Nuevas izquierdas, viejos prejuicios
11 de enero de 2018
“El viejo mundo se muere. El nuevo
tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”
Antonio Gramsci
Antonio Gramsci
Las crisis del siglo XXI son múltiples y no
están solo vinculadas a la cuestión político-económica. Una profunda crisis
discursiva y simbólica es el punto de partida para pensar por qué los
movimientos de izquierda –o las izquierdas– no han logrado reinventarse. Si
falta línea política, falta también creatividad y, sobre todo, crece el
prejuicio sobre la posibilidad de crear nuevas formas de hacer política. En el
afán de mantener los logros, se pierde de vista el nuevo que debería ser
resultado de las experiencias vividas en este espacio-tiempo.
Mientras avanza el movimiento de imposición
del orden dominante a través de sus formas represivas y normalizadoras, crece
en los movimientos de izquierda y en las que se definen como progresistas una
construcción de subjetividad muy similar al de imposición del orden. El rechazo
o el “no estar de acuerdo” con las distintas tácticas de intervención –más allá
de las diferencias en términos político-estratégicos– acaba por validar un
proceso de aislamiento de las formas disidentes, y, muchas veces, culmina en la
persecución de pares –en teoría aliados en lo reivindicatorio. Este fenómeno
termina, con ayuda de los medios de
comunicación, por crear lo que Mariana Galvani llama “miedo encausado” que, en
el caso específico de las protestas sociales, se traduce en el miedo que la
violencia por parte de las fuerzas represivas del Estado. Se construye la idea
de que estas serían causadas por las formas más radicalizadas de resistencia,
como se necesitasen de los “encapuchados tira-piedras” para reprimir los
reclamos legítimos del pueblo en un contexto de políticas de austeridad.
La capucha es política
Muchos son los movimientos de resistencia que,
a lo largo de la Historia, construyeron sus identidades a partir del
encubrimiento del rostro. Entre los más emblemáticos podemos citar el
Movimiento Zapatista con sus pasamontañas y la resistencia del Pueblo Palestino
a la ocupación israelí con sus Kufiyyas. La disputa de lo simbólico es
fundamental para actuar frente la ficción y a la construcción de la verdad
impuesta por los medios hegemónicos
de comunicación. No es solo una cuestión de preservación de la “identidad
ciudadana” con fines de seguridad, es también una respuesta a quienes miran a
la gente cómo números, no considerando sus existencias.
La capucha se transforma en todos los rostros.
Es verdad que esta forma de construcción es distinta de la gran mayoría de
organizaciones en resistencia, no obstante deslegitimar las distintas formas de
intervención sería dar lugar al sentido común en la interpretación simbólica.
Es hacer coro con la idea de que “si no debes nada, hay mostrar el rostro”, no
comprendiendo que el simple hecho de existir ya hace de algunos, endeudados y
criminales bajo el sistema que los intenta someter.
Son indígenas que defienden su filosofía,
nuestras tierras y sus ancestros; es el pueblo expulsado de sus tierras a
través del genocidio y que resiste al régimen de apartheid. Pero también es un
pueblo que resiste en contra la precarización, mercantilización de la vida y
criminalización de la pobreza bajo el sistema capitalista.
Lo bueno y lo malo; los pacíficos y los
violentos
En los tiempos de hoy, “tiempos de los
monstruos”, el desacato al autoritarismo, al orden y al conservadurismo se hace
urgente. La idea de que lo bueno es pacífico y que el malo es violento –aunque
habría que problematizar sobre el concepto de violencia en espacios de
resistencia– guarda una forma superior y dominadora, por lo tanto también de
poder y de juicio moral. Si hablamos de política subversiva y de su
construcción simbólica, la forma de percepción de los cuerpos y sus comportamientos
tienen mucho que decir sobre los objetivos a los cuales se pretenden alcanzar.
La estética de las protestas de 2001 en la Argentina, por ejemplo, es lo que se
guarda en la memoria colectiva como lo rupturista respecto el orden
establecido.
Llevando en cuenta el desprecio por los reclamos populares, la
democracia de baja intensidad, o tal vez una dictadura con la cara del siglo
XXI, ya que los procesos de golpe palaciegos por los cuales pasaron Paraguay,
Honduras y Brasil desvelan una institucionalización del autoritarismo, nosotras
desde Virginia Bolten preguntamos: ¿No serían tiempos de hacer un nuevo
movimiento sin prejuicios metodológicos de resistencias?
Referencias:
BAEZA, Amapola Cortés – EL GIRO ESTÉTICO DEL
PASAMONTAÑAS: Reflexión a partir del caso del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (1994–2014)
http://virginiabolten.com.ar/editorial/nuevas-izquierdas-viejos-prejuicios/ Nuevas izquierdas, viejos prejuicios
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