Fukushima, siete años
6 de abril de 2018
Keiko N. y Miguel Muñiz Gutiérrez
Mientras tanto
A medida que pasa el tiempo se van cumpliendo
las expectativas de la industria nuclear. Los siete años transcurridos desde el
comienzo de la catástrofe nuclear de Fukushima son una prueba evidente.
Mejor unos breves apuntes, exteriores e
interiores, que permitan un acercamiento a lo que ha supuesto este séptimo
aniversario; en lugar de un balance
global, unos cuantos botones
de muestra de la situación. Botones que, pese a sus
limitaciones o precisamente por ellas, permiten imaginar todo lo que se mueve
detrás.
Comencemos por el exterior de Japón. En primer
lugar hay que apuntar la reducción de la cantidad de las informaciones. Una
simple búsqueda en internet con las palabras “2018 Fukushima”, muestra que el
número de referencias estrictas no llega al centenar y que, como sucedió en el
caso de Chernóbil, esas referencias cristalizan en una serie de tópicos que se
repiten con variantes mínimas. Luego hay que mencionar el discurso dominante de
presentar la catástrofe en términos de cosa
pasada, es decir se silencia el dato de que la reacción nuclear continúa
activa y que las secuelas de dicha situación se multiplican a todos a los
niveles (sanitarios, ambientales y sociales). Lógicamente aparecen las
anécdotas que ocultan la ausencia de la información significativa del alcance
global de lo que pasa. Por ejemplo, el 7 de marzo, cuatro días antes del
aniversario, circuló profusamente la noticia de que los restaurantes de sushi
de Tailandia se enfrentaban a una crisis por la llegada de partidas de pescado
de Japón que provenían de aguas cercanas a Fukushima, y que la organización de
consumidores de Tailandia exigía medidas al gobierno. En cambio, sobre la
creciente contaminación radiactiva del océano Pacífico y sus consecuencias
globales poco o nada. Las informaciones más críticas se han centrado en la
constatación de nuevos vertidos de radiación, pero sin situarlos en el contexto
de una catástrofe global y de alcance planetario.
Si nos referimos a la situación dentro de Japón la palabra clave
es “censura” o, en lenguaje políticamente correcto, las “restricciones a la
libertad de información”, lo que da por supuesto que la tal “libertad de
información” está plenamente vigente, cosa altamente dudosa: el informe de Reporteros
Sin Fronteras ha vuelto a situar Japón, en 2017, en el número 72 de la escala
de países clasificados por la libertad de prensa, el mismo lugar que ocupaba en
2016, lo que supone un retroceso, o una estabilidad, teniendo en cuenta que en
2015 estaba en el puesto 61 y que en 2010, antes de que comenzase el desastre,
estaba en el 11.
Aquí también podemos reseñar otro botón: el 1 de marzo la rama
japonesa de la organización Greenpeace hizo público un informe que mostraba que en zonas que el gobierno
japonés ha ido desclasificando como “zonas de exclusión”, es decir, zonas a las
que se anima a regresar a la población, las medidas de radiactividad
continuaban siendo altas, superiores a las que el gobierno declaraba
oficialmente. Pues bien, dicha información, que tuvo una cierta repercusión
mediática en medios europeos,
norteamericanos y latinoamericanos, sólo apareció de manera mínima en escasos medios japoneses.
Si en 2017 las imágenes de millones de bolsas
negras llenas de tierra contaminada apiladas cubriendo áreas extensas, o
dispersas a los lados de las carreteras o en medio de los bosques, aún
proporcionaban una referencia de impacto global, este año no han existido
imágenes de ese tipo, lo que puede vincularse a la política que aplica el
gobierno japonés de “diluir” los residuos radiactivos mezclándolos con otros
materiales y promoviendo su uso en diversas obras de construcción o
restauración de terrenos. Han predominado las asépticas imágenes
descontextualizadas de trabajadores con monos blancos.
Cabe prever que a medida que se acerque el año
2020, la fecha de celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio, la información
sobre Fukushima pasará de discreto murmullo a leve susurro, y que la mayoría de
la sociedad japonesa se volverá aún más de espaldas al conocimiento de la realidad. Ello no
supone ninguna contradicción con que se mantenga la lucha silenciosa, tenaz,
llena de escaramuzas políticas y judiciales, de determinados municipios o
prefecturas para bloquear los intentos del gobierno y las compañías eléctricas
de poner en funcionamiento reactores nucleares que están parados desde 2011.
Pero dada la enorme magnitud de la catástrofe sanitaria, ambiental y económica
que Fukushima supone para Japón, la negativa a saber sea tan rechazable como
humanamente comprensible.
[Keiko N. es una ciudadana japonesa residente
en Barcelona. Miguel Muñiz Gutiérrez es miembro de Tanquem Les Nuclears–100%
RENOVABLES, del Col·lectiu 2020 LLIURE DE NUCLEARS y del Moviment Ibèric
Antinuclear a Catalunya. Mantiene la página de divulgación energéticawww.sirenovablesnuclearno.org]
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=239949
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