Contar pobres para no dormir
14 de octubre de 2016
14 de octubre de 2016
Por Silvana Melo para APe
Ahora que los pobres ya fueron
descolgados de las vidrieras mediáticas, habría que hablar de la vergüenza. Que cada
uno se sacude de los hombros como a la caspa y sigue en pie, pontificando y
repartiendo responsabilidades desde afuera. La política como herramienta
transformadora después del genocidio estalló en trizas como un cristal. El
mismo INDEC que encalló en 2013 en un 5% de pobres y resolvió que numerarlos es
un estigma y lo repitió en boca presidencial el año pasado ante la FAO. El mismo INDEC como
instrumento del estado hoy desnuda un 32,2%.
El hambre es un crimen, dijo un
día Alberto Morlachetti y el país se estremeció. Esta tierra cocina para 400
millones pero alimenta a otros. Porque en esta tierra las panzas se quejan de
vacías por las noches. Y hay niños que mueren por enfermedades parientes del
hambre.
Y en el país de la soja en las
banquinas, un niño que muere por hambre es víctima de un acto criminal. Desde
Pelota de Trapo y el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo se ha sostenido
tenazmente la certeza de la criminalidad del hambre. Y la conciencia de la
pobreza creciente como una herida que arde.
Mientras se mentía, se
especulaba y se contaban pobres con números fallutos.
La nueva canasta básica
determinada para la estadística es carísima e infla la pobreza, dicen. Que
usarán estos números para mostrar una baja abrupta antes de las elecciones,
acusan. El nuevo INDEC dice que una familia de cuatro cruza el hilo delgado de
la pobreza si tiene ingresos menores a $12.489. Y se hunde en la indigencia con
menos de $5.176. En 2013 el INDEC plantaba esos valores en $1.784 y $787.
Mientras tanto, familias
enteras fueron y son expulsadas del sistema, caídas en el anonimato del
asentamiento, en la calle indocumentada, en el arrabal urbano que las apila en
descarte. Con los niños que suelen escapar por las fisuras de ese exilio y se
paran en las esquinas a ver pasar un futuro que será de otros.
Es preferible contar ovejas
para dormir. Y no pobres que desvelen.
En 2014 el INDEC contaba hasta
dos millones, la
Universidad Católica diez, la IPyPP los disparaba a quince. A
fines de 2015, ya sin INDEC, la Universidad Católica acuñaba once millones.
Legado del gobierno que se fue. A fines de setiembre aparece el nuevo INDEC,
vitaminizado y sin anemia, con los trece millones de pobres depositados sobre la mesa. El mismo
32,2 % que la UCA había proyectado por abril. Y que ahora se convierte en
número oficial. Que no piensa admitir que de esos trece, hay dos que le
pertenecen.
En nueve meses el gobierno que
llegó fabricó dos millones de pobres con una efectividad letal. Pero con la
picardía empresarial de anunciar que comienza a contar los días de su gobierno
en octubre. Ya no evade impuestos sino pobres. Dos millones de los que nadie se
hará cargo. Aparecidos por milagro de brochero o la difunta. Detenidos
en un limbo sin planillas. Contados sin avales ni abogados. Como los pibes de
la Zavaleta cuentan los golpes de la prefectura. Contados
como cuentan los pájaros envenenados los chicos de Monte Maíz. Como cuentan los
balazos en los barrios. Como cuentan las madres wichis sus hijos muertos por el
hambre.
La pobreza es una herida
abierta. Un resquicio por donde se cuela lo que arde. Sin piedad. La pobreza es
el saqueo aluvional, el poder que despoja y apoya su pie en el pecho de los
caídos. Trece millones de caídos. Desvalijados de un capital cultural y social
que abulta el botín histórico del decil más favorecido. No es sólo armar tres
cartones y una cortina en la plaza del Congreso. O echarse a dormir en el
zaguán del Citi. Es dejar de creer en el cuento de la esperanza.
Aplazar los sueños para otras
vidas. Y abandonar la lucha por cruzar el muro desde los arrabales al centro,
donde brillan las luces, circulan las ambulancias y se incluyen los incluidos.
La pobreza es una canilla que gotea. Va perdiendo la sangre con la que se
alimentan los vampiros sistémicos. Gordos como el microbio en el almohadón de
plumas.
El Presidente, que comenzó a
gobernar el 1 de octubre, se decidió por el bíblico pobres habrá siempre y
descartó la pobreza cero. Una ingenuidad en la que habrán caído los ingenuos.
Un fraude de los gerentes. La
ex Presidente prefirió contarlos mal antes que asumirlos como
propios. Como la herida abierta que dejó, donde se cuela fatalmente lo que
arde. Contarlos mal, como cuentan sus cuentas secretas los dueños de la patria
srl. Mal, como cuentan sus bienes en las declaraciones que juran. Como cuentan
los platos que rompen y que luego pagan aquellos a los que nadie contó.
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article12994
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