Paraguay
La tierra para los delincuentes ambientales
28 de octubre de 2016
28 de octubre de 2016
Por Raúl Zibechi (Programa
de las Américas)
La destitución fulminante del presidente Fernando Lugo, en 2012,
representó un paso atrás para los campesinos y lubricó un avance exponencial de
los negocios de la soja y la
carne. Ese avance profundiza la desigualdad y se produce con
los métodos mafiosos que caracterizan al narcotráfico. Lo peculiar del caso
paraguayo es el ferviente apoyo estatal a las ilegalidades empresariales.
“¿Porqué para
desalojar a 50 familias campesinas envían 400 policías?”, le preguntan a “Porque si son pocos, no les tienen miedo y no pueden desalojarlos”, responde. “Por eso emplean niveles inéditos de violencia y en casi todos los desalojos, muchos de ellos asentamientos legales establecidos en colonias estatales, les queman las viviendas y los cultivos, y les roban sus pertenencias”.
Un buen ejemplo es el desalojo de
El caso es grave, porque
La policía de elite se quedó varios días en la colonia, arrestando a los campesinos que circulaban por los caminos vecinales. El 8 de setiembre, señala un informe de BASE-IS, un grupo de policías y sojeros llegaron al asentamiento “con la intención de fumigar con secantes químicos los cultivos de las familias”. Ante la oposición encontrada, hirieron de gravedad a un campesino. “El corazón del conflicto es el acaparamiento irregular de tierras estatales reservas para la reforma agraria por productores sojeros”[2].
Paraguay ocupa el sexto lugar en el ranking de países productores de soja transgénica en el mundo, por delante de Canadá y detrás de China, India, Argentina, Brasil y Estados Unidos. Todos países con una superficie mucho mayor que la del país guaraní. Las nueve millones de toneladas de soja se cosechan en tres millones y medio de hectáreas que se han sido robadas (literalmente) a campesinos, indígenas y a un Estado aliado de los sojeros.
La soja se come todo
Lo más curioso e indignante, es que los productores de soja
avanzan sobre tierras del Estado que fueron entregadas a campesinos
beneficiarios de planes de reforma agraria. O sea, con colonias estatales,
aunque el propio Estado paraguayo las haya abandonado sin asignarles servicios
mínimos. En las zonas de expansión sojera, en los departamentos de la franja
lindera con Brasil, los productores brasileños alegan tener títulos de
propiedad, conseguidos de forma fraudulenta por la corrupción de funcionarios
estatales del INDERT (Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra) y
la Dirección de Catastro.
Varios
trabajos del instituto BASE-IS documentan el avance del agronegocio en el campo
paraguayo entre 2013 y 2015, o sea en los dos primeros años del gobierno de
Horacio Cartes. En los ocho años que van de No hay datos oficiales. “Para acceder a información sobre la liberación de eventos transgénicos”, escribe la abogada, “nos hemos visto en la necesidad de recurrir a información de organismos del exterior, ya que la página oficial de la Comisión de Bioseguridad Agropecuaria y Forestal (CONBIO) desde hace meses tiene “problemas técnicos”[3].
En segundo lugar, se constata una fuerte concentración de las
empresas oligopólicas que controlan el 75 por ciento del mercado global, seis
grandes empresas encabezadas por Monsanto y seguidas por Syngenta, Dow, Bayer
(ahora fusionada con Monsanto), Basf y DuPont. Cuatro empresas brasileñas
controlan las exportaciones de carne y tres estadounidenses las de soja. En un
país donde el presidente e, a la vez, empresario ganadero, sojero, tabacalero,
agroindustrial y financiero, por mencionar apenas sus negocios legales.
El economista Jorge Villalba, de la Sociedad de Economía Política, concluye luego de analizar los datos oficiales que los grandes productores evadieron nada menor que el 87 por ciento del Impuesto a
Destrucción y resistencias
Hasta la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner en 1989, la mitad de la población del país era rural. En ese momento las instituciones financieras internacionales, como el Banco Mundial, auspiciaban que población rural del país debía situarse en torno al 12 por ciento. En consecuencia, entre dos y tres millones de campesinos debían ser desplazados hacia las ciudades.
Las cosas marcharon según lo previsto. En 1991 había casi un millón de trabajadores rurales (946 mil), cifra que se redujo a 238.400 en 2008, según el trabajo del sociólogo Ramón Fogel del Centro de Estudios Rurales Interdisciplinarios[5]. Por un lado, se vive un crecimiento exponencial del uso de herbicidas como el glifosato y otros venenos, a razón de nueve kilos de veneno per cápita cada año. Entre 2009 y 2015 la superficie sembrada con soja creció un 31 por ciento, pero los agrotóxicos importados lo hicieron un 4 2 por ciento y el fungicidas secos se expandieron un 937 por ciento[6].
La agricultura mecanizada utiliza un trabajador cada 500 hectáreas ,
mientras que “la agricultura campesina, con un promedio de tres hectáreas de
cultivo de producto agrícolas, ocupa alrededor de cinco trabajadores de forma
permanente”, señala el informe “Con la soja al cuello”[7]. Un conjunto de
factores, crecimiento de la superficie de cultivos transgénicos, fumigación
masiva con venenos y caída de los precios de la agricultura familiar, explican
buena parte del éxodo rural. Sin embargo, el factor decisivo es la violencia
sistemática de los sojeros y las mafias, apoyados por el Estado.
En dos años hubo 43 casos de comunidades campesinas violentadas por reclamar sus derechos a la tierra y por resistir las fumigaciones de cultivos de soja; 26 están relacionadas a conflictos de tierras, y a su vez en 16 de ellas el Estado intervino y terminó destruyendo las viviendas campesinas, vulnerando sus derechos elementales. En total, seis de cada diez casos están relacionados a la lucha por la tierra y cuatro a la resistencia a los agronegocios, que vienen creciendo de forma exponencial.
En los dos años relevados por BASE-IS hubo 87 personas heridas o torturadas, dieciséis casos en que se quemaron viviendas, destruyeron cultivos y robaron bienes de las familias campesinas, hubo 460 personas imputadas, 273 detenidas y 38 condenadas. Como señalan Areco y Palau, la criminalización es “una estrategia pensada y montada desde el Estado para enfrentar las luchas sociales y colocar en el plano judicial (delictivo) los problemas sociales, para deslegitimar las luchas por sus derechos”[9].
Un informe de la Coordinadora de Derechos Humanos de Paraguay en el que releva los 120 asesinatos de campesinos a manos de las fuerzas policiales, concluye que “fueron planificados y tuvieron la coherencia de una finalidad política”, consistente en forzar el desplazamiento de campesinos “para apropiarse de sus territorios, mediante la perpetración sistemática y generalizada de métodos de terrorismo de Estado que gozan de impunidad judicial”[10].
Delincuentes ambientales
El abogado Juan Martens sostiene en el prólogo del informe “Judicialización y violencia contra la lucha campesina” que el paraguayo es un “Estado débil (no ausente), útil y funcional a poderes fácticos y mafias regionales y departamentales que violan impunemente la ley o utilizan algunas de ellas para la protección de sus negocios”[11].
Destaca la existencia de una “selectividad punitiva” por parte del Ministerio Público, que se focaliza en las personas que lideran movilizaciones contra las fumigaciones e integrantes de comisiones vecinales. De forma sistemática tanto el poder judicial con el Ministerio Público se han posicionado a favor de los intereses de los poderosos, sostiene Martens, que emitieron penas de hasta 30 años de cárcel por “invasión de inmueble”, la clásica ocupación de fincas que realizan los campesinos desde hace décadas. De este modo se busca “disciplinar y atemorizar cada vez más con sentencias y castigos aleccionadores”.
A ese tipo de empresarios los denomina “delincuentes ambientales”
e incluye a los cultivadores de soja que contravienen la legislación ambiental,
a traficantes de rollos de madera y a los propietarios de tierras malhabidas.
La impunidad de estos delincuentes es posible por “la cooptación de las
instituciones policiales, fiscales y judiciales por estas mafias”, sobre todo
en los departamentos de “mayor incidencia de la soja, la agro ganadería y el
narcotráfico”[12].
Un buen ejemplo de la impunidad y la subordinación del Estado a
los empresarios, se relaciona con el acaparamiento ilegal de tierras facilitado
por el estatal Servicio de Información de Recursos de la Tierra (SIRT). El
objetivo formal es informatizar el registro agrario de las 1.18 colonias que
tiene e Estado, pero en realidad la investigadora Inés
Franceschelli de BASE-IS, afirma que es el modo de “pasar una
capa de cemento sobre las tierras irregulares”, pues se reconoce
automáticamente las tierras registradas, sean legales o no[13].
En apoyo de
su tesis cita el gerente del SIRT, Hugo Giménez: “Los lotes que ya tienen
título definitivo, aún los conseguidos con informes falsos, no serán cambiados.
Hay gente que tiene cinco lotes, contraviniendo lo que die el Estatuto. Es
injusto, Pero si se pretende recuperarlos pasarán 50 años en una demanda” (ABC
Color, 9 de enero de 2015).En la lucha por la tierra no hay ninguna organización nacional que se destaque, siendo protagonizada por las Comisiones Vecinales locales, en tanto la resistencia a las fumigaciones la lleva adelante
Pese a los elevados grados de violencia la resistencia campesina sigue en pie. Teodolina Villalba, dirigente de la FNC, asegura: “Mucho se cuidan para realizar las fumigaciones en los lugares donde hubo conflicto, varios dejan de fumigar, otros dejan de plantar y también algunos ya abandonaron sus tierras”. Con una enorme sonrisa, suelta en guaraní “omuñama chupekuera lomitá” (los echaron los compañeros).
Notas:
Raúl Zibechi es analista internacional del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales enla Multiversidad Franciscana
de América Latina, y asesor a varios grupos sociales. Escribe el “Informe
Mensual de Zibechi” para el Programa de las Américas.
Raúl Zibechi es analista internacional del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=218546
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