¿Comida o basura?
La máquina de generar
enfermedad
21 de julio de 2016
21 de julio de 2016
Por Silvia Ribeiro (La Jornada)
El sistema alimentario industrial, desde las semillas a los
supermercados, es una máquina de enfermar a la gente y al planeta. Está
vinculado a las principales enfermedades de la gente y de los animales de cría,
es el mayor factor singular de cambio climático y uno de los principales
causantes de factores de colapso ambiental global, como la contaminación
química y la erosión de suelos, agua y biodiversidad, la disrupción de los
ciclos del nitrógeno y del fósforo, vitales para la sobrevivencia de todos los
seres vivos.
Según la
Organización Mundial de la Salud,
el 68 por ciento de las causas de muerte en el mundo se deben a
enfermedades no trasmisibles. Las principales enfermedades de este tipo, como
cardiovasculares, hipertensión, diabetes, obesidad y
cáncer de aparato digestivo y órganos asociados, están relacionadas con el
consumo de comida industrial. La producción agrícola industrial y el uso de
agrotóxicos que implica (herbicidas, plaguicidas y otros biocidas) es además
causa de las enfermedades más frecuentes de trabajadores rurales, sus familias
y habitantes de poblaciones cercanas a zonas de siembra industrial, entre ellas
insuficiencia renal crónica, intoxicación y envenenamiento por químicos y
residuos químicos en el agua, enfermedades de la piel, respiratorias y varios
tipos de cáncer.
Según un informe del Panel Internacional de
Expertos sobre Sistemas Alimentarios Sustentables (IPES Food) de 2016, de los
7.000 millones de habitantes del mundo, 795 millones sufren hambre, 1.900 millones
son obesos y 2.000 millones sufren deficiencias nutricionales (falta de
vitaminas, minerales y otros nutrientes). Aunque el informe aclara que en
algunos casos las cifras se superponen, de todos modos significa que alrededor
de 60 por ciento del planeta tiene hambre o está mal alimentado.
Una cifra absurda e inaceptable, que remite a
la injusticia global, más aún por el hecho de que la obesidad, que antiguamente
era símbolo de riqueza, es ahora una epidemia entre los pobres. Estamos
invadidos de comida que ha perdido importantes porcentajes de contenido
alimentario por refinación y procesamiento, de vegetales que debido a la
siembra industrial han disminuido su contenido nutricional por el efecto
dilución que implica que a mayor volumen de cosecha en la misma superficie se
diluyen los nutrientes (aquí); de alimentos con cada vez más residuos de
agrotóxicos y que contienen muchos otros químicos, como conservadores,
saborizantes, texturizantes, colorantes y otros aditivos. Sustancias que al
igual que pasó con las llamadas grasas trans que hace algunas décadas se
presentaban como saludables y ahora se saben son altamente dañinas, se va
develando poco a poco que tienen impactos negativos en la salud.
Al contrario del mito generado por la industria y sus aliados –que
mucha gente cree por falta de información– no tenemos porqué tolerar esta
situación: el sistema industrial no es necesario para alimentarnos, ni ahora ni
en el futuro. Actualmente sólo llega al equivalente del 30 por ciento de la
población mundial, aunque usa más del 70 por ciento de la tierra, agua y
combustibles que se usan en agricultura (Ver Grupo ETC aquí).
El mito se sustenta en los grandes volúmenes
de producción por hectárea de los granos producidos industrialmente. Pero
aunque resulten grandes cantidades, la cadena industrial de alimentos desperdicia del 33 al 40 por ciento de
lo que produce. Según la FAO, se desperdician 223 kilogramos de
comida por persona al año, equivalentes a 1.400 millones de hectáreas de
tierra, el 28 por ciento de la tierra agrícola del planeta. Al desperdicio en
el campo se suma el de procesamiento, empaques, transportes, venta en
supermercados y, finalmente, la comida que se tira en hogares, sobre todo los
urbanos y del norte global.
Este proceso de industrialización,
uniformización y quimicalización de la agricultura tiene pocas décadas. Su
principal impulso fue la llamada Revolución Verde –el uso de semillas
híbridas, fertilizantes sintéticos, agrotóxicos y maquinaria– que promovió
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