imposible sin la regulación que la codifica, estructura y
establece. El “neoliberalismo institucional” necesita del Estado como actor
fundamental de la economía global.
El retorno del Estado es una necesidad
económica de la globalización financiera y la privatización de las
instituciones de la vida social. El retorno del Estado fue ya propuesto por el
Banco Mundial en su Informe de Desarrollo Humano del año 1997. Para el Banco
Mundial, no se trataba de saber si el Estado tenía que formar parte activa de
la economía sino la medida de esa participación. Ese informe del Banco Mundial,
de hecho, tuvo como consultor principal a Douglass North, premio “Nobel” de
economía y teórico importante del “neoliberalismo institucional”.
El nuevo marco teórico del “neoliberalismo
institucional” articula conceptos y categorías que parecen alejadas del
neoliberalismo tradicional pero que, en realidad, lo continúan a otro nivel,
como por ejemplo: elecciones y conducta no-racional, costos de transacción,
acción colectiva, economía de la información, derechos de propiedad, seguridad
jurídica, inversión extranjera directa, externalidades, incertidumbre,
contractualidad, organización económica, principal y el agente etc., es decir,
el discurso del neoinstitucionalismo económico [8] .
El retorno del Estado a la economía no es una iniciativa de los
“gobiernos progresistas” latinoamericanos sino una dinámica que se inscribe en
el interior de la acumulación del capitalismo y su necesidad de ampliar la
mercantilización y la especulación hacia la trama institucional de la sociedad. La
recuperación de la violencia legítima del Estado tenía también por objeto
garantizar la transferencia de la soberanía política del Estado hacia las
corporaciones transnacionales y hacia la finanza corporativa mundial en el
formato de los Acuerdos Internacionales de Inversión que tienen en la Organización Mundial
de Comercio (OMC) su instancia más importante.
El “neoliberalismo institucional” tiene como centro de gravedad de
sus preocupaciones teóricas, precisamente, los derechos de propiedad, y la
institución que vigila y protege los derechos de propiedad en el ámbito
internacional es, justamente, la
OMC. La mayor parte de los Estados-nación en la globalización
están articulando y armonizando sus leyes internas en función de lo establecido
desde la OMC, a este proceso lo denomino “convergencia normativa”.
El Estado y la violencia posneoliberal
La vinculación de la trama institucional a los
circuitos de especulación y de gestión de riesgo financiero-especulativo
desgarra el tejido social. Produce una violencia que se extiende por todo el
sistema-mundo. Ya no se trata solamente de la violencia de la producción
mercantil sino la desestructuración de instituciones ancestrales que habían
servido de soporte para la vida de las sociedades desde su misma conformación
histórica. Un
ejemplo de esa tensión provocada desde la especulación y la gestión de riesgo
especulativo es la incorporación de los territorios a los circuitos financieros
especulativos internacionales. Millones de seres humanos son desalojados de sus
territorios ancestrales porque ahora estos territorios son fichas importantes
en el juego de casino mundial, el extractivismo es una forma de esa violencia.
Para procesar esa violencia el Estado no sólo es fundamental sino también
estratégico [9].
Efectivamente, el rol del Estado es clave porque desde ahí se
fundamenta la legitimidad de la violencia de los modelos de dominación
política. Se trata, en consecuencia, de otorgar al Estado la suficiente fuerza
política que permita absorber a su interior toda la energía social y permitir,
de esta forma, la acumulación por desposesión; con esa energía política el
Estado puede disciplinar a sus sociedades desde una matriz de violencia
sustentada en el discurso de la ley y el orden.
Pero la violencia de la desposesión se
invisibiliza. El retorno del Estado se asume como un triunfo político en contra
del neoliberalismo tradicional. El posneoliberalismo crea esa invisibilización
de la violencia de la desposesión, porque utiliza mecanismos de control social
que aparecen como medidas económicas en beneficio de los más pobres, como por
ejemplo las políticas de inclusión social de las transferencias monetarias
condicionadas, o la política fiscal en salud, educación, o “inclusión social”
como la llama el Banco Mundial. Mas, en realidad, son dispositivos estratégicos que encubren la
violencia de la desposesión.
De todos esos dispositivos quizá el más importante porque al
tiempo que encubre la violencia la legitima, es aquel de la “lucha contra la
pobreza” y su correlato del “financiamiento al desarrollo”. Los denominados
“gobiernos progresistas” fueron los instrumentos, por así decirlo, más idóneos
para encubrir la violencia de la desposesión. Su discurso de financiar la lucha
contra la pobreza a través del extractivismo fue el argumento legitimante de
esa violencia y que se expresó de múltiples formas. Por ello, muchos críticos
con el neoliberalismo y que provenían de la izquierda fueron conniventes con la
violencia de la desposesión que desplegaron los “gobiernos progresistas”
latinoamericanos, porque nunca visibilizaron esa violencia y consideraron que
el momento posneoliberal era una ruptura definitiva con la violencia del
neoliberalismo [10].
Ahora bien, la invisibilización de la violencia de la desposesión
es un fenómeno más complejo, porque apela a universos simbólicos, imaginarios
sociales y mecanismos de control y disciplina a la sociedad que dan cuenta de
una estrategia de dominación política con un alto contenido heurístico. Es
decir, a medida que la sociedad resiste que su trama institucional sea
privatizada y crea nuevas formas de resistencia, la estrategia de dominación
política trata de estar siempre un paso por delante de esas resistencias, trata
de anticiparlas para anularlas, controlarlas y destruirlas. A esa capacidad
política de controlar las resistencias que tienen ahora los Estados que emergen
desde la transición del neoliberalismo tradicional hacia el neoliberalismo
institucional, la denomino “modelo de dominación política” y son
consustanciales del posneoliberalismo.
A todos estos procesos que configuran una nueva racionalidad
política sustentada en mecanismos liberales de la política, como las
elecciones, y que tienen como sustento cambios institucionales profundos con el
objetivo de situar la trama institucional de la sociedad en el interior de los
circuitos de financiarización y gestión de riesgo especulativo, con Estados
fuertes y modelos de dominación social y política que invisibilizan la
violencia de la desposesión la denomino posneoliberalismo.
Acudo a esta denominación para distinguir el
neoliberalismo del Consenso de Washington y la imposición colonial del Fondo
Monetario Internacional, en especial durante la década de los años ochenta, de
aquellas formas diferentes que asume la política en las etapas posteriores al
ajuste del FMI porque, aparentemente, propone una ruptura con las
recomendaciones del Consenso de Washington, pero continúa con los cambios institucionales
y sociales imprescindibles para garantizar la acumulación en el capitalismo
tardío. En consecuencia, me desprendo de la interpretación hecha, entre otros,
por Emir Sader o Atilio Borón, que ven en el posneoliberalismo una ruptura con
el neoliberalismo clásico.
Más bien al contrario, considero al
posneoliberalismo como un proceso complejo y que integra varias dimensiones que
continúan, profundizan, consolidan y extienden la violencia neoliberal. Las
dimensiones que configuran al posneoliberalismo, son las reformas estructurales
de tercera generación, la convergencia normativa, los modelos de dominación
política, etc.
La noción de posneoliberalismo nos permite
comprender esa aparente contradicción entre los cambios políticos que se
suscitaron en la región, muchos de ellos de la mano de gobiernos críticos con
el FMI, con las relaciones de poder que emergen desde la acumulación por
desposesión, con la consecuente tensión y conflictividad social que ahora
utiliza el recurso de criminalizar a la sociedad para proteger el sentido y la
dinámica de la acumulación capitalista. El posneoliberalismo nos permite estar
alertas de esa intención de poner a la economía entre paréntesis y provocar
cambios políticos sin alterar un milímetro el sentido de la acumulación y las
relaciones de poder que le son correlativas.
La noción de posneoliberalismo problematiza la
tradicional topología de la política entre partidos y organizaciones de
“izquierda”, de “derecha” y de “centro”, porque las convierte en meros
dispositivos ideológicos de la acumulación del capital en el interior de los
modelos de dominación política. En el momento posneoliberal, para la
acumulación por desposesión y la violencia que suscita, el hecho de que un
gobierno sea de “izquierda” o de “derecha” es irrelevante. Su relevancia
proviene de la forma por la cual administra la dialéctica consenso/disenso en
el interior de los modelos de dominación política. Fuera de esta dialéctica, su
importancia es prácticamente nula.
Ahora se puede comprender, por ejemplo, que
Alianza País en el Ecuador, o el Partido de los Trabajadores en Brasil, fueron
la forma política que asumió la acumulación capitalista en momentos del colapso
de una variante del neoliberalismo, aquel del ajuste macrofiscal del FMI. El
ajuste fondomonetarista, al menos en América Latina, finalmente se agotó, pero
cedió sus posibilidades hacia una variante del neoliberalismo que tiene su
interés en las instituciones de la vida social en el sentido más amplio del
término y en la disciplina y control a las sociedades. Aquello que está en
disputa no es la colonización monetaria y fiscal que realizó el FMI sino la
puesta en valor de las instituciones por la vía del extractivismo minero, de
las industrias de los servicios ambientales, transgénicos, agrocombustibles,
ejes multimodales de transporte, etc. Esta puesta en valor de las instituciones
de la vida social implica violencia y criminalización social [11] .
El posneoliberalismo permite comprender varias
dinámicas básicas, como por ejemplo, la acumulación por desposesión, el cambio
institucional del Estado y del mercado, y los modelos de dominación política,
en el interior de un solo proceso histórico signado por la mutación del
capitalismo desde la financiarización hacia la gestión del riesgo especulativo.
Es cierto que este proceso comprende al Estado de forma diferente al
neoliberalismo del Consenso de Washington, pero no significa que implique una
ruptura con este.
Se llega a esta conclusión luego de analizar
la forma que asumió la política y la economía durante el período de los
“gobiernos progresistas” de la
región. Estos gobiernos nunca rompieron con los esquemas,
dinámicas, procesos y el sentido mismo que imponía la violencia de la
acumulación del capital, más bien los consolidaron.
Bibliografía:
Aglietta, Michel y Rebérioux, Antoine (2004) Dérives du capitalisme financier.
París: Ed. Albin Michel.
Audier, Serge
(2012) Néoliberalisme(s) Une
archéologie intelectuelle. Paris :
Grasset.
Dávalos, Pablo (2011) Hacia un
nuevo modelo de dominación política: violencia y poder en el posneoliberalismo. En Gutiérrez, Raquel (Coord.):Palabras
para tejernos, resistir y transformar en la época que estamos viviendo.
Oaxaca-Puebla México: Ed. Pez en el Arbol
De Souza Santos, Boaventura (2013) Descolonizar el saber, reinventar
el poder. Santiago de Chile:
Ediciones Trilce
Figueroa Ibarra, Carlos y Cordero Díaz, Blanca
(Eds.) (2011) ¿Posneoliberalismo
en América Latina? Los límites de la hegemonía neoliberal en la región”. México: Universidad de Puebla, Instituto
de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego
Lohmann, Larry (2012): Mercados de carbono. La
neoliberalización del clima. Quito: Ed. Abya Yala.
* Este
texto forma parte del primer capítulo del libro: Alianza País o la reinvención del
poder. Siete ensayos sobre el posneoliberalismo en Ecuador.Pablo Dávalos,
2014, Ed. Desde Abajo, Bogotá-Colombia.
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