¿Inocente o culpable?
18 de abril de 2018
Por Raúl Zibechi
Brecha (Uruguay)
La izquierda cerró filas en torno a Lula, asegurando su
inocencia.
La izquierda
cerró filas en torno a Lula, asegurando su inocencia, con el argumento de la
falta de pruebas, ya que el juez Sérgio Moro lo procesó por declaraciones de un
ejecutivo de Si los argumentos de Moro, y detrás suyo de la derecha brasileña, suenan cuestionables, los de quienes lo defienden tienen también sus puntos débiles. En efecto, entre Lula y las grandes constructoras brasileñas hubo relaciones carnales, con cruce de favores que pueden no ser ilegales, pero son cuestionables.
Durante años el ex presidente se dedicó a ofrecer su prestigio y
el de su gobierno para lubricar negocios de las multinacionales brasileñas. En
los dos primeros años después de dejar la presidencia (en enero de 2011) la
mitad de los viajes realizados por Lula fueron pagados por las constructoras,
todos en América Latina y África, donde esas empresas concentran sus mayores
intereses. Durante este tiempo Lula visitó 30 países, de los cuales 20 están en
África y América Latina. Las constructoras pagaron 13 de esos viajes, la casi
totalidad por Odebrecht, OAS y Camargo Correa (Folha de São Paulo, 22-III-13).
Un telegrama
enviado por la embajada de Brasil en Mozambique, luego de una de las visitas de
Lula, destaca el papel del ex presidente como verdadero embajador de las
multinacionales. “Al asociar su prestigio a las empresas que operan
aquí, el ex presidente Lula desarrolló, a los ojos de los mozambiqueños, su
compromiso con los resultados de la actividad empresarial brasileña”,
escribió En agosto de 2011, Lula comenzó una gira latinoamericana por Bolivia, donde llegó con su comitiva en un avión privado de Oas, la empresa que pretendía construir una carretera para atravesar el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), lo que provocó masivas movilizaciones de las comunidades indígenas, apoyadas por la población urbana. De allí siguió viaje en el mismo avión a Costa Rica, donde la empresa disputaba una licitación para construir una carretera que finalmente se le adjudicó por 500 millones de dólares.
Se trata de empresas muy poderosas, que cuentan con cientos de
miles de empleados y negocios en decenas de países. La casi totalidad de las
obras de infraestructura contempladas en el proyecto Integración de la
Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA), en total más
de quinientas obras por 100.000 millones de dólares, fueron o están siendo
construidas por las constructoras brasileñas. El estatal Banco Nacional de
Desarrollo Económico y Social (BNDES) es el principal financiador de estas
obras, pero lo hace a condición de que el país que recibe el préstamo contrate
empresas brasileñas.
El papel de Lula es el de promover “sus” empresas, contribuyendo a
allanar dificultades gracias a su enorme prestigio y a la caja millonaria del
BNDES, que llegó a ser uno de los bancos de fomento más importantes del mundo,
con más fondos para invertir en la región que la suma del FMI y el Banco
Mundial.
El poder de las grandes empresas brasileñas se hace sentir de modo particular en los pequeños países de
Como embajador de las multinacionales brasileñas, Lula no comete ningún delito. Sin embargo, esas mismas empresas financian las campañas electorales del Partido de los Trabajadores, aunque también financian a la mayor parte de los partidos. No son donaciones, sino inversiones: por cada dólar o real que ponen en la campaña, reciben siete en obras aprobadas por los mismos cargos municipales, estatales o federales que ayudaron a ascender [1].
El asunto de la corrupción tiene una faceta legal y otra ética. Se
puede no cometer ningún delito, pero ser corrupto. Por lo menos desde la ética
que profesó siempre la izquierda en todo el mundo. Cuando los cargos de los
partidos tradicionales importaban coches libres de impuestos, en el Uruguay de
las vacas gordas, se atenían estrictamente a las leyes que ellos mismos habían
aprobado. La izquierda, hagamos memoria, mentaba corrupción aunque no existiera
delito.
En el caso de
Lula, y más allá del juez Moro, la izquierda debe hacerse preguntas. ¿Es
legítimo mantener relaciones carnales con empresas multinacionales que han dado
sobradas muestras de sobreexplotar a sus trabajadores? ¿Podía Lula ignorar la
corrupción que saltó en su primer gobierno consistente en comprar decenas de
diputados, y que recibió el nombre de mensalão? ¿Podía ignorar los tremendos
casos de corrupción de
La legitimidad no tiene nada que ver con la justicia. Nadie va
preso por cometer actos reñidos con la ética de la izquierda, que siempre
proclamó rigurosidad en ese sentido. Mirar para otro lado porque no nos conviene
o porque son los “nuestros”, es de un pragmatismo suicida. La gente común
termina por percibir las mentiras. Luego da un paso al costado, probablemente
para siempre.
[1]
Zibechi, R., Brasil Potencia.
Entre la integración regional y un nuevo imperialismo. Editorial Quimantú (2012)
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=240345
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