Reflexiones sobre
el peronismo de izquierda
28 de julio de 2012
Por Rolando Astarita
Por estos días he terminado de leer el primer
tomo de El
peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina (Buenos Aires, Planeta, 2010),
de José Pablo Feinmann. Es un texto interesante, que puede ser disparador de
varios debates. También el segundo volumen contiene material importante, aunque
se repiten algunas temáticas y argumentos ya planteados en el primer tomo. En esta nota realizo algunas reflexiones sobre el peronismo de
izquierda revolucionario, a partir de la presentación que hace Feinmann de las
posiciones de esta corriente en las décadas de los 50 a los 70. En lo que sigue
también utilizo Nacionalismo
burgués y nacionalismo revolucionario (Buenos Aires, Contrapunto, 1986), del
artista plástico y militante del peronismo de izquierda, Ricardo Carpani.
El “viejo” peronismo revolucionario
En opinión de
Feinmann, el mejor representante del peronismo revolucionario ha sido John
William Cooke. Efectivamente, Cooke es clave para entender a la militancia
peronista que buscó trabajar desde el seno del movimiento de masas, en un
sentido socialista. Dado que mucha gente joven no lo conoce, en el Apéndice
reseño brevemente su vida.
Una de las primeras cuestiones que destaca Feinmann es que Cooke
pensaba que la lucha revolucionaria debía ser protagonizada por las masas, y no
por vanguardias iluminadas. Por eso, y a pesar de su respeto y amistad con el
Che, Cooke nunca fue foquista. “La concepción de Cooke no es la de Guevara … Para Cooke
la cosa no es primero el foco, después el pueblo. No es primero una minoría y
después las masas. (…) El verdadero revolucionario es aquel que trabaja con y
desde las masas” (Feinmann, p. 382). A partir de aquí, y siendo Cooke
socialista, el problema que se plantea es cómo lograr que la clase obrera
argentina asuma un programa y una estrategia socialistas. La respuesta a este
interrogante se articula en base a dos supuestos centrales: que el peronismo no
puede ser asimilado por el régimen burgués; y que desde el peronismo se podía
radicalizar el enfrentamiento de las masas peronistas con la clase capitalista, superando al propio peronismo.
La idea de que el peronismo no es asimilable está sintetizada en
la famosa frase de Cooke, “el peronismo es el hecho maldito del país burgués”.
¿Por qué? Pues porque Perón era el líder del enemigo de la burguesía, y el
peronismo había soliviantado a esas masas trabajadoras (por ejemplo, otorgando
grandes derechos sindicales). De ahí que el movimiento nacional no podría ser
integrado en el régimen democrático burgués: “El régimen no puede
institucionalizarse como democracia burguesa porque el peronismo obtendría el
gobierno”, escribía Cooke en “La revolución y el peronismo”, (citado por
Feinmann, p. 388). Y dado que las masas eran peronistas, había que ingresar al
peronismo para dar la batalla desde allí. En palabras de Feinmann: “Cooke… es
el ideólogo del peronismo revolucionario porque es el ideólogo del entrismo en las masas. Somos peronistas porque
las masas lo son y debemos llevarlas hacia la lucha por la liberación nacional”
(p. 375). Aquí
está el origen conceptual de la izquierda peronista.
Aunque se refiere en particular a la izquierda peronista que no
cayó en el vanguardismo, al estilo de los Montoneros. Feinmann agrega: “hay que
estar en el peronismo porque ahí están las masas y sin las masas no hay
revolución posible, sino que se genera el vanguardismo sin pueblo que termina
girando en el vacío” (p. 378). Y en un diálogo imaginario con René Salamanca
(dirigente de los obreros mecánicos de Córdoba, militante del PCR), le hace
decir a Cooke: “la identidad política de los obreros argentinos es el
peronismo. No estar ahí, es estar fuera”. En otro pasaje, Feinmann anota: “La
sustancia de la revolución son las masas. De aquí que el peronismo se
presentara tentador. Con un empujoncito más hacemos de este pueblo un pueblo
revolucionario y el líder (Perón) no tendrá más que aceptarlo. No se trabajaba
sólo para obedecer a Perón y aceptar su conducción literalmente. (…) Se
trabajaba para que el pueblo peronista diera hacia adelante el paso que aún lo
alejaba de las consignas de lucha socialistas. Una vez producido esto, Perón no
tendría más remedio que aceptarlo. El que entiende esto entiende todo el
fenómeno complejo de la izquierda peronista” (p. 384). Esto resume lo central
del pensamiento de la izquierda peronista (aclaremos, la izquierda peronista
que se proponía avanzar al socialismo; bastante distinto de lo que hoy se
presenta como “izquierda” peronista).
La liberación nacional conduce al socialismo
Además de la imposibilidad de integración al régimen burgués, el
otro elemento fundamental es que se asumía al peronismo como un movimiento de
liberación y afirmación nacional; y por aquellos años 60 y 70 toda la izquierda
pensaba que la liberación nacional sólo podría imponerse enfrentando con
métodos revolucionarios al imperialismo. Pero esto llevaría al socialismo. Por
lo cual, el peronismo (como le sucedería a todo movimiento del liberación
nacional) sería superado-conservado (el aufhebung hegeliano) por el socialismo (la
formulación es de Feinmann). En otras palabras, el capitalismo sería derrotado
porque la lucha contra el colonialismo sería imparable, y el imperialismo no
podría absorberla.
Enfaticemos que en el peronismo de izquierda existía claridad en
cuanto al carácter burgués del peronismo, y por eso “no se
trabajaba sólo para obedecer a Perón y aceptar su conducción literalmente”.
Había conciencia de que Perón era, en última instancia, “un representante de la
burguesía, del capitalismo” (Feinmann, p. 232), y el peronismo, a lo sumo, un
“movimiento capitalista humanitario y distribucionista” (ídem, p. 220). Pero a
partir de sus contradicciones con el imperialismo y sus “agentes locales” (la
oligarquía, el capital financiero, el gran capital local), se visualizaba la
posibilidad de que iniciara el tránsito al socialismo, ya que el imperialismo
no podía absorber la lucha por la liberación. Con esta perspectiva en mente, Cooke
invita, en los años 1960, a
Perón a sumarse a un “frente revolucionario extendido en todo el planeta”
(carta de Cooke a Perón, citada por Feinmann en p. 397). En ese frente
participaban Ben Bella (Argelia), Sekú Torué (líder de la independencia y
presidente de Guinea), Nkrumah (líder de la lucha por la independencia de
Ghana), Nasser (Egipto), Tito (Yugoslavia) y Castro.
Aunque
Perón no siguió el consejo de Cooke, lo importante es que la militancia
peronista de izquierda creía que la historia empujaría al movimiento nacional a
superar sus propios límites; incluso
en contra de los deseos de su conductor. En este respecto, la
diferencia con la izquierda radicalizada y no peronista no pasaba tanto por el
pronóstico histórico general (“el triunfo de la liberación nacional llevará al
socialismo”), sino sobre que ese proceso pudiera ocurrir desde el peronismo. La
izquierda radicalizada (guevarista, trotskista, maoista) pensaba que el
peronismo tenía limites de clase precisos. La izquierda peronista, en cambio,
veía el desenlace socialista como muy probable. Al margen de lo que quisiera
Perón, las masas empujarían en dirección al socialismo, superando las
limitaciones de la propia dirección. La Resistencia había galvanizado el
proyecto. Esta perspectiva llevaba, en los mejores exponentes del
peronismo revolucionario, a cuestionar abiertamente el carácter burgués del
movimiento. Esto se aprecia claramente en el siguiente texto de Carpani, que es
de 1972: “Finalmente, (el peronismo revolucionario) delimita y profundiza su
conciencia y sus objetivos a partir de la caída de Perón en 1955, durante la Resistencia Peronista
y las luchas posteriores, que desembocan en la conformación de un pensamiento
peronista revolucionario, plenamente consciente de sus objetivos de clase y
tajantemente diferenciado del peronismo burgués y burocrático” (p. 70). Carpani
llega a decir que para avanzar no hay siquiera que conformarse con un programa
de estatizaciones, como habían planteado los programas de La Falda, Huerta
Grande o de la CGT de los Argentinos. Explícitamente
criticaba “la creencia de que, sobre la base de un programa de nacionalización
de los recursos fundamentales, pero manteniendo en lo esencial el régimen de la
propiedad privada, existía la posibilidad para esa burguesía (se refiere a la
burguesía industrial argentina) de un destino independiente del imperialismo”
(p. 73). Una afirmación de este tipo podía suscribirla tranquilamente cualquier
trotskista de aquellos años. Aquella militancia “del movimiento nacional”
advertía que existía una división profunda entre el peronismo burgués
(burocrático, acomodaticio, institucional) y el peronismo revolucionario que
reivindicaba, y al que identificaba con la clase obrera, con los explotados.
Ni punto de contacto con lo de hoy
Cualquiera que siga
medianamente la política actual podrá apreciar la distancia que media entre
aquella vieja izquierda peronista, que se asumía como revolucionaria, y lo que
hoy puede llamarse peronismo de izquierda. Cooke, o los militantes que llegaban
al peronismo desde Marx (muchos hicieron este derrotero) tenían como meta el
socialismo, y en este empeño llegaban a disputar no solo con las conducciones
intermedias, sino con el mismo Perón. Lo mismo sucedió con muchos (no todos)
jóvenes que se iniciaron en los movimientos cristian os
y nacionalistas de derecha, y terminaron en las alas de izquierda del peronismo
(por ejemplo, parte de la dirección de Montoneros). Cooke criticó el Congreso
de la Productividad porque intentaba aumentar la productividad a costa del
esfuerzo de los trabajadores (sintomáticamente, la patronal se quejaba por
entonces de la falta de disciplina obrera en las empresas); y también las
negociaciones de Perón con la Standard Oil. Después del golpe de 1955, luchó en
la Resistencia. Y
si bien fue artífice principal del pacto con Frondizi, a partir del triunfo de
la revolución cubana radicalizó su postura, y trabajó por un acercamiento del
justicialismo con el castrismo. Finalmente, murió pobre y aislado. Nada que ver con una militancia “izquierdista” que hoy defiende a
tránsfugas del CEMA y la Ucedé, aplaude a funcionarios que se enriquecen de la
noche a la mañana participando de fabulosos negociados, y saluda como aliados a
burócratas-sindicales-empresarios, para seguir a la caza de puestos, y más
puestos. No quedan ni rastros de la vieja llama crítica, cuestionadora,
anti-sistema.
Volviendo
al ideario peronista revolucionario, no quiero disimular las diferencias que
nos separaban. En aquellos años 70 yo militaba en el trotskismo, y los
trotskistas pensábamos (como en general muchos otros marxistas) que el
peronismo no podía evolucionar hacia el socialismo. Discutíamos muy fuerte sobre
esto. También criticábamos el vanguardismo armado, elitista, de los Montoneros
(y del ERP). Pero por encima de esas diferencias, había un sentido de
pertenencia a la izquierda revolucionaria. Lo he visto y vivido (y lo mismo le
ha pasado a otros compañeros) en las muchas experiencias de lucha, de
organización y combates dados desde el seno del movimiento de masas. La
militancia de izquierda peronista, al menos en su gran mayoría, estaba
comprometida con un ideal de revolución. No sé hasta qué punto lo
estaría la dirección de Montoneros (o una parte importante de ella), pero sí lo
estaban cientos o miles de militantes de base, e intermedios ,
que se jugaban todos los días en la pelea contra burócratas o patronales. Ese
peronismo de izquierda de los 70 fue girando, primero hacia la no aceptación de
la conducción estratégica de Perón, luego hacia la oposición abierta, como
señala Feinmann (p. 109). Como es conocido, el enfrentamiento no comenzó cuando
asumió Isabel. En junio de 1974
Carpani llamaba a construir “la organización independiente de los trabajadores,
que garantice la hegemonía directiva de la clase obrera en la lucha por la
liberación nacional y social” (reproducido en op. cit. p. 88). Por la misma
época, caracterizaba la política de Perón, de 1973-4, como “una política
nacionalista burguesa, fundada en un pacto social entre los trabajadores y la
burguesía, tendiente en una primera etapa a renegociar la dependencia del país
en términos más favorables para el sector de la burguesía industrial monopolista
de capital prevalecientemente nacional”. Y agregaba: “Dicho proceso pasa por
alto, tanto el grado de conciencia logrado por los sectores más combativos de
la clase obrera y el nivel de sus reivindicaciones, como el carácter orgánico
de la dependencia de las burguesías semicoloniales respecto al imperialismo,
dependencia que se halla implícita en las mismas condiciones de supervivencia
del sistema capitalista” (p. 96). Gelbard, por entonces ministro de Economía,
que hoy es considerado casi un revolucionario, era definido por Carpani como un
“representante conspicuo de la burguesía industrial monopolista pretendidamente
nacional”. Precisemos que la política económica de Gelbard, si bien burguesa,
era mucho más estatista y nacional que cualquier cosa que pueda verse hoy. ¿A
quién se le podía ocurrir, en el peronismo “a lo Carpani”, que la “liberación
nacional y social” iría de la mano de los Boudou y De Vido, de los Eskenazi y
Cirigliano, de los Alperovich e Insfrán, de la Exxon y la Barrick Gold de
entonces?
¿”Desencuentro trágico”?
La ruptura-enfrentamiento de los 70 entre la conducción del
peronismo y la izquierda peronista no fue un proceso lineal, y tuvo muchos
aspectos cuestionables. La postura que tomó Montoneros al día siguiente de
Ezeiza siempre me pareció muy criticable (¿por qué callaron la aquiescencia,
por decir lo menos, de Perón con la matanza?). También los silencios
ensordecedores ante los primeros asesinatos de la Triple A (¿por qué se
disimulaba que los asesinos tenían el respaldo del propio Perón?). Sin embargo,
estas “agachadas” (así las interpretábamos desde la izquierda no peronista) no
impidieron que el conflicto se profundizara. Muchos militantes de base y
cuadros intermedios tenían dudas,
pero ante la encrucijada de elegir entre los burócratas-burgueses, y los
trabajadores, se
decidieron por los trabajadores. Y el enfrentamiento fue brutal,
porque los matones y asesinos tenían el apoyo del Estado (¿o acaso también hay
que creer que el terrorismo de Estado comenzó el 24 de marzo de 1976?) y la vía
libre de la impunidad.
Seamos
claros: fue un
enfrentamiento que afectó la médula del sistema, porque cuestionó a la
burocracia sindical. En muchas empresas, en especial en
metalúrgicos y mecánicos, fueron desplazadas direcciones burocráticas. Este cuestionamiento por la base al poder sindical fue, por
supuesto, más peligroso para la burguesía (y para la derecha) que la
Universidad “nacional y popular” (barrida por los fascistas Ivanisevich y
compañía), y
potencialmente más subversivo, en el largo plazo, que el accionar de los
grupos armados. El enfrentamiento era el hijo del Cordobazo,
pero en una etapa superior de lucha, porque a partir del 73 el gobierno era
peronista. En la izquierda se alineaban montos, peronistas de base,
trotskistas, maoístas, militantes de superficie del ERP, y no pocos obreros del
PC (aunque su dirección pactaba con Gelbard y Perón). Lo recuerdo bien,
estábamos unidos, nos protegíamos las espaldas, porque nos enfrentábamos a la Triple A , a los
burócratas que colaboraban con ella, y a las patronales que se ponían del lado
de los verdugos.
Por supuesto, esto se trata de borrar de la memoria. Es lo que
intenta Cristina K cuando dice que en los 70 hubo un “desencuentro trágico”
entre la juventud peronista y la burocracia sindical. “Desencuentro
trágico”. ¿Es cinismo, o simple odio de clase? ¿Se puede encontrar
algo más reaccionario, en todo el sentido de la palabra? Pero es lógico, porque CK, y los obsecuentes que la aplauden, buscan borrar la memoria de una
experiencia de lucha que debería grabarse a fuego en la conciencia de la clase. No olvidemos: en los 70 la juventud militante y de
izquierda, con el apoyo (pasivo, en muchos casos, pero apoyo, porque la gente
votaba en las empresas) empezó a desplazar direcciones traidoras y burocráticas
en grandes empresas. La derecha entonces respondió asesinando, golpeando,
persiguiendo por todos lados (escribo esto y me vienen a la memoria los rostros
de compañeros secuestrados, asesinados, golpeados brutalmente, por el simple
“pecado” de integrar una lista opositora a la burocracia, o ser delegados
honestos). Mariano Grondona, a todo esto, aportaba lo suyo, comentando que
López Rega hacía “el trabajo sucio, pero necesario” (Marianito, siempre tan
medido). A esta experiencia extraordinaria de la clase, CK la descalifica como
“desencuentro trágico”. Y los jóvenes de La Cámpora aplauden a rabiar, haciendo
coro a los viejos burócratas, que asienten satisfechos.
La realidad es que
aquella vieja izquierda se jugó la vida por acabar con los burócratas fachos y
alcahuetes (¡si alcahueteaban a las patronales para que echaran “zurdos”!). Con
queridos compañeros, fueran montos o del peronismo de base, he compartido
reuniones de agrupaciones de empresa donde discutíamos (y a veces muy
duramente), pero también organizábamos, y salían cosas medianamente buenas (un
boletín de fábrica, una colecta para una huelga, o ir a visitar otros
trabajadores que estaban haciendo una olla popular). Naturalmente, también
compartimos la cárcel o la tortura; y el compañerismo o la amistad con tantos
militantes desaparecidos. Repito, estábamos en el mismo “bando”. Entre nosotros
había diferencias, pero no había “desencuentro
trágico”, sino un “encuentro” consciente, porque subyacía una unidad de fondo.
Hoy, en cambio, no hay encuentro posible con esa izquierda peronista que
aplaude discursos que llaman “privilegiados” a los docentes, “extorsivas” a las
huelgas, y acusan por “golpistas” a luchas obreras que reclaman aumentos
salariales. ¿Qué tiene que ver esto con el “desarrollo de la conciencia social”
del proletariado, que pedían Carpani y otros exponentes del peronismo
revolucionario? En los 70 a
nadie, que no fuera un amigo de López Rega, se le ocurría pensar que una huelga
era “funcional a la derecha”; nadie miraba para otro lado y tapaba
responsabilidades en tragedias como la de Once. Por aquellos años, a nadie de la
izquierda se le cruzaba por la mente justificar el enriquecimiento sin límites
del lumpen burgués-estatista, mientras agita banderas “nacionales” y condena al
activismo que se levanta contra la megaminería.
La experiencia del “entrismo” en las masas peronistas
La historia del peronismo revolucionario “a lo Cooke” también
encierra una enseñanza muy importante para la militancia de hoy: la
imposibilidad de transformar “desde adentro” y desde la militancia, a un
movimiento nacional burgués en un movimiento revolucionario y socialista. No
fue posible en los tiempos de mayor enfrentamiento entre el peronismo proscrito
y la alta burguesía argentina. En los 60, y por lo menos hasta mediados de los
70 (en 1975 EEUU sale derrotado de Vietnam), hubo un marco internacional que
parecía extremadamente favorable. Asistíamos al auge del tercermundismo, la
revolución cubana entusiasmaba, y se contaba con el “respaldo” de la URSS y
China a los movimientos de liberación nacional. El apoyo de los soviéticos a la
dictadura de Videla, y antes de China a Pinochet, socavaría esta confianza,
pero en los años 60 y comienzos de los 70, pocos la cuestionaban. Sin
embargo, y aun con todo este contexto, la
experiencia demostró que no bastaba con el “empujoncito” para que las masas
“superaran” a Perón, y el programa del peronismo. Es que nunca se
terminaba de romper con el sistema capitalista y el proyecto
nacional-estatal-burgués. Muchas veces se habló “del giro a la izquierda de las
masas peronistas” (expresión que lanzó Codovilla, en 1946); pero el giro
siempre terminó en el reformismo burgués. Hubo grupos trotskistas que
plantearon la táctica de la “exigencia” (“que la CGT imponga su programa con la
huelga general”, etc.), pero esta agitación no tuvo mayores repercusiones. El
pretendido “empujoncito” no pudo darlo Cooke, a pesar de ser el delegado
personal de Perón en Argentina durante el período más duro de la resistencia. Tampoco
pudieron darlo los grupos trotskistas que buscaron hacer entrismo en el
peronismo. Por ejemplo, a partir de 1953-4 los grupos dirigidos por Nahuel
Moreno y Esteban Rey se dirigieron a las masas peronistas desde el Partido
Socialista de la
Revolución Nacional (que bajo la dirección de Dickmann se
había acercado al gobierno), pidiendo medidas efectivas para frenar el golpe
que se avecinaba. Además, no sólo Milcíades Peña (como pretende Feinmann)
exigió armas a la CGT para enfrentar a la Libertadora; hubo otros militantes de
izquierda. Luego, durante la Resistencia, algunos se asumieron como parte del
movimiento peronista. Fue el caso del grupo de Nahuel Moreno, cuando publicaba
Palabra Obrera, órgano del Movimiento de Agrupaciones Obreras, que militaba en
las 62 Organizaciones, a fines de la década de los 50. Pudo haber habido
influencia sindical, pero no hubo superación alguna del peronismo. En la década
del 60. y hasta 1972, algunos grupos trotskistas también lucharon por la vuelta
de Perón, no sólo porque era una reivindicación democrática elemental, sino
porque pensaban que la demanda no era asimilable por el régimen burgués. Pero
las masas peronistas no viraron hacia ellos (y Perón volvió sin revolución
socialista).
Asimismo, muchos militantes provenientes del marxismo intentaron
llevar a cabo el sueño de Cooke, esto es, constituir desde el interior del
peronismo a la clase obrera en sujeto revolucionario. Los resultados fueron, de
nuevo, muy escasos. Incluso los compañeros que tenían fuerte inserción de
masas, no podían radicalizar el movimiento más allá de los límites establecidos
por Perón o por las “20 verdades” del justicialismo (un recetario de consejos
pro-capitalistas, estatistas y cristian os,
empapados de conciliacionismo de clase). Lo he visto y vivido. Cuando
militantes de montos o del peronismo de base (subrayo, con inserción, no estoy
hablando de los que caían en paracaídas) intentaban, en charlas con los
trabajadores comunes, cuestionar o traspasar los límites, empezaban a sentir el
silencio y el vacío a su alrededor. La gente acompañaba en la lucha contra la
burocracia (y hasta cierto punto), pero el
paso político hacia el socialismo no se daba. En otras palabras, el
peronismo no era “superado” en ningún sentido socialista. No bastaba con el
bendito “empujoncito”. La izquierda revolucionaria podía estar “dentro” del
peronismo indefinidamente, pero no podía dar el tono general del movimiento
nacional. Esto fue así cuando estuvo Perón, y continuó luego de su muerte.
Agreguemos otra cuestión: para estar en la lucha tampoco era necesario tomar la
bandera del peronismo, como muchas veces se insinuó. Tosco, Paez, Salamanca,
Flores, fueron grandes dirigentes del Cordobazo y de otras gestas obreras, y no
eran peronistas, sino marxistas. Tenían un enorme ascendiente sobre las masas
trabajadoras; aunque éstas permanecieron en el peronismo, sin traspasar sus
límites.
Pronósticos fallidos
Por razones de extensión, no lo voy a desarrollar aquí, pero
dejo señalada una cuestión que me parece capital: el error en el análisis que
prevaleció en la izquierda de los 60 y 70. Consistió en creer que los
movimientos de liberación nacional no eran asimilables por el modo de
producción capitalista. La corriente de la dependencia, y la mayoría de los
grandes economistas marxistas (Mandel, Samin, Sweezy y Baran) alimentaron esta
creencia, que fue asumida por prácticamente todas las tendencias de la
izquierda radicalizada, incluido el peronismo revolucionario. He analizado esta
cuestión en otros trabajos, en especial en Economía
política de la dependencia y el subdesarrollo. Aquí sólo quiero
señalar que casi todos los movimientos nacionales burgueses o pequeño burgueses
han sido asimilados al capitalismo; incluso los que en su radicalización
llegaron al estatismo generalizado. Fue un fenómeno mundial. El espectáculo de
los viejos montoneros, y del partido Justicialista, aplaudiendo y defendiendo
las privatizaciones menemistas, es sólo una parte de la escena global (¿acaso
la heroica dirección vietnamita, la que condujo la lucha por la liberación, no
se transformó, después de 1975, en alumna destacada del FMI?). En segundo
lugar, y más específicamente, se demostró que el peronismo era asimilable al
régimen burgués. Mejor dicho, lo demostró, sin dejar lugar a dudas, el propio
Perón, cuando volvió al país acompañado de Isabel, López Rega y todo un séquito
de asesinos y fascistas, que asumieron con entusiasmo la tarea de “limpiar” el
país de izquierdistas. Algún día habrá que explorar hasta el fondo las raíces
teóricas de estos errores. Estoy convencido de que es parte del rearme político
que necesita el marxismo.
Apéndice, John William Cooke
Cooke (1919-1968)
tuvo su origen en el radicalismo, pero adhirió tempranamente al peronismo, y
fue diputado por este partido, entre 1946 y 1951. En 1954 se opuso a los
contratos petroleros que negociaba el gobierno de Perón, y al Congreso de la productividad. En
1955 la Libertadora lo pone preso, junto a muchos otros dirigentes y militantes
peronistas. En noviembre de 1956, y aun estando detenido, Cooke es designado
por Perón para que asuma su representación política (“su decisión será mi
decisión y palabra mía”, escribe Perón). En 1957 trabaja para el acuerdo entre
Perón y Frondizi, y en el 59 interviene en la huelga del frigorífico Lisandro
de la Torre. Después
de este hecho, Perón lo desplaza. Ese mismo año, viaja a Cuba junto a su
compañera, Alicia Eguren. Adhiere a la revolución -combate en Bahía de los
Cochinos- y permanece en la isla hasta 1963. Por entonces intentaba convencer a
Perón de que viajara a Cuba, y que el movimiento peronista asumiera posiciones
revolucionarias. En 1963 regresó a Argentina, y organizó Acción Peronista
Revolucionaria, donde participaron, entre otros, Fernando Abal Medina y Norma
Arrostito, que luego serían dirigentes de Montoneros. Pero Cooke está aislado;
muere de cáncer en 1968. En 1973 Alicia publica su correspondencia con Perón,
que habría de influir largamente en la izquierda peronista (así como sus otros
escritos). Alicia Eguren fue secuestrada y asesinada por los militares en 1977.
—
Descargar el documento:
[varios formatos siguiendo el link, opción Archivo/Descargar Como]
Reflexiones sobre el peronismo de izquierda
Descargar el documento:
[varios formatos siguiendo el link, opción Archivo/Descargar Como]
Reflexiones sobre el peronismo de izquierda
Fuente: https://rolandoastarita.blog/2012/07/28/reflexiones-sobre-el-peronismo-de-izquierda/
No hay comentarios:
Publicar un comentario