Argentina:
Cuando luchar por la semilla es luchar contra el capitalismo
23 de julio de 2016
23 de julio de 2016
La reforma de la Ley de Semillas que promueve
el gobierno de Macri busca reconfigurar los mecanismos de producción y
propiedad de las semillas. Una discusión a espaldas de los reales afectados.
Por Carla
Poth / Espacio
de Lucha Territorial Río Bravo
Hace unas semanas el
Ministro de Agroindustria Ricardo Buryaile comunicó que en breve se haría
público el anteproyecto elaborado desde esta cartera para la modificación de la
Ley de Semillas y Creaciones Fitogenéticas, vigente desde 1973.
Este es uno de los
muchos intentos de modificación que, desde 2012, buscan reconfigurar los
mecanismos de producción, comercialización y propiedad de las semillas en
nuestro país. Una vez más, y como en todos los intentos anteriores, la
discusión de este proyecto ha sido generada a espaldas de quienes seremos
directamente afectados.
Se podría pensar que
la reforma de esta ley de semillas es un cambio más entre las múltiples leyes y
programas lanzados para el agro, primero por el kirchnerismo y ahora por las
políticas macristas. Sin embargo, observaremos que en este debate hay cosas más
grandes en juego. Porque la semilla es uno de los bastiones de un modelo de
agronegocio que ha reconfigurado las formas de acumulación del capital en el
agro en los últimos 40 años, desplegando nuevas estrategias de explotación y
dominación hacia las clases trabajadoras.
¿De qué hablamos cuando
hablamos de agronegocio?
El agronegocio es un
modelo de producción a escala global que supone la implementación de renovados
mecanismos de apropiación de la naturaleza, las semillas y las vidas humanas.
Con una estructura
concentrada en pocas empresas que realizan la siembra, recolección,
almacenamiento y comercialización, el modelo del agronegocio se constituye en
una cadena agroalimentaria que se encuentra controlada por grandes empresas
transnacionales productoras de los insumos centrales del modelo agrario: las
semillas genéticamente modificadas asociadas a los agroquímicos.
Hoy Monsanto, Dupont,
Bayer, Syngenta, Basf y Dow Agrosciences controlan el 60 % del mercado global
de semillas y el 76 % del mercado mundial de agroquímicos, definiendo las
dinámicas de producción de las regiones agrarias en todo el globo.
En Argentina este
modelo se consolidó en 1996 cuando, luego de la generación de una serie de
regulaciones para la liberación de semillas transgénicas, Felipe Solá aprobó la soja Roundup Ready ,
resistente al herbicida glifosato de la empresa Monsanto
que se esparció entre los productores.
A partir de allí, en
un abrir y cerrar de ojos, este cultivo pasó de sólo 4 millones de hectáreas
sembradas, a cerca de 9 millones en la campaña 1997/98, superando las 20
millones de hectáreas en 2015, transformando a la Argentina en el tercer
productor mundial de transgénicos, luego de Estados Unidos y Brasil, con más de
30 nuevas semillas genéticamente modificadas para el uso agrario (de soja,
algodón, maíz y papa). Todas ellas tolerantes a agroquímicos.
El resultado de esta
expansión ha sido la eliminación de más de dos millones de hectáreas de bosques
nativos, la sustitución de cultivos centrales para nuestra alimentación como el
girasol, y el desplazamiento de la ganadería, y el consecuente encarecimiento
de los alimentos. Ha consolidado un proceso migratorio de los pequeños
productores agrarios expulsados de sus tierras hacia los cordones más pobres de
las grandes urbes y ha eliminado sistemáticamente el empleo rural (requiere de
dos trabajadores por cada 500 has de producción) contribuyendo a su
precarización.
Finalmente ha
construido un genocidio silencioso que afecta a un tercio de la población
argentina (13 millones de habitantes de áreas rurales) con enfermedades como
alergias, cáncer, abortos espontáneos y deformaciones.
El agronegocio como
política de Estado
Este modelo se ha
expandido, consolidado y profundizado a través de una serie de políticas de
Estado que, desde la década del 90, muestran la connivencia sistemática de los
diversos gobiernos con el agronegocio.
Ayer fueron Néstor
Kirchner y Cristina Fernandez los presidentes que, con el Programa Estratégico
Agroalimentario 2010-2020 buscaban
incrementar las hectáreas y toneladas producidas. Fueron quienes perpetraron la
represión constante a las comunidades indígenas Qom que reclamaban sus
territorios expropiados para la producción sojera.
Ellos promovieron la
constitución de un sistema científico (con Lino Barañao como Ministro de
Ciencia y Tecnología) que promovió la producción de semillas transgénicas según
las necesidades de las grandes empresas biotecnológicas, consolidó la
privatización del conocimiento a través de convenios y patentes y persiguió a
los investigadores que denunciaron las enfermedades provocadas por este modelo.
Fueron la cabeza de un gobierno que permitió los sicarios que asesinaron a
Cristian Ferreyra, luchador campesino.
Hoy Mauricio Macri es
el presidente que ha incentivado la expansión del modelo a través de la
reducción de las retenciones agrarias que han garantizado la multiplicación de
las ganancias concentradas. Es el presidente que apuesta, a través de la
ratificación del ministro kirchnerista, a la continuidad de una ciencia que
siga callando una verdad a voces: la ganancia se las llevan unos pocos, la
enfermedad, el hambre y la muerte nos las quedamos nosotros. Es el presidente
que se ufana de insertarnos al mundo, obligando a profundizar los mecanismos de
expropiación de nuestros recursos, consolidando más derechos de propiedad
intelectual. Es el presidente que busca acabar la tarea iniciada hace cuatro
años: reformar definitivamente la ley de semillas al dedillo de las grandes
corporaciones.
Por qué es una necesidad
decirle NO a la nueva ley de semillas
Si el proyecto
presentado por el Ministerio de Agricultura se aprobara, este modelo de
producción encontraría las bases para continuar expandiéndose. Y con ello, la
posibilidad de generar alimentos de una manera económica, política y
ecológicamente sustentable habría desaparecido.
Esta ley erosionaría
el derecho de los productores de guardar sus propias semillas, volviendo
ilegales prácticas campesinas milenarias, ejerciendo el poder de policía sobre
la diversidad alimentaria. Así, esta red que ha sido la fuente de más del 70%
de la comida que consume la humanidad, el sustento básico de las clases
trabajadoras y los más pobres de este mundo, sería desarticulada.
Y con esto, nuestra
soberanía alimentaria, entendida como el derecho a una alimentación sana,
equilibrada, suficiente y culturalmente apropiada, sería una reivindicación sin
futuro. La posibilidad de pensar en un mundo de igualdad y sin cadenas, se
vería en el tacho. Porque mientras las clases explotadoras tienen dinero para
comprarse alimentos sumamente costosos sin agrotóxicos; nosotros, que a duras
penas llegamos a fin de mes, tenemos que comer los alimentos fumigados con más
de 300 millones de litros de agrotóxicos al año. Mientras ellos pueden elegir
vivir sanamente, las clases trabajadoras enfermaremos y moriremos con glifosato
en sangre (entre otros agrotóxicos como glufosinato, 2-4D, etc) y seguiremos
comiendo esos millones de litros de venenos, que encontramos en las
verdulerías, en los kioscos, en los comedores de escuelas.
La lucha contra la
privatización de las semillas es mucho más que la lucha contra el agronegocio.
Es mucho más que la lucha por un ambiente sano, o por el resguardo de la semilla. Es la lucha
contra un sistema capitalista que busca oprimirnos, controlarnos y dominarnos,
imponiéndonos formas de enfermar, y de morir, haciéndonos descartables. Es la
lucha por nuestra propia vida, la de nuestros compañeros y nuestros hijos.
Por esto, decirle no a
la reforma de la ley de semillas requiere del trabajo y el esfuerzo mancomunado
de todas nuestras fuerzas políticas. Las luchas de las Madres del Barrio de
Ituzaingó Anexo, de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, de la Asamblea Malvinas
lucha por la vida, las organizaciones campesinas y los cientos de asambleas y
organizaciones, en nuestro país y en todo el continente, nos vienen marcando el
camino para avanzar en la construcción de formas productivas y políticas
emancipatorias. Las experiencias de Colombia, Chile y Perú, que ya rechazaron
las reformas a sus leyes de semillas, nos muestran que la unidad de la fuerza
lleva a buenos puertos.
Es nuestro desafío y
responsabilidad trabajar en las escuelas, en las universidades, en los barrios,
en las fábricas, en las calles en pos de comprender que alimentarse debe ser un
sinónimo de alimentarse sanamente, que decidir qué comer es también un acto
político en el que se ponen en juego formas de explotación... o formas de
emancipación. La lucha de clases debe contener, problematizar y enriquecer
estas cuestiones que se vuelven centrales para la subsistencia de las clases
trabajadoras. Porque de este principio depende, incluso, nuestra propia
capacidad de seguir luchando por un mundo sin cadenas.
* El Espacio de Lucha
Territorial Río Bravo forma parte de la Multisectorial contra la Ley Monsanto de
Semillas (noalanuevaleymonsantodesemillas@gmail.com)
Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Argentina_Cuando_luchar_por_la_semilla_es_luchar_contra_el_capitalismo
No hay comentarios:
Publicar un comentario