América Latina:
tensión neoliberal y territorialización del poder
9 de septiembre de 2015
Por: Emiliano Terán Mantovani
Presenciamos en la actualidad a escala planetaria, una agudización sin
precedentes de las históricas contradicciones sociales y ecológicas del
desarrollo capitalista mundial: peligros de una escalada bélica internacional,
en sus diferentes modalidades[1]; dramáticas tensiones migratorias[2]; crecientes desajustes en el orden de los ciclos
climáticos[3]; ralentización del gran salvador de la economía
mundial desde 2008, China, y tendencia a la deflación global[4]; desbordamiento progresivo de las precarias
“democracias” contemporáneas y conexión cada vez más fuerte entre la política
formal y bandas criminales, narcotráfico, grupos extremistas, entre otros –con
mayor énfasis en periferias o el Sur Global–[5]; desgarramiento de los tejidos sociales y
reconfiguraciones de los límites del pacto social; entre otras.
Cuando el pastel de la riqueza se hace
cada vez más pequeño y los apetitos crecen, las ilusiones de progreso se van
vaciando, la acumulación capitalista se vuelve aún más salvaje. El
neoliberalismo ―como modo de acumulación propio del capitalismo globalizado― se
potencia, se reacomoda, busca ocupar espacios y ámbitos que se resisten a su
lógica, y así expandir aún más el despojo y la mercantilización de todo. No
importa en qué parte del mundo usted se encuentre, no importa si el gobierno de
su país es considerado o no “progresista”, esta tensión neoliberal está
presente, en diversos grados y formas, en cada proceso de acumulación formal o
informal de capital en la actualidad.
Pregunta de orden estratégico: ¿quiénes, en este momento en América Latina, son
las fuerzas antagónicas capaces de detener el avance de la acumulación por desposesión? ¿Qué actores o sectores
sociales y políticos pueden aún encarnar hoy una alternativa, no solo a este neoliberalismo mutante[6] que ha coexistido versátilmente entre
nosotros, sino al propio orden capitalista?
Años atrás, parecía evidente que esta alternativa, entendida como
“posneoliberal”[7], estaba centrada principalmente
en los gobiernos progresistas de la región, y en los líderes que los han
guiado. Ya estos gobiernos no serían fundamentalmente dominación, sino
representación no sólo de los intereses populares, sino también de la
construcción de la vía hacia modelos que podrían estar en un futuro, más allá del
capitalismo y la
dependencia. A estas alturas, sostener esta idea es más que
problemático.
Desde varios meses atrás, venimos
presenciando una aceleración de la deriva
regresiva en la región, incluyendo claro está a todos los llamados
gobiernos progresistas. Cuando baja la marea de las rentas obtenidas por los commodities –un
nuevo tiempo de vacas flacas–, todo parece más árido, más tosco, se ve con más
claridad la topografía excluyente e insostenible de los modelos extractivistas.
Sumadas a las políticas más
conservadoras de la región, que tienen a los gobiernos de México, Colombia y
Chile entre sus principales exponentes, resaltan las más claras definiciones a
favor del ajuste ortodoxo y flexibilización (Agenda Brasil) en las políticas económicas del
gobierno de Dilma Rousseff; en Argentina, se han impulsado reformas como la de
la ley de hidrocarburos (oct. 2014), que propone una flexibilización favorable
a las compañías petroleras transnacionales –con una de las regalías más bajas
de la región[8]– para facilitar la extracción de no convencionales;
y el nuevo Código Civil y Comercial (ago. 2015), en el cual se produce la
pérdida del acceso público a todos los ríos del país –siendo para Viale y
Svampa “la
mayor privatización de tierras de la historia de nuestro país (…) en manos de
la especulación inmobiliaria”[9]; sin dejar de tomar en cuenta la proyección aún más
a la derecha en los horizontes de la política oficial argentina, dadas las
candidaturas favoritas para las próximas elecciones presidenciales a fines de
octubre de este año.
En Ecuador, además de la firma del
Tratado de Libre Comercio (TLC) con la Unión Europea (dic. 2014, aún no en vigor),
resalta desde 2014 la más agresiva política de endeudamiento de todo el
gobierno de Correa –casi 10.000 millones US$, de los 18.000 millones que se han
adquirido desde el inicio de su mandato[10]–; el desconocimiento y la omisión de obligación de
pago de casi 3.000 millones US$ con el Instituto Ecuatoriano de Seguridad
Social (IESS) –afectando el futuro de las jubilaciones[11]–;
o la apertura a la participación privada en la prestación de gestiones
públicas, a partir del proyecto de Alianzas Público-privadas (APP)[12];
en el marco general de una creciente conflictividad política interna.
En Uruguay, sobresale el ingreso en
febrero de 2015 (de muy bajo perfil) del Acuerdo sobre el Comercio
Internacional de Servicios (TISA)
–que el Frente Amplio ha repudiado recientemente[13]–,
un acuerdo impulsado por los EEUU y la UE, que supone un TLC con varios países,
donde se propone la privatización de prácticamente todos los servicios públicos[14].
En Bolivia, se ha abierto el camino a
transnacionales para nuevas exploraciones petroleras en áreas protegidas
(Decreto 2366, mayo de 2015)[15],
en el marco de progresivas flexibilizaciones en los términos de negocios con
las mismas, donde destaca el reciente anuncio del gobierno boliviano (ago.
2015) de "incentivos a la exploración" para las petroleras, que
implica un enorme subsidio de US$ 3.556 millones para elevar sus ingresos en
64% en los próximos diez años[16];
también destaca el avance de proyectos de legislación para una agresiva
ampliación de la frontera agroindustrial –apuntando al "modelo cruceño de desarrollo",
Agenda Patriótica 2025[17]–.
Todo esto, se desarrolla en un momento político en el cual, el gobierno de Evo
Morales ha declarado “irregulares” a 38 ONG, entre ellas al CEDIB[18].
Y en Venezuela, ante la crisis del
modelo rentista petrolero, y en el marco de una progresiva transformación en
las políticas del gobierno nacional, destacan, por un lado, el decreto 1425 de
"Ley de Regionalización Integral" (nov. 2014), que plantea la figura
de las “Zonas
económicas especiales” (ZEE) –tomadas del modelo chino–, las cuales
representan una liberalización integral de
regiones geográficas del país, para derribar obstáculos al capital
(IED) y así “afianzar el desarrollo y enfrentar la pobreza estructural”[19] –la Faja Petrolífera
del Orinoco fue declarada como una de las ZEE del país[20] y sería una "vitrina de la
Venezuela que se quiere construir"[21]–;
y por otro lado, el impulso de la
“Operación para la Liberación del Pueblo”
(OLP), que implica intervenciones de choque directas de los cuerpos de seguridad
del Estado en diferentes territorios del país (rurales, urbanos, barrios
periféricos), para "combatir el hampa" –al estilo de las operaciones
en las favelas brasileñas–, lo cual tiene, y tendrá, bajo este enfoque, serias
implicaciones sociales y políticas[22].
Se tratan en ambos casos, y es fundamental decirlo, de territorializaciones de ajuste.
Pensar estratégicamente:
preguntas para un tiempo de mutaciones
La recurrente idea del ataque
exterior, encarnada por el imperialismo estadounidense, en articulación con las
derechas tradicionales de los respectivos países, a pesar de tener asidero,
pues representa actores importantes que ejercen presión en el avance de esta
deriva regresiva en la región, ha servido a algunos para querer explicarlo todo
con ella. Pero como lo ha propuesto recientemente el propio François Houtart, “La teoría del complot tiene el
peligro de velar las causas profundas del proceso”[23].
Nos preguntamos: para convertir la dirección de un Estado en un gobierno de
derecha, ¿hace falta cambiar los actuales gobernantes, o también se puede ir
configurando su mutación desde adentro (sin “cambio de gobierno”)?
¿Es única y obligatoriamente el ajuste,
el horizonte próximo de todos los gobiernos de la región? ¿Podrían los
gobiernos progresistas tomar una serie de medidas que en teoría habían
combatido en sus inicios?
Si el consumo se ha convertido en
el principal factor de consenso político nacional –primordialmente en las ciudades–, lo
cual permite amortiguar el impacto de ciertas políticas de ajuste, ¿hasta
cuándo y con qué alcance se podría mantener esta modalidad?
También: los trabajadores y
trabajadoras de la región, campesinos y pueblos indígenas, ¿prefieren el consenso de Beijing al consenso de Washington? Y de
nuevo: ¿quiénes detienen las “restauraciones conservadoras”, o bien las reformulaciones neoconservadoras? En cada vez más
ámbitos, los pueblos van contando sólo consigo mismos para defender sus
reivindicaciones y territorios.
Ante este cambio
de época en marcha en América Latina, e incluso ante la reciente y
dramática capitulación de Syriza en Grecia, o la vacilante propuesta de Podemos
en España, parece conveniente y profundamente estratégico, preguntarnos qué
hemos aprendido como pueblos de estos procesos; insistir en un debate vital en
torno a la forma Estado ,
y nuestra relación con esta. ¿Pueden los desencantos recientes potenciar no sólo
rabias coyunturales, sino nuevas disposiciones y cosmovisiones sobre la
producción de lo político?
También parece conveniente insistir en
que, ante la agudización de las contradicciones sistémicas mencionadas al
principio, y de las manifestaciones de la crisis civilizatoria, podríamos estar
ante escenarios en los cuales se estén configurando radicales modificaciones de
las estructuras de poder tal y como las conocemos, de las formas de la
soberanía, de las modalidades de control territorial –¿apuntamos hacia nuevas
feudalizaciones del poder?[24]–.
Si esto fuese así, los debates sobre el Estado se complejizan aún más, toman
nuevos matices, aparecen nuevos elementos.
Fenomenología del Estado y
territorialización del poder: un diálogo crítico con Álvaro García Linera
Como hemos propuesto, la discusión
sobre el Estado, y la idea de la autonomía desde abajo ante el mismo, es profundamente estratégica
ante los tiempos actuales. Podemos afirmar que existe en la región toda una
línea teórico-política que insiste en la centralidad del Estado como
alternativa de transformación social, en la cual el vicepresidente de Bolivia,
Álvaro García Linera (AGL), aparece como uno de sus principales exponentes. La
relevante propuesta de AGL intenta reactivar una nueva fe sobre lo estatal.
Para AGL, el debate «Autonomía o
Estado» es un falso debate[25].
Nosotros en cambio, planteamos que la fusión (sic) que propone el autor, de
integración de las luchas desde abajo con el Estado, es inconveniente; que una
lucha popular de múltiples escalas, no supone necesariamente la integración de sus
objetivos, formas y acciones con los de la máquina-Estado, que son claramente
diferentes. En este sentido, mantener esta diferenciación es estratégico en la
agenda política de las luchas desde abajo, sin que en ningún sentido se lleve
adelante una política de aislamiento o una propuesta maniquea. Se trata de
pensar, antes que en un «Estado Integral», en un horizonte de territorialización del poder.
a.
El Estado omnipresente y la
subsunción de lo común en lo público en AGL
A partir de lo que AGL llama el principio de incompletitud histórica –propuesto desde el Teorema de Gödel–,
el autor propone que la tradición de la dominación[26] del Estado no es ahistórica, que tiene
grietas, y que la gente tiene la posibilidad de trascenderla. Siendo esto
cierto, la necesaria pregunta subsiguiente es: ¿cuáles son los límites de esta posibilidad de transformar al
Estado?
Y también: aunque es importante definir
al Estado como un “campo de lucha”, como una construcción política en
permanente movimiento, o una estructura de relaciones maleables, no es la
contradicción en sí, el elemento que lo define. Algo debe darle forma, sentido.
Y su especificidad histórica, su sentido de existencia es ser una maquinaria de dominación y conducción política,
tomando el propio concepto de AGL[27].
Esta modalidad monopólica, centralizadora y abstractalizante de
poder, esta forma política de hacer que es el Estado, en AGL es al mismo
tiempo materia e idea, es también creencia colectiva[28],
lo que permite evidenciar, de manera muy útil, la forma fenomenológica del
Estado. Sin embargo, hay una especie de omnipresencia e irresistibilidad que
otorga el autor al Estado-idea colectiva: si éste es, por tanto, “las estructuras mentales, los
esquemas simbólicos, los sistemas de interpretación del mundo que hacen que
cada individuo sea uno con capacidad de operar y desenvolverse en ese mundo”;
si las luchas populares, los saberes colectivos, los esquemas de organización
del mundo, y las propias identidades sociales no están al margen del Estado,
sino que éste los contiene; si éste es “la subalternidad misma en estado institucional y simbólico (…) es
la comunidad social, los logros comunes, los bienes colectivos conquistados,
aunque bajo una forma fetichizada”; si la “sociedad real (…) ha construido
la estatalidad con sus logros y sus desdichas”[29],
parece pues, que el afuera del Estado es un desierto.
Estado no es igual a sociedad. No toda
producción molecular de lo político es Estado, o tributa a su constitución,
aunque coexista o se articule con él, aunque sufra su dominación. Seguramente
la constitución popular de lo político está profundamente permeada por el
Estado, pero éste no la configura de manera completa. Las exterioridades del
Estado son múltiples, en el espacio, en las creencias, en los cuerpos, aunque
puedan ser momentáneas y contingentes.
La rebelión no sólo proviene desde la propia experiencia de estatalidad[30] de los sujetos, sino al mismo tiempo
de procesos productivos propios y territorializados que están también más allá
del Estado. AGL parece incluir todas las contradicciones socio-políticas en el
seno estatal.
Es necesario entonces otro tipo de
fenomenología del Estado. Una que reconozca las diversas y múltiples formas de
producción de lo político que se encuentra en las afueras de éste, las otras formas de hacer que se distinguen de él; que dé cuenta
cómo sus objetivos, formas y acciones difieren de la forma de la estatalidad. La
clave del cercamiento fenomenológico que propone AGL, y que al mismo tiempo
traba el desbordamiento popular de las fronteras estatales, está en la
subsunción que hace el autor de lo común en lo público. Dice AGL:
El Estado solo puede producirse en la historia contemporánea si
produce (como fruto de las luchas y de las relaciones sociales) bienes comunes,
recursos pertenecientes a toda la sociedad, como la legalidad, la educación, la
protección, la historia cívica, los aportes económicos para el cuidado de los
demás, etc.; pero este común únicamente puede realizarse si al mismo tiempo de
producirse, también se inicia el proceso de su monopolización, su concentración
y su administración por unos pocos que, al realizar esa monopolización,
consagran la existencia misma de los bienes comunes[31].
En realidad el Estado solo produce bienes públicos, no
bienes comunes. El ámbito de lo público ha aparecido tradicionalmente en el
imaginario político moderno/occidental como el ámbito por excelencia donde se
manifiesta y organiza lo popular. Sin embargo, la forma de lo público se
reproduce a través de la representación política trascendental del Estado, lo
que supone una gestión monopólica y corporativa del poder territorial. Los bienes comunes, como materialidad de la vida, al ser
un don de la misma otorgada a todos, preexiste a la apropiación y
monopolización que ejerce el Estado, a diferencia de lo planteado por AGL –“los bienes comunes son creados
(…) pero solo existen si son a la vez monopolizados”, dice el autor[32]–. Las múltiples formas de lo
común se basan en otra valoración de la Vida (si se quiere, de la naturaleza), en
otras formas de gestionar los territorios (ecosistemas), en la acción colectiva
dirigida a reproducir la vida inmediata –aunque puedan ser frágiles,
discontinuas, inestables–, que en cambio son constitutivas de la dinámica
social[33].
La distinción no es arbitraria ni insignificante. Es en el modo de gestión de los territorios, de la
reproducción de la vida, en la forma de su horizonte vital, donde se produce
este importante deslinde. No hacemos referencia a una comunalidad inmaculada, a
un tipo de pureza, o de formas ideales libres de contradicciones. No hablamos
de sujetos impecablemente cooperantes, sino pueblos rurales, semi-rurales y
urbanos que apelan persistentemente a gestiones colectivas para posibilitar, en
primera instancia, el curso de su vida.
Lo que es también importante recalcar, es como la
representatividad estatal –siempre fluctuante, y en diversos grados dominante y
represiva– impide, en el corto o en el largo plazo, la gestión directa de lo
común. Los bienes públicos (como la educación, la vivienda, la salud, etc.) son
usufructuados socialmente por la vía de una intermediación, y en numerosas
ocasiones, se viven sólo como idea, suspendidos en la promesa de un futuro
desarrollo, o una futura mejor gestión. Nuevas posibilidades y horizontes de lo
político en la región, pasan por recuperar la centralidad de esta dimensión
territorial inmanente de lo común. Producir con el trabajo colectivo y la
riqueza inmediata, desde abajo, el experimento político que en algún momento
del ciclo progresista quedó abortado.
b.
Extractivismo y la entelequia
del «Estado Integral»
Como ya es sabido, AGL plantea que el extractivismo es una
fase temporal para generar condiciones para alcanzar una "futura fase
social"[34],
y en numerosas ocasiones ha propuesto que los críticos del extractivismo le
hacen el juego al imperialismo, como lo ha expresado sobre ONGs como CEDIB
(Bolivia) en su reciente carta Sobre el papel de las Organizaciones
No Gubernamentales (ONG) en Bolivia y su financiamiento. Ya en
otros espacios hemos intentado replicar esta idea de que para
salir del extractivismo hace falta más extractivismo, y hemos
señalado el
peligroso camino de la satanización de la crítica.
Pero esta prometida fase temporal del extractivismo se sostiene sobre la idea
–que suele ser recurrente– de que, ahora sí, hemos alcanzado un escalafón
histórico de las luchas políticas, lo cual se traducirá en una alianza
progresiva entre el Estado y el pueblo, que construirá el camino para deshacer
al extractivismo. Esta alianza es lo que AGL ha llamado el «Estado Integral»[35].
Para AGL, a partir de la experiencia boliviana, en este Estado Integral se
produce “la
presencia directa de representantes de los sectores sociales movilizados en
distintos niveles del aparato estatal”, y añade también “la presencia directa de las
organizaciones sociales en la definición de las principales políticas públicas”[36].
El Estado en AGL es una trama cotidiana en la cual gobernantes y gobernados,
con distintos niveles de influencia, intervienen en torno a la definición de lo
colectivo[37].
De ahí que el autor afirme que “Socialismo es entonces un largo proceso de transición en el que
estado revolucionario y Movimientos Sociales se fusionan para que día a día se
democraticen nuevas decisiones; para que día a día más actividades económicas
entren a la lógica comunitaria en vez de la lógica del lucro”[38].
Conviene insistir en lo siguiente: el extractivismo es una modalidad de
acumulación capitalista que centraliza tanto el poder como la soberanía sobre
el territorio; esto es, estructura un tipo de soberanía (nacional-estatal) que
mercantiliza y monopoliza la decisión sobre los llamados “recursos naturales”.
Esta racionalidad, esta forma política de hacer particular, esta modalidad de
dominación transnacionalizada y corporativa, que se superpone y evita que la
gente realice una gestión directa de los bienes comunes, está dotada de sentido
por los procesos de acumulación de capital a escala global, por la División Internacional
del Trabajo y la Naturaleza.
La entelequia del «Estado integral» intenta fusionar modos de
hacer, de producir de lo político, que se contraponen. Por medio de la coacción
y la “manufactura de consensos” (de diversas maneras), éste evita o pone límites
a la ocupación, recuperación y reapropiación de lo común (sea en espacios
urbanos, tierras agrícolas, áreas de reserva natural, etc), en nombre de la
protección de la propiedad privada, de la “soberanía nacional” y del
mantenimiento del orden y la estabilidad. El Estado pues, no reconoce otra
soberanía que no sea la nacional-estatal –no es casual que, por ejemplo, casi
ninguna de las consultas previas en América Latina respecto a proyectos
extractivos o desarrollistas sea reconocida por los poderes constituidos[39]–.
Adicionalmente, en contextos de aguda crisis como las actuales, el Estado
tiende a profundizar mecanismos políticos de acumulación por desposesión como
medidas de ajuste, por lo que su conflicto con lo común se intensifica.
Pero sobre todo, es importante insistir en cómo, en las esferas
más altas del Estado, donde se concentran las decisiones sobre los bienes
comunes para la vida ―los llamados “recursos naturales”―, sobre las Fuerzas
Armadas nacionales, las grandes finanzas, se evidencia con más claridad y
crudeza la estructura jerarquizada, la modalidad corporativa transnacionalizada
que posee la gestión de lo público (extracción de naturaleza, infraestructuras
urbanas, adquisición de tecnología militar, financiamiento externo, etc.), lo
radicalmente excluyente que es respecto a lo común, y lo complejo de delegar
estas gestiones a unos cuantos representantes y voceros de movimientos
sociales, para replicar los modelos de concentración de poder y manejo
centralizado de la riqueza colectiva. Bajo este modelo, estos ámbitos son
prácticamente intocables para las bases populares, por lo cual reformas
progresistas sobre igualdad de género, aborto, derecho a la ciudad, figuras de
participación política formal, entre otras, se convierten en reformas
cosméticas sino se produce un proceso social de re-apropiación territorial. (...) continúa
Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/172285
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