Ataques, políticas, resistencia,
relatos
Hoy más personas padecen hambre en el mundo
que nunca antes en la
historia. Mientras , el Banco Mundial recomienda cada vez más
programas asistencialistas, compensatorios, focalizados, productivistas,
privatizadores y de liberalización de mercado. Y cada vez más los gobiernos,
muchas veces hermanados con el sector privado nacional y transnacional, buscan
implementar estos programas. El resultado es más hambre y más pobreza en el
campo y la ciudad”. (..)
México | Los peligros del maíz industrial y
sus
productos comestibles procesados
GRAIN
Un equipo de investigación mexicano UNAM-UAM publicó en agosto de 2017 un estudio
que muestra la presencia de transgenes y del herbicida glifosato en alimentos
procesados y tortillas a partir de maíz industrial, por todo México [1]
Este equipo aclara:
“Los datos son preocupantes pues el maíz es nuestro alimento básico y hemos
perdido la soberanía alimentaria. El consumo de maíz transgénico con glifosato
puede tener consecuencias graves en la salud”. Y continúan: “de 367 muestras
analizadas, 82%, es decir 301 muestras, contenían por lo menos un transgen. De
las tortillas analizadas, 90.4% contenían secuencias transgénicas”.
También “se detectó
glifosato en casi la tercera parte de las muestras de los alimentos que dieron
positivo para la presencia del transgen que confiere tolerancia a este
herbicida”.
Lo que fuera
preocupación de muchísimas personas y organizaciones de científicos,
consumidores y gente comprometida con la alimentación y la agricultura tras
descubrirse contaminación transgénica en el maíz de la Sierra Juárez de
Oaxaca en 2001, se pone en el centro de la discusión desde nuevas fuentes de
evidencia, con dos aspectos clave relacionados con el devenir de la tecno-ciencia,
con la actuación de la agroindustria corporativa y la anuencia de los gobiernos
en turno[2]. Primero, que la contaminación transgénica es vasta y
generalizada en los alimentos procesados (sobre todo cereales, harinas, botanas
de frituras, tostadas que son productos sólidos de maíz, empacados) [3] y en las tortillas [ese pan plano
elaborado con maíz que es la base de la dieta del pueblo mexicano]. Pero el
hallazgo se refiere a las tortillas industriales, aquellas elaboradas con
maquinaria y vendidas en expendios distribuidos por todo el país,
principalmente. Además, una amplia gama de productos contiene contaminación con
glifosato en “una tercera parte de las muestras (27%)” —muestras que ya habían
dado positivo para eventos transgénicos, lo que es altamente significativo.
Lo segundo que resalta
en el estudio es que las muestras de tortillas elaboradas a mano con maíz
nativo, casi no muestran contaminación transgénica. Dice el equipo UNAM-UAM:
“Las tortillas producidas por las comunidades campesinas y que estén hechas
únicamente con maíz criollo (nativo de estas comunidades) prácticamente NO
contienen proteínas transgénicas y no contienen glifosato. Dichas proteínas
podrían estar potencialmente en el maíz nativo en una proporción muy baja, producto
de los casos de contaminación del maíz nativo con transgenes. El cuidado de los
maíces nativos por parte de las comunidades mexicanas ha mantenido [desde la
aparición de los transgenes en México] sus maíces mayormente libres de
transgenes” [4]
El estudio da sustento
entonces a varias discusiones pendientes.
Primero. Existe una disyuntiva en el uso y vida del maíz en México
y otros países. Son dos procesos, dos metabolismos diferentes que involucran a
dicho cereal.
Por una parte el maíz
nativo, atesorado milenariamente en sus semillas por las comunidades en
conversaciones antiguas, que convive en el policultivo conocido como “milpa” y
que mayormente se “nixtamaliza” (es decir, se le agrega cal o cenizas, y calor
para romper la lignina de la cáscara del grano liberando plenamente su
potencial de nutrientes).
Por otro, el maíz
industrial genérico, híbrido o transgénico, que las grandes corporaciones
siembran en monocultivo en grandes extensiones de terreno, con insumos
químicos, buscando grandes rendimientos, y cuyo destino no es alimentar de un
modo directo, sino servir de materia prima para elaborar toda suerte de piensos
y forrajes para animales y productos procesados comestibles, para humanos,
entre ellos la tortilla industrializada. Además, dicho maíz sirve de insumo
para combustibles, pinturas, almidones o féculas, jarabes endulzantes,
plásticos “biodegradables”, pegamentos, cosméticos, textiles, papel y un largo
etcétera.
Con claridad, el
estudio da peso a que los transgénicos se concentran en el maíz industrial y
sus derivados (en este caso alimentos procesados), mientras el maíz nativo
todavía es defendido desde los niveles más locales. Aunque no está fuera de
riesgo, su metabolismo impulsa una reflexión permanente en su órbita, que
termina promoviendo su defensa.
Segundo. Algo que sería motivo de más estudios de mayor
profundidad: el desbalance provocado por la industria y el gobierno cuando
exigen la importación de maíz industrial, principalmente de Estados Unidos,
aunque la producción nacional (unos 23-24 millones de toneladas) sería
suficiente para alimentar a la población, pues con esa cantidad se cubre un 50%
más de “la ingesta posible digerible anual de 120 millones de mexicanos”[5].
Hablamos de unos 6.8 millones de toneladas (29.6%) de subsistencia [o maíz de
soberanía alimentaria] que no entra al mercado, más 7 millones que sumados a lo
que aporta el maíz campesino de temporal arrojan unos 13. 8 millones de
toneladas, más de 60% de la producción del país. El resto, son unas 10.6
millones de toneladas de maíz de riego. ¿Por qué entonces la insistencia de
importar entre 7 y 10 millones de toneladas de maíz amarillo?
Para Antonio Turrent,
investigador de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS),
“No hay insuficiencia de maíz blanco normal para la elaboración industrial de
toda la harina de maíz que los mexicanos podríamos consumir directamente como
alimento. ¿Es por tanto la decisión de mezclar el maíz blanco nacional (no
transgénico) con maíz transgénico para producir harina industrial de maíz, una
decisión voraz de mercado de nuestra industria?¿No sería ésta una mala y hasta
cruel decisión a plazo largo, equivalente a autodispararse en el pie?”[6]
El Centro de Estudios
para el Cambio en el Campo Mexicano (Ceccam) que ha investigado con mucho
detalle la situación, abunda: “México importa anualmente entre 7 y 10 millones
de toneladas de maíz amarillo proveniente de Estados Unidos, principalmente
para alimento de ganado, aunque también se usa para la alimentación humana. El
maíz transgénico —hasta ahora sólo importado— se utiliza mezclado con el maíz
convencional en la elaboración de alimentos balanceados, piensos y productos de
maíz para consumo humano: harina y masa para tortillas, cereales, aceite,
atole” [7]
Tercero. Los productos comestibles procesados
son ahora uno de los destinos principales de la materia prima que representa
ese maíz industrial que es una mezcla de maíz amarillo, y tal vez maíz blanco,
pero que siempre es un maíz híbrido o transgénico sembrado en monocultivo,
retacado de agroquímicos, promotor de acaparamiento de tierras, devastación
ambiental y expulsión campesina.
México es una de las
10 principales potencias productoras de alimentos procesados en el mundo, pero
decir “México” bajo las condiciones del TLCAN y otros cuarenta y tantos
acuerdos comerciales, de cooperación e inversión que ha firmado el país, es una
careta para cubrir a las corporaciones transnacionales que operan desde nuestro
país por las ventajas comparativas (léase condiciones de desvío de poder).
Según la
sistematización de Sergio L. Ornelas, editor de la publicación MexicoNow, México es hoy la octava potencia
productora de alimentos procesados en el mundo y la tercera del continente
americano, tras Estados Unidos y Brasil, en un escenario donde el valor de la
producción mundial equivalió en 2014
a 4 billones 900 mil millones de dólares y se supone que
llegará a valer 7 billones 850 mil millones de dólares hacia el 2020[8]
En México, la
producción de alimentos procesados alcanzó los 138 mil millones de dólares en
2014, pero según Ornelas citando datos de la consultora IHS , irá
creciendo y en 2017 se calcula estuvo en 158 mil millones de dólares [9]. Las ganancias netas
de su industria de alimentos procesados, según datos de IHS, citadas por
ProMéxico, instancia del gobierno mexicano en su análisis sectorial de
alimentos procesados, fue de 35 mil millones de dólares en 2015. La Secretaría
de Economía mexicana afirma que tan sólo en 2015 México recibió una inversión
extranjera directa de mil 304 millones de dólares y entre 2005 y 2015 acumuló
inversiones por 8 mil 264 millones de dólares para la industria de alimentos
procesados.
Algo significativo, en
el escenario que el estudio del equipo de investigación mexicano UNAM-UAM [10] vino a desnudar, es que tales
alimentos procesados contaminados con transgénicos y glifosato son parte del
26.9% de la producción de procesados correspondiente a panadería y tortillas, y
a 10% adicional que representan los granos y las oleaginosas [11]. Es decir, la
contaminación se mueve, por lo menos, dentro de 36.9% de la producción de
alimentos procesados en México, sin contar el mundo de los edulcorantes.
Tal producción de
alimentos procesados incluye a PepsiCo, la gigante productora de frituras,
botanas y tostadas. Su directora en México, Paula Santilli, afirmó que “de los
200 países donde tiene presencia, México es su segundo mercado más grande —sólo
detrás de Estados Unidos— y donde genera ingresos casi tres veces más altos que
en países como Brasil” [12].
En México, PepsiCo cuenta con 17 plantas “e ingresos anuales por más de 3 mil
400 millones de dólares, según su último reporte anual” [13]. Sus marcas
incluyen Sabritas, Quaker y Doritos, entre otras de las revisadas por el estudio
del equipo UNAM-UAM.
También está
Ingredion, productora de harinas, jarabe de alta fructosa y almidones de maíz
entre muchos productos industriales elaborados con dicho cultivo, que en enero
de 2016 anunció que invertiría 30 millones de dólares “con la finalidad de
aumentar su capacidad de producción de su planta de San Juan del Río,
Querétaro” [14]. Están
también el Grupo Gruma, empresa líder mundial en la producción de harina de
maíz con 18 plantas procesadoras e investigación y tecnología para producir
harina maicera y tortilla industrializada, que durante 2016 arribó a los 18 mil
819 millones de pesos en ventas netas (unos mil millones de dólares al tipo de
cambio actual) y el Grupo Bimbo, otro gigante mexicano de la panadería y las
botanas cuyos ingresos “a nivel consolidado, crecieron 0.3%, ubicándose en 65
mil 390 millones de pesos [3 mil 534 millones de dólares] respecto al tercer
cuarto de 2016, y cuyas ventas en México subieron 12.2%” [15].
Toda esa producción se
potencia mediante la enormidad de los supermercados en América Latina. Tan sólo
Walmex, (la filial mexicana de Walmart) mencionó en su reporte del segundo
trimestre de 2017 a
la Bolsa Mexicana
de Valores que sus ventas totales crecieron 9.1%, llegando “a 135 mil 724
millones de pesos [unos 7 mil 300 millones de dólares] [16].
También comenzó a
aparecer en el radar de los medios
masivos el crecimiento descomunal de las llamadas tiendas de conveniencia, en
particular Oxxo (en parte propiedad de Femsa-Cocacola). Un artículo reciente de
BBC Mundo, puso por titular: “Una nueva tienda cada 8 horas: cómo la mexicana Oxxo se
convirtió en la mayor tienda minorista de América Latina” [17].
En un informe de 2015,
GRAIN había documentado que este tipo de pequeñas tiendas situadas en los
barrios establecía cierto estricto control sobre la disponibilidad de alimentos
por zonas particulares, imponiendo en los hechos el consumo de productos
comestibles procesados, justo las frituras, botanas, tostadas de maíz
documentadas en el estudio del equipo de investigación mexicano UNAM-UAM [18]
Según BBC Mundo, Oxxo
cuenta con 16 mil tiendas, principalmente en México,[19] y establece una red de
distribución de los productos comestibles procesados con base en maíz
industrial, lo que hace urgente revisar los criterios de seguridad de dicho
maíz, a todas luces transgénico, que está presente en cada barrio de las
ciudades e incluso en los poblados rurales mexicanos en tales productos
comestibles industriales.
Cuarto. También tenemos que considerar el envenenamiento lento (y
no tan lento) con glifosato, si insistimos en que el estudio de los
investigadores mexicanos de la UNAM y la UAM, donde se encuentra la doctora Elena
Álvarez-Buylla, recién galardonada con el Premio Nacional de Ciencias mexicano,
2017, encontró que casi la tercera parte de las muestras de comestibles
procesados sometidos a escrutinio, incluidas las tortillas industriales,
también omnipresentes en los barrios, contenía rastros de ese agroquímico. Dice
la investigadora del Grupo ETC, Silvia Ribeiro: “Los resultados adquieren mayor
gravedad porque el consumo de maíz en México por persona es mayor que en
cualquier otro país. Pese a que la Organización Mundial
de la Salud declaró al glifosato como cancerígeno para animales y probable
cancerígeno para humanos en 2015, la Cofepris, instancia responsable de
autorizar qué alimentos se pueden vender para consumo humano, ha autorizado sin
empacho la venta para consumo de maíz transgénico tolerante a glifosato, que
deja altos residuos del mismo en alimentos” [20].
Es tremenda la
invasión transgénica a un flujo tan enorme de maíz en la alimentación de un
pueblo cuando no hay certeza de su inocuidad.
Quinto. Es inevitable reseñar la respuesta al
estudio del equipo de investigación mexicano UNAM-UAM, por parte de los investigadores
paladines de los transgénicos. Ésta es la repetición de todo lo que desde el
gobierno, la industria y ciertos científicos, sigue siendo la reivindicación
principal: que los transgénicos son inocuos, que se han cumplido todas las
regulaciones, nacionales e internacionales, que hay una equivalencia sustancial
entre transgénicos y no transgénicos. En la respuesta más directa, los
promotores de transgénicos afirman: “En más de 20 años de uso y consumo
continuo por más de 1200 millones de humanos y 100 mil millones de animales, no
se ha presentado ninguna evidencia científica de daños por su consumo. El
supuesto daño reportado en algunos artículos (Seralini et.al, 2012 y 2014), no tiene sustento
científico relevante” [21].
Elena Álvarez-Buylla,
Cristina Barros, Emmanuel González Ortega, Alma Piñeyro-Nelson, Alejandro
Espinosa y Antonio Turrent de la UCCS, contestaron a las críticas diciendo:
La “equivalencia
sustancial” favorece a las corporaciones comercializadoras de OGMs y a las
industrias alimentarias que hacen negocio con su procesamiento por encima de
los intereses de la
ciudadanía. Es ética y científicamente inadmisible que la
falta de evidencia de daño por la ausencia de protocolos y seguimiento
adecuados, sea tomada por las entidades regulatorias como evidencia de
inocuidad de alimentos derivados de OGMs. Urgen protocolos rigurosos que
directamente evalúen la hipótesis de que los alimentos derivados de OGMs pueden
tener impactos no deseados en la salud humana y animal, bajo diferentes escenarios
de consumo. La carga de la prueba debe recaer en las empresas y no en la
ciudadanía. [...]
Pueden existir muchos
artículos con datos negativos para apoyar la equivalencia sustancial o ausencia
de daños, pero uno solo con datos positivos debería ser suficiente para
rechazar este concepto y regular en consecuencia, previniendo daños [...] El
estudio de Séralini y colaboradores, que desestiman los autores de la nota en
cuestión, fue republicado con datos adicionales que lo sustentan. Por otro
lado, muchos de los estudios con datos negativos, que sugieren la inocuidad de
OGMs, han sido realizados por investigadores con conflictos de interés.
Estudios experimentales demuestran que el glifosato es teratógeno en
vertebrados y cancerígeno en animales de laboratorio [22].
Conclusiones. Es muy irresponsable que las instancias reguladoras de la
sanidad alimentaria no hayan hecho nada por frenar la presencia de productos
comestibles procesados que contienen maíz transgénico y trazas de venenos tan
poderosos como el glifosato, calificado de cancerígeno por la OMS.
La tendencia creciente
a privilegiar una agricultura basada en la producción de materias primas para
la industria anuncia que, sobre todo en los ámbitos urbanos, nos veremos
sometidos cada vez más a productos comestibles industrializados que no son
inocuos.
El maíz con que se
fabrica la tortilla industrial, vendida masivamente por toda la república en
expendios (tortillerías), debería ser un maíz libre de transgénicos y
agroquímicos: porque la producción de tales maíces genéricos sustituye y golpea
la pequeña producción nacional no transgénica, campesina o de medianos
productores; y porque la promoción de la industria de comestibles
industrializados fomenta la producción y / o importación de maíz transgénico, con
agrotóxicos, que es vehículo para diseminar problemas de salud como obesidad,
diabetes, cáncer y teratogénesis.
Hay que profundizar en
tales afectaciones y en las tendencias que buscan controlar la disponibilidad
alimentaria de la población, principalmente entre las capas empobrecidas,
mercado cautivo de donde extraen sus ganancias las corporaciones que elaboran
frituras, tostadas, botanas y tortillas industriales.
La defensa del maíz
nativo debe crecer y fortalecer argumentos, narrativa, vínculos y esfuerzos por
una soberanía alimentaria.
Notas: (..)
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