Macri sube la apuesta neoliberal
30 de octubre de 2016
30 de octubre de 2016
Antes de concluir el primer año de
gestión, Macri ya concentra todas sus energías en las elecciones del 2017.
Proyecta prolongar su gobierno para reinstalar a pleno el programa neoliberal
recreando los mitos de la privatización, la apertura comercial y la
flexibilización laboral. ¿Podrá lograrlo?
Por Claudio Katz.
CATARATA DE FALLIDOS
El crecimiento no
aparece en el esperado segundo semestre y la recesión del 2-3% supera los promedios
de las últimas caídas. También la inflación del 40% desborda los porcentajes habituales de
la carestía. En
lugar de avances hacia la pobreza cero, más de un millón de personas han sido empujadas a la miseria.
Los asalariados
formales perdieron entre el 8%
y el 12% de su ingreso real
y la tasa de desempleo se ubica en las zonas industriales por arriba de los dos
dígitos. La desigualdad se expande en forma abrupta.
Hasta ahora la
administración de Cambiemos no logró las ansiadas inversiones. Los únicos
capitales que llovieron son los fondos golondrinas que especulan en el circuito
financiero. Si se cumplen las estimaciones oficiales, la economía se encontrará
a fines del 2017 en el mismo punto que estaba al concluir el kirchnerismo.
El divorcio entre
promesas y realidad se extiende al terreno de la corrupción.
Macri no ha explicado el fraude de las empresas off shore que montó para evadir
impuestos. Su vicepresidente escondió bolsos con dólares de dudoso origen. El
titular del Banco Central arrastra un cajoneado proceso por el fraudulento
manejo de la deuda pública y el jefe del Banco Nación participó en las
malversaciones de los fondos buitres. Además, el secretario de energía suscribe
contratos con sus amigos de Shell y el dueño de un gran supermercado supervisa
el jolgorio de los precios.
El líder del PRO
enaltece la institucionalidad, pero fuerza la renuncia de los magistrados
adversos, disciplina a los fiscales y negocia directamente los temas
conflictivos con la
Corte Suprema.
Los anuncios de
imparcialidad en la comunicación naufragaron con la anulación
de la ley de medios .
Los principales emporios evitaron la subdivisión y sostienen al gobierno para
ampliar su influencia con la próxima regulación del cable, los satélites y la
telefonía.
Este blindaje
mediático le permite a Macri ocultar el agravamiento de la criminalidad,
que afronta con la misma improvisación del gobierno anterior. Trasladan
gendarmes de las fronteras al conurbano y negocian cambios con las cúpulas
policiales, sin modificar la connivencia de esas jefaturas con el delito.
Durante la campaña Macri
cuestionaba la ausencia de un diálogo transparente. Pero desde el gobierno ha
convertido al Parlamento en una oficina
de favores para
aprobar leyes a cambio de prebendas. Con la misma manipulación de los fondos
públicos ha logrado frenar el paro de la CGT. La
burocracia sindical preserva su turbia administración de las obras sociales y
recibe protección frente a cualquier investigación de su enriquecimiento
personal.
El presidente ha
confirmado la típica fractura entre lo que se enuncia desde el llano y se
realiza en el gobierno. Al principio eludió esa estafa con simples llamados a la felicidad. Luego
culpó a la herencia kirchnerista de todas las desventuras y posteriormente
denunció imaginarias obstrucciones de la oposición. El
agotamiento de esos libretos lo induce a ensayar un nuevo relato.
GOBERNABILIDAD CONSERVADORA
Para contrarrestar los
fracasos del año, el oficialismo sube la apuesta y convoca a un gran
operativo electoral. Afirma que un triunfo en las legislativas
del 2017 facilitará otro mandato del oficialismo en el 2019, que permitirá
destrabar los fallidos del 2016.
Con esta prioridad en
los comicios, Macri sepulta todas sus críticas anteriores a la obsesión
electoral de los políticos por eternizarse en el gobierno. En lugar de “trabajar
para la gente” ahora se embarca en la conservación de los cargos.
Proyecta inducir un
rebote del consumo anclando el tipo de cambio. Intentará crear la mismaprimavera económica que indujeron sus antecesores en los
años impares de elección. Repetirá el retraso del dólar para apuntalar el poder de compra con
el auxilio del gasto público.
Macri tiene previsto
recurrir al endeudamiento para financiar el enorme déficit
fiscal (6-8% del PBI). Lo que el kirchnerismo solventaba con emisión, el
oficialismo sostiene con empapelamiento. Ningún país del mundo compite con el
vertiginoso incremento de un pasivo estatal que terminará desatando los
conocidos ajustes del FMI.
El pago de intereses
usurarios ya absorbe el 11% del presupuesto y la deuda es utilizada para
facilitar fugas de capitales, gastos corrientes y aumentos de importaciones.
Con esa bomba de tiempo el PRO se dispone a motorizar la campaña de sus
candidatos.
Los medios hegemónicos convalidan ese plan. Avalan todas las
tonterías de Prat Gay sobre el “enderezamiento de la macroeconomía” y
justifican lo que antes demonizaban.
El monumental déficit
fiscal, el deterioro de la balanza comercial, el derroche de divisas o la
fractura entre inflación y tipo de cambio son presentados como inconvenientes
pasajeros. Los mismos desajustes que eran identificados con el precipicio,
ahora son retratados como simples datos cotidianos.
El establishment avala posponer un ajuste mayor para
facilitar la maniobra electoral. Los talibanes del neoliberalismo también
aceptan la demora y la embajada de Estados Unidos invita altos funcionarios del
Tesoro o el Departamento de Estado, para elogiar las maravillas de su nuevo
peón sudamericano.
Pero el plan de Macri
requiere la cooptación de segmentos del justicialismo para fortalecer la cogestión de Vidal
con los intendentes. También exige tratativas permanentes para apuntalar la
conducta amigable de los renovadores en el Congreso y la decisiva neutralidad
del Papa Francisco. La intermediación
de Bergoglio fue determinante de la decisión cegetista de anular el paro. El
PRO incentiva, además, la división del peronismo y acosa judicialmente a
Cristina para forzarla a desertar del 2017.
El proyecto de Macri
presupone también el afianzamiento de una base social conservadora permeable a los discursos de mano
dura. Por eso el presidente justifica linchamientos o asesinatos de ladrones,
mientras enmascara las causas sociales de la criminalidad (desigualdad) y la
impunidad del bandidaje financiero. Cuenta, además, con la derechización de capas
intelectuales que repiten el itinerario de Vargas Llosa. Lanata es el prototipo
de esa involución.
LA
IDEOLOGÍA DEL MERCADO
Para implementar un
severo ajuste, el macrismo necesita reintroducir las creencias
neoliberales. Cómo esa idolatría quedó afectada por el desastre
de los 90, el PRO ensaya nuevas fórmulas para las mismas falacias.
Despliega una intensa campaña
contra el populismo, sin definir el contenido de ese mal. En
pleno electoralismo no puede identificarlo con baches fiscales o “fiestas de
los políticos”.
Al macrismo le cuesta
disimular su pertenencia a la crema de las clases dominantes. Encarna un
gobierno de la Ceocracia divorciado de las mediaciones
políticas tradicionales y se maneja con gerentes de grandes empresas, que
desconocen el universo exterior a Puerto Madero. Por eso proclaman que el
pueblo está feliz con “un ajuste necesario y provechoso”.
Los representantes de
esa elite declaran abiertamente que se ha vivido una “fantasía consumista”. Se
indignan con las vacaciones o las compras de vehículos y electrodomésticos de
bajo presupuesto. Retoman las teorías del derroche que identifican a la
argentindad con el abuso del gasto y el desapego al ahorro.
Pero recomiendan restricciones
sólo para los humildes. Durante el 2016 el segmento de los híper-privilegiados
(ABC1) multiplicó sus viajes suntuarios y compras de automóviles de alta gama,
mientras descorchaba el champagne que desgravó Macri.
El discurso austero no
sólo choca con esa impudicia, sino con el propio intento de crear un alivio de
consumo para el escenario electoral del 2017. Esa operación está amenazada por
la demolición del poder adquisitivo que Cambiemos pondera y lamenta al mismo
tiempo.
La restauración
neoliberal también transita por cuestionamientos al “adverso clima de negocios”
que generan los altos impuestos. No se refieren al IVA sino a lo aportado por
los acaudalados. Pero el PRO ya redujo los gravámenes al patrimonio (bienes
personales) y al agro-negocio (retenciones) sin ningún resultado de inversión.
Para soslayar esa contradicción
Macri ataca el ausentismo y la baja productividad laboral. Sugiere que los
capitales llegarán cuando los asalariados acepten una mayor
tasa de explotación. Pavimenta ese camino con una reforma
de las ART, que reducirá los derechos de los litigantes en los
juicios por accidentes de trabajo. Los capitalistas se ahorrarán compensaciones
por las tragedias que cada doce horas se cobran la vida de un operario.
Con el mismo objetivo
Macri vetó la ley anti-despido y tolera un incremento del desempleo.
Busca recrear el escenario disuasivo de la resistencia obrera que prevaleció a
mitad de los 90.
Pero todo el paquete
de mensajes neoliberales oculta que las elogiadas inversiones están detenidas
por limitaciones estructurales de la economía argentina. No sólo la
rentabilidad de los sectores ajenos a la agro-minería es reducida. En el
contexto actual no se verifica la euforia privatista que acompañó a Menen, ni
el viento de cola internacional que rodeó al kirchnerismo.
En esta coyuntura es
muy improbable la repetición de lo ocurrido en el 2002-03, cuando el repunte
del agro se transmitió rápidamente a la industria. Brasil es un espejo de las recesiones
profundas y continuadas que socavan a las economías sudamericanas.
El macrismo disimula
este duro escenario con la fantasía de imitar prosperidades ajenas. Propaga y
archiva a toda velocidad los ejemplos a seguir. Ahora propone copiar la
trayectoria de Australia, olvidando las
diferencias con un país de menor densidad demográfica y mayor dotación de
recursos naturales.
La lejana economía de
Oceanía que ensalzan los neoliberales exporta minerales (y no alimentos), en
estrecha asociación con los vecinos procesos de industrialización asiática. Es
un socio militar privilegiado del imperialismo estadounidense, mantiene una
estructura interna más igualitaria y nunca afrontó las tensiones sociales de
Argentina.
Los cerebros del
macrismo discuten Australia, para no registrar lo ocurrido en cualquiera de los
modelos latinoamericanos de neoliberalismo continuado. El futuro macrista de
Argentina se puede avizorar en la terrible desigualdad de México,
la precarización laboral de Perú, las miserables jubilaciones
de Chile o la marginalidad social de Colombia.
Allí se pueden
explorar los anticipos del país “serio y normal” que propicia Cambiemos. Macri
recita el viejo sermón liberal de enderezar a la Argentina con mayor apego al
trabajo y respeto a la institucionalidad. Con ese maquillaje disfraza su
proyecto de minorías más acomodadas y multitudes más empobrecidas.
SOCAVAR LA
EDUCACIÓN PÚBLICA
Cualquier
afianzamiento del neoliberalismo exige un drástico deterioro de la enseñanza estatal,
puesto que en ese ámbito predomina una fuerte oposición a la prédica
derechista.
El macrismo ya retomó
las campañas contra todos los docentes que se ubican en la primera fila de la
resistencia al ajuste. Cuenta con el apoyo de los grandes medios , que hostilizan a los maestros para
enfrentarlos con la población.
El oficialismo y sus
escribas presentan al magisterio como un sector que abusa de privilegios, elude
obligaciones y aprovecha el ausentismo. No ofrecen pruebas de esas calumnias y
ocultan las adversas condiciones de trabajo que prevalecen en la mayoría de los
colegios.
También olvidan que
sólo la esforzada labor de los docentes contuvo la destrucción de la educación
pública. Las Carpas Blancas impidieron en los 90 la degradación que monitoreaba
el Banco Mundial.
Macri pretende
reiniciar ese desguace. Por eso implementa censos concebidos por las
consultoras privadas, para establecer los rankings escolares que preceden a la privatización. Es
totalmente falso que “los docentes no quieren ser evaluados” o evitan un
“diagnóstico de la situación”. Simplemente se oponen a la cirugía que prepara
el gobierno.
Bullrich ha confesado
que promueve una “segunda campaña del desierto”, sin recordar a las víctimas de
la primera cruzada. Los Ceócratas tienen en mente el modelo
chileno de endeudamiento de las familias para costear los estudios,
pero se presentan como adalides de una educación pública de calidad.
Con cierto cinismo
declaran su propósito de contener la emigración de alumnos a los colegios
privados. Ese enunciado choca con el mantenimiento de los subsidios a las
escuelas pagas y con la abrumadora distribución de cargos entre directivos
provenientes de ese sector. Un funcionariado que envía a sus hijos a las
escuelas más costosas, no tiene el menor interés en potenciar la enseñanza
pública. El gabinete de egresados del Cardenal Newman que maneja el país ni
siquiera conoce dónde quedan los colegios del estado.
El macrismo critica la
conversión de muchas escuelas en centros asistenciales, pero no propone
restaurar su función educativa. Su gestión acentúa la segmentación social que recrea esa degradación.
Suelen constatar el deterioro de las escuelas más empobrecidas y la reducción
de las exigencias de aprendizaje, en un ámbito que contiene a millones de
chicos excluidos. Pero presentan esa desgracia como un dato ajeno a la
inequidad que potencian todos los días.
Cambiemos intenta
gobernar durante muchos años para crear un consenso privatista que naturalice
la fragmentación escolar. Necesita un tiempo prolongado para instaurar
creencias elitistas, que chocan con la extraordinaria historia de la educación
pública argentina. Esa tradición distingue al país del grueso de América
Latina.
Para promover la
sostenida expansión de la enseñanza privada, la derecha necesita socavar la
subsistencia de buenos colegios y universidades públicas. Allí florece el
pensamiento crítico y la actividad militante, que los conservadores pretenden
erradicar.
El des-financiamiento
de la educación superior es
el primer paso de la campaña por el arancelamiento que prepara el macrismo. Ya
subrayan el “alto costo” de universidades con bajas tasas de graduación en
proporción a los ingresantes y el malgasto en estudiantes extranjeros. No
comparan esas “pérdidas” con los millones de dólares transferidos a los
parásitos del sector financiero. Ocultan que sólo los fondos buitres recibieron
este año una suma dos veces y media superior al presupuesto de las
universidades.
En lugar de introducir
becas para aumentar el porcentaje de los recibidos, Cambiemos piensa en la
expulsión de los “sobrantes”. Su objetivo es despolitizar y embrutecer a la
juventud.
NUEVOS PLANES FRENTE A LA RESISTENCIA
El macrismo ultimó su
plan de gobierno prolongado a partir de lo ocurrido con las movilizaciones del
2016. La intensidad de esa lucha puso en evidencia que el movimiento popular no
será doblegado con facilidad. El nivel de resistencia y ocupación de las calles
supera el promedio regional.
Las batallas que
iniciaron los estatales contra los despidos fueron sucedidas
por importantes paros en incontables sectores. El gran acto
sindical de abril constituyó la mayor concentración unitaria de los últimos
años y corroboró el fortalecimiento de la agremiación registrada durante la
última década. Esa ampliación volvió a otorgar protagonismo a los asalariados
en reemplazo de los piqueteros.
Pero también la manifestación
de San Cayetano reactivó
la presencia callejera de los movimientos sociales y la masiva marcha federal
logró un excepcional impacto de concurrencia y visibilidad.
La expresión más
reciente de estas acciones ha sido la movilización contra el femicidio.
Un nuevo sector irrumpe con niveles de organización forjados en encuentros
periódicos de la
militancia. Allí se han elaborado programas para preservar
vidas, revertir la desigualdad y legalizar el aborto.
La intensidad general
de esas acciones neutralizó las pretensiones represivas del macrismo. El oficialismo no pudo
aplicar la ley anti-piquetes, ni los protocolos de garrotazos que ensayó en las
primeras semanas de gobierno.
Han logrado mantener
en la cárcel a Milagro Salas, pero fracasaron en
el intento de detener a Hebe de Bonafini. Tampoco pudieron
avanzar en el desprocesamiento de los genocidas y el masivo repudio a la
negación de los desaparecidos forzó la renuncia de Loperfido. Nuevamente la
resistencia democrática transita por los mismos carriles que la lucha social.
El gobierno sufrió
también una dura derrota en la aplicación del tarifazo. La Corte percibió el
malhumor social y obligó a reformular los aumentos, a través del sinuoso camino
de las audiencias y las nuevas facturaciones. En los cacerolazos de protesta
reapareció una reacción espontánea de vecinos indignados, que actúan más allá
de las organizaciones sindicales o políticas. Ese despertar atemorizó al
macrismo e incentivó su plan de priorizar las elecciones.
En un momento de
crecientes protestas, Macri logró el aval de la burocracia
sindical para
desactivar el paro nacional a cambio de un bono vergonzoso. Los jerarcas
archivaron la reapertura de las paritarias sin lograr ninguna compensación. La
suma negociada es insignificante y su otorgamiento depende de la voluntad de
cada sector patronal. Pero el gobierno sabe que la batalla social continúa y
por eso renueva su artillería política, ideológica y electoral.
COMPARACIONES Y ESCENARIOS
Macri encabeza el
mismo proyecto de restauración neoliberal que ensaya Temer en Brasil. En ambos casos se han
instalado gobiernos directos de las clases dominantes, con el propósito de
consumar agresiones virulentas contra las conquistas populares.
El líder de Cambiemos
engañó al electorado, pero logró una consagración en los comicios que no tuvo
su colega brasileño. Temer fue instalado por una mafia de corruptos, que
utilizó la farsa del Parlamento para derrocar a Dilma. Es un bandido ungido por
la casta de jueces y poderes mediáticos, que reemplazan a los militares en el
viejo ejercicio de la acción golpista.
Macri no carga con esa
mochila de ilegalidades, pero afronta obstáculos inmediatos de mayor alcance
que su par brasileño. Frente a un nivel de resistencia popular más intenso, no
ha podido desplegar el acelerado plan de ajuste que implementa Temer.
El golpista ya dispuso
recortes del programa Bolsa Familia, congeló el gasto social y avanza en la
reforma laboral y jubilatoria. Brasil no cuenta con el margen de endeudamiento
que tiene Argentina y por eso los neoliberales impulsan las privatizaciones que
Macri pospone.
La derecha brasileña
tiene en carpeta la proscripción de Lula, pero su principal apuesta es la
desmoralización popular. La abstención masiva en las recientes elecciones es
una carta de esa estrategia. En cambio Macri debe colocar todas sus fichas en
una próxima secuencia de comicios con alta concurrencia.
El dirigente del PRO
tiene un proyecto reaccionario muy definido, pero carece del poder requerido para implementarlo. Por eso
busca repetir la trayectoria de Menem que sorteó un debut tormentoso,
para afianzar luego su gestión con endeudamiento y contubernios.
En un contexto internacional muy distinto a
los 90 y con gran memoria de ese desastre, el periplo de Macri puede naufragar.
Si pierde las próximas elecciones podría afrontar el mismo destino de Fox (México)
o Piñera (Chile) -que con gabinetes de CEOs o equipos políticos- no pudieron
consolidar su proyecto. Perdieron la partida y fueron reemplazados por otras
fuerzas de las clases dominantes.
Las elecciones serán un campo de batalla pero
la gran pulseada se dirimirá en las calles. Menem empobreció al país al
doblegar la resistencia popular. En cambio De la Rúa falló en ese mismo
operativo y quedó sepultado por la rebelión del 2001.
El primer resultado condujo a una década de
miseria y el segundo a un periodo de mejoras sociales y conquistas
democráticas. Quiénes proclaman su deseo de “que a Macri le vaya bien” deberían
recordar esos antecedentes. Sólo con victorias del pueblo y derrotas de los
poderosos el país saldrá adelante.
Claudio Katz. Economista, investigador del
CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article13093
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