El cambio climático
como síntoma
"Resignificar"
el progreso
3 de enero de 2018
Por Javier Echeverría
Zabalza (Rebelión)
Cambio climático y progreso son dos
expresiones que están a la orden del día, y con frecuencia no se conjugan bien.
Cada vez son menos quienes niegan el cambio climático, aunque algunos de ellos
tienen mucho poder. Las consecuencias de su presencia y las amenazas que nos
plantea cada vez son más evidentes. En cambio, el concepto de progreso, tal
como lo define la ideología dominante, es menos discutido e incluso ampliamente
deseado. Sin embargo, también comienza a problematizarse debido a las
consecuencias que entraña para la sostenibilidad.
Aunque la definición de “progreso” es “avance,
adelanto, perfeccionamiento”, desde hace mucho tiempo, el progreso ha quedado
circunscrito al plano económico. Se ha asimilado al crecimiento económico,
innovaciones técnicas incluidas. Se supone que, si hay crecimiento económico, se
producirá progreso social. Pero la realidad de las últimas décadas nos ha
demostrado que puede haber crecimiento económico e innovaciones sin que ello
suponga mejorar las condiciones de vida de amplios sectores sociales y, mucho
menos aún, la sostenibilidad del planeta. De ahí que hace ya tiempo que se ha
empezado a medir el bienestar de la sociedad observando los resultados sociales
y medioambientales directamente, de forma separada de los factores económicos.
El Índice de Progreso Social es uno de los ejemplos.
Nos encontramos en plena globalización
neoliberal. Las grandes corporaciones están imponiendo la financiarización de
la economía, desregulaciones de todo tipo, la reducción del gasto social,
privatizaciones, deslocalización de empresas y normativas laborales que
favorecen sus intereses, unos tratados comerciales totalmente a su medida, una
competencia a la baja en todo tipo de ámbitos: fiscal, laboral, social,
ambiental…, una desigualdad realmente obscena, etcétera. Pero, a la vez, están
llevando al planeta, con su irracional sistema de
producción-distribución-consumo, a una situación límite que hace temer la
transgresión de umbrales de no retorno. El cambio climático es uno de los
graves síntomas que tenemos -hay muchos más-, pero para solucionarlo deberemos
abordar sus causas.
Sin embargo, sería un grave error considerar
que todos estos problemas se han generado sólo en las últimas décadas y que
deberíamos volver a épocas pasadas. La situación y la dinámica que vivimos
forman parte de un sistema socio-económico que, sobre la base de la propiedad
privada, persigue un crecimiento exponencial y, por medio de la explotación de
las personas y de todo tipo de recursos naturales, obtener el máximo beneficio
en el menor tiempo posible. Un sistema que plantea una contradicción
irresoluble: conseguir objetivos infinitos (crecimiento, consumo, acumulación…)
sobre la base de la explotación de unos recursos finitos.
En lo que se refiere a las fuentes de energía
e innovaciones fundamentales sobre las que se ha basado el “progreso” del
capitalismo, hay que recordar que la primera revolución industrial (siglo
XVIII) se llevó a cabo con la creación de la máquina de vapor, teniendo como
combustible el carbón. Su introducción en las industrias, barcos y
ferrocarriles supuso un aumento espectacular de la capacidad de producción y
transporte. Y en la segunda mitad del XIX tuvo lugar la segunda revolución
industrial con la invención del motor de combustión interna y de la energía
eléctrica, que, con el petróleo como energía estrella, favorecieron un progreso
tecnológico y económico sin precedentes. Carbón y petróleo en la base.
Pero no sólo la derecha capitalista es
responsable de la situación en la que nos encontramos. Los países del
socialismo real del siglo pasado, el keynesianismo e incluso los países
latinoamericanos que han abordado recientemente transformaciones sociales de
calado, también han compartido la filosofía extractivista y expansiva. Sin
negar los grandes logros del capitalismo y de los regímenes o sistemas citados
en cuanto a creación de riqueza, avances científico-técnicos o derechos civiles
y sociales, de lo que se trata en este momento es de analizar las dinámicas
socioeconómicas experimentadas hasta ahora y de tomar medidas eficaces y
urgentes para reconducirlas.
La urgencia para introducir transformaciones
que nos lleven a tiempo hacia un modelo socio-económico compatible con los
límites del planeta es enorme. Según la Agencia Internacional
de Energía, las emisiones de CO2 aumentarán el 130% de aquí a 2050 con las
pautas actuales. Pensar ingenuamente que los avances técnicos solucionarán el
problema sin cambiar las dinámicas socioeconómicas es como si en la isla de
Pascua hubiesen esperado evitar su colapso en el siglo XVII con la introducción
de potentes motosierras para talar árboles; o como si en la isla de Nauru
hubieran pretendido en el siglo pasado obviar el colapso con la invención de
sofisticadas maquinarias para extraer más eficientemente el fosfato de toda la isla. Cuando se
afirma que los avances científico-técnicos nos salvarán, ¿de qué estamos
hablando?, ¿de que podremos imprimir una dinámica más vertiginosa, aumentar más
y más el crecimiento, el consumo, el transporte, la velocidad… y a la vez
lograr la sostenibilidad de un planeta cada vez más poblado y con recursos
finitos cada vez más escasos, jugando a la ruleta rusa con la posibilidad de
traspasar sus límites de no retorno? ¿Es que nadie conoce los principios de
precaución y de responsabilidad? Porque ahora no estamos hablando de islas pequeñas,
sino del planeta en su conjunto. Nuestro dilema es si tratamos de afrontar el
colapso de una manera ordenada, humana y sostenible -eso requiere decisión,
coherencia y urgencia- o, por el contrario, dejamos que el colapso tenga lugar
de forma caótica: de alguna manera, ya lo hemos empezado. Desde luego, las
consecuencias de esta última opción no las vamos a sufrir todas por igual; y lo
que parece seguro es que, si seguimos así, algo parecido a un infierno estará
cada vez más cerca para la inmensa mayoría.
Por eso, además de abordar la lucha contra el
cambio climático de manera coherente y rápida, deberíamos resignificar términos
como “progreso” o “desarrollo”, dándoles un contenido centrado en el bienestar
de las personas y en la sostenibilidad de la vida, y poniendo a la economía
como medio y no como fin. Un contenido que implica comenzar a hacer unas
urgentes y complicadas transiciones que deberían tener como ejes fundamentales
la transición y soberanía energética, la soberanía alimentaria, la soberanía de
proximidad -comunidades relativamente pequeñas con autonomía de vida y
capacidad de decisión, coordinadas entre ellas-, una mayor equidad y justicia
social, una profundización democrática -también económica y energética-, una
I+D+i enfocada a solucionar los importantes problemas de estas transiciones, la
economía circular, un trabajo de educación y concienciación para cambiar
valores y formas de vida... El desarrollo de estos ejes queda pendiente para
otro momento.
Javier Echeverría Zabalza, miembro del
Consejo Ciudadano de Navarra de Podemos-Ahal Dugu
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=236111
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