Entrevista a la periodista Teresa
Aranguren , ponente en un acto del BDS-País Valencià
“Los medios
apenas informan
de la vida cotidiana y
la capacidad de resistencia de los
palestinos”
17 de mayo de 2016
Por Eric Llopis (Rebelión)
En la información que habitualmente se ofrece sobre Palestina hay
vacíos y realidades que no se insertan en la agenda mediática. Una de ellas es
lo que sucede en los territorios ocupados por Israel cuando no hay grandes
bombardeos ni masacres. Se informa muy escasamente de la vida cotidiana del
pueblo palestino, de su hospitalidad, de su amabilidad y de la capacidad de
resistencia frente al ejército invasor. “La verdad importa y el periodista ha
de buscarla, aunque hoy esa búsqueda se haya sustituido por el simple hecho de
presentar las versiones de los actores”, afirma la periodista Teresa
Aranguren , quien ha participado en un acto organizado en
Valencia por el BDS-País Valencià. “A los palestinos sólo los vemos como
víctimas o verdugos, pero siempre en relación con la violencia”, agrega.
Teresa Aranguren inició su larga trayectoria
periodística en la sección internacional del periódico “Mundo Obrero", en
1981. Un año después cubrió la invasión del Líbano por parte del ejército
israelí. Entre 1986 y 1989 trabajó en el diario “El independiente”, para el que
informó desde Teherán de la guerra entre Iraq e Irán. En 1989 se incorporó a
Telemadrid como corresponsal de guerra. Para el ente público cubrió la guerra
del golfo y el conflicto de Yugoslavia. Es autora de los libros “Palestina: el
hilo de la memoria”, “Olivo roto: escenas de la ocupación” y el más reciente
“Contra el olvido”, publicado junto a Sandra Barrilaro. Actualmente es miembro
del Consejo de Administración de RTVE a propuesta de Izquierda Unida.
-Como reportera especializada en el mundo
árabe de amplia experiencia, ¿qué carencias detectas en el cronista y el
reportero que se acercan a la realidad palestina?
-Los periodistas no somos marcianos, sino
productos de nuestra sociedad. Los periodistas reflejan por tanto los
estereotipos, prejuicios y valores de la sociedad de la que proceden. Pero el
periodista, especialmente el del área de “Internacional”, es también el que
informa sobre otros. A lo largo de mi carrera, he constatado el “choque” que
representa para el informador occidental, que participa de nuestra visión del
mundo, llegar a Palestina para contar lo que pasa. Ocurre que Israel somos
nosotros, Occidente. Quien se desplaza a la zona lleva consigo el relato, la
percepción y el trasfondo cultural israelí; aunque después Israel no sea
realmente tan Occidente como le gustaría ser. Pero hay un profesional que llega con
una mirada predispuesta… Por eso, creo que lo primero que tiene que hacer un
periodista es desprenderse de las anteojeras.
-¿Y de qué modo se quita el periodista los
prejuicios?
-Creo que hay que empezar por hacer un
ejercicio de humildad, de saber que uno no sabe, que puede interpretar
incorrectamente o al revés la realidad o los textos. Recuerdo mi primera
inmersión en el mundo árabe, que fue muy traumática: la invasión del Líbano por
Israel en el verano de 1982. Antes del desplazamiento leí unas crónicas en las
que se contaba con ironía, algo despectiva, aquello que el periodista hallaba
en las calles de Beirut. Las crónicas hacían referencia a jóvenes libaneses en
las que todos estaban muy ufanos y le sonreían al periodista. El corresponsal
transmitía la idea de que se trataba de gente árabe inconsciente y contenta con
la coyuntura de guerra. Pero cuando conoces un poco más la sociedad libanesa o
palestina, te das cuenta de que, por principio, todo árabe que se encuentra con
alguien –y más si es un forastero- va a sonreírle. La sonrisa es el primer
gesto con el que se comunican.
-Pero la objetividad no existe…
-La obligación de un periodista es contar lo
que pasa, una vez se ha establecido como válida la idea de que no es posible la objetividad. Pero
tampoco existe la democracia, la libertad ni la justicia, aunque sí el esfuerzo
y la búsqueda de estos principios. La objetividad consiste en buscar la
realidad, en intentar enterarse de lo que ocurre. Pero esto se ha
sustituido por las versiones de la realidad, es decir, eres objetivo si le
pones el micrófono a un joven palestino en una calle de Jerusalén y luego te
trasladas a la calle
Ben Yehuda para hablar con un israelí. La realidad es
compleja y las versiones forman parte de ella, pero no la explican ni la muestran. Hay que
buscar hechos y datos. Sobre todo, porque hay versiones que se difunden
precisamente para oscurecer la
realidad. La versión israelí, poderosísima, contamina la
percepción de la mayor parte de los periodistas occidentales.
-¿Qué se deja de contar, en tu opinión?
-Por ejemplo, la vida de la gente palestina. Sólo
los vemos como víctimas o verdugos, pero siempre en relación con la violencia. Somos
incapaces de ver qué ocurre cuando no hay un gran bombardeo con 20 muertos.
¿Cómo se desarrolla la vida de la población palestina? ¿Qué implica pasar
todos los días por un check-point para llegar a tu casa? Tal vez la crónica que
más acertadamente reflejaría la vida de la población palestina, hoy, fuera
plantarse en un check-point de los territorios ocupados y hablar con la gente. Con describir
eso ya estás transmitiendo una parte significativa de la realidad.
-¿Qué otros asuntos aparecen raramente en las
crónicas de los corresponsales radicados en Palestina?
-La capacidad de resistencia de la población. Los que
viajamos desde Europa, al menos en mi caso, pensamos que la situación es cada
vez peor, con más asesinatos y asentamientos. Te indignas. Pero casi siempre la
familia, el guía o el traductor palestino son quienes te sitúan en la realidad;
te aplacan. Es la capacidad que tienen de no volverse locos como elemento clave
de su potencial para la resistencia, de continuar siendo personas que no se
dejan destruir. De hecho, los ocupantes se centran en quebrar esta capacidad de
aguante y los vínculos de solidaridad interna. El muro, aunque digan que se
levanta para evitar atentados palestinos, lo que hace básicamente es separar
ciudades, por ejemplo Nablus de Calquilia. O hacer que te cueste varias horas,
si el check-point de entrada a Belén está cerrado, recorrer los 12 kilómetros que
separan Jerusalén de Belén. Cuando alejan a palestinos de palestinos, quiebran
esa capacidad de resistencia.
-¿Ha cambiado la perspectiva en los últimos
años?
-Creo que sí, la situación antes era peor.
Pero ya decía que el periodista occidental no ve a la población palestina a un
mismo nivel, es como si perteneciera a otra categoría humana. Los israelíes
visten como nosotros, se nos parecen. Es la incapacidad, en un contexto atroz,
de ver al otro como a un ser humano que sigue esforzándose en eso, en ser
humano. Siempre me he sentido defendida por la población palestina. He tenido
claro siempre que en caso de un tiroteo podría resguardarme en su casa, cosa
que no tengo nada claro en el hogar de una familia israelí. La hospitalidad, la
afabilidad y el buen trato, que cualquiera que vaya a Palestina puede vivir, no
se refleja en la transmisión de las noticias.
-Visto lo que no se cuenta sobre Palestina,
¿cómo enfocabas tus crónicas?
-Considero que las mejores fueron las de 2002,
cuando el ejército israelí volvió a ocupar las ciudades de Cisjordania. Había
muchos periodistas en la zona, pero no podían entrar en las ciudades, que se
hallaban bajo toque de queda. Tampoco pudo la Cruz Roja , los
diplomáticos o los delegados de Naciones Unidas. Pero en ese momento había un
acceso a la ciudad de Belén que te permitía entrar caminando. Era Belén una
ciudad muerta, con las calles vacías y las ventanas cerradas, donde oías el
ruido de los tanques al pasar. De pronto asomó una señora por una ventana y nos
dio la bienvenida.
Subimos a su casa, donde nos ofreció un té. Ella estaba a
punto de parir, allí, con su familia y sin poder acceder al hospital. Fue la
crónica del Belén cercado, bajo toque de queda, la infusión que te tomas, el
intento de entenderte en inglés y el abuelo, músico, que tocaba el laúd. Precisamente
la crónica terminó con el abuelo tocando un pasodoble. Esto reflejaba la
capacidad de seguir resistiendo en medio de una guerra atroz. Uno de los
miembros de la familia había muerto, unas calles abajo, por los disparos de un
francotirador. El cadáver llevaba una semana en la casa…
-¿Cómo combatir los “apagones”
informativos y defender la independencia del periodista de todo tipo de
presiones?
-Es verdad que dos muertos palestinos no son
noticia, hacen falta 20. Sin embargo, creo que hay algo que no podemos
permitirnos: la excusa de que el periodista es un mandado. Ciertamente hemos de
ser muy conscientes de las condiciones deplorables de la profesión y de la
falta de medios (cada vez se envía a
menos periodistas a la zona); pero el periodista tiene una voz que no tiene el
ciudadano, ya que le ve, oye y lee mucha gente. Eso requiere una
responsabilidad. Cuando se trata de una situación de ocupación y guerra,
sabemos que los periodistas no matan pero pueden ayudar a que otro mate. No
vale la excusa de que no se puede hacer nada, de que uno es un simple redactor.
Al menos puede decir “no”, eso no lo hago o no lo firmo. Puede que no te
renueven el contrato, pero es que hay gente que está muriendo…
-Pensando en general, ¿tienen sentido las
corresponsalías internacionales en un formato como el que impone la televisión?
¿No podrían locutarse desde Madrid esas piezas de menos de un minuto sobre
cumbres de jefes de estado y grandes anuncios o declaraciones?
-Creo que eso forma parte de la degradación
del oficio periodístico. Yo sí considero fundamental la red de corresponsales
de TVE. Pero es verdad que la labor de un enviado especial o de un corresponsal
no consiste en contar el panorama general. Para eso está mejor en la redacción,
donde a uno le llegan los teletipos y cuenta con mayores comodidades. Ahora
bien, el periodista que está en el lugar de los hechos puede aportar el
detalle. La realidad o la verdad se hallan muchas veces en esos detalles. Es la búsqueda de
algo que no está en los teletipos, y que te lo puede dar el reportaje en un
barrio (no hace falta que sea en zona de guerra) por ejemplo de Berlín,
hablando con los vecinos; eso no te lo da el panorama general, y es una
información sin la cual estás manco: te quedas en un lenguaje del tipo “nuevos
esfuerzos para retomar el proceso de paz”. Muchas crónicas se han hecho así.
Sin embargo, un reportaje sobre nuevos asentamientos en Cisjordania y lo que
suponen para la vida de la gente, te da mucho más. El problema de no tener
periodistas en los sitios es que la información se queda vacía de realidad, y
te quedas en el lenguaje político y diplomático. Pero la vida no se reduce a
eso.
-¿Cómo se busca la verdad?
-Antes en el periodismo se buscaba la
realidad, pero ahora con los recortes empresariales se considera innecesario. Y
se sustituye por un ciudadano que a través del teléfono móvil te envía unas
imágenes. Me parece peligroso. Creo que es muy importante que el periodista se documente
al máximo. La verdad importa, y hay que buscarla. Es lo que más se parece a la realidad. Por
ejemplo, el departamento israelí que atiende a los periodistas y les concede la
autorización para moverse por los territorios ocupados es muy eficaz. Llegas y
desde el primer momento te ofrecen reportajes. Un hospital donde hay un
psiquiatra que atiende a víctimas de atentados palestinos, una visita a un
centro militar, a un Kibutz… Y así, sin parar. Puedes no moverte del hotel de
Jerusalén y esperar a que te llamen de la oficina de prensa israelí. Yo nunca
he ido a una de esas ofertas. Pero cuando he vuelto a España, me han
continuaban llegando mensajes al móvil ofreciéndome reportajes. Son muy
insistentes y eficaces, y más si saben que no eres proclive.
-Por último, ¿qué aporta la veteranía en el
oficio periodístico?
-Al periodista que llega de nuevas, la
administración israelí le da muchas felicidades para al día siguiente tener una
crónica “in situ”. Hay que estar un poco avisado ante ello. Cuando uno no
conoce nada, a veces sigue la corriente muchas veces sin tener siquiera mala
fe. Pero el periodista un poco especializado es un incordio, una “mosca
cojonera”. Cuando te llaman de la redacción, diciendo que hay un teletipo que
informa sobre una apertura de un nuevo frente de combate o que el Imán de
Jerusalén llama a la Yihad, yo que llevo un tiempo y tengo una cierta edad,
puedo decir que eso esa información es una tontería. Pero el periodista recién
llegado y que no conoce la zona, está a merced de las exigencias del jefe de
redacción –que sólo busca un titular- y las ofertas de los gabinetes de
comunicación israelíes.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=212344
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