Un fascismo larvado
10 de abril de 2006
10 de abril de 2006
Por Carlos Fazio
En toda epoca y
circunstancia es fundamental comprender el problema del poder del Estado. En
tiempos de crisis, más. La clase dominante se divide en fracciones en pugna. Se
designa "bloque de poder" a la alianza de las fracciones que manejan
el Estado en su provecho. Aparte de los intereses de los sectores que conforman
la alianza, hay que ver la política que practica la clase dominante para
hegemonizar a las clases explotadas. También hay que recordar que el poder de
la clase dominante se ejerce desde adentro y desde afuera del Estado. Tomado
como una estructura en su conjunto, dicho poder se sustenta en tres pilares: a) económico (tierra, industrias, bancos,
etcétera); b) político
(administración, parlamento, ejército, policía, partidos, etcétera), y c) ideológico (ideología dominante que se
difunde a través del sistema educativo y de los medios
de comunicación de masas y la mercadotecnia).
Más allá de las
mitologías neoliberales, hay que rechazar el argumento de que el Estado-nación
es anacrónico. El Estado ha sido muy activo en financiar la exportación de
monopolios y ofrecer subsidios y "rescates" al capital foráneo y a
las oligarquías locales. Como estrategia de salvación capitalista, el
neoliberalismo favorece la ganancia y la concentración del capital financiero
especulativo (no productivo), fortaleciendo a la vez a determinados grupos
económicos.
Una de las principales vías para la concentración
de poder han sido las privatizaciones, que son una estrategia para concentrar
riqueza pública en monopolios privados. No es una estrategia de desarrollo,
porque incrementa la desigualdad, el desempleo, precios/costos de bienes y
servicios y genera exclusión social. Además, la privatización va acompañada de
la desnacionalización, del control corporativo de sectores estratégicos de la
economía y de su integración dentro de la estrategia internacional de
maximización de ganancias de esos grupos.
Las clases dominantes
en la sociedad civil están profundamente imbricadas con el Estado. En épocas de
crisis del sistema político, cuando los mecanismos de
"gobernabilidad" tienden a agotarse, suele producirse una regresión
neoligárquica. La dominación oligárquica elimina las mediaciones conciliatorias
y es ejercida directamente por los grupos propietarios, aunque se haga por
medio del Estado (ver ley Televisa). Esa estrategia de
"administración" de la descomposición política es sustentada por una
alianza de poder que, aunque mantenga violentas disputas internas y genere
inestabilidad política y vacíos de poder, mantiene una coherencia de intereses
dominantes. Pese a las contradicciones interoligárquicas, los desplazamientos
de grupos de poder y los cambios en la correlación de fuerzas, existe una real
"estabilidad en la inestabilidad"; la estructura de poder de clases
no se modifica de manera sustancial.
Cuando ve amenazados sus intereses de clase,
la elite gobernante tiende a coaligarse en la defensa a ultranza del modelo de
dominación. En tales circunstancias, la dominación oligárquica (el Estado de
los grandes empresarios, banqueros y latifundistas), a pesar de estar imbuida
de una lógica vertical y autoritaria, propia de las corporaciones, suele hacer la
defensa retórica y demagógica de "la democracia" y "la
ciudadanía". Pero no hay que engañarse. El gran capital y sus sindicatos
(Carlos Slim, Lorenzo Zambrano, Emilio Azcárraga Jean, Ricardo Salinas Pliego,
el Consejo Coordinador Empresarial, la Coparmex, la Concamin, el Consejo
Mexicano de Hombres de Negocios, la Asociación de Banqueros de México) tienen
una visión instrumental de la democracia: cuando fortalece la dominación
capitalista, los capitalistas la apoyan. Pero cuando las fuerzas populares ganan
poder, los capitalistas presionan, mandan reprimir o derriban a la democracia.
En un alto porcentaje,
las grandes fortunas y empresas de México han sido generadas desde y en
asociación con el ejercicio gubernamental. Eso remite al vínculo entre política
y delito; al eje economía-política-corrupción; a la relación mafiosa entre los
dueños del dinero y una clase política usufructuaria del poder, oportunista y
corrupta, formada en el viejo corporativismo autoritario y reproducida bajo el
foxismo.
Esa "democracia de elites" vertical y cleptocrática utiliza los medios masivos de difusión, en particular al
duopolio televisivo (Televisa y Tv Azteca), para ganarse a las fracciones más
conservadoras de la
sociedad. Todos forman un conjunto que puede ser minoritario socialmente,
pero que detenta gran poder. Históricamente a ello se ha agregado un gobierno
débil, lo que no es contradictorio con el hecho de que el actual jefe del
Ejecutivo actúe como un caudillo carismático, que se "comunica"
directamente con la "masa".
Decía Hannah Arendt que "el gobierno
totalitario siempre transformó las clases en masas y suplantó el sistema de
partidos no por la dictadura de un partido, sino por un movimiento de
masas". La dominación oligárquica necesita controlar a la política y los
políticos; o, en caso contrario, desprestigiarla/os. Pero además, en épocas de
transiciones de un régimen autoritario a otro plutocrático, hay que
descontaminar al "rebaño" del pensamiento crítico. ¿Por qué? Porque
en momentos de crisis, la masa necesita ser "domesticada" para que no
se rebele. Necesita "mano dura". "Orden". La derecha
considera al hombre malo por "naturaleza" y requiere una sociedad
represiva y una autoridad punitiva para contenerle. Para los conservadores,
"gobernar es resistir". Resistir a la "ruptura". Esa es la
ideología del búnker; de los miembros de la patria financiera. La resistencia
contra el cambio y la innovación sociales. Pero eso puede ser, también, una
forma de fascismo larvado; un nuevo totalitarismo en ciernes.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2006/04/10/index.php?section=politica&article=026a1pol
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