La imagen angelical del imperio
20 de abril de 2018
Por Raúl Prada Alcoreza
La ideología es, como dijimos, la máquina
imaginaria de producción fetichista; en las ideologías concretas hay
peculiaridades. Algunas, las más antiguas, retrotrayendo el concepto moderno de
ideología a los imaginarios religiosos, lo que no corresponde, pero, a fines de
comparación sirve, se consideran escrituras sagradas; por lo tanto, la
enunciación de la palabra de Dios. En consecuencia, la indiscutible verdad.
Esta pretensión de verdad divina la heredaron las ideologías de la modernidad,
sobre todo, las que se despliegan durante el siglo XX, a decir, de Alan Badiou,
ultimatista. Si bien, la verdad moderna no se reclama de divina, se pretende la
verdad histórica; por lo tanto, de la razón histórica. Pero, también hay
ideologías que pretenden la verdad pragmática, ya venga ésta reclamada por
medio de la investigación empírica, controlada en laboratorio o, en su caso,
como verdad empírica, del sentido común, correspondiente a la experiencia
individual, de familia o de grupo. El liberalismo es la otra ideología
desenvuelta en la modernidad de alcance mundial, con pretensiones de verdad,
aunque esta no se reclame de histórica, sino como verdad jurídica-política,
como realización del Estado de derecho y de la Constitución, como verdad
equivalente a la libertad; sin embargo, libertad restringida a la libertad
individual, acotada en los derechos civiles y políticos. Libertad de mercado y
libertad de empresa, que van asociadas al derecho inalienable de la propiedad
privada y a las garantías constitucionales y estatales a la propiedad privada. Desde esta perspectiva ideológica, la libertad
no es pensada como potencia, como potencia corporal y como potencia social.
Entonces el liberalismo se ha situado como verdad
institucionalizada, como verdad jurídica en el Estado de derecho, que coloca a
la Ley por encima del pueblo, el soberano de la república. También
como verdad política, en los marcos de la democracia institucionalizada, formal
y restringida, aceptada en el juego de las representaciones y delegaciones. Lo
sugerente de todo esto es que determinada república, la primera república
moderna, se considera como el paradigma a seguir por el resto de las
democracias formales. Particularmente se les exige seguir su camino a las
repúblicas flamantes del siglo XIX y a otras repúblicas que nacieron en el
siglo XX. Lo llamativo es que la versión oficial o estatal de esta ideología
liberal tenga una imagen angelical de sí misma. Sobresale esta narrativa
fantasiosa en las difusiones de la hiper-potencia y complejo
militar-economico-cientifico-tecnologico-cibernetico-comunicacional, el
gendarme del imperio, del orden mundial.
Se trata de una narrativa cinematográfica, al estilo de Hollywood,
que resume el guion a la confrontación entre buenos y malos; el gendarme del
imperio es el bueno, en tanto que los “Estados totalitarios” son los malos; peor
aún, los “Estados canallas”. Como se podrá ver esta es otra versión del
darwinismo social e histórico, que clasificó a las sociedades entre salvajes,
bárbaras y civilizadas. En este caso, la civilización no solo se asume como
civilización moderna, sino, de manera más restringida, como el “estilo de vida
americano”. La diplomacia de esta hiper-potencia ha tenido que tratar con
diplomáticos de todos los países, entre ellos, de los países que llaman del
“tercer mundo” o “en desarrollo”. La imagen que tienen de estos diplomáticos de
los Estado-nación subalternos, considerados vasallos del imperialismo vigente,
es que son unos barbaros metidos en asuntos de la élite dominante mundial, la
diplomacia de carrera. Si bien es ese un discurso solapado, que sobresale en
las conductas y los comportamientos, desmintiendo lo que se dice
diplomáticamente, el discurso contrasta con los actos intervencionistas del
imperialismo, a lo largo de las historias políticas de la modernidad. Estas
actuaciones tendrían que ser calificadas de bárbaras, desde la perspectiva del
Estado de derecho y desde los derechos de las naciones y Estados en el contexto
internacional. Sin embargo, se cierra los ojos ante la evidencia descomunal de
la violencia imperial; se prefiere tener como referente la imagen angelical que
tiene de sí mismo el imperio.
El discurso dominante en la diplomacia de la hiper-potencia tiene
sus acompañantes, que repiten la misma narrativa en versiones nacionales, en
los países de la inmensa periferia del sistema-mundo capitalista. Los medios de
comunicación han sido los mecanismos de difusión de esta narrativa
cinematográfica y siguen siendolo; hay también periodistas y comunicadores que
se encargan de hacerlo, aunque lo hagan de manera más sutil. Al difundir la
información del testimonio de diplomáticos norteamericanos sobre su experiencia
en países donde cumplieron funciones, lo hacen como si se tratara de una
“fuente objetiva” y no de una fuente viciada por prejuicios ideológicos. Esta
condescendencia se hace más notoria cuando el mismo testimonio confiesa, en
otras palabras, no de manera directa, la intervención militar de su país en un
Estado-nación soberano. Una intervención militar es eso, una intervención que
viola la soberanía del Estado agredido, que vulnera el derecho internacional,
que corrompe a militares del país afectado y ejecuta su intervención al estilo
de comandos especializados. Un caso paradigmático es lo que ocurrió en Bolivia,
a fines del primer quinquenio del siglo XXI.
Este delito, el de intervención militar a un Estado-nación por
parte de la hiper-potencia, si bien ha sido denunciado, no se la inculpado y
procesado en los Tribunales internacionales competentes, ni se ha denunciado
como corresponde en Naciones Unidas. Lo que se ha hecho es una persecución
política a todo sospechoso o indilgado de sospecha de estar comprometido en el
robo y desarme de misiles. En términos constitucionales, lo que han hecho los
implicados nacionales es traición a la patria; lo que ha hecho la
hiper-potencia es cometer un delito flagrante contra un Estado-soberano,
interviniendo militarmente, aunque sea de manera secreta. Todo esto, además a
nombre de “lucha contra el terrorismo”. Los misiles no estaban en manos de
“terroristas” sino del ejército del Estado-nación; en todo el caso el
terrorismo lo cometió el comando “Rambo” de la hiper-potencia.
La imagen angelical del imperio contrasta con su pragmatismo
político, militar, económico. El contraste se hace notorio en la llamada
“guerra contra el terrorismo”, también en la llamada “lucha contra el
narcotráfico”.
La “guerra contra el terrorismo”, declarada en el gobierno del
presidente George W. Busch, ha sido una excusa para intervenir Irak, un país
que no estaba involucrado en el atentado del 11 de septiembre de 2001; una
excusa para establecer un “Estado de excepción” encubierto en el propio país.
La “guerra contra el terrorismo” ha derivado en conformar organizaciones
fundamentalistas, que desatan la “guerra santa” en el Medio Oriente y en otras
latitudes, ocasionando la destrucción de otros países, cuyos Estados eran
considerados “peligrosos”, pues no seguían la línea del establishment
internacional. La “lucha contra el narcotráfico” ha servido y es útil para
contener, controlar y desviar el segundo o primer negocio más grande del mundo.
Entre otras cosas, además de blanquear en el propio país dominante el magnífico
flujo dinerario, entre otras cosas, para armar a grupos insurgentes en contra
de gobiernos “socialistas” en Centro América.
¿De qué se habla cuando se usa en el discurso la distinción entre
“coca tradicional” y “coca ilegal” o “coca excedentaria”? ¿De que la “coca
excedentaria” va directamente al narcotráfico, como se dice explícitamente en
el discurso? ¿Este es el problema de fondo? La economía política del chantaje,
donde se encuentra la economía política de la cocaína, es decir, el lado oscuro
de la economía-mundo, es complementaria del lado luminoso e institucional de la economía-mundo. El
ingreso a la dominancia del capitalismo financiero y especulativo, en el ciclo
largo del capitalismo vigente, ha ocasionado no sólo la expansión del lado
oscuro de la economía, sino que ésta haya atravesado las mallas institucionales
y empresariales del lado luminoso de la economía. Lo que hace este discurso, relativo a
la imagen angelical del imperio, es mostrarse como el bueno de la película,
ocultando las evidencias de las concomitancias del imperio no solo con el lado
oscuro de la economía sino con el lado oscuro del poder.
En todo caso, el testimonio del diplomático norteamericano es
revelador de a donde alcanza la intervención y la influencia de la hiper-potencia. No
solo en lo que respecta a su capacidad para montar y efectivizar una
intervención militar secreta, sino también en lo que respecta a la influencia e
incidencia que tiene la misma embajada de la hiper-potencia en relación a
personajes de la política boliviana. Se pueden catalogar sus intervenciones
como consultivas, en unos casos, que, al mismo tiempo, connotan consultas a la
embajada norteamericana; en otros, incluso de disuasivas, adelantando la
reacción del Departamento de Estado y de la Casa Blanca al
Respecto. En otros casos, es patente la definición y delimitación política,
además de su accionar respecto a determinados temas problemáticos; uno, es el que
tiene que ver con el narcotráfico; otro, tiene que ver con la relación del
Estado boliviano con los gobiernos de Hugo Chávez de Venezuela y Fidel Castro,
primero, Raúl Castro, después, de Cuba. Como se puede ver la embajada establece
el rayado de la cancha, como se dice y, a partir de este rayado, busca incidir,
influir, llegar a acuerdos o, por último, dejar en claro la diferencia de
posiciones.
Todo esto es ilustrativo, no sólo en lo que respecta a la imagen
angelical que tiene el imperio sobre sí mismo, sino, particularmente, al
accionar de la extensa malla diplomática que la hiper-potencia despliega por el
mundo. De todas maneras, la interpretación del testimonio diplomático tiene que
ser contextuado en el momento, en el presente, concretamente en la coyuntura o
coyunturas mundial, regional y nacional. La república de Estados Unidos de
Norte América experimenta una fase problemática, para decirlo suavemente, en la
historia política de la democracia formal americana, implantada desde la
independencia y promulgación de la Constitución. Haciendo
un resumen de lo que expusimos en otros ensayos, a propósito, se hacen patentes
los problemas de legitimidad de la república. La llegada a la presidencia de Donald
Trump muestra la crisis inmanente de la república, crisis manifestada
abiertamente, es decir, de manera trascendente, durante la guerra de Secesión;
crisis sumergida después de esta guerra; crisis inmanente que se hace
parcialmente o tibiamente patente durante la guerra del Vietnam; y, que ahora,
reaparece con rasgos que marcan cierta trascendencia.
Es como si hubiera dos Estados Unidos de Norte América; uno, que
recuerda el acto constitutivo harringtoniano, de perfil utópico; el otro, que
se remonta a la actitud colonial y racial de las oleadas conquistadoras de
peregrinos. Durante la guerra de Secesión se enfrentan estos dos momentos
constitutivos diferentes; la victoria del Norte equivale a la consolidación de
la república, del Estado Federal, de la Constitución liberal y de la democracia
institucionalizada. Sin embargo, al parecer, las heridas que dejó la guerra no
se cerraron, tampoco se clausuraron las concepciones de mundo que se
enfrentaron en la guerra.
El racismo es como un hábito en parte de la población
norteamericana; así como los hábitos liberales se manifiestan en la otra parte
de la población. La
crisis inmanente se ha venido manejando y controlando con la alternancia
partidaria entre demócratas y republicanos; sin embargo, desde las presidencias
de los Busch, padre e hijo, se ha venido desgastando y haciéndose patente su
incrementada ineficacia, sobre todo, en lo que respecta a lograr legitimidad.
Trump llega a la presidencia pugnando con la élite del partido
republicano; convoca no solamente a sectores de base descontentos republicanos,
sino incluso demócratas descontentos con el partido demócrata terminan votando
por Trump. Parte de la clase trabajadora, amenazada por el fantasma del
desempleo, vota por Trump, incluso quizás muchos desempleados. Sectores
nacionalistas lo hicieron, así como los sectores más recalcitrantes
conservadores y cierta “clase media” acomodada, que buscó un hombre fuerte,
ante la visión de partidos debilitados y con convocatorias disminuidas y
rutinarias. Por lo menos, la crisis institucional de los partidos le abrió el
camino a la presidencia, sin hablar todavía de la crisis de legitimidad que se
enuncia en el régimen liberal, en su etapa decadente.
Presentarse como el paradigma de la “democracia” ante el mundo es,
por cierto, la pose de la gendarmería del imperio. Presentarse como la cara
angelical del orden mundial es como presentar un cuento de hadas en una feria
de novelas. Los cuentos de hadas no solamente están dirigidos a los niños,
sino que buscan mediante una pedagogía inocente y esquemas morales, restringidos
hasta la caricatura, educar sobre los valores morales. La novela, desde lo que
define como la primera novela Michel Foucault, El Quijote de la Mancha,
corresponde a las narrativas del anti-héroe y de las tramas que interpretan los
dramas de la modernidad.
Hay pues un desajuste grande y un anacronismo visible en esta
pretensión de aparecer como ángel en una supuesta guerra cósmica entre ángeles
y demonios, cuando se trata de guerras modernas fratricidas, empujadas por las
geopolíticas de las potencias imperialistas, después, como guerras policiales
para preservar el orden mundial. Los hombres no son ni ángeles
ni demonios, son cuerpos donde se inscriben las historias políticas y dejan sus
huellas los diagramas del poder. Forman parte de dramas singulares, tramas
singulares, tejidos singulares entrelazando hilados, compositores de
combinaciones contradictorias y hasta explosivas. Los hombres son mónadas en
los vendavales de la
dramática. Para comprender lo que pasa en las coyunturas y
contextos, que trata de describir la historia política, que trata de explicar
el análisis político, es menester situarse en los planos y espesores de
intensidad de estas dramáticas. Lo más lejos de una comprensión es esta
narrativa del ángel en lucha contra demonios.
No hablemos de la hiper-potencia, que dejó la figura del
imperialismo, como serpiente que cambia de piel, al finalizar la guerra del
Vietnam, al ser derrotada por un país guerrero de la periferia del
sistema-mundo capitalista. Ahora es el gendarme del imperio, del orden mundial
de las dominaciones de la civilización moderna, en su fase decadente. Hablemos
de los hombres que supuestamente la dirigen o, por lo menos creen que lo hacen,
sin darse cuenta que son simples fichas en la rechinante maquinaria de los diagramas
de poder, las cartografías políticas, los mapas económicos, del sistema-mundo
moderno. No controlan el mundo efectivo, diremos, aunque tenga más alcance que
la connotación conceptual de mundo, la realidad, sinónimo de complejidad; lo
que controlan o parecen controlar es el mundo de las representaciones, el mundo
representado, es decir, el mundo imaginario de sus narrativas
maniqueas.
El mundo efectivo los desborda, desborda a sus máquinas de poder,
a sus máquinas de guerra, a sus máquinas económicas. Por eso, lo que planean,
sobre todo, con los juegos de poder de sus geopolíticas, de sus conspiraciones,
de sus intervenciones ocultas de servicios secretos, que se autonombran
eufemísticamente de “inteligencia”, no les sale, pues los efectos masivos que provocan
son incontrolables.
Hay que entender, a estas alturas de las historias políticas de la
modernidad, que las formaciones ideológicas, las formas de Estado, las formas
de gubernamentalidad, ya sean liberales o socialistas, ya sea neoliberales o
“progresistas”, son las formas mutantes de las administraciones públicas de la
acumulación originaria y ampliada de capital. Resolvieron, a su modo, a su
estilo, los problemas que enfrentó la economía-mundo y el sistema-mundo
capitalista en sus distintas etapas de acumulación, en los distintos contextos
y en las diferentes coyunturas. Que los liberales se reclamen de “demócratas”
es otra de sus poses, pues su “democracia” es restringida, acotada, usurpada al
pueblo, diferida y transferida a los representantes, delegados y gobernantes.
Que los “socialistas” se reclamen de portadores de la justicia social es
también una pose; no puede realizarse la justicia social sin su substrato y, a
la vez, complementariedad, que es la libertad. Que los neoliberales se reclamen de
eficientes y competentes, es una pose, por así decirlo, posmoderna; ni fueron
ni lo uno ni lo otro, salvo si se entiende que fueron eficientes en
desentenderse y privatizar, externalizándolas, de las reservas naturales, de
las empresas públicas, del ahorro de los trabajadores, de la salud y de la
educación.
El procedimiento de vaciamiento es eficaz en su demoledora
destrucción social. Que los “progresistas” se reclamen de algo tan barroco como
el “socialismo del siglo XXI” no es exactamente una pose, sino una confesión de
su desorientación en el laberintico presente, donde “izquierda” y “derecha” se
confunden para hacer lo mismo, continuar con el modelo colonial extractivista
del capitalismo dependiente.
A estas alturas del partido, como dice el refrán popular, que unos
u otros de la curiosa casta política del mundo, a pesar de sus diferencias, se
reclamen como el ejemplo y el modelo a seguir, es cómico, hace reír. Los
pueblos del mundo, tanto los pueblos de la inmensa periferia de la geografía
política del sistema-mundo moderno, como los pueblos del centro cambiante del
sistema-mundo, tienen experiencias sociales acumuladas y memorias sociales que
han guardado los tejidos de huellas de las experiencias; los pueblos saben, por
lo menos intuyen que sus gobernantes, sus representantes, sus defensores, sus
empresarios, son los anacronismos institucionales ateridos, persistentes,
incrustados como garrapatas, a los cuerpos vitales de los pueblos. ¿Cuándo los
pueblos se liberarán de estos anacronismos y darán rienda suelta a sus
potencias sociales, a la potencia creativa de la vida?
Fuente: https://www.bolpress.com/2018/04/20/la-imagen-angelical-del-imperio/
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