EL SECRETO DE PERÓN
Por HIJOS La Plata
⋅ OCTUBRE 16, 2017 ⋅
Con el juicio a los represores Carlos Castillo y Juan José
Pomares en etapa de alegatos, nos permitimos algunas reflexiones sobre la
ausencia crónica del “Líder” en los relatos sobre la aquiescencia estatal a las
bandas de la derecha peronista para cometer delitos de lesa humanidad. El
juicio está llegando a la etapa final y se espera sentencia para mediados de
noviembre. El debate histórico sigue abierto.
La sencilla pregunta de “¿Cuándo comenzó el último Genocidio
en nuestro país?” sigue generando hoy polémicas y debates teóricos y políticos
de abordaje complejo. A nuestro entender, este juicio es en parte la
posibilidad de reinstalar de forma amplificada hacia el conjunto de la sociedad
un debate postergado acerca de la génesis del genocidio en la Argentina. Afirmar
que su inicio tuvo lugar antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976 es un
planteo necesario, y que ha sido sostenido por muchos familiares de víctimas de
la represión, sobrevivientes, organismos deDD.HH, militantes políticos e investigadores que han
sostenido esa convicción como denuncia, y ante la indiferencia de muchos
sectores sociales y políticos.
A lo largo del juicio a los represores de la CNU Castillo y
Pomares se han escuchado en el debate afirmaciones y desarrollos sobre el
carácter distintivo que tienen los crímenes que allí se están juzgando. Se ha
contemplado que si bien los casos específicos que se juzgan ocurrieron entre
febrero y abril de 1976, es decir poco antes y durante la última dictadura,
ocurrieron como parte de una sistemática y un contexto socio-político anterior
al proceso iniciado el 24 de marzo de 1976. Y se ha dicho que ese contexto
tendría inicio en las postrimerías del gobierno de María Estela Martínez de
Perón y bajo el filo de la incipiente dictadura militar en marcha.
Ahora, para valorar esta especificidad, que compartimos, no
creemos necesario remontarse al origen del Terrorismo de Estado en nuestro
país, que bien podría compendiar apreciaciones sobre la capacidad instituyente
de la “Legión Infernal” en el inicio del Estado Nación, sobre
las disciplinarias exhibiciones de las cabezas de los caudillos populares en la
punta de una pica de parte del Ejército de Sarmiento y Mitre, sobre el alcance
civilizatorio del régimen de oferta de 1 patacón por cada par de orejas de
Tehuelche en la avanzada genocida del Ejército de Roca, sobre el ejemplificador
fondeo de anarquistas en el Riachuelo como práctica de la llamada“Ley Fernández Bazán” en la década infame, o bien sobre de
la silenciada persecución y cárcel de militantes socialistas y comunistas en el
primer gobierno peronista.
Tampoco nos parece justo delimitar el recorte histórico en
el golpe de 1955, y en las consabidas prácticas de la Revolución Fusiladora :
de la Masacre de Plaza de Mayo, la ley marcial, los fusilamientos de José León
Suárez y los Comandos Civiles de la derecha católica. O en sus continuaciones
con Plan Conintes y las veladas intervenciones militares a la protesta obrera,
como en el Cordobazo.
Entonces el carácter distinto de los crímenes de las bandas de la
derecha peronista se comprenderá mejor si se problematiza el contexto histórico
y político ESPECÍFICO en que se desarrollaron. Y entonces, si el genocidio no
empezó en el ’76: ¿empezó en el ’74?
Sucede que esa afirmación implica horadar en los secretos más profundos sobre los crímenes de Estado cometidos en el tercer gobierno peronista, y no todos los sectores políticos están dispuestos a hacerlo. En más 40 años de impunidad de esos crímenes se ha elaborado un relato desde el peronismo “oficial” que exculpa a Perón de todo compromiso con el aniquilamiento de opositores cuando ejercía la presidencia de la Nación.
Sucede que esa afirmación implica horadar en los secretos más profundos sobre los crímenes de Estado cometidos en el tercer gobierno peronista, y no todos los sectores políticos están dispuestos a hacerlo. En más 40 años de impunidad de esos crímenes se ha elaborado un relato desde el peronismo “oficial” que exculpa a Perón de todo compromiso con el aniquilamiento de opositores cuando ejercía la presidencia de la Nación.
¿Entonces cuándo comenzó en nuestro país la última experiencia del
terror de Estado? Parece haber instalado en amplios sectores políticos un pacto
implícito: si se va a fondo en la verdad más profunda sobre el origen y las
motivaciones de la maquinaria de crímenes y desapariciones, se termina
enjuiciando la gestión de los ’70 del Partido Justicialista, algunos de cuyos
dirigentes han remozado a través de las décadas sus funciones en cargos en el
Estado, han escalado posiciones en sindicatos, o son corriente de opinión
significativa en el propio partido.
En este sentido afirmamos la importancia de desarrollar una mirada
histórica CRÍTICA del proceso político que se vivió en nuestro país entre 1973
y 1976.
Con esa premisa diremos que las narraciones que buscan
deslindar al líder de la represión fueron abonadas en varios sentidos: que
Perón trató de evitar que se generaran las condiciones que sirvieron de excusa
al posterior genocidio, pero que su fallecimiento abortó esa iniciativa; que la
violencia política con aquiescencia estatal comenzó después del 1 de julio del
`74, o como señaló la fiscalía en su alegato “en las postrimerías del gobierno
de Isabel Martínez”; que el fuerte apego institucional del líder lo aleja de
cualquier iniciativa política ilegal; que Perón contempló acciones ilegales
pero nunca violentas; o bien que el armado y funcionamiento de la Triple A se circunscribe
a un plan ejecutado por exclusivamente por López Rega y la CIA; y que el
lopez-reguismo había realizado un cerco sobre el presidente para conducir y
ocultarle la represión en curso.
Sin embargo a esta altura hay suficientes material documental
para acreditar la combinación de una política legal con una ilegal en el
gobierno de Perón, que habilitaba el uso de la violencia, como parte de su
intento para disciplinar a distintos sectores políticos, ideológicos y sociales
en el marco del Pacto Social.
En un sentido amplio, la Argentina de la década del ’70 era
consecuencia de un proceso de transformación en las condiciones sociales que se
caracterizó esencialmente por el cambio en la dirección del desarrollo del
capitalismo local, desde ser predominantemente extensivo para pasar a
desarrollarse en profundidad. Como señalan Iñigo Carrera y Podestá este cambio,
producto de la experiencia desarrollista de los ’60, no modificó sin embargo la
definición de nuestro país como una nación dependiente, con un desarrollado
capitalismo estatista, con una clase trabajadora numerosa, y con un
proletariado industrial que ocupaba el lugar central en la actividad
productiva, así como un importante papel en las luchas sociales y políticas del
momento. La proletarización de grandes masas de la población fue, sin embargo,
acompañada por la persistencia de amplios sectores que vivían en una miseria
consolidada. (cfr. en “La disposición de fuerzas sociales objetivas”. Nicolás
Iñigo carrera y Jorge Podestá. Revista “Lucha de Clases” Nº1. 1997).
En ese marco entre el año ’68 y ’73 se dio en nuestro país
un proceso de ascenso de las luchas obreras y crecimiento en la calidad
política del desarrollo de las fuerzas populares. Claro ejemplo de ello es el
surgimiento de expresiones sindicales y políticas de base, combativas, del
clasismo, así como de organizaciones político-militares que cuestionaban la
conducción del movimiento de masas a la expresión más tradicional que se
enrolaba en el peronismo clásico. En este sentido analizaremos las advertencias
de Perón a quienes cuestionaban su orientación política y su liderazgo.
Retomaremos las palabras del propio Perón, que encuentran valor y sentido
cuando se eslabonan con otros enunciados y hechos fácticos, entrelazamiento que
demuestra cómo ante la imposibilidad de suturar las diferencias internas del
peronismo, y frente al fallido intento por promover “la paz y no la guerra”,
Perón reemplazó los iniciales llamados a la tolerancia y prudencia por
advertencias sistemáticas dirigidas a los sectores díscolos, que desobedecían
sus intentos de conducir el gobierno.
Veamos qué pensaba Perón de la situación política mundial de
bipolarismo en la Guerra
Fría y qué decía sobre el derrotero nacional para el año
1970.
En un libro titulado “Comunismo o Justicialismo”, publicado por el sacerdote español
radicado en nuestro país, Pedro Badanelli, Perón prologa la obra con una carta
de septiembre de 1970 escrita desde Madrid. El texto de Badanelli es una serie
de exageraciones sobre el alcance y extensión del comunismo bolchevique (con
apartados rimbombantes como “Dramatismo biopsicológico de la conducta
bolchevique” o bien “Biotipología soviética”), para contrastarlo con la idea de
un verdadero “ser argentino”, con Perón como su hombre y el
justicialismo como su doctrina. La construcción de una “tercera posición”, resumida en la consigna popular “Ni yankis ni marxistas,
peronistas” estaba
por entonces en su pico más alto, y el líder esgrimía una retórica
tercermundista expresada sobre todo desde su obra “La hora de los pueblos”.
Pero a la vez, no escapaba de su cosmovisión la construcción de una otredad a
combatir, donde descargar la responsabilidad de todos los males que aquejaban
al país, un elemento extraño por extranjero, por impropio, por no ser parte de
la propia cultura oficial, y por no expresar los supuestos sentimientos
populares.
Perón afirma en el texto que “el comunismo avanza en todas partes
con diabólica celeridad” y “domina tres cuartas partes del mundo, en territorio
y habitantes”. Además trata de analizar que el “Pueblo” recurriría a la idea
comunista por verse acosado por la explotación y la miseria impuesta por las
“fuerzas internacionales” del capitalismo. Deja entrever que la propia
experiencia peronista de los ’40 había sido un esfuerzo por “una solución
anticomunista”, pero que fue truncada por:
“la malhadada ‘revolución libertadora’ que nos arrojó
violentamente de nuestro quehacer patriótico y preparó admirablemente el
advenimiento del caos actual, que llevará al triunfo del comunismo”.
Tengamos en cuenta que estos dichos son de 1970, es decir de un
líder aún alojado en el exilio en España y en plena constitución de la red de
apoyos locales hacia izquierda y hacia derecha, que generarían la posterior
disputa de poder a la interna del movimiento y del gobierno a su regreso al
país. En la carta a Badanelli Perón concluye profetizando: “Siempre les dije a
nuestros oligarcas y capitalistas: o triunfa el justicialismo, o los degollarán
los comunistas”.
Perón era un militar formado ideológica y políticamente en el más
riguroso anticomunismo y que conocía la historia de la Unión Soviética ,
China comunista y Cuba. Pero lo interesante aquí es cómo esos conceptos van
sentando las bases de un efecto movilizador para la constitución de la amenaza
comunista como otro a combatir. Esa concepción tiene plena coincidencia con los
desarrollados por el mentor de la CNU, Carlos Di Sandro, en varias de sus obras
como “La Argentina bolchevique” editado por la Hostería Volante
en 1963, o bien “El gobierno mundial y las tensiones de la sinarquía” de la Editorial Montonera
de 1971, pasando por el texto “La conspiración sinárquica y
el Estado Argentino” de
Ediciones Independencia y Justicia de 1973. Es de hacer notar que Di Sandro
continuó su prédica sobre la sinarquía hasta mucho después de fallecido Perón y
concluido el proceso histórico que aquí analizamos. Así lo prueba la obra
síntesis de su planteo que es “Peronismo o sinarquía” editada en 1983 por ROCA
Producciones.
Como han señalado en sus tesis sobre la derecha peronista los
historiadores Juan Besoky y Juan Luis Carnaghi, la “sinarquía” fue la idea
política que buscaba explicar el equilibrio de las más diversas realidades a
partir de una lógica de confrontación mundial en la que la política local jugaba
un papel importante. De acuerdo a las propias palabras de Di Sandro, ello
significaba:
“La convergencia radical de principios de poder que obran en el
mundo desde los orígenes de la humanidad. Esta convergencia de los principios de
poder contrapuestos, es la que nos indica que estamos en un nuevo momento de
los procesos del Gobierno Mundial (…) Los poderes visiblemente contrapuestos en
el mundo se coaligan, eso es sinarquía. La significación de la palabra es muy
importante. La traduciríamos entonces: concentración de poderes contrapuestos.”
El profesor Carnaghi recordó en este debate las visitas del
intelectual al líder en Puerta de Hierro en 1967, la copiosa correspondencia
que fluía entre ambos y la adscripción del propio Perón al concepto de
“sinarquía” para resolver la puja existente por la identidad peronista entre
las diversas corrientes del movimiento.
Citaremos aquí el texto del creador de la CNU llamado “Principios
de una política fundacional”, en base a una conferencia de pronunciada en Mar
del Plata el 15 de agosto de 1970. Allí afirma que:
“La Nación es independiente respecto de las tendencias
centralizadoras mundiales, y su destino no debe someterse, por ningún concepto
a lo: dictados de potencias internacionales y destructivas: el dinero, la banca,
la propaganda, la tecnología bélico-política, las sectas esotéricas, etc. Cada
uno de estos factores debe ser estudiado, a fin de poder sobrellevar sus
ataques y asechanzas, ya que ellos buscan EL APLASTAMIENTO DE LA NACIÓN”.
Trata de explicar también que una cierta “ruptura entre la
tradición fundamental y el Estado” definido éste como conciencia de la Nación y
como nexo entre la Nación y el Pueblo, esa ruptura (dice textualmente):
“se transforma en la vía por donde se consolida el proceso
revolucionario Anti-Tradicional, que en la historia de occidente ha tomado la
forma concreta del Marxismo-Leninismo”.
Di Sandro afirma en 1968 que “La ‘revolución leninista’ se
desenvuelve ahora bajo la conducción de la Sinarquía” y que la defensa de la
Nación y del Estado “no puede aceptar las tendencias mundialistas,
promarxistas” y requiere “una correcta y sana aplicación de los principios de
la tradición”.
Como sabemos el pasaje de la teoría a la acción no fue ajeno
al ascendente de Di Sandro, quien propuso que el poder absoluto del Estado:
“no tiene otra solución que expresar su carácter creativo,
para enfrentar la
Revolución Leninista por un acto de creación histórica (…) no
por una actitud reaccionaria, sino por un acto creador, que salva la Tradición
y le incorpora el sentido histórico moderno sin renunciar a las fuentes, ni al
vínculo entre Dios y la Nación” (“Principios de una política fundacional”).
Ahora, asoma la pregunta de cuál ha sido la creación
histórica en rescate de las tradiciones que realizó el tercer gobierno
peronista. Veamos entonces la reseña que rescata Miguel Bonasso en el libro “El presidente que no fue – Los archivos secretos del peronismo”. Allí se apunta que en una visita a
Perón en Madrid del dirigente peronista Oscar Bidegain, a la postre gobernador
de la provincia de Buenos Aires tras las elecciones d marzo de 1973, la hija
del dirigente escuchó en una de las reuniones en la quinta 17 de Octubre,
frente al líder de carne y hueso que venía a conocer, que Perón se volvió hacia
Bidegain y dijo: – Lo que hace falta en Argentina es un “Somatén”.
Bonasso reseña entonces que el Somatén había sido una
institución armada de Cataluña que se remonta al siglo 11, que fue reflotada en
1876 por el brigadier Joaquín Mola y los patricios de Barcelona, y cobró un
nuevo impulso en 1923, cuando el general Primo de Rivera, padre del creador de
la Falange, encabezó un golpe de Estado. En su “Manifiesto al país y el
Ejército” decía el dictador Primo de Rivera: “Queremos un Somatén reserva y
hermano del Ejército…”. La sombra de aquella charla alimentaba una sospecha que
Gloria Bidegain no podría confesarse nunca: la idea de la Triple A no había nacido
de la cabeza de López Rega, sino en la del propio Perón”.
Como señaló el profesor Besoky en el juicio a la CNU La Plata , desde
Madrid Perón había alentado un doble juego con respecto al movimiento
revolucionario, alentando las acciones armadas de los sectores radicalizados de
la Juventud. Sin
embargo, su retorno al país luego de la “Masacre de Ezeiza” de junio de 1973, marcaría el
fin de la ambigüedad discursiva y una inclinación decidida hacia los sectores
ortodoxos del peronismo.
Dice Besoky en su tesis:
“Su discurso transmitido en cadena nacional al día siguiente
de los acontecimientos omitió mencionar a los sectores responsables del
enfrentamiento, pero no dudó en señalar la infiltración”.
Aquel donde Perón afirmó:
“Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro
movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado, se equivocan (…)
Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos
populares o estatales, que por ese camino van mal.”
La advertencia fue clara y directa. Y tuvo consecuencias.
Mencionaremos a continuación una sucinta cronología de hechos ocurridos como
parte del despliegue de violencia desatada con aquiescencia estatal sobre
grupos de izquierda desde junio de 1973, y que contribuyen a registrar la
violencia paraestatal producida durante la gestión interina de Raúl Lastiri.
Por mencionar sólo algunos de los hechos ocurridos entre la “Masacre de Ezeiza” y la
asunción de Perón, recordamos el asesinato en junio del ’73 en San Nicolás del
militante de la JP
Benito Spahn , previamente amenazado por adeptos a la CGT y
ultimado por Tomás Roberto Cardozo, guardaespaldas de José Ignacio Rucci. La
detención y posterior asesinato de ex presos políticos liberados el 25/5/73 en
el Devotazo como Eduardo Jiménez del PRT en Rosario. El secuestro y torturas a
militantes que apoyaban las gestiones de gobernadores de la tendencia, como Cirilo
Heredia, militante de la JP de Mendoza, adepto al gobernador Martínez Baca. El
asalto de locales de la JP al grito de “fuera bolches”,
como El Ateneo de Estudios “Juan Pablo Maestre” en Buenos Aires.
El ametrallamiento de locales como el “Ateneo 20 de junio”,
de la JP en Buenos Aires el de la JP en Moreno. Atentados como el cometido por
el Comando de Organización de Alberto Brito Lima en el comedor universitario de
Resistencia, Chaco.
Secuestros y torturas como las sufridas por Oscar Suárez,
cometidas por Héctor García Rey, jefe de la policía santafesina, empleado en el
Ministerio de Bienestar Social y luego del Navarrazo designado a cargo de la
policía cordobesa junto al interventor Lacabanne.
Atentados con armas como el sufrido por el abogado Roberto Raúl Catalá en Rosario, que se adjudicaron comandos “antimarxistas”.
Atentados con armas como el sufrido por el abogado Roberto Raúl Catalá en Rosario, que se adjudicaron comandos “antimarxistas”.
Asesinatos como los del dirigente peronista de izquierda
Horacio M. Oróstegui en Campana, y el del docente en la Facultad de Ciencias
Exactas y miembro del Consejo de la JP Zona Norte , Enrique Grymberg.
La desaparición en Buenos Aires del obrero gráfico Sergio
Joaquín Maillman secuestrado en un auto del Ministerio de Bienestar Social.
Para septiembre de 1973 entonces, Perón planteará la
necesidad de volver al orden legal y constitucional acabando con las
movilizaciones y disputas existentes. Las “formaciones especiales” ya habían cumplido su función y el
monopolio de la violencia por parte del Estado no debía ser cuestionado. Se
necesitaba entonces una nueva alianza para gobernar.
Esa construcción de un nuevo aliado para el proyecto
político puede verse en la relación que el líder tejió con las burocracias
sindicales. Asumido el poder por Perón el 12 de octubre de 1973, quedaba atrás
la tolerancia y la inclusión de los sectores de izquierda que había
caracterizado a la fugaz gestión de Héctor Cámpora, pero esencialmente
cambiaban las condiciones políticas en que se había dado una ofensiva de la
clase trabajadora desde el ’68-’69, y salían a la luz los esfuerzo y tentativas
oficiales por poner bajo control la movilización obrera.
Dese la gestión de Cámpora, en junio de 1973 se había puesto
en práctica el Pacto Social, consistente en suspender por 2 años las
discusiones salariales en convenciones colectivas.
La iniciativa se había implementado en un contexto
generalizado de conflictos laborales que entre junio septiembre de 1973
llegaron (según reseña Juan Carlos Torre en “Los sindicatos en el gobierno
‘73-’76) a más de 120 conflictos, las ¾ partes en empresas privadas y el resto
en el Estado. Al no poder discutirse convenios, los reclamos versaban
mayormente sobre retrasos en pagos y reincorporación de cesantes o suspendidos.
Esta dinámica enfrentó a las bases obreras con los aparatos sindicales, más
ocupados en sostener su cuota de poder ante el gobierno que de encabezar los
reclamos. El último trimestre del ’73 conllevó distintas pujas de poder entre
el Estado y los jefes sindicales, determinadas por los vencimientos de los
convenios colectivos de trabajo vigentes desde 1972.
En todo el período la cartera laboral estuvo ocupada por,
Ricardo Otero, hombre de Augusto Vandor y secretario de la delegación de la
Capital federal de la UOM hasta antes de asumir como ministro en la gestión Cámpora.
La CGT apostaba a que, si el caudillo había tomado distancia
de los sectores juveniles de izquierda del movimiento, podía desembarazarse
también del ministro de economía José Ber Gelbard, que era tildado de
izquierdista. Así se devolvería la conducción de los asuntos económicos a un
peronista, se abriría la paritaria y se volvería a la época dorada del
distribucionismo populista. El problema era que ello implicaba romper el Pacto
Social vigente. Perón desarrolló una maniobra política que le aseguró la
lealtad de los jefes sindicales para su nueva gestión: realizó una reforma de
la ley de Asociaciones Profesionales Nº 14.455, que incrementó la
centralización de las estructuras sindicales y brindó mayor fortaleza jurídica
a las posiciones burocráticas de los jefes sindicales.
Como señala Torre se dispuso que no podía existir más de un
sindicato por rama de actividad, se ilegalizó los sindicatos por empresa, se
facultó a los gremios a intervenir sumariamente sus filiales y se otorgó el
poder de suprimir los mandatos de delegados de fábrica. A su vez se amplió el
mandato de las conducciones gremiales de 2 a 4 años y se equipararon los fueros
sindicales con las inmunidades parlamentarias. (cfr en Juan Carlos Torre – Los
sindicatos en el gobierno 1973-1976). No es menos significativo que la reforma
fue elaborada por el mismo ministro de Trabajo Ricardo Otero, que ocupó la
cartera durante las gestiones de Cámpora, Lastiri, Perón y Martínez de Perón.
De esta manera las representaciones de base de los trabajadores, sobre todo si
no comulgaban con el signo político peronista, perdían terreno en la
representación gremial y eran confinadas a expresiones pretendidamente
marginales.
En este sentido se hace central la definición que ha aportado en
el debate el historiador de la UNLP, Juan Luis Carnaghi, que aportó su mirada
histórica a través de los conceptos de su tesis doctoral “Nacionalistas, católicos y peronistas. Auge, afianzamiento y
reconfiguración de la CNU
La Plata , 1955-1974” .
Carnaghi definió que para el año ’73 la CNU se reconfigura en lo
que denomina un “Cártel político sindical”, un concepto que toma de la
definición “power cartel” que el historiador británico Ian
Kershaw realizó analizando el fenómeno del ascenso del nazismo. En ese
nucleamiento distintos actores políticos, en este caso CNU, UOM, Juventud Sindical Peronista y 62 Organizaciones, coincidían en la acción por tener un
ideario común en el catolicismo ortodoxo y el anticomunismo y ciertos objetivos
compartidos, centralmente hacer prevalecer el ala derecha del movimiento
peronista en el proceso político. Recordemos que en el juicio a la CNU La Plata el Indio
Castillo reconoció que su banda tenía postas sanitarias ubicadas en los
sindicatos metalúrgicos y de la construcción, para hacer frente a urgencias
producto de los operativos que realizaban. En ese sentido puede entenderse la
evolución del grupo inicial de la CNU, el crecimiento de sus acciones violentas
desde los hechos de Ezeiza en junio de 1973 y su vinculación desde 1974 con el
Estado provincial, ahora en manos de un hombre de la UOM como Victorio Calabró,
para cumplir un rol represivo.
En la concepción de Carnaghi Perón realiza una opción por
ese “Cártel político-sindical” y desacredita al sector de la Tendencia
revolucionaria, a los que tacha de “infiltrados, apátridas o falsos
peronistas”, sobre todo desde la puesta en práctica de Documento Reservado del
Consejo Superior Peronista de octubre del ’73 que obliga a “denunciarlos y
combatirlos por todos los medios ”.
Tal opción puede verse en el derrotero de Perón respecto a las ideas del
marxismo, que según Carnaghi “primero lo desaprueba, luego en el exilio alienta
a los sectores de izquierda del movimiento, pero finalmente ya en 1973 termina
condenando la idea de quienes pugnaban por construir un socialismo nacional”.
Efectivamente, ha quedado probado a esta altura que la CNU desplegaba su accionar como patota o grupo de tareas interviniendo violentamente en asambleas universitarias y en los procesos del movimiento obrero más combativo de la ciudad de La Plata, por ello se puede desprender que la mayoría de los casos que aquí se investigan tenían actividad político sindical en clara oposición a la burocracia sindical imperante en la época y a las políticas impartidas por el gobernador Victorio Calabró.
Calabró fue un dirigente forjado bajo el ala del secretario
general de la
Unión Obrera Metalúrgica (UOM) Augusto Timoteo Vandor,
asesinado en junio de 1969. Al comenzar la década del setenta, Calabró fue
tesorero de la UOM nacional y a su vez secretario general de la filial Vicente López.
Se ha pretendido mostrarlo como opositor a la conducción de Lorenzo Miguel en
la UOM, y como promotor de un sector “antiverticalista” contra la conducción
del movimiento peronista a manos de Isabel Perón, aunque la confluencia de
intereses señala a todos estos actores como parte del núcleo duro de la derecha
peronista.
Una vez electo vicegobernador, Calabró se encargó de
mostrarse como “el hombre fuerte” en la gobernación y hasta llegó a decir que
en dos meses “se lo morfaba a Bidegain”. Desde temprano mostró su afán por controlar
desde la vice-gobernación a sectores clave como el Hipódromo de La Plata, la Policía Provincial
y el Banco de la
Provincia. La práctica de la negociación espúrea la
arrastraba desde sus inicios en el gremio, donde cumplió el rol de descabezar
cuerpos de delegados y recibir dádivas a cambio de desactivar conflictos para
incrementar un patrimonio personal que incluía participaciones en empresas,
hipódromos y la propiedad de campos en la provincia. Calabró
se apoyaba en su base gremial y en su control de la Legislatura, donde
convergieron en designarlo como sucesor de Bidegain el FREJULI, la UCR, la Alianza Popular
Revolucionaria y el Partido Renovador.
Como señala Antúnez, Calabró asumió el poder afirmando “que
se hacía cargo de la gobernación en cumplimiento de una disposición
constitucional, apelaba a la doctrina justicialista y prometía ajustar su
futuro gobierno a los planes trazados desde el gobierno nacional, que a su
entender conducían a la patria justicialista” en clara oposición a la
anteriormente denominada por la Tendencia como la “patria socialista”.(Damián
Antúnez – “El gobierno bonaerense de
Victorio Calabró: entre la intervención federal y el golpe de Estado” – UNdeC 2013)
Calabró se dedicó a reforzar su poder político y mejorar su
interlocución de con el gobierno nacional y al propio Movimiento Peronista ante
la inminencia de la desaparición física de Perón. Logró acuerdos con el
empresariado a través de su ministro de economía Ramón Miralles, hombre de la
CGE, y con el campo a través de Pedro Goin, ministro de Asuntos Agrarios.
También sumó apoyos intercediendo en crisis políticas municipales, como con el
ascenso irregular del entonces concejal Eduardo Alberto Duhalde al cargo de
intendente de Lomas de Zamora. Duhalde le aportó un hombre clave en al armado
del esquema irregular represivo integrado por patotas sindicales y grupos
armados como la CNU: Alberto Bujía, apodado “El Negro”, un hombre con pasado en
bandas de delincuentes y afín a las patotas de la UOM, fue secretario privado
de Calabró.
En ese contexto de gestión de la derecha sindical en el
gobierno de la provincia desde febrero de 1974, es que se explica la afinidad
de intereses entre Calabró y la
CNU. La inserción de varios integrantes de la banda en
distintas dependencias de la provincia ha sido relata por varios de los
testigos en este debate. Así, se los ha descripto en su rol represivo como
parte de la persecución de activistas opositores a la gestión de Calabró.
Este es el derrotero político de una gestión que se sirvió
de la capacidad de movilización del ala izquierda del movimiento para terminar
desechándolo y desatando sobre ese sector una maquinaria de represión
combinada: métodos legales de represión subsumidos en grupos de acción y
procedimientos al margen de la ley.
“Muchas veces me han dicho que creemos un ´batallón de la
muerte´ como el que tienen los brasileños, o que formemos una organización
parapolicial para hacerle la guerrilla a la guerrilla. Pienso
que eso no es posible ni conveniente”, dijo Perón en diciembre de 1973, cuando
en realidad ya era para todos conocida la actuación de la Triple A. (cfr en Sergio
Bufano – Perón y la Triple A
– Revista Lucha Armada en la
Argentina N º 3, 2005).
Aquí es donde adquiere importancia trascendental el llamado
“Documento Reservado” del Consejo Superior del Movimiento Nacional
Justicialista del 1 de octubre de 1973, hecho político en respuesta al
asesinato del secretario general de la CGT José Ignacio
Rucci, producido poco tiempo antes. Su efecto legalizador de la represión
ilegal lo analizaremos más adelante. Diremos, aquí que esa iniciativa se dio en
el órgano político central del peronismo, donde tenían expresión las ramas
política, juvenil, sindical y femenina del movimiento. Y en la reunión de
acuerdo del Documento estuvieron presentes Raúl Lastiri (en ese momento
presidente interino de la Nación); los ministros del Interior, Benito Llambí, y
de Bienestar Social, José López Rega, los gobernadores y vicegobernadores y el
senador nacional y secretario general del PJ, José Humberto Martiarena. En lo
que aquí interesa, el Documento significó la aceleración del proceso de
“depuración ideológica” del peronismo. De hecho no se podía actuar sin la
expresa autorización del Consejo Superior: se prohibieron las unidades básicas
mixtas, se clausuraron todas las unidades y organismos de la rama femenina, y
se reformó la Carta
Orgánica , por la que se prorrogaba el mandato por dos años a
los congresales hasta tanto lo determinara un nuevo Congreso partidario.
Es muy significativo el dato de que para entonces el
vicepresidente segundo del Consejo Superior peronista era, Duilio Brunello, a
su vez secretario de Estado de Previsión Social, viceministro de Bienestar
Social de la Nación e interventor federal en Córdoba entre marzo y agosto del
’74 tras los hechos del Navarrazo. Señalamos en este sentido que entre la
intervención federal de marzo del ’74 y el golpe de Estado de marzo del ’76, la
provincia de Córdoba tuvo 3 interventores y nunca recuperó la institucionalidad
democrática.
En otras palabras, se creó a la vista de toda la sociedad un Estado al margen de la ley dentro del propio estado de derecho. Porque además el Documento resultó una carta abierta a la cacería de todo aquel militante que no encuadrara en las definiciones del momento, definiendo la situación como “estado de guerra”, estableciendo directivas específicas en tareas de inteligencia y delación de los denominados “infiltrados” o “marxistas”, extendiendo losmedios de lucha a la
violencia armada y determinando acciones precisas y conjuntas tanto de los
integrantes del movimiento peronista como de funcionarios del gobierno.
En otras palabras, se creó a la vista de toda la sociedad un Estado al margen de la ley dentro del propio estado de derecho. Porque además el Documento resultó una carta abierta a la cacería de todo aquel militante que no encuadrara en las definiciones del momento, definiendo la situación como “estado de guerra”, estableciendo directivas específicas en tareas de inteligencia y delación de los denominados “infiltrados” o “marxistas”, extendiendo los
En el juicio a la CNU La Plata y durante su ampliación de
indagatoria, el Indio Castillo leyó la famosa carta de Juan Perón a los
efectivos de la Guarnición de Azul, tras el ataque del ERP a esa sede en enero
del ‘74. Allí Perón les aclara que les habla “como Comandante en Jefe de las
Fuerzas Armadas y soldado experimentado” y los felicita “por el heroico y leal
comportamiento con que han afrontado el traicionero ataque”. La intencionalidad
de Castillo iba al punto donde Perón afirma que “la lucha en que estamos
empeñados es larga y requiere en consecuencia, una estrategia sin tiempo” para
lo cual recomienda “actuar profundamente sobre las causas de la violencia y la subversión
quedando la lucha contra los efectos, a cargo de toda la población, las fuerzas
Policiales y de Seguridad, y si es necesario de las Fuerzas Armadas”, y donde
sentencia que “el reducido número de psicópatas que van quedando, sea
exterminado uno a uno para bien de la República”. A semejante confesión del
empleo de la fuerza estatal en prácticas terroristas, se montó Castillo para
esgrimir la tesis de que Perón se estaba defendiendo legítimamente. Dijo
Castillo que
“El estado no puede ser terrorista porque ejerce el poder de
la mayoría, y el terrorismo es la acción de una minoría contra la mayoría. El concepto
de Terrorismo de Estado es un concepto fallido”.
De la misma manera, trató de justificar qu:
“Hay estados que hasta habilitan los interrogatorios de 3er
grado, es decir con violencia física, psicológica y moral”.
Conocía bien entonces el Sr. Castillo las directivas que
emanaban desde el poder nacional para actuar como actuaron. En ese mismo
discurso citado, desde la Residencia Presidencial de Olivos, Perón definió
que:
“aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una
tarea que compete a todos los que anhelamos una ‘Patria justa, libre y soberana’, lo que nos obliga
perentoriamente a movilizarnos en su defensa y empeñarnos decididamente en la
lucha a que dé lugar”.
Pero además, en febrero del ’74, durante una reunión con los
dirigentes de la
Juventud Peronista en Olivos, Perón les dice que el problema
de su espacio político está exclusivamente en los dirigentes y reclama que hay
muchos dirigentes que:
“son cualquier cosa menos justicialistas. ¿Entonces, qué
hacen en el Justicialismo? Porque si yo fuera comunista, me voy al Partido
Comunista y no me quedo ni en el Partido ni en el Movimiento Justicialista”.
Tres meses más tarde, en un mensaje al Congreso Nacional
Justicialista en reunión realizada en el Teatro Nacional Cervantes, el líder va
más allá y echa mano de la típica metáfora biologicista para explicar las
diferencias políticas. Dice:
“Es necesario vivir vigilantes (…) No porque tengamos
autodefensas vamos a estrechar y a compartir con los que están enfermos de una
enfermedad contagiosa. Es necesario mantener cierta prudencia para evitar las
infecciones (…) Tengamos cuidado con los gérmenes. Y desinfectárnoslos a tiempo
será siempre saludable (…) Nuestro movimiento tiene sus autodefensas, las que
se manifiestan inmediatamente que se detecta la presencia de un germen
patógeno”.
Esta conformación de una alteridad a la que se define
preciso combatir tuvo consecuencias concretas en centenares de hechos
represivos ocurridos durante la tercera presidencia de Perón y en vigencia del
citado Documento reservado del Consejo Superior Peronista. Hechos concretos
entre octubre del ’73 y julio del ’74 como los ataques armados a militantes y
con bombas a locales de diversos partidos, sindicatos y agrupaciones de la
amplia gama de militancia de ala izquierda en todo el país. Atentados a
domicilios de legisladores, como los casos de Fausto Rodríguez y Miguel
Marcattini, y del senador Tejada en Córdoba. Asesinatos como los de Nemesio
Aquino, miembro de la JP en General Pacheco, o del militante de la JP Constantino Razzeti
en Rosario.
El armado de comisiones policiales antisubversivas como en
Tucumán, al mando de del jefe de la policía, Héctor Luis García Rey. La
creación de listas de “bolches” a perseguir en las regionales de la CGT.
El ataque conjunto a la facultad de Derecho de la
Universidad de Mar Del Plata por la CNU, el Comando Universitario Peronista de
Derecho (CUPDED), la Legión Revolucionaria Peronista , los Grupos de
Acción Peronistas (GAP), el Movimiento Universitario Nacional (MUN) y otras
organizaciones derechistas realizado con el apoyo de la CGT local y con
cobertura policial.
El ataque armado a la Escuela de Información en Córdoba por
el “Comando de las 62 Organizaciones”, que al ser detenido llevaban
credenciales selladas por la policía provincial, libretas con direcciones y
teléfonos del Ministerio de Bienestar Social de la Nación, y documentos del
Ministerio de Bienestar Social de la Nación y de la Unión Obrera de la
Construcción de Córdoba.
El fusilamiento de los obreros Oscar Dalmacio Mesa, Antonio
Moses y Carlos Domingo Zila cerca de Tortuguitas, luego de ser secuestrados por
una banda armada en el local de PST en El Talar, en General Pacheco
Siempre en 1974: Los asesinatos por la Triple A de Silvio Frondizi, Carlos Mujica en
mayo, Rodolfo Ortega Peña en julio y Julio Troxler en septiembre. Y en
diciembre el secuestro y asesinato de Jorge Fischer y Miguel Bufano, militantes
de Política Obrera, integrantes de la Comisión Interna
de la fábrica Miluz.
Los hechos represivos de la derecha peronista con la
anuencia estatal se profundizaron con la muerte de Perón, ya que la disputa por
su legado no reconocía límites y hasta registra un caso en los propios
funerales del líder: El secuestro y asesinato de Eduardo Romero, de 25 años,
secuestrado el 3 de julio del ’74 por “matones” de la UOM cuando salía de la
columna de JP que esperaba para ver en el Congreso el cuerpo de Perón. Al día
siguiente apareció su cadáver a nueve cuadras del lugar del secuestro con una
bala en la cabeza.
La sistematicidad de los ataques y la cobertura estatal a
través de la estructura policial, política o sindical fue palmaria. Recodaremos
a modo de ejemplo que, tras el golpe de Estado policial en Córdoba, entre
febrero y Marzo del ’74, se activaron grupos de civiles armados, comandados por
la
Juventud Sindical Peronista , identificados con brazaletes
amarillos, celestes y blancos, que persiguieron y detuvieron a dirigentes
políticos, sindicales y estudiantiles que apoyaban el gobierno de Obregón Cano.
Como señalan Bufano y Teixidó (Perón y la Triple A. Las veinte
advertencias a Montoneros) una revisión honesta de este período histórico
necesariamente echa por tierra el “mito” que le asigna a López Rega la creación
de la Triple A
y deja a Perón al margen de su génesis. El presidente estaba en el centro de
una escena que fue configurando activamente con discursos frente a diferentes
auditorios, reportajes e intervenciones públicas, argumentos que al mismo
tiempo constituyeron la argamasa ideológica de la represión paraestatal. Y la
cooperación de Perón con esa las organizaciones de la derecha peronista no fue
sólo ideológica, incidental o fruto de una “tolerancia culposa”. Se brindó protección
a todos los que eran acusados de integrar esos grupos represivos ilegales, con
su respaldo político público. En efecto, muchos de los señalados como
responsables de las acciones sangrientas ilícitas contra el campo popular
fueron promovidos a puestos partidarios o nombrados para cumplir funciones en
el Estado: la designación de Julio Yessi, secretario de López Rega, presidente
del Instituto Nacional de Acción Cooperativa y dirección de la Juventud Peronista
de la República
Argentina , como representante de toda la Juventud Peronista
ante el Consejo Superior del Partido Justicialista fue uno de los casos
paradigmáticos. El trato amable y preferencial de Perón con Yessi y también con
Alejandro Giovenco, representante de la CNU, ni siquiera se vio mellado cuando
ambos comunicaron que “pasaban a la clandestinidad” para combatir a la
izquierda: fueron recibidos en audiencia oficial con posterioridad al anuncio
que los situaba ostensiblemente fuera de la ley. Los nombramientos y ascensos en las primeras
líneas del sistema represivo de Alberto Villar, Luis Margaride, Juan José
Morales, Rodolfo Eduardo Almirón, Benigno Balbuena y López Rega son otra prueba
concluyente de esto. Como bien alegan Bufano y Teixidó, gozaban de las
designaciones directas de Perón y todos ellos fueron personajes que nadie
dudaba en considerarlos sinónimos de la “guerra sucia”.
Precisamente para entender la particularidad de esta
denominada “guerra”, así denominada en los documentos políticos de época que
hemos analizado, retomamos los planteos del filósofo León Rozitchner en su obra “Perón, entre la sangre y el tiempo” y que asume la compleja tarea de
desentramar algunas preguntas, a saber:
¿De qué manera el Estado de derecho se transforma en una
maquinaria de represión para policial de aquello que no puede contener por vía
de la política, ni del andamiaje legal-formal? O mejor aún, ¿Cómo el líder que
representó durante 40 años para las masas populares la transformación social
pudo convertirse en agente político de la represión oficial sobre esas masas? Y
en definitiva, ¿Cómo la guerra convencional, entendida como dominación del
extraño se transforma en guerra interna, en represión de la disidencia
política, en aniquilamiento de un enemigo interno construido a imagen y
semejanza de las necesidades políticas del momento?
Parte de las respuestas las aporta León Rozitchner en esta
obra escrita desde el exilio y publicada en 1979. Desde la conocida fórmula del
militar prusiano Carl von Clawsewitz de que “La guerra es la continuación
de la política por otros medios ”,
Rozitchner demuestra que Perón lee a Clausewitz al revés: podría decirse que
para él la política es la continuación de la guerra por otros medios . El análisis del autor no se reduce a la
concepción individualista y monista de la guerra como dominación, conquista y
aniquilamiento de los ejércitos convencionales. Va más allá. Trata de explicar
la inserción social que esos conceptos tienen como lógica de dominio.
En lo que aquí importa rescatamos la siguiente afirmación:
“Con el correr del tiempo y el incremento de la resistencia
popular la doctrina de una ‘nación en armas’ pasará de la hipocresía al
cinismo: se convertirá en doctrina de la ‘seguridad nacional’. El enemigo
exterior será suplantado directa y claramente por el propio pueblo a reprimir
convertido explícitamente en enemigo interior. Perón es el primero que plantea
el problema de la seguridad nacional como ‘política’, para obtenerlo por las
buenas o como ‘guerra’, para obtenerlo por las malas”.
Como señala Rozitchner, no se trata de dejar de lado las
reales transformaciones que a nivel económico, político y social la clase
obrera alcanzó por mediación de Perón, sino que:
“esto, que representa un “progreso”, fue también para la burguesía nacional una necesidad: la de consolidar y
negociar su propio poder. Al mismo tiempo que se reconocían derechos a los
trabajadores, y se los organizaba, en ese mismo proceso se los ataba
profundamente a los límites del sistema para que no fueran más allá. Riesgo, es
evidente, que las fuerzas armadas como guardianas del sistema tenían que
asumir, porque estaba inscripto en la lógica de la economía y de la política:
es una constante en el desarrollo histórico del capital”.
En otras palabras, el secreto mejor guardado de Perón: la
lucha de clases.
Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2017/10/16/el-secreto-de-peron-por-hijos-la-plata/
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