Estafa y fraudes
La democracia mexicana
a 30 años del 88
9 de enero de 2018
Por Maxi mo Modonesi
La Jornada
La llamada transición
a la democracia en México ha sido una elaborada estafa política plagada de
autoritarismo, simulación y fraudes electorales. A pesar de que el movimiento
democrático empujó desde abajo y logró instalar la demanda en la agenda, las
clases dominantes y los grupos dirigentes priístas nunca perdieron el control
de la situación y supieron mantener la iniciativa, combinando de forma
diferente tres dispositivos fundamentales del poder estatal: la represión, la
simulación y la negociación vía concesiones. Nunca
se cayó el sistema, salvo el episodio técnico del 6 de julio de 1988 y la famosa declaración del secretario de Gobernación –ahora obradorista– Manuel Bartlett, en relación con el sistema informático de conteo de votos. Sólo tambaleó, se adaptó y se recompuso.
La democracia simulada en la que vivimos se presenta, a grandes
rasgos, mediante dos modalidades de funcionamiento y reproducción. La modalidad
normal o hegemónica que garantiza la alternancia entre partidos equivalentes e
intercambiables y neutraliza por las buenas o las malas las alternativas,
recurriendo a un máximo de consenso y un mínimo de coerción. La modalidad
extraordinaria o excepcional que comporta, en momentos de crisis hegemónica, el
recurso extremo a la violencia política o al fraude electoral. 2006 fue la
máxima expresión de este momento crítico y, al mismo tiempo, mostró la
capacidad de reconfiguración del régimen autoritario neoliberal.
Con esta doble clave de lectura podemos entender la continuidad de
fondo que atraviesa coyunturas políticas tan disimiles como las de nuestra
época: 1988, 1994, 2000, 2006 y 2012.
Después de la masacre de Tlatelolco en 68 y la guerra sucia de los setenta, se desempolvó el
nacionalismo populista, corporativo y clientelar y se concedió una reforma
política que simuló un pluralismo simplemente nominal. Cuando se tuvo que
recurrir al fraude descarado en 1988 para evitar el sorpresivo triunfo del
neocardenismo, se implementó la estrategia del priísmo difuso, de priístizar a
las oposiciones, empezando con el PAN. Se abrió así formal y pomposamente la
llamada transición a la democracia sin que esto implicara arriesgar que los
partidos y los grupos neoliberales perdieran el control del aparato estatal.
Esta capacidad de recomposición conservadora se hizo evidente en una coyuntura
particularmente delicada en 1994, cuando se tuvo que hacer frente al
levantamiento zapatista y al arreglo de cuentas intrapriísta que llevó al
homicidio de Colosio. Desde 1997, el PRD fue incluido en la repartición del
pastel político de la llamada transición pactada y contaminado progresivamente
por el priísmo, sea por el ingreso masivo en sus filas de ex priístas sea por
la adopción de formas priístas de hacer política.
La estafa se presentó en su esplendor en 2000, cuando se disfrazó
la victoria del candidato del PAN, producto de un pacto bipartidista de
continuidad del neoliberalismo y el autoritarismo que lo sostiene, en un
triunfo de la democracia y del pluralismo. Después del resbalón de 1988, el
sistema encontró sus fórmulas de reproducción, el voto del miedo en 1994 y en
2012, con el soporte decisivo de la manipulación mediática. Sólo en 2006, en
una coyuntura tanto mexicana como latinoamericana favorable a las posturas
antineoliberales, tuvo que recurrir a un burdo fraude electoral de emergencia,
al estilo del de 1988.
En 2012, además del contexto de violencia, de su generación y uso
instrumental, el régimen del priísmo difuso (que abarcaba al PAN y ahora
incluye al PRD) mostró saber desplazar y operar el fraude al margen del
engranaje estrictamente electoral, del conteo de voto, al desplegar toda la
maquinaria estatal, paraestatal y empresarial en términos de gastos y
financiamientos ilícitos, compra de votos, complicidad de los principales medios de comunicación masiva, campaña sucia en
contra del único real competidor electoral. Al fraude electoral técnico se
sustituyó un fraude electoral político más elaborado y a una escala mayor, que
implica alianzas, complicidades y, de una manera siniestra, construcción de un
consenso mafioso. El movimiento #YoSoy132 ayudó a hacer visible la estafa pero
no logró descarrilar el sistema que la reproduce.
A la luz de estas consideraciones, ¿qué esperar entonces de la
próxima coyuntura electoral? Lo esperable/previsible es que habrá fraude hasta
donde sea necesario: sea en su versión ampliada y difusa como eventualmente, si
llegase a ser imprescindible, el fraude a la hora de contar los votos. Lo esperable/deseable
es que ocurra, como y más que en otras ocasiones (1988, 1994, 2006, 2012), algo
antisistémico, algo que surja desde afuera del perímetro electoral de la
reproducción del régimen, algo que irrumpa y genere un cortocircuito que haga
caer realmente el sistema, que haga visible la estafa democrática, que instale
dinámicas de contrapoder, de organización, movilización y politización. Si esta irrupción
lograse además interrumpir el proceso de reproducción política del
neoliberalismo, aun favoreciendo una opción política cuestionable, ambigua y
contradictoria como Morena, podría iniciar una verdadera transición
democrática.
*Investigador del Centro de Estudios
Sociológicos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAMmassimomodonesi.net
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=236327
No hay comentarios:
Publicar un comentario