Brexit, otro lío
europeo
5 de julio de 2016
Por Albert Recio Andreu (Mientras tanto)
I
Ocurrió lo
impensable. Ni la euforia de las bolsas en los días anteriores al referéndum
(seguramente teledirigida por la City y el Banco de Inglaterra) pudo evitar que
al final Reino Unido votase salir de la UE. Es esta una historia muy británica y muy
europea. Reino Unido hace muchos años que es una sociedad quebrada. Con un
centro financiero híper-desarrollado, que genera grandes rentas y permite
mantener a una enorme masa de clases medias con buen nivel de vida. Y con una
gran parte del país que ha vivido el deterioro inacabable de una vieja
estructura industrial y que se siente despreciado, en términos de clase, por
las élites dominantes. Una quiebra que tiene mucho que ver con el declive de un
antiguo imperio, con la creciente parálisis del capitalismo industrial
británico y, especialmente, con el triunfo del neoliberalismo y sus treinta
años largos de hegemonía (la tercera vía fue apenas un ligero retoque de la
herencia thatcheriana).
Hacía tiempo que esta tensión avisaba con traducirse en una ruptura
institucional. El referéndum escocés fue el primer aviso.
Lo curioso
del caso es que en esta ocasión no puede hablarse de una clara ruptura con el
orden imperante. De hecho, una parte de las élites dominantes siempre ha visto
con recelos el modelo europeo. Temerosos de la hegemonía franco-alemana y
celosos por mantener privilegios especiales, como el que representa la City
como gran centro de la especulación financiera internacional. O la reluctancia
en aplicar las laxas normas laborales europeas porque para las élites
británicas resultan, aún, demasiado intervencionistas. Por esto Reino Unido
siempre ha mantenido un estatus particular en la UE, mantiene su propia moneda
y ha jugado siempre un papel fundamental a la hora de aguar los proyectos más
progresistas emanados del Parlamento Europeo.
El Brexit es al mismo tiempo una ruptura y una
continuidad. Han votado salir de la UE muchas de las gentes que llevan años de
padecimientos, de marginación, de desprecio. Pero el Brexit lo han promovido sectores de las
élites dominantes. Y en todo el proceso ha jugado un papel central el tema de
la inmigración, la explotación de la xenofobia como un mecanismo de control
social. Una xenofobia que no sólo se traduce en represión contra la gente que
viene, sino también en reluctancia a contribuir a una modesta redistribución de
la renta dentro de la UE. En
este sentido, el Brexit es
muy europeo, porque también en otros muchos países los desastres de las
políticas neoliberales están generando un descontento que sectores de las
élites consiguen desviar hacia la xenofobia, el nacionalismo conservador y la
oposición a cualquier medida de redistribución interterritorial. Y por ello el Brexit, que tiene raíces en la historia
británica, amenaza con convertirse en un detonador de movimientos parecidos en
otros países y representa un refuerzo a la emergencia de la derecha
reaccionaria que ya es visible en muchos países europeos.
Tienen razón
los que plantean que la política comunitaria es en parte responsable del
desastre. Pero es sólo parte de la verdad. Reino Unido
no está integrado en la Zona
Euro, no ha sido objeto de planes de salvación. Como
explicamos en un libro colectivo (S.Lehndorf (coord.) El triunfo de las ideas fracasadas, FUHEM-Catarata), Reino Unido
aplicó políticas de austeridad sin verse forzada externamente, básicamente por
el interés del Partido Conservador (sus políticas han orientado muchas de las
reformas del Partido Popular). Y que la respuesta a estas políticas se haga más
en clave ultranacionalista que en clave de exigencia de reformas no puede
explicarse mecánicamente por las políticas neoliberales que emanan de Bruselas,
sino que responde a elementos que están muy enraizados en la propia historia
europea. Quizá el fenómeno de la xenofobia sea común a muchos pueblos, pero la
historia europea fue una historia de imperialismo que utilizó el sentido de
superioridad frente a “los salvajes”. Y esto, que nunca ha desaparecido,
explica además el racismo, más o menos solapado, visible en la mayor parte de
sociedades europeas cosmopolitas.
La globalización ha reforzado estas pulsiones porque, por una
parte, ha desmantelado gran parte de los mecanismos de protección que en algún
momento alcanzaron las clases obreras de los países centrales y, de otra, ha
mostrado la insostenibilidad de estas protecciones en un mundo donde predominan
desigualdades gigantescas. En un mundo tan desigual y con tantas facilidades
técnicas para mover mercancías, capitales y personas, la globalización favorece
flujos descontrolados, y los que los padecen tratan de protegerse apelando a
aquellos mecanismos que en otros tiempos han funcionado o que simplemente han
creído que funcionan. Apelar al control de la inmigración para evitar el
deterioro de las condiciones de trabajo o de los servicios públicos es una
respuesta más simplista que orientar un cambio en la política económica para el
que mucha gente se siente impotente. La ausencia de una política que plantee
una opción cooperativa, no competitiva, inclusiva al desarrollo mundial y la
persistencia de la izquierda a una visión meramente nacionalista de la política
han ayudado a generar un clima en el que la ruptura con unas políticas indeseables
se hace por “el lado malo de la historia”. Pues sean cuales sean las
consecuencias económicas del Brexit,
lo que parece claro es que a corto plazo las políticas migratorias xenófobas,
la restricción de derechos y las concesiones reaccionarias para evitar que la
UE se siga desangrando van a estar al orden del día.
II
Es más
difícil de prever cuál va a ser el impacto que el Brexit va a tener para la economía mundial.
Es innegable que el proyecto europeo queda “tocado”, y si el referéndum inglés
se repite en otros lugares el peligro de colapso es real. Y no cabe duda de que
la quiebra de la Unión
Europea podría afectar a la actividad económica en la medida
en que el denso marco institucional que regula la actividad económica
continental quedará bloqueado. Es una posibilidad, pero posiblemente sea
sorteable con apaños y concesiones que afectarán más a los derechos sociales,
en sentido amplio, que a las regulaciones mercantiles. Si las regulaciones
económicas se mantienen, el Brexit podría tener un efecto limitado. Al
fin y al cabo, el comercio y las finanzas internacionales están tan
liberalizadas que podrían permitir a Reino Unido mantener una relación fluida
con la Unión Europea
(como la mantienen
Suiza o Noruega). Depende de cómo se negocie la salida y de
cuáles sean las exigencias de los bandos. Si Reino Unido acepta mantener un
estatus de asociado al estilo de los países citados, el cambio puede no ser
traumático. Si, en cambio, exige niveles de autonomía más radicales, las cosas
se pueden complicar, porque de la parte comunitaria pueden plantearse
exigencias o incluirse demandas que afecten a intereses británicos
sustanciales, como el sistema financiero. No es por tanto una cuestión
discernible fácilmente.
A corto
plazo, sin duda, la opción de la salida puede influir en la mayor volatilidad
de los mercados financieros, cuyo errático comportamiento es habitual. Y cuyo
nerviosismo puede realimentar los problemas del sector bancario. Y puede tener
también impacto en las transacciones económicas provocadas por la depreciación
de la libra. Reino
Unido no es actualmente un gran productor (de hecho, es un
país que mantiene un sostenido déficit comercial), y la depreciación de la
libra difícilmente lo convertirá en un agresivo competidor. Más bien, el
impacto puede venir por el lado de la demanda. El encarecimiento de las importaciones,
difíciles de sustituir en el mercado interno, pueden provocar una caída de las
importaciones de bienes y servicios que agravarían la deprimida situación de la
economía europea. En clave española, esto se traduce fundamentalmente en dos
cuestiones: en qué medida los vaivenes financieros afectarán a los grupos
bancarios españoles implantados en Reino Unido (y que de tener problemas serían
considerados bancos españoles), y cómo influirá en el turismo británico y en
otros sectores de exportación (como el agroalimentario o el de la venta de
inmuebles a ciudadanos británicos). En una situación europea y española tan
aguantada con pinzas, el Brexit es, en este sentido, otra amenaza
desestabilizadora, aunque los modelos a largo plazo prevean que el impacto
final sea pequeño. Pero ya sabemos que los modelos teóricos a largo plazo
ignoran los sufrimientos cotidianos que generan las transiciones caóticas a
corto plazo.
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