Neocolonización
extractivista y resistencia comunitaria en el sur de Bolivia
¿Por qué debe importarnos
tanto Tariquía?
18 de abril de 2018
Por Pavel López y Gaya
Makaran
Rebelión
Tariquía[1], en la geografía boliviana parecía un lugar recóndito,
alejado de nuestras preocupaciones cotidianas, ni céntrico ni estratégico en
los mapas geopolíticos del continente, y de repente emerge, gracias a la lucha de las
comunidades que lo habitan, como un nuevo referente de resistencia al
extractivismo y al autoritarismo estatal que pretende imponerse en nombre de un
interés general, “nacional” abstracto por sobre la opinión, voluntad y
autodeterminación social de quienes allá reproducen sus vidas. Los planes estatales
de explotación petrolera en esta reserva natural, presentados como
“necesarios”, son muy claramente concebidos en el brutal, maquiavélico y ya evidente
tablero neocolonial del despojo territorial promovido por un gobierno que hace
rato ya se muestra en contubernio y genuflexo ante las fauces de la actual fase
de acumulación capitalista con su cara neoextractivista en la región.
Pero ¿por qué debería importarnos Tariquía,
más allá de una simple solidaridad o identificación con la lucha de los/las
comunarios de este territorio otrora área protegida? ¿Qué pertinencia tiene
aquel puntito en las cartografías sociopolíticas de Bolivia y de América Latina?
Es que Tariquía no es la única, forma parte de
una extensa red de resistencias y defensas comunitarias que tienen lugar en
Bolivia y en toda Latinoamérica, resistencias ante un enemigo común que,
independientemente de las banderas partidarias y los colores ideológicos, acosa
a los territorios, pueblos, comunidades y formas de vida, las que, precisamente
se resisten a la voracidad de la acumulación capitalista y sus proyectos de
muerte.
Podríamos decir, parafraseando a Boaventura de
Sousa Santos, que el colonizador retorna, montado en un buldócer, sembrando
carreteras, represas y torres petroleras o desquiciadas tuberías para el fracking. Su bandera es la del
“progreso”, “desarrollo” y “combate a la pobreza”, su cruz es la del capital
transnacional que en alianza con el Estado arremete contra las últimas
fronteras que le puso la naturaleza a la acumulación capitalista.
Esta nueva conquista, en la última década y media ha sido
impulsada por los gobiernos “progresistas” o autodenominados “de izquierda”,
los que en nombre del bienestar social y la soberanía nacional han emprendido
proyectos de “desarrollo” y “modernización” capitalista, aunque lo que se ha
evidenciado haya resultado, en la realidad de sus alcances y bestialidad de sus
efectos, en “proyectos de muerte” para los territorios y para sus poblaciones y
ecosistemas, en una inocultable reprimarización de modelos económicos con base
extractivista, en contra principalmente de comunidades rurales y pueblos
indígenas que desde los años 80 han resistido el embate neoliberal y han ido
recuperando y resguardando sus territorios y sus modos de vida en un esfuerzo
por su r-existencia (Porto Gonçalves) y autodeterminación social.
Este retorno del colonizador se inscribe en
una larga historia de conquista y colonización de las tierras y poblaciones de
América Latina, Abya Yala, que según las épocas, cambiaba de
discurso legitimador, pero siempre respondía al proyecto de acumulación
originaria del capital unido a la homogeneización cultural que tenía como
objetivo asegurar la hegemonía plena de la empresa colonizadora. Se trata de
someter la tierra y al ser humano que la habita para que sea “útil” y
“productivo”; combatir lo otro y al otro como incompatible con el propósito de
un monopolio epistémico planetario del capitalismo en tanto orden
civilizatorio; quemar la selva “salvaje” con el fuego de la civilización,
puesto que la Tierra no es madre, sino una virgen que hay que poseer, penetrar
y domar violentamente; son pautas del ethos del colonizador que ha pervivido hasta
nuestros días.
La colonización puede ser física y simbólica,
violenta y sutil, se lleva contra los territorios y los cuerpos, contra los
modos diversos de pensar el mundo y de reproducir la vida, su objetivo es su
destrucción o subordinación a las lógicas “modernas” que viabilizan la
acumulación del capital.
La expropiación del ser humano de su capacidad
multidimensional de decidir sobre su vida en colectivo, es una característica
de la esclavitud moderna, donde la libertad se vuelve ilusoria: los caminos del
colonizador llevan siembre al mismo lugar, no permiten el caminar libre en la
selva de senderos comunitarios, clausuran espacios, trazan los límites de
líneas rectas que cortan los territorios, liquidan pensamientos, compran
conciencias, imponen costumbres. Nos convencen que no hay alternativas, que hay que
adaptarse o morir. El espacio-tiempo del capital pretende imponerse sobre
espacios-tiempos de los pueblos y comunidades y, por supuesto, a los
espacios-tiempos de la naturaleza y sus ciclos bio-reproductivos con una lógica
utilitarista y racionalista que de racional tiene muy poco.
La nueva empresa colonizadora se presenta hoy,
sin embargo, más ambiciosa que las de antaño, puesto que esta vez pretende
expandirse más allá de sus lugares tradicionales, que en el contexto
latinoamericano corresponden en gran medida con enclaves extractivistas, e
imponerse de manera irreversible y definitiva, imposibilitando la disputa por
el espacio-tiempo, al subsumir todo el territorio y todas las formas de vida a
la lógica del capital y a su espacio-tiempo único. Esta ambición totalizadora
del capitalismo actual que trasciende la dimensión meramente económica y permea
todos los aspectos de la vida humana, desde la organización política,
reproducción cultural, relación con la naturaleza, etc., encuentra todavía
resistencias que se “empeñan” a defender sus modos particulares de vida más
allá, aunque difícilmente fuera, del binomio Estado-capital, apostando por la
comunidad como base de una posible autonomía social.
Estas luchas, aunque muchas veces invisibilizadas, criminalizadas y
perseguidas por el aparato estatal, siguen siendo una importante señal de la
vitalidad de los sujetos comunitarios y marcan al mismo tiempo los límites de
la empresa extractivista.
El gobierno del Movimiento al Socialismo en
Bolivia revela en este y otros tantos casos su apuesta ultra-extractivista que
se caracteriza por la continuidad con varias de las apuestas del modelo
neoliberal y el reforzamiento de la dependencia del capital transnacional, pero
esta vez con un despliegue estatal incuestionable dirigido contra la autonomía
social de aquel subsuelo político rebelde que hizo posible su arribo al poder.
De hecho, el “Estado Plurinacional” en manos del masismo constituye un muro de
contención y un aparato de desarticulación de las resistencias de “los de
abajo”, impensable siquiera en la época neoliberal y como tal es una
herramienta perfecta de dominación capitalista en servicio de las oligarquías
nacionales (viejas y nuevas) y mundiales. En este sentido, la actual tendencia
gubernamental/estatal también apunta re-subalternizar a los sujetos políticos
autónomos, al dividir y destruir las grandes organizaciones indígenas y
populares, expresión de un proyecto político propio, que tanto tiempo y con
tanto esfuerzo se han ido articulando en el país. De ese modo, el gobierno del
MAS como fuerza política y como fuerza monopólica estatal, a pesar de sus
ambiciones de presentarse como representante del proyecto indígena-popular y de
una supuesta refundación plurinacional se ubica, más bien, como una fuerza,
primero de contención y cooptación, y luego de desmovilización, fragmentación y
represión, cuya única ambición parece ser la “modernización” capitalista del
país en base a la expansión extractivista proyectada sobre el despojo y la
destrucción socioterritorial, a la vez que va acentuando cada vez más sus
rasgos estadocéntricos, nacionalistas, caudillistas, patriarcales y
autoritarios.
De esta manera, en nombre de un proceso
“revolucionario”, hace ya tiempo desmentido y desenmascarado por la
contundencia de la realidad, mediante el cual se pretendía supuestamente
desactivar las formas coloniales, republicanas y capitalistas del Estado y su
modo de relación con la sociedad, desde hace algún tiempo en Bolivia, como
vimos, se estaría asistiendo más bien a su antítesis, al afianzar en alianza
con las viejas élites el modelo del Estado-nación monopolizador, capitalista,
extractivista y neocolonial, que promueve una neocolonización de espacios que históricamente
fueron visto como “territorios baldíos” o de conquista, y que en las últimas
décadas han venido desarrollado procesos de resistencia frente a las políticas
avasalladoras del Estado-capital. Por lo que l a estrategia gubernamental
estaría acaso proyectada y desplegada para pacificar a los sujetos rebeldes ya
sea a través de cooptación, la fragmentación o la represión, sobre todo de
sujetos sociocomunitarios y de base territorial.
En ese sentido, con el conflicto entorno a la
defensa comunitaria de Tariquía queda claramente evidenciada la demanda de
autodeterminación social como derecho colectivo de decidir y definir la vida en
común, a partir, por un lado, de la defensa de sus formas de producción y
reproducción social y económica y, por otro lado de las formas comunitarias de
relación con su entorno, es decir de eco-territorialidades frente a una asonada
extractiva. Nos muestra que un horizonte contra-hegemónico en Bolivia hoy se
presentaría básicamente en torno a las manifestaciones de estas resistencias
comunitarias, indígenas como en el caso TIPNIS, campesinas como en Tariquía, o
articuladas entre ambos actores como vemos en la lucha contra el proyecto
hidroeléctrico Rositas en el Chaco boliviano.
Un aspecto central de estas luchas, es que están protagonizadas de
manera significativa por las mujeres que destacan por su firmeza y coraje, al
posicionarse como referentes de la resistencia, más allá de sus organizaciones
tradicionales, ocupando espacios hasta hace poco monopolizados por dirigentes únicamente
varones, como sindicatos regionales. ¿Cómo se explica este fenómeno? Ellas
mismas lo explican, evocando su papel que desempeñan como mujeres en sus
comunidades: son las encargadas de reproducir la vida, de cuidar y alimentar,
de asegurar el agua fresca, la leña y los alimentos que les da la naturaleza,
incluidos proyectos como la apicultura en Tariquía. Ellas saben que la
destrucción del bosque supondrá un peligro directo para el sustento de sus
hogares, el futuro de sus hijos y sobre todo su autonomía productiva. Son justo
las mujeres que primeras sufren la violencia , tanto directa como estructural
del ethos colonizador, derivada del
capitalismo, en sí patriarcal, que históricamente ha apuntado tanto a la
subordinación de la mujer a través del despojo de los medios
de reproducción de vida, de sus conocimientos y del control sobre su cuerpo[2].
Así, las mujeres de Tariquía, del TIPNIS, de Rositas y de otros tantos frentes
de lucha y resistencia responden con una “digna rabia”, decididas a defender su
dignidad, junto con los territorios donde sustentan y reproducen la vida, a
decir de Arturo Escobar los “territorios de vida”, frente a los proyectos de
muerte que asedian cada vez con más brutalidad.
¿Cuál sería el desenlace de esta tensión entre
el proyecto recolonizador del MAS y las resistencias comunitarias? El escenario puede
parecer negro: las históricas organizaciones indígenas quedaron fragmentadas y
debilitadas, los horizontes emancipatorios estrechados o incluso borrados, los
márgenes de la autonomía social se vuelven cada vez menores y la penetración
simbólica y física de la modernidad capitalista, por más barroca que sea, en
los espacios “otros” es considerable. Sin embargo, el gobierno del MAS, aunque
quiera aparentarlo, tampoco es un buldócer arrollador invencible, y actualmente
parece más bien el coloso con pies de barro, sumido en una crisis aguda,
multidimensional e insostenible, desde la pérdida de legitimidad y credibilidad
por las inconsistencias entre la práctica y el discurso, el descontento social
por el malfuncionamiento de los servicios básicos como la educación y la salud,
el hastío generalizado por los groseros niveles de la corrupción, hasta la
protesta contra sus ambiciones de perpetuación en el poder del Estado y sus
métodos autoritarios e impositivos que sustituyeron hace tiempo ya la
negociación y el diálogo, todo esto con las simultáneas dificultades con
mantener el control centralizado y discrecional de excedentes, así como la
consecuente red clientelar de apoyos, ante la baja de los ingresos de los commodities.
No obstante, de la tierra quemada por el
proyecto neocolonizador están brotando nuevas o, más bien, renovadas formas de
resistencia comunitaria que con el tiempo podrían crecer y entretejerse para
hacerle frente a este panorama gris o un horizonte poco esperanzador que se
avecina. Son espinas y piedras en el camino del capital y aunque muchos vean su
lucha como condenada al fracaso, allá siguen como las lianas que envuelven y
penetran el motor de la locomotora capitalista, frenando cuanto pueden el
galopar planetario hacia el precipicio. Nos invitan a retomar el caminar
milenario por los senderos inciertos, pero hermosos, donde la reproducción de
la vida más allá del Estado-capital no es una utopía, sino una práctica cotidiana
y necesaria para defender la vida. ¡Por eso nos debe importar Tariquía, por eso
debemos defenderla!
Notas:
[1]
La Reserva Nacional
de Flora y Fauna de Tariquía se encuentra en la región suroeste de Bolivia, en
el departamento de Tarija que forma parte de un corredor ecológico
Tariquía-Baritú. Su ecosistema corresponde a la subregión biogeográfica de
bosque húmedo montañoso. Consituye una reserva natural de una notable
diversidad de recursos biogenéticos y de fuentes de agua para la región. Historicamente
ha enfrentado grandes amenazas provenientes principalmente del avance de la
frontera agrícola, explotación maderera, la ganadería extensiva, y ahora la
explotación petrolera. Está habitada comunidades campesinas dedicadas
principalmente a la agricultura de subsistencia, apicultura (mujeres) y
aprovechamiento sustentable del bosque. Fue declarada Reserva Natural mediante
Ley 1328 en 1992 a
petición explícita de sus habitantes. El gobierno de Evo Morales mediante del
Decreto Supremo 2366 del 20 de mayo de 2015 legaliza la exploración y
explotación de hidrocarburos en áreas protegidas del país, incluida la Reserva
de Tariquía, lo que reactivó la movilización de las comunidades en defensa de
este territorio. En marzo de 2018 el MAS aprobo leyes para la exploración y
explotación de hidrocarburos en las áreas de San Telmo Norte, Astillero que son
parte de la Reserva, a cargo de la petrolera Petrobras
junto con la estatal YPFB
(la inversión del proyecto sería de 700 millones de dólares y abarcaría una
superficie de 21.093 ha ).
A esto se suma lo que el año pasado se conoció por parte de un estudio de CEDIB
sobre el proyecto hidroeléctrico Cambarí, que sería construido en el núcleo de la Reserva. En abril de
2018 en el encuentro en Tarija entre el gobierno de Bolivia y los
representantes de las petroleras, la empresa estatal YPFB declaró abrirse al fracking.
[2] Véase Silvia Federici, Calibán yla bruja. Mujeres ,
cuerpo y acumulación originaria, Madrid, Traficantes de Sueños, 2010.
Pavel López es Investigador social y activista boliviano. Gaya Makaran es investigadora del CIALC UNAM.
[2] Véase Silvia Federici, Calibán y
Pavel López es Investigador social y activista boliviano. Gaya Makaran es investigadora del CIALC UNAM.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=240488
No hay comentarios:
Publicar un comentario