Un diagnóstico para la
economía mundial
y la inversa del
reformismo
12 de enero de 2018
Por Paula Bach
La izquierda diario
La reforma previsional y el proyecto de reforma laboral del gobierno Macri –tanto en lo que hace a sus logros inmediatos como en sus objetivos estratégicos- deben observarse a través del prisma de su dimensión internacional. Como resulta bastante transparente ambas se inscriben en un universo más amplio que incluye tanto el deseo mancomunado “global” de elevar la edad jubilatoria -contemplando la aún estancada ley brasileña- como la ley de reforma laboral de Temer o
De luces y retoños
La
recuperación de la economía mundial es el nuevo hit de la prensa y los
organismos internacionales. Pero para quién se sumerge en la lectura de los
últimos informes sobre economía mundial tanto de La tasa de crecimiento para las economías avanzadas se incrementa en dos décimas pasando del 2% proyectado al 2,2%. El valor sintetiza la compensación entre “pérdidas” y “ganancias”. Entre las primeras se encuentra la retracción del pronóstico de crecimiento norteamericano que aunque exhibe una mejoría significativa respecto a 2016, retorna al promedio débil del 2,2% del período y debido a la inexistencia del prometido “plan de obras públicas”, se aleja de las expectativas iniciales. Entre las segundas se combinan una leve mejoría japonesa y un mayor crecimiento europeo traccionado por la Eurozona que en 2017 habría alcanzado un ritmo de entre el 2,1 y el 2,4%. Un valor que, si bien se encuentra entre los más altos registrados en años pos crisis 2008/9, está sujeto a varias limitantes. Entre ellas: no dista mucho de marcas ya alcanzadas en 2015 y 2010 y no puede desvincularse del rebote que sigue a depresiones profundas como muestra por ejemplo el “milagro portugués” -un crecimiento de algo más del 2% luego de un retroceso profundo de la economía y una contracción salarial acumulada del 25%.
Pero a decir verdad uno de los factores más significativos que desde el año pasado tracciona suavemente a la economía mundial es –una vez más- China que, mencionada en frases secundarias por el FMI y la OCDE, muestra una muy leve, aunque inesperada aceleración. Asunto problemático por partida doble. Por un lado, si para los organismos internacionales no resultaba alentador que la única esperanza provenga de Donald Trump tampoco lo es que derive de Xi Jinping. Otra vez china -que luego de siglos vuelve a abrazar ideas confucianas- tira del carro y en este mismo acto se presenta a la vez como alivio y amenaza para el desordenado orden mundial. Es sabido que aquello de “guardián de la globalización” es una mezcla de retórica con necesidad para una China que estáincrementando sus intenciones nacionalistas. Pero, por otro lado, el empuje chino resulta en gran parte consecuencia de retomar la senda de los estímulos fiscales materializados en inversión pública. Mientras tanto los flujos totales de financiación continúan en valores muy elevados como porcentaje del PBI -a pesar de la adopción de medidas de desapalancamiento dirigidas en particular al sistema financiero en las sombras. Estos factores retratan las dificultades que enfrenta la intención de virar hacia un “cambio de modelo” -aún cuando el avance en inversiones chinas en el terreno internacional resulta significativo- y suman riesgos financieros a una economía mundial sujeta a la persistencia de un alto nivel de apalancamiento.
En el capítulo Resiliencia en tiempos de alta deuda, la OCDE señala que en términos globales los ratios de endeudamiento de los hogares y las empresas no financieras que se dispararon hacia fines de los años ’90 y alcanzaron un máximo alrededor de 2007/2008, permanecen en valores elevados –incluyendo el mercado de
En este contexto general, el frenesí derivado de la tasa de crecimiento del PBI mundial más alta desde el inicio de la recuperación en 2010 –equivalente al 3,6% y cuatro décimas por encima del valor de 2016- luce ciertamente lábil. En el análisis de la OCDE el repunte más vigoroso y sincronizado entre países luego de Lehman, sigue resultando moderado en comparación con recuperaciones anteriores y el crecimiento per cápita en la mayoría de ellos no alcanzará los niveles previos a
Lo último que se pierde
Las
inestabilidades financieras son una especie de marca de origen de los años de
auge neoliberal en general y del período pos Lehman en particular. Su potencial
catastrófico nunca debe desatenderse. No obstante -y reflexionando en términos
estratégicos- el dato más novedoso parece ser el hecho de que los organismos
internacionales están perdiendo la esperanza hacia el mediano/largo plazo. Aún
si ningún nuevo cataclismo –cuya probabilidad naturalmente aumenta en función
de la debilidad económica estructural y de susderivacionespolíticas- se
interpusiera, de acuerdo a la OCDE “el ritmo de crecimiento mundial se
mantendrá firme pero no por mucho tiempo”. Por estas pampas, estos augurios
podrían sintetizarse en una suerte de menemismo al revés: “estamos bien, pero
vamos mal”.Si bien los pronósticos no son –y mucho menos los de mediano o largo plazo- el fuerte de los organismos, vale la pena detenerse en ellos porque justamente hacen foco en el movimiento de las principales variables que importa observar. El FMI prevé que antes de haber retornado a los valores previos a la crisis el crecimiento de las economías avanzadas disminuya durante los próximos años convergiendo hacia un débil promedio de 1,7%. También la OCDE estima que hacia 2019 el ritmo de crecimiento disminuya en la mayoría de las grandes economías alcanzando también la economía mundial un pico en 2019 para luego comenzar a retroceder.
Resulta que este quebranto de la esperanza de los organismos internacionales nos devuelve al asunto original. Porque sucede que para apreciar el trasfondo de la dialéctica economía mundial/“reformas”/”fin del trabajo”, es preciso enfocarse en los mismos aspectos que desalientan a los organismos en el mediano y largo plazo. A saber: el ritmo de crecimiento del comercio mundial, de la inversión y de la productividad.
Este trípode –al que debe adjuntarse con un estatus superior el
estado de las relaciones interestatales- da cuenta del núcleo duro de la
dinámica de la economía capitalista entendida más allá de la inmediatez de
retoños y luces tenues. Centrémonos entonces en la dinámica de estas variables.
Comercio e inversión: dos vasos demasiado vacíos
El FMI
pronostica un crecimiento del 4,2% del comercio mundial para 2017. Si bien este
valor se encuentra claramente por encima del incremento efectivo del 2,4%
registrado en 2016 –el más bajo desde 2009- la cifra en sí misma dice poco del
movimiento real si se dejan de lado una serie de observaciones. En primer lugar
-y como elemento más inmediato- es muy probable que el ascenso se explique en
parte por la acción combinada de una recuperación leve de la economía mundial y
el pronunciado retroceso del comercio durante 2016. En segundo lugar y aunque
en términos absolutos muestra la marca de crecimiento más alta del comercio
desde la caída de Lehman volviendo a superar el incremento del PBI, aún no
alcanza a sobrepasarlo en un punto porcentual como lo hizo enpromedio entre
2008 y 2015. Y, en tercer lugar, continúa muy lejos del promedio de las décadas
previas a la crisis cuando el crecimiento del comercio duplicaba el incremento del PBI. Así lo confirma
la OCDE que al tiempo que exhibe la marca alcanzada, prevé una dinámica del
comercio que continuará siendo suave en comparación con los niveles anteriores
a la crisis.
Por otra parte, la dinámica del comercio mundial -indicador
fundamental de la potencia/impotencia de la “globalización” y por tanto del
estado de salud del “modelo neoliberal”- no puede desvincularse de las
crecientes tensiones interestatales derivadas. El ascenso de tendencias nacionalistas en un mundo
altamente “globalizado”, tiene múltiples manifestaciones como las paradojas
flagrantes al interior de la Organización Mundial del Comercio. En su última
reunión, mientras China pretendía el rol de “garante de la globalización” y el
representante de Trump aparentaba retirar al país del “libre comercio global”,
los representantes de Estados Unidos, la Unión Europea y
Japón se unían en un documento común atacando implícitamente a China con la
pretendida misión de “fortalecer el compromiso por un comercio mundial parejo”.
Las
“cuestiones de la política” y aquellas de la economía aparecen estrechamente
entrelazadas cuando se observa que la dinámica del comercio mundial se vincula
muy de cerca con el movimiento de la inversión -otra de las variables
fundamentales a observar- que constituye el componente del PBI que acapara la
mayor parte de las importaciones.Nuevamente el FMI acusa una tímida satisfacción proyectando un incremento de la inversión global. Sin embargo, la OCDE observa que si bien la inversión aumenta en la mayoría de las economías avanzadas, el repunte continúa siendo más débil que en el promedio de las recuperaciones previas. Según el organismo incluso si al conjunto de los países de la OCDE se les agrega China, Rusia, Brasil, Taipei, Hong kong, India, Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur, Sudáfrica, Tailandia y Vietnam e incluyendo los pronósticos favorables para 2018 y 2019, la intensidad de la inversión –relación entre el crecimiento de la inversión en capital fijo y el crecimiento del PBI- se mantiene por debajo del promedio global del largo período que se desarrolla entre 1987 y 2007. Considerando igual grupo de países, la OCDE destaca que el promedio de crecimiento de la inversión durante la recuperación de los años 2002/2007 -pos crisis 2001- se hallaba -inversamente a la situación actual- claramente por encima de aquella media.
En un sentido similar resulta significativo confrontar la evolución de la inversión privada fija neta no residencial como porcentaje del PBI para el caso particular de Estados Unidos durante igual lapso respecto de la evolución de los años pos Lehman. De la comparación surge que mientras que en el período 1987-2007 la variable mostró un incremento promedio anual del 3,08%, creció apenas 1,86% entre 2008 y 2016 (construcción propia en base a datos del Bureau of Economics Analisys). Abordamos en diversas oportunidades la cuestión de la debilidad de la inversión como uno de los núcleos duros que fundamentan el estancamiento de largo plazo tras la convulsión de 2008/2009.
También la OCDE considera la evolución de la inversión como una de las vulnerabilidades estructurales claves hacia el mediano plazo. El organismo prevé que en la economía mediana de la OCDE la inversión durante el bienio 2018/19 se sitúe cerca de un 15% por debajo del nivel necesario para garantizar que el stock de capital neto productivo aumente al mismo ritmo medio anual que durante el período 1990/2007. Repara también en dos factores particulares de tipo estructural que empeoran en asunto. Por un lado, los coeficientes de amortización se incrementaron desde aquellos años hasta la actualidad y en consecuencia son necesarias inversiones brutas mayores para obtener el mismo crecimiento neto del stock de capital. Por el otro las tasas de rentabilidad mínima requeridas para la inversión empresarial -en relación con los costos de capital invertido- se sitúan en niveles muy elevados.
Aunque el FMI y la OCDE quieran ver el vaso medio lleno, lo
encuentran demasiado vacío y no hallan más que un consuelo amargo en la
episódica recuperación parcial de los flujos de Inversión Extranjera Directa
(IED) con destino a las “economías de mercados emergentes” y en particular
hacia...China -país del que hablan con el desprecio que suele dispensar la
burguesía hacia los “nuevos ricos”. Como conclusión la OCDE prevé para 2019 un
crecimiento que sufrirá un descenso ligero en la mayoría de las principales
economías a medida que comiencen a aparecer restricciones de capacidad
asociadas en parte a un repunte de la inversión productiva inferior al
necesario para reforzar el crecimiento del producto potencial. De modo tal que
según la evaluación del organismo y en términos generales, los obstáculos
estructurales de largo plazo superan en dinámica las condiciones cíclicas más
favorables. Inevitablemente el tratamiento de la debilidad de la inversión
conduce al análisis de la productividad como otra de las variables claves.
Productividad y geopolítica
Llegamos de
algún modo al nudo de
Frente al discurso que agita la llegada de la “Tercera revolución
industrial” o “La segunda era de las máquinas”, resulta significativo reparar
en el estado de sorpresa escéptica expresado desde The Conference Board. De
acuerdo con el análisis de la entidad, la disminución generalizada de la
productividad desconcertó tanto a los economistas como a los líderes
empresariales. Un extrañamiento que –según idéntica fuente- se incrementó a la
luz de los acelerados cambios tecnológicos y la innovación particularmente en
las tecnologías de la información y de la comunicación en las últimas décadas.
Existe evidentemente una brecha
reveladora entre desarrollo tecnológico y
productividad explicada en gran parte por la debilidad de la inversión y la
consecuente escasez de dinámica de la economía mundial. The Conference Board
concluye que una multiplicidad de factores como la crisis económica y
financiera de 2008/9 y la flexibilización monetaria que condujo a rendimientos
relativamente bajos en la economía real –incentivan do
el destino de dinero hacia instrumentos financieros y propiedades
inmobiliarias- juega un papel destacado en la desaceleración de la productividad. Vaya
paradoja: la flexibilización monetaria como instrumento clave que permitió
evitar una dinámica catastrófica tras Lehman, agudiza la “competencia” entre
finanzas y producción a tal punto que deviene fuente esencial de la debilidad
estratégica de la economía capitalista en su conjunto.
Permítasenos aquí lo que podría parecer una digresión hacia la
“cuestión china” donde la productividad oficia –quizá de manera más prístina
que otros escenarios- de conector entre economía, cuestiones militares y
relaciones interestatales. Si la productividad crecía en China a un elevado
9,5% promedio anual entre 2007 y 2012, se desaceleró luego a alrededor del 7%
entre 2013/14 hasta alcanzar el 4% en la actualidad. A pesar
de la declinación, el crecimiento continúa siendo acelerado y en la apreciación
de The Conference Board, resulta sólido y podría estar mejorando ligeramente.
No obstante, la producción por persona empleada todavía equivalía a alrededor
del 19% de la de
Estados Unidos en 2015. Una distancia muy grande cuando el
aumento de la productividad en China representa una cuestión cada vez más
apremiante. Se trata de una economía muy intensiva en trabajo que –aunque
paulatinamente- está perdiendo las ventajas de salarios baratos y de un mercado
laboral abundante en el contexto de una dinámica global estancada.
Tanto en las contradicciones del discurso de la “tercera revolución industrial” como en la dimensión geopolítica, la cuestión de la productividad emerge como síntoma fundamental de la imposibilidad de la economía capitalista de operar cambios significativos bajo las condiciones “normales” de las últimas cuatro décadas.
A modo de conclusión
Hasta los
“tecno optimistas” más recalcitrantes aceptan que la economía mundial resulta
víctima de una disminución en el crecimiento de la productividad, aunque
prefieren achacarla “simplemente” a “Los actuales adelantos técnicos resultan sorprendentes, pero no son capaces de impulsar por sí mismos grandes mutaciones en la economía sin pasar por el “filtro” de una inversión de capital suficiente como para transformarlos en productividad del trabajo o nueva fuerza productiva. La combinación de inversión débil, productividad por debajo de los pro
Este es el contexto concreto e inmediato en el que hay que interpretar la miríada de ataques a trabajadores pasivos y activos -más allá de las condiciones de regresividad en las que el capitalismo podría absorber una eventual revolución tecnológica. La debilidad endémica actual del capital se traduce en una política de siembra sistemática del terror que busca abrir paso a una nueva avanzada sobre amplios sectores de trabajadores. En este contexto la contradicción entre discurso y acto resulta elocuente. A la inversa del relato de gran parte del Mainstream económico y tecnológico, las reformas previsionales y laborales en boga pretenden casualmente más trabajo (aumento de la edad de retiro o de la jornada laboral) y no menos, en condiciones de flexibilización creciente. Una suerte de contraofensiva del neoliberalismo senil carente de las grandes conquistas de su versión original.
En todo caso y volviendo a la relación entre tecnología y
geopolítica, el estancamiento actual de la “empresa neoliberal” hace pensar que
las condiciones para nuevas transformaciones económicas y revoluciones
tecnológicas a gran escala no pueden desvincularse de las crecientes tensiones
interestatales donde el elemento militar adopta una presencia creciente. Como
desarrolla con lujo de detalles David Gordon en The rise and fall of American
Growth, el elemento militar (la Segunda guerra mundial) cumplió un rol
determinante en la transformación de los adelantos tecnológicos en potencia económica.
Sin simplismos ni analogías forzadas, el lugar de la guerra como “el milagro
económico que rescató a la economía americana del estancamiento secular de los
años ’30” (Gordon, R., The rise and fall of American Growth) no puede resultar
indiferente en el escenario actual. Se trata de un sitio que debe revisitarse y
reinterpretarse a la luz de la dinámica de una realidad singularmente compleja
en la que conviven estancamiento económico, avance tecnológico y la novedad
contradictoria del ascenso de tendencias
nacionalistas en un mundo profundamente “globalizado”.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=236491
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