Sólo
la unidad de clase derrotará a la represión
5 de mayo de 2016
Por Marat5 de mayo de 2016
En los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de
la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y manifestación
tanto o más que en el conjunto de los últimos 40 años desde el inicio de la
transición política.
Y hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas
por expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante manifestaciones
artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en la que viven o su
disidencia frente a lo que consideran injusto, ha hecho de España un país
desmovilizado, acobardado y amenazado con cárcel y multas que sus receptores no
puedan pagar. Una combinación de violencia policial, judicial y legislativa
(nuevo Código Penal y Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana )
amedrenta la voluntad de resistir ante el atropello al que cotidianamente se
ven sometidos los más débiles. Y sin embargo, y ante esta evidencia, nunca se
ha mentido, manipulado, ni ocultado tanto las razones de las que nace ese diluvio
represivo.
Para los vendedores de “ilusión democrática”, según la cuál el
Estado es un aparato neutro al que manejar a voluntad y en sentidos muy
diferentes según el partido que haya ganado unas elecciones, el vendaval
antidemocrático proviene de que el Partido Popular es muy autoritario y de que
pretende imponer una política de recortes sociales que, en opinión de los
sostenedores de tal teoría, la sufren unas víctimas muy genérica: “la gente”,
“las clases medias”, “los ciudadanos”, su expresión favorita. Lo cierto es que
gobierne quien gobierne, mientras lo haga sin romper la legalidad del sistema
político vigente, la clase trabajadora ha de mantener la lucha por sus
derechos.
Vivimos inmersos en una crisis capitalista de la que las grandes
corporaciones que dominan la economía, el mundo del trabajo y nuestras vidas
son incapaces de salir, si no es mediante la transferencia de ingentes
cantidades de rentas del trabajo al capital, a través de la privatización de lo
público, de la brutal reducción de los salarios y costes laborales en general.
Desde la crisis del 29 del pasado siglo jamás se había efectuado
una agresión tan salvaje contra las conquistas históricas de la clase
trabajadora y en esa agresión el Estado capitalista no es neutral, como
pretenden hacernos creer los minirreformistas vendedores de crecepelo para
calvos.
El Estado jamás fue un órgano neutral por
encima de las clases sociales ni conciliador de los intereses antagónicos entre
unos y otros estratos sociales. Representa de un modo férreo a la clase
constituida en dominante mediante su poder económico. Quienes lo gobiernan en
representación de dicha clase y el reformismo que aspira a sustituir a los
habituales gobernantes de dicho aparato, sin cuestionar y ni siquiera intentar
confrontar dicha naturaleza de clase capitalista, admiten que éste sea el brazo
necesario para la represión de cualquier intento de la clase trabajadora de
ejercer resistencias a su sacrificio en esta crisis.
La combinación de policía (reprimiendo),
jueces (condenando), legislativo (nuevo Código Penal, Ley Orgánica de
Protección del Derecho a la Seguridad Ciudadana ), medios
de comunicación (creando estados de opinión criminalizadores de las luchas de
la clase trabajadora) y una ideología de superioridad de la idea de segurdad
(versión moderna del “orden público” franquista) que se asienta en una
“doctrina del derecho penal del enemigo”, pretenden instaurar un cordón
sanitario frente a la lucha obrera. El objetivo no es otro que el de disuadir
en primer término, mediante una combinación de mecanismos coactivos y
coercitivos, y reprimir, cuando es necesario (y lo es de forma habitual para
los gobiernos del capital) cualquier disidencia de clase.
Se entiende así que el Estado capitalista haga cierta la expresión
del pensador liberal Max Weber que afirmaba que “Estado es aquella comunidad humana que,
dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento
distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la
violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las
demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia
física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente
del “derecho” a la violencia.” (“La política como vocación”)
Sin salirnos del pensamiento jurídico-político liberal podríamos
reprochar a Max Weber y a tantos liberales de su especie su “confusión”
intencionada entre “legalidad” y “legitimidad”, ya que la “fuente del derecho” a la que
alude es la del derecho positivo (de normas jurídicas escritas por el órgano
del Estado que ejerza la función legislativa) y no la del “derecho natural” (Rousseau), que
sería fuente de “legimidad”,
en tanto que se asienta en un derecho de tipo moral. Ello hasta el punto de que
un acto puede ser legal pero no legítimo y viceversa. En la dualidad
legitimidad/ilegitimidad se fundamenta tanto la razón como la sinrazón
ontológicas del ejercicio del gobierno.
En cualquier caso, la clave del pensamiento y la acción principal
del Estado capitalista es la conservación de la llamada “paz social” en base a
la previsión (ideología dominante, coacción, legislación disuasoria,…) y a la
reacción cuando siente que los privilegios de la clase a la que representa son
amenazados o siquiera contestados más allá de la vacuidad de las palabras.
Si el Estado capitalista se arroga, por un lado, la voluntad y la
legalidad, que no la legitimidad del monopolio de la violencia, necesita, por
otro, negar que ejerza otras formas de violencia como la explotación laboral,
la pobreza a la que condena a amplias capas de la población, el terrorismo
empresarial que legaliza o el imperio del “derecho” al pago de la deuda
bancaria por encima del que corresponde a una vivienda digna, por citar sólo
algunos ejemplos.
En paralelo, la oposición a su dominación de clase, el Estado la
considera violencia casi equiparable a la terrorista. Así un
corte de vías férreas o de carreteras en una protesta sindical, la ocupación de
locales de la patronal por trabajadores, un piquete informativo que, si no es
en parte coactivo, no es piquete sino grupo informe de pusilánimes, la
cobertura fotográfica de la violencia policial en una manifestación o una frase
un poco más subida de tono de lo normal en redes sociales es violencia “ilegal”
para quien detenta más que ostenta el pretendido Estado de derecho de una
dictadura de clase.
Desde Alfon, encarcelado en régimen FIES, con periódicos castigos,
hasta Andrés Bódalo, dirigente del SAT también encarcelado, pasando por Raúl
Capín al que le ha caído una multa absolutamente brutal en su condición de
persona con limitados recursos o Esther Quintana, que perdió un ojo por una
pelota de goma de los mossos d´esquadra en la huelga general del 14 de
noviembre 2012, toda la artillería legal, legislativa y policial del Estado,
además de la de su Brunete mediática va destinada a destruir la capacidad y
voluntad de rebeldía de la clase trabajadora.
Los sindicatos del régimen, CCOO y UGT, dan la cifra de 300
sindicalistas encausados para los que se llega a pedir hasta 125 años de
cárcel. Previsiblemente son muchos más, dado que estos sindicatos no destacan
por su solidaridad con el sindicalismo alternativo ni con los militantes
comunistas, anarquistas y revolucionarios condenados o amenazados por
peticiones de cárcel y otras sanciones por luchar en defensa de la clase
trabajadora.
La situación del SAT refleja unos 700.000 euros en multas, unas
637 personas imputadas y unas peticiones de condenas de prisión que suman 437
años de cárcel.
Sobre los 8 de Airbús, finalmente no condenados por su
participación en la huelga general de 2010, pendían penas de cárcel por
alrededor de 70 años, penas que CCOO y UGT, sindicatos a los que estaban
afiliados los encausados, pretendían negociar con el gobierno del PP bajo la
mesa, llegando a acariciar incluso la idea de un indulto, lo que hubiera
significado un reconocimiento de culpa por parte de los afectados, cosa que
estos tuvieron la dignidad de no admitir.
Por fortuna, la presión desde las bases de estos sindicatos sobre
sus cúpulas y la solidaridad internacional impidieron tal ignominia y lograron
su sobreseimiento.
En este contexto de represión, no selectiva sino masiva que
amenaza al movimiento obrero, sus organizaciones sindicales, políticas y
sociales, se hace cada día más evidente la desproporción de fuerzas entre el
Estado capitalista y la clase trabajadora. Los dos años largos de
desmovilización social y el escuálido 1º de Mayo último dan prueba de ello. En
el aspecto concreto que nos ocupa en este texto, es llamativa también la
diferencia entre los encausados por ejercer una faceta explícita de la lucha de
clases y los finalmente absueltos de las acusaciones de delito que
recaían/recaen sobre ellos
Más allá de la capacidad de presión resultante
de las distintas solidaridades que afectan a cada uno de los amenazados con
multas, prisión o denuncia por los daños físicos y morales ejercidos por los
aparatos represores del Estado capitalista, lo cierto es que al producirse el
apoyo a las víctimas de los atropellos del poder de clase de forma fragmentada,
dividida en ocasiones en plataformas ajenas unas a otras y en campañas muy
individualizadas, la posibilidad de derrota en la defensa de las libertades
colectivas e individuales de quienes se rebelan contra el atropello del capital
y sus instituciones está garantizada. Sólo la unidad de nuestra clase, la
trabajadora, puede nivelar, la fuerza que se ejerce desde el otro lado y
posibilitar el éxito.
Es cierto que cada procesado, cada represaliado, cada violentado
policialmente en una manifestación, cada trabajador@ pres@ por luchar en
defensa de sus derechos necesita el calor solidario, que su caso no sea
olvidado dentro de una causa más general. Pero la respuesta a esa cuestión
debiera ser una dinámica de defensa de toda la clase castigada, porque nos
someten a todos en cada uno de los que son sancionados, golpeados, enmudecidos
y penados y que, a su vez, haga de cada caso una denuncia, un ejemplo de
dignidad, un abrazo de todos los que luchan junto a él.
Por otro lado, el sectarismo de quienes menosprecian o ignoran a
otros combatientes de nuestra clase por considerar que sus posiciones son
“demasiado radicales”, la parcialidad de quienes se ocupan sólo de sus
militantes obreros, ha producido un daño enorme en esa necesidad de unidad y
coincidencia de objetivos en lo que se refiere al derecho a la disidencia de
clase. Es un enorme error que están pagando no sólo cada uno de los
represaliados sino l@s trabajador@s en su conjunto, que ven en cada
reprimido un motivo disuasorio para su protesta. Sobre nuestra división en la
defensa de nuestros derechos a la palabra y la batalla cabalgan las leyes
represoras, los policías excitados en su violencia, los jueces y fiscales
feroces en sus condenas, los medios
de desinformación del capital, la indiferencia de much@s trabajador@s ante
el dolor que experimentan los de su mismo estado de explotación y de opresión,
aún cuando no sean conscientes de sus cadenas.
Por otro lado, habrá quienes quieran difuminar
el carácter de clase del Estado burgués y su vejación contra la clase que le es
antagónica bajo la idea genérica de una denuncia del recorte de las libertades
y de opresión, como si en los últimos años de la crisis capitalista la
represión no hubiera aumentado exponencialmente y como si el carácter del
Estado policía se debiera sólo o principalmente a su condición de moderno
“Leviatán” burocrático.
Esta tesis, que hunde sus raíces en la vieja desconfianza liberal
hacia el Estado (teoría del Estado mínimo), y que hoy ha sido recogida por el
minarquismo (libertarianos), precisamente porque comprende muy bien la
naturaleza de clase del Estado y prefiere que no interfiera en sus negocios
(sociedad civil), ha mutado en ambientes libertarios no sindicalistas, en
sectores del nuevo reformismo indignado y, por supuesto, desde hace muchos años
en el viejo reformismo de matriz socialdemócrata, hoy social-liberal.
Al desconectar estos enfoques políticos de la naturaleza de clase
del Estado se cae en un concepto meramente ciudadanista de defensa de las
libertades, lo que no es otra cosa que una visión “idealista” de las mismas,
olvidando su carácter instrumental (para difundir ideas, expresar la
disidencia, luchar por derechos concretos, defenderse de la explotación y la
opresión,...).
La realidad es que en las etapas de crisis capitalista es cuando su
Estado refuerza especialmente cárceles, leyes represoras, aparatos
policiales... independientemente de que pueda mantenerlos activos en etapas de
expansión económica. Pero lo decisivo en estas últimas no es tanto lo opresivo
como el fomento del consentimiento y del consenso (a través de los aparatos
ideológicos) y el contrato social (mediante políticas, en el pasado, de cierta
redistribución social que impulsaban al mercado).
Por tanto, sea de modo intencionado (casi
siempre, y desde un discurso de clase media, negador de los antagonismos de
clase, que no necesariamente ha producido dicha clase pero que sí ha comprado a
los think-tanks de la oligarquía mundial), sea de un modo irreflexivo, mantener
la tesis de una defensa de las libertades ajena a la cuestión de clase y a las
prácticas de las políticas antiobreras es lisa y llanamente complicidad con él
capital.
No se trata de negar que los recortes a las
libertades y la represión se estén expandiendo a ámbitos no directamente
ligados a la lucha de clases pero escamotear que la clave se encuentra aquí y
en la naturaleza clasista del Estado es sencillamente mentir. Las
reivindicaciones puramente democráticas tienen su razón de ser pero si se
emplean como arma luz de gas pequeñoburguesa para tapar la cualidad clasista de
la violencia del Estado estamos ante realidades que no deben solaparse. De ahí
que, centrada la cuestión, en la condición de clase del Estado, en su papel de
policía, juez, consejo de administración de la burguesía y propagandista de sus
valores, sea necesario vincular el incremento brutal de la represión con la
agudización de la lucha de clases y con las políticas contra la clase
trabajadora de aquél.
Diluir estas cuestiones en plataformas contra la Ley Mordaza en
genérico, es sencillamente claudicar desde un oportunismo zafio, echarse en
brazos del reformismo procapitalista más abyecto, derrotarse el movimiento
obrero y sus organizaciones sindicales, políticas y de todo tipo a sí mismos y
caer en una especie de pseudoradicalismo estéril de origen burgués de corto
éxito y recorrido. Su fracaso se deberá no sólo a la menor capacidad
organizativa de este tipo de entes sino sobre todo a que, al ocultar las
razones reales -la desigualdad que genera el capitalismo y sus leyes- de la
protesta que es aherrojada, se autoexcluye de la solidaridad y compromiso
necesarios a todos los que sufren en sus propias carnes dicha desigualdad y que
no se sentirían representados por proclamas “prodemocráticas” más o menos
justas pero que no conectan con las necesidades más tangibles que afectan a sus
vidas.
En resumen, es necesario reorientar la lucha antirrepresiva en
varios sentidos:Hacia una posición de clase, que proclame que la represión
expresa un nivel concreto de la lucha de clases y que el Estado en sus
dimensiones policial, legislativa y jurídica responde a los intereses de la
clase dominante. Hacia una superación de la división en la lucha de las
organizaciones del movimiento obrero por la defensa de todos y cada uno de sus
militantes sindicales y políticos a las puertas de ser procesados o ya
condenados. La consigna de marchar separados es justificable en términos de
estrategia y de niveles de enfrentamiento/acuerdo con el capital pero jamás en
la defensa de cada uno y todos los militantes obreros perseguidos y
encausados.Hacia la consideración de “represaliados y presos políticos” de los
militantes obreros que sufren las consecuencias de la violencia del Estado
capitalista porque éste es un órgano político que ejerce su monopolio de la misma
a partir de criterios puramente políticos. Ello no supone en absoluto negar la
utilidad y la necesidad de las plataformas concretas de apoyo a militantes
obreros específicos pero sí superar la cultura de la división y el sectarismo,
especialmente por parte de quienes, desde una pretendida posición de
“mayoritarios”, desprecian la lucha de otras organizaciones, trabajar en red,
compartir objetivos comunes, realizar campañas globales en defensa de todos los
que sufren la represión por defender a la clase trabajadora y, muy importante,
dedicar personas y militantes concretos a la creación de ese clima de
cooperación y al logro de dichos objetivos. Eso o acabar como los dos conejos de la
fábula de Tomás de Iriarte, que discutían si los que les perseguían eran galgos
o podencos.
“En esta disputa, llegando
los perros pillan descuidados a mis dos conejos.
Los que por cuestiones de poco momento dejan lo que importa, llévense este ejemplo.”
Los que por cuestiones de poco momento dejan lo que importa, llévense este ejemplo.”
Fuente: http://www.lahaine.org/est_espanol.php/solo-la-unidad-de-clase
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