Una izquierda latinoamericana sin
ecología
caerá de nuevo en la crisis de los progresismos
26 de julio de 2016
Por Eduardo Gudynas (Rebelión)
Comencemos planteando con claridad algunas
cuestiones recientes en las relaciones entre izquierda y ambiente en América
Latina: los progresismos gobernantes actuales son regímenes políticos distintos
a las izquierdas que les dieron origen, y en esa diferenciación, la incapacidad
para abordar la temática ambiental jugó unos papeles clave. Por lo tanto,
cualquier renovación de la izquierda sólo es posible si se incorpora la mirada
ecológica. En caso contrario, la izquierda volverá a caer en meros
progresismos.
Las izquierdas latinoamericanas, por lo menos desde la década de
1970, tuvieron unas enormes dificultades en aceptar y abordar la problemática
ambiental. Unos veían esos temas como excentricidades burguesas importadas del
norte; otros consideraban que entorpecerían planes de industrialización; y
finalmente, estaban los que entendían que en la militancia, por ejemplo, en las
fábricas, era inviable atender cuestiones ecológicas.
Pero también existían algunos grupos o militantes que abordaban
esas cuestiones, por muy diversos motivos. Unos respondían a demandas
ciudadanas, por ejemplo las que partían de organizaciones campesinas que
denunciaban tanto injusticias económicas como la contaminación de sus tierras y
aguas. Otros entendían que una crítica radical al capitalismo era incompleta
sino se consideraba el papel subordinado de América Latina como proveedora de
materias primas (o sea recursos naturales). Se pueden sumar otras cuestiones,
pero más allá de todo eso, debe reconocer que todos ellos desempeñaban papeles
secundarios en el seno de la mayor parte de las organizaciones políticas de la
izquierda.
Las cosas no eran mejor a nivel internacional,
ya que sea en agrupamientos partidarios como en la reflexión teórica, la
cuestión ambiental era minimizada o marginada. Esfuerzos intensos en poner
sobre el tapete, por ejemplo a un Marx en clave ecológica (como es la propuesta
de John Bellamy Foster) o la insistencia en una ecosocialismo (apuntada por
Michael Lowy), tuvieron impactos acotados.
Un cambio sustancial ocurrió a fines de los años
noventa y principios de la década del 2000. Buena parte de ambientalismo
políticamente militante colaboró, apoyó o participó directamente en
conglomerados de unas izquierdas más amplias y plurales que luchaban contra
gobiernos conservadores y posturas neoliberales. En varios países esos grupos
las elecciones. Hubo un aporte ambientalista en las victorias de Alianza Pais
en Ecuador, el PT y sus aliados en Brasil, el MAS en Bolivia, y el Frente
Amplio en Uruguay; en menor medida también participaron en Venezuela.
En los planes de aquellas izquierdas se
incorporaban temas ambientales, en varios casos con mucha sofisticación al
proponer cambios radicales en las estrategias de desarrollo, el ordenamiento
territorial o el manejo de los impactos ambientales. Unos cuantos
ambientalistas entraron a esos nuevos gobiernos, y desde allí se lanzaron
algunas iniciativas remarcables.
El caso más destacado tuvo lugar en Ecuador, donde esos militantes
verdes cosecharon algunos éxitos notables. Fueron claves en instalar, por ejemplo,
la propuesta de una moratoria petrolera en la Amazonia, no solamente como una
defensa de su biodiversidad sino también como un aporte para el cambio de la
matriz energética. Ellos también representaron un apoyo clave en el
reconocimiento de los derechos de la Naturaleza en la nueva constitución
ecuatoriana, convirtiéndola en la más avanzada del mundo en esa materia. La
izquierda más institucionalizada que se encontraba en los países del Cono Sur
(Argentina, Chile y Uruguay) no ponderó como debía las innovaciones ambientales
en el primer gobierno de R. Correa.
Pero el problema es que esa relación entre los
nuevos gobiernos y la temática ambiental comenzó a crujir. Esas
administraciones optaron por estrategias de desarrollo donde priorizaban metas
económicas a costa de altos impactos ambientales. Sus expresiones más claras
fueron la explotación minera y petrolera, y los monocultivos. Se generó una
relación perversa, ya que a medida que más se profundizaba ese perfil
extractivista, menos se podían atender las cuestiones ambientales, y más
protestas y resistencias ciudadanas se acumulaban. Muchos ambientalistas que
estaban dentro de los gobiernos se alejaron, y lo que permanecieron se
desprendieron de sus compromisos con la Naturaleza. Algo
similar ocurrió en otras áreas, especialmente las políticas sociales,
volcándose al asistencialismo monetarizado. Es de esta manera que estaba en
marcha la divergencia entre las izquierdas plurales y abiertas iniciales y un
nuevo estilo político, el progresismo.
La maduración hacia al progresismo ocurrió en
todos los países. Más allá que en algunos casos se citaba a Marx o Lenin, en
todos se acentúo la subordinación a los mercados globales como proveedores de
materias primas, los planes de ataque a la pobreza se enfocaron sobre todo en
paquetes de asistencias monetarizadas, y se rompieron las relaciones con muchos
movimientos sociales. Ese progresismo no es neoliberal, pero está claro que
abandonó los compromisos de aquellas izquierdas iniciales en cuestiones como la
radicalización de la democracia, ampliar las dimensiones de la justicia y
proteger el patrimonio ecológico.
Incluso en Ecuador, el mismo gobierno que sancionó una nueva
Constitución con los derechos de la Naturaleza, incumplió ese mandato allí
donde ponía en riesgo los extractivismos; los que lograron su primera victoria
electoral gracias al apoyo de movimientos sociales, al poco tiempo se burlaría
y hostigaría a indígenas y ambientalistas.
Hoy se admite que ese progresismo está en crisis, como es evidente
en Brasil, y que incluso ha perdido elecciones nacionales (Argentina) o
regionales (Bolivia). Pero ha pasado desapercibido para algunos es que en esa
diferenciación entre izquierdas y progresismos, la temática ambiental jugó un
papel clave. El progresismo aceptó los impactos ambientales de los
extractivismos ya que priorizó como opción económica la exportación de materias
primas. A su vez, a medida que escalaba la resistencia ciudadana a esos
emprendimientos, esos regímenes pasaron a ignorar, rechazar e incluso criminalizar
a las organizaciones ciudadanas que ponían en evidencia los impactos negativos
de esos extractivismos.
Hay muy poco de la sensibilidad social de
izquierda en que un gobierno le imponga a comunidades campesinas un proyecto
megaminero, o que fuerce la entrada de petroleras dentro de tierras indígenas,
o que amenace con exiliar a los miembros de ONGs que alertan sobre esos
impactos.
Los progresismos a medida que más se alejaban de
la izquierda, más se hundían en contradicciones teóricas y prácticas. No
dudaron entonces en apelar a mezclas bizarras entre citas marxistas y denuncias
al imperialismo, junto a acuerdos comerciales con empresas transnacionales que
se llevaban sus recursos. Invocaban al pueblo pero no dudaban en criminalizar
la protestas ciudadana, e incluso en unos casos pasaron a la represión.
La lección de estas experiencias es que la
ausencia de una dimensión ambiental en la izquierda, en América Latina, y en
este momento histórico, no constituye un pequeño déficit. Por el contrario, es
uno de los factores que explica que esa izquierda pierda su esencia para
convertirse en meros progresismos.
Por el contrario, una izquierda propia de nuestro continente debe
abordar las cuestiones ambientales porque América Latina se caracteriza por una
enorme riqueza ecológica. Aquí se encuentran las reservas más grandes de áreas
naturales y las mayores disponibilidades de suelos agrícolas. El uso que se
hace sobre ese patrimonio ambiental no sólo involucra las necesidades de
nuestra propia población, sino que nutre a múltiples cadenas productivas
globales con enormes repercusiones geopolíticas.
Además, una izquierda del siglo XXI debe ser ecológica porque la
actual evidencia indica sin lugar a dudas que estamos sobreexplotando esos
recursos, que las capacidades del planeta para lidiar con los impactos
ambientales han sido rebasadas, y que problemas planetarios como el cambio
climático ya se están manifestando. Por lo tanto, pensar una izquierda sin
ecología sería una apuesta política desconectada de América Latina y de la
coyuntura actual.
Finalmente, el compromiso de esta nueva izquierda está en la
justicia social y ambiental, donde una no puede ser alcanzada sin la otra. Esto permite un
reencuentro con muchos movimientos sociales, un redescubrimiento de los
problemas reales de las estrategias de desarrollo actuales, y un llamado a una
renovación teórica. Es por eso que en esa íntima asociación entre la justicia
social y ambiental, están los mayores desafíos para una renovación de las
izquierdas en América Latina.
Versión revisada de la contribución para el
lanzamiento de la sección en ecología y ambiente de La Izquierda Diario www.laizquierdadiario.com(Argentina), 22 julio
2016. Eduardo Gudynas es militante en temas de ambiente y desarrollo, integra
el equipo del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), es docente en
distintas universidades latinoamericanas y acompaña a diferentes movimientos
ciudadanos. Twitter: @EGudynas
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=214847
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