Los pueblos están solos,
pero acompañados por su potencia
6 de septiembre de 2016
Por Raúl Prada Alcoreza
La historia política de la
modernidad, sobre todo, dibujada por las revoluciones políticas y sociales, nos enseña varias
lecciones:
·
La primera, que la potencia social explosiona y
desborda, cuando se dan las crisis múltiples;
pues no son sólo económicas, ni sólo políticas.
·
La segunda, que estas explosiones
sociales pueden llegar a convertirse en revoluciones
políticas y sociales, como en el caso de la revolución democrática francesa o
como los casos de las revoluciones
socialistas en Rusia y en China.
·
La tercera, que las revoluciones cambian el mundo; pero, después, se hunden en sus
contradicciones.
·
La cuarta, para decirlo, de manera
simple, estas contradicciones son ineludibles, pues las revoluciones son atrapadas por
la maquinaria fabulosa del poder.
Que no ha sido desmantelado, sino rápidamente arreglado, de acuerdo, al discurso
vigente; tampoco han transformado todo
el tejido de
las formaciones sociales; tejido en el cual se asientan
las dominaciones polimorfas.
Las revoluciones socialistas expropiaron
los medios de producción, afectaron la estructura social, igualando a
las clases sociales;
empero, en la medida que otras estructuras
de poder, quedaron adheridas al tejido social, las igualaciones se detuvieron en un punto
y momento, que ya exige radicalización de
la democracia; es decir,
el autogobierno, la
destrucción de las estructuras
patriarcales del Estado y de las mallas institucionales, tanto estatales
como sociales, de la sociedad civil.
·
La quinta, que el Estado, aunque sea
socialista, se proclame como tal, es la otra cara de la medalla del mismo modo de producción capitalista. De un
lado de la medalla está el capital,
del otro lado el Estado.
·
La sexta, que, hablando con propiedad,
la revolución política
y social no se realiza plenamente, sino que se detiene; comenzando, a partir de
un momento, su regresión. No se realiza, pues no se
puede hacer una revolución plena
con el mismo instrumento de dominación de las clases dominantes derrocadas, el
Estado.
·
La séptima, la explosión social también
puede dar lugar a reformas políticas,
nacionales, sociales; como ha ocurrido con las reformas nacional-populares en América Latina. Se trata de “revoluciones” de
menor envergadura, alcance e irradiación. Estas “revoluciones” menores, también
cambian el mundo, por
así decirlo, y sufren la misma condena
histórica; se hunden en sus contradicciones;
sólo, que en este caso, el drama es
de menor intensidad y
de menor expansión. Al
igual que las revoluciones sociales
y políticas, las reformas
nacional-populares están atrapadas en la “ideología”; esto se
muestra claramente cuando en sus formaciones
discursivas expresan claramente la convicción de que los
caudillos, los líderes y sus partidos populistas o reformistas, son portadores del fuego santo, son la
“vanguardia” histórica o
son los mesías laicos,
que vienen a salvar a los pueblos.
Hace poco, hemos
asistido a la caída del PT y al impedimento congresal de Dilma Rousseff. El
discurso de defensa del PT y el discurso de apoyo acrítico de la “izquierda”
reformista, se ha centrado en el supuesto “golpe de Estado congresal”. Giussepe
Cocco de-construye este
argumento retórico e improvisado; en una entrevista dice:
Pero no es un golpe: la narrativa del golpe es
una narrativa mistificada y que viene de la reelección de Dilma que estuvo
cargada con un montón de mentiras y dirigida por los que provocaron la crisis
económica que viene desde el 2012. En esa trampa estamos. Dilma fue destituida
con un pacto interno de la gobernabilidad y que tiene dos objetivos. El primero
consistía en sacarla del gobierno porque era incapaz de hacer nada más en materia
económica y así aplicar las reformas neoliberales y de austeridad que ella no
ha sido capaz de realizar porque no tenía condiciones políticas, ya que perdió
el apoyo parlamentario: ella no hizo estas reformas no porque no quisiera, sino
porque no lo lograba. El segundo objetivo es que este gobierno quiere
confrontar a los jueces que están investigando la corrupción.
No es un golpe, es la crisis. La crisis
interna del bloque del poder. La echaron porque ya no servía más. No lograba
proteger a la casta contra los jueces y no lograba hacer las políticas
neoliberales.[1]
La interpretación de
Giussepe Cocco da luces para avanzar en la comprensión del periplo de los “gobiernos progresistas”;
de su ascenso y de
su regresión, de
su encumbramiento y
de su decadencia. Así
como del sinuoso compromiso con la casta
política, contra la que supuestamente se oponen y contrastan. Sobre
todo, compromiso con las clases
dominantes; en este caso, la oligarquía terrateniente y la burguesía; además de su concomitancia
con las grandes empresas trasnacionales del agro-negocio y del extractivismo.
Pongámonos, para
entender mejor, ante una ilustración figurativa, que, aunque, ficticia, en el
sentido de su narrativa,
y esquemática, en el
sentido de la premura de la tesis
determinista implícita, ayuda a ejemplificar la función de las reformas políticas y sociales, de
los “gobiernos progresistas” en la genealogía de
la reproducción del poder.
Según un joven marxista
radical, crítico de los proyectos reformistas y de los “gobiernos
progresistas”, crítico también de la versión estalinista de la revolución
socialista, los progresistas llegan al poder para salvar al sistema. Lo hacen a
un costo; reformas sociales, para contentar a las clases populares; reformas
políticas, para contentar a los nacionalistas-populares; y otras reformas
institucionales menores, para aparentar cambios estructurales. Una vez hecho
esto, cada quien satisfecho, por el momento, retoman la función para lo que
están ahí, en el gobierno. No solamente salvan el sistema, sino que buscan
hacerlo reaccionar, hacerlo crecer y fortalecerlo[2].
Si consideramos
esta narrativa ficticia;
pero que, de todas maneras, nos entrega una hipótesis política, que tiene consistencia, a no ser por
la tesis mecánica del determinismo,
podemos – compartamos o no la tesis determinista; nosotros no la compartimos
– comprender la trama en la que se encuentran los
“gobiernos progresistas”. Se encuentran en las mallas institucionales de un Estado-nación, que ha
funcionado – como herencia colonial, conllevando la carga de las dominaciones
patriarcales, constituidas por las religiones monoteístas – como maquinaria de
poder; es decir, de dominación,
en sus múltiples formas.
A pesar de las buenas intenciones, que puede
haber habido; al usar esta instrumentalidad
de poder, que los desborda, además dentro de la cual están, los
efectos de poder no pueden ser otros que los contenidos como direccionalidades, en la lógica y función de estos instrumentos de dominación. Sirven
para reproducir el poder y conservar las dominaciones.
Descartando ahora la tesis determinista de nuestro
personaje ficticio, ¿si no hay un fatalismo, es decir, la causalidad determinista
ineludible, que arrastra a los “gobiernos progresista” a su propia decadencia, qué hay? Vamos a recurrir a
las hipótesis interpretativas, que
hemos venido desplegando en los análisis
críticos del poder,
de las formas de poder;
entre éstas, de los “gobiernos progresistas”.
Los “gobiernos
progresistas” se mueven en los márgenes definidos
por el orden mundial,
por el imperio,
del sistema-mundo capitalista.
El espacio de movimiento y de maniobras posibles, dentro de
estos márgenes, no
afecta al funcionamiento del sistema-mundo, por más discurso
retóricamente “antiimperialista”, que se pueda entonar. El problema de los
“gobiernos progresistas” radica en que no solamente se mueven en el intervalo de esos márgenes, sino que ese espacio recortado y delimitado,
también contrae, por así decirlo, su propia temporalidad. Como el proyecto “progresista”, supuestamente, es distinto
al proyecto neoliberal;
además, pretensión política no solamente enunciada, sino corroborada, por
lo menos, en un principio, por medidas populares, nacionales y sociales; la
capacidad de gobernabilidad se
debilita y el gobierno, incluso su coalición, se agota. No sólo una revolución desborda, no para,
continúa, de manera permanente,
si se quiere; sino también las reformas, pues una vez comenzadas; sino también
las reformas. Los pequeños cambios, requieren su continuidad; las reformas deben completarse. Se
puede decir, que la gobernabilidad,
en este caso, de los “gobiernos progresistas”, sólo es posible, si continúan
las reformas. Pero, esto
no es lo que ocurre, sino lo contrario. Estos “gobiernos progresistas” se
comportan como el termidor de
su propia “revolución” reformista.
Sacando consecuencias de esta interpretación, podemos deducir que los
“gobiernos progresistas” no solamente se encuentran dentro de la vorágine de
la crisis, sino que son
parte de la crisis. Son
como los factores y dispositivos políticos, que
heredan la crisis, la
administran, calman su intensidad,
por lo menos, en un lapso,
para después, volverla a desencadenar. Quizás de una manera más intensa. Podríamos decir que éste es el
entramado en el que se encuentran atrapados los “gobiernos progresistas”.
En el caso de la
destitución de Rousseff, que es el desenlace de
una trama política, que
es la forma como
concluye el periodo de
un “gobierno progresista”, nos encontramos con características elocuentes de
la decadencia y de
la crisis singular política brasilera. La corrosión institucional,
la espiral de la corrupción, es compartida tanto por oficialistas como por la oposición. La clase política es corruptible. La singularidad política no se
encuentra en esto, pues esto es una analogía compartida,
no sólo por los “gobiernos progresistas”, sino por todos los gobiernos, sean conservadores,
liberales, nacionalistas, neoliberales, incluso, en su caso, socialistas.
La singularidad se
encuentra en la forma singular de
darle cuerpo, por así
decirlo, a esta analogía compartida;
casi como una regularidad política en
la historia política moderna.
En el Estado
Federativo de Brasil, el poder
judicial parece mantener cierta independencia, lo que no
ocurre en los otros “gobiernos progresistas”, como en Bolivia y Venezuela. Esto
ha llevado a que el poder judicial impulse
una operación contra la corrupción, denominada Lava Jato. De acuerdo a Guissepe Cocco,
el Congreso trata de detener las investigaciones judiciales de esta operación anticorrupción. Entonces, no
solamente estamos ante las consecuencias políticas de una degradación y decadencia política, que se manifiestan en la
caída del gobierno, sino ante un enfrentamiento de los poderes del Estado. El poder judicial, al mantener cierta
independencia, busca cumplir con sus funciones encomendadas
por la Constitución; en tanto que el
poder ejecutivo y, en este caso, sobre todo, el poder legislativo, persiguen
obstaculizar el cumplimiento de este deber de
la justicia. El hecho de
este enfrentamiento interestatal, ya habla ilustrativamente de los alcances de
la crisis política.
Por otra parte,
cuando se enfrentan abiertamente el poder ejecutivo y el poder legislativo, no estamos, exactamente, como en el
caso anterior, ante un enfrentamiento entre un poder que quiere cumplir con sus tareas y poderes que quieren impedírselo;
sino ante dos poderes,
el ejecutivo y el legislativo, que buscan desesperadamente encubrir un
descomunal escándalo de corrupción,
que tiene que ver con el manejo político y administrativo de PETROBRAS. En
consecuencia, la crisis múltiple del
Estado, ha llegado tan lejos, que la reproducción del poder se ha como
reducido a la triste tarea de garantizar la reproducción de la corrosión institucional y la corrupción, que es la forma vigente del poder, en la era de
la simulación y en
su etapa decadente.
Compartimos con Giussepe Coco, que estos síntomas de la decadencia política, son los rasgos anunciantes de
la clausura de una
época. No solamente relativa
al periodo de los
“gobiernos progresistas”, sino, quizás, de la forma de Estado-nación, de la política de la formalidad
liberal, de la democracia institucional, reducida a la representación y a la
delegación, sin contar con el autogobierno
del pueblo, que es la democracia, en
pleno sentido de la
palabra. También compartimos que la defensa popular contra
las medidas neoliberales, del nuevo ajuste estructural, en la etapa del dominio del capitalismo financiero y extractivista, no pasa ni es la
defensa de estos “gobiernos progresistas”, ni de sus partidos, que ya forman
parte del establishment.
Ciertamente, el
panorama político, sobre todo, en lo que respecta a las alternativas sociales y políticas
populares, es, por así decirlo, desolador; sin embargo, parece conveniente
salir de nuestras evaluaciones o balances, basados en la ponderación de las
organizaciones, de los partidos y de los movimientos visibles. Parece conveniente,
abrir el horizonte de visibilidad más
allá de las organizaciones constituidas, más allá de los partidos instituidos,
más allá de los movimientos y movilizaciones manifestadas. Parece que es
indispensable visibilizar los campos de posibilidades, inherentes
al acontecimiento,
palpar la potencia social,
aunque no sea evidente, ni visible, ni elocuente. En otras palabras, sin caer
en ningún romanticismo ni vanguardismo, parece que el activismo comprometido, intelectual,
grupal y colectivo, debe desatar su propia potencia, para activar la potencia
social, contenida en los pueblos.
Si se ha llegado a las magnitudes
sorprendentes de la decadencia política, a las intensidades perversas de la degradación manipuladora, al
desborde y dominancia de la economía
política del chantaje, parece que es el momento de acudir a lo que ha
inhibido el poder y
liberarlo. Lo que han inhibido los diagramas de poder, las cartografías
políticas, las estructuras de dominación; esto es, la potencia social vital y creativa de los pueblos. No vamos a
encontrar este activismo
integral en ejemplos en la historia de las revoluciones, ni en el recorrido de sus formas de
organización; tampoco en sus tácticas y estrategias. Es algo que hay
que inventar; aprendiendo
de las experiencias sociales,
tanto dadas como dándose. Pues en la geología de la experiencia social,
hay sedimentaciones que
o han sido atendidas, que quedaron ahí, como capas del subsuelo;
que, incluso, no llegaron a ser seleccionadas por
la memoria social. En lo
que respecta a la experiencia social
reciente, debemos tomar en cuenta que la sociedad institucionalizada, que
sostiene al Estado, no abarca la totalidad ni
entiende la complejidad de
la sociedad alterativa,
que es el substrato social,
cultural, pragmático, en
el sentido lingüístico,
de la misma sociedad
institucionalizada.
Es verdad que lo que
decimos parece especulativo,
aunque no sea romántico ni vanguardista, como enunciación esperanzada; empero,
se basa en una conjetura corroborable.
La vida, los ciclos vitales, la potencia de la vida, están más acá y más allá del alcance
del poder, de sus formas
de Estado, de sus formas de gubernamentalidad, de sus mallas institucionales, de sus diagramas de fuerza y sus cartografías políticas. Parece que tenemos
que aprender cómo
hace la vida para
ser proliferantemente creativa y resolver constantemente problemas.
NOTAS
[1] Diagonal; Lola
Matamala: https://www.diagonalperiodico.net/global/31304-no-es-golpe-estado-es-la-crisis-dilma-la-echaron-porque-ya-no-servia-mas.html.
[2] Mención a un
cuento no escrito ni publicado de Sebastián Isiboro Sécure. Quien escribió y
publicó el cuento La orden. https://pradaraul.wordpress.com/2012/09/26/la-orden-2/.
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