La república
democrática y el poder real
12 de octubre
de 2016
Por
Manuel E. Yepe /Diario ¡Por esto!
(Mérida)
“La clase dirigente de Estados Unidos ha disfrutado de la creencia
popular, generalizada en un mito que se ha mantenido a lo largo de casi toda la
historia del país, de que vivimos en una república democrática. Nos inculcaron
los elementos del mito en las clases de educación cívica en la enseñanza
secundaria – elección de funcionarios por voto de la gente; controles y
equilibrios entre poderes legislativos, ejecutivos y judiciales independientes;
gradual expansión de derechos a toda la población, y así sucesivamente. “Cuando
la vida enseña que estos factores no coinciden con la realidad, son muchas las
personas que adoptan una posición cínica respecto al asunto, y suponen que, a
puertas cerradas, suceden cosas que, por excepcionales, no alcanzan a ser
conocidas por la ciudadanía, y eso ocurre porque aún no existe una explicación
alternativa coherente sobre de cómo se rige la sociedad burguesa”.
Con estos elementos como introducción, el periodista marxista estadounidense Charles Andrews aborda el mito de la democracia burguesa como tema central de un ensayo donde explica la ruta descrita por el sistema político de Estados Unidos desde la década de los años 60 del pasado siglo hasta el presente.
Recuerda Andrews que, en 1960, John Kennedy ganó por estrecho margen la elección
presidencial. Los resultados en Illinois fueron cruciales para aquella victoria.
La maquinaria política encabezada por el alcalde Daley, de Chicago, hizo que
mediante un falso conteo de votos allí se superaran los votos reales del sur del
estado. Ni Richard Nixon, rival de Kennedy, ni la élite gobernante en su
conjunto, denunció el fraude en la votación. Y mucho menos lo hizo la mayoría de
la población, que carecía de elementos para tal reclamación. En 1963 un sector
de la Agencia Central de inteligencia (CIA) asesinó al presidente John Kennedy.
La clase gobernante entera se movilizó para encubrir el magnicidio mediante el
falso informe de la Comisión Warren con la teoría de que Lee Oswald había sido
el único autor. Sólo Jim Garrison, fiscal del distrito de Luisiana, desafió esa
falsa historia del asesino solitario. Luchó irónicamente por vía judicial,
confiando en la democracia burguesa. Una gran parte del público rechazó esa
versión oficial, pero su incredulidad era pasiva y dispersa entre varias
historias falsas, como la que situaba a la mafia como principal fuerza
responsable del asesinato. Cuando George McGovern se presentó como candidato a
la presidencia en 1972, desesperado por encontrar un compañero de fórmula,
consiguió trabajosamente que el senador de Missouri Thomas Eagleton aceptara la
candidatura vicepresidencial en su boleta. Pero resultó que contra Eagleton
surgieron acusaciones de que había sido señalado como autor de abusos sexuales a
muchachos jóvenes. Ni Nixon, ni la prensa, ni los políticos dijeron entonces una
palabra al respecto. Sólo se dio una triste explicación: Eagleton se retiró
porque sufrió un repentino ataque depresivo. El vencedor en esa elección,
Richard Nixon, aparentemente porque creía tener suficiente poder personal sobre
la clase dominante (de la que él era simplemente un miembro prominente más)
acusó a las corporaciones de comportarse de manera indignante y la gran
burguesía reaccionó provocándole el escándalo Watergate en 1974.
En los tres
casos anteriores se puso de manifiesto la relativa debilidad de los gobiernos
electos por los ciudadanos frente al poder superior, avasallante, de las
corporaciones y demás factores que constituyen el poder real.
Ante situaciones de gran complejidad, tanto interna como internacional, el poder real suele dar luz verde a programas extremos que pueden ser incluso en apariencia contrapuestos a los propios pero que, en verdad, están llamados a examinar tolerancias finales en diversas circunstancias. Medidas capaces de hacer compatibles en el imaginario popular la desesperanza estimulada por acciones que interesan a las corporaciones, con acciones que concierten amplio apoyo popular interno y exterior. La aceptación por el poder real de la elección de un Presidente diferente (Barack Obama) fue una buena prueba de ello.
Es obvio que dentro del poder real también actúan fuerzas de diferente
modulación y que calculan los riesgos de distinta manera. Por eso, parece, se
notan constantes incoherencias en el desarrollo de las políticas del gobierno
“democrático” y el poder real en torno a cuestiones tales como las destinadas a
salvar al capitalismo y mantener la hegemonía estadounidense.
Nadie podría identificar puntualmente quienes integran el poder real en los
Estados Unidos. El poder que nadie elige pero que es en verdad el que decide el
curso de los acontecimientos en la nación y que ha sido cabeza mundial desde el
desplome de las monarquías coloniales de occidente que desempeñaron ese papel a
cara descubierta de sus soberanos.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=217827
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