Chile: Hacia un Movimiento Amplio
por
los Derechos Sociales
9 de octubre de 2016
9 de octubre de 2016
"Cuando creíamos que teníamos todas las
respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas."
Mario Benedetti
Mario Benedetti
1. El articulado sintetizado en “Una línea política provisoria de las y los comunes” se funda sobre la lectura de las
inestables relaciones de fuerza internacional, continental y chilena. Se trata
de una propuesta de línea política de los intereses históricos y objetivos de
las y los oprimidos, de las y los comunes, para enfrentar el aquí y el ahora.
Es una táctica en desarrollo e inconclusa, necesaria y provisoria, cuyo
horizonte de sentido último es la socialización de la vida, la liberación, la
igualdad, el establecimiento de las relaciones solidarias y la superación del
modo de producción y dominación denominado capitalismo. Y el capital es valor
que se valoriza a expensas de la súper explotación de la fuerza de trabajo
humano, la destrucción de la naturaleza, y la deuda, con el fin de la
apropiación privada del excedente mediante las formas mencionadas. Esto es, a
través de la privatización del valor producido por la venta de la fuerza de
trabajo de mujeres y hombres, del extractivismo que devasta comunidades y
biodiversidad, y del sistema financiero.
2. La proposición tiene una forma específica de
acuerdo a las relaciones de fuerza en Chile, condicionadas por las relaciones
de fuerza en América Latina y a escala mundial. La propuesta es la creación de
un Movimiento Amplio por los Derechos Sociales (MADS). No de un derecho social
particular que es preciso conquistar, sino que del conjunto de derechos
sociales por los cuales las y los dominados deben luchar para realizarse
libremente. Entonces, uno de los objetivos cardinales del MADS, es la
articulación de las fuerzas reales en lucha. No de los aparatos políticos y sus
agendas, por muy disidentes del capitalismo que se proclamen. No tiene que ver
con una mesa política o una coordinación de grupos insubordinados. No es un
agrupamiento ‘hacia adentro’, sino que una corriente política y social que se
vuelve, en su devenir, en un mismo conjunto con las luchas y resistencias
diversas realmente existentes. En consecuencia, su comportamiento principal es
‘hacia afuera’, como un todo que paulatinamente fraterniza y contiene a la
multiplicidad individual y colectiva dispuesta a batallar por sus derechos.
Sobre sus tareas subsecuentes, es el mismo MADS el que debe democráticamente
presentárselas como desafíos según se transformen en necesidades de su propio
proceso.
Como se habla de un Movimiento Amplio, no tiene
otra alternativa que volver sencillo lo complejo y acentuar los puntos de
convivencia y no de quiebre. Porque el MADS no es un partido político. Se trata
de la forma que adopta, en sus distintos momentos, la lucha de las fuerzas
sociales y políticas concretas y reales que buscan hacerse de todo el poder,
modificando de manera orgánica y estructural la totalidad del orden establecido
se acuerdo a sus propios intereses históricos y objetivos. Es un movimiento
político y social amplio.
Por otra parte, el partido político de la
emancipación y la revolución de las y los oprimidos, que aún no existe en
Chile, tiene que ver con el MADS, pero no es el MADS. La presente propuesta no
pretende resolver esa cuestión aquí.
3. El MADS arranca desde el momento actual del
estado de la lucha de clases en Chile. Y clases sociales son grupos de personas
respecto de la posesión privada o no del gran capital. La inmensa mayoría de
las personas comunes sobreviven de la venta de su fuerza de trabajo y carecen
de capital e incluso de capacidad de ahorro. Por eso, por ejemplo, la lucha de
No más AFP y el regreso a un sistema jubilatorio de reparto solidario, es
justo, pero insuficiente si no se liga a un aumento sustantivo del salario
mínimo. De lo contrario, ¿de dónde saldrán los recursos para una pensión que
alcance para vivir? No basta con el incremento de los llamados ‘pilares
solidarios’, tanto del empresariado como del Estado. ¿Por qué? Porque los
‘aportes’ del empresariado y del Estado salen del propio trabajo de las y los
asalariados. La demanda de un aumento del salario mínimo debe cobrar la
fortaleza suficiente para emplazar, al menos, a la inversión productiva del
Estado, convirtiéndose así en una lucha económica y política de mayor dimensión
ligada al pleno empleo de calidad, duradero, facilitador de la organización de
las y los asalariados, y negación de la flexibilidad laboral reinante. De lo
contrario, aunque aumenten los salarios, la inflación haría trizas su
crecimiento real. De ese modo, un derecho social puntual abre un complejo de
derechos sociales intervinculados sistémicamente.
Ahora bien, un pequeño productor o comerciante,
en efecto, posee cierto capital. Pero está subordinado a los precios impuestos
por el gran capital y sus poderosos grupos económicos, cuyo movimiento tiende a
la formación de oligopolios, a la concentración y a la destrucción de
competencia. Por ejemplo, el gran capital y su despliegue se observa en la reciente
compra de la transnacional agroalimentaria Monsanto por la transnacional
química Bayer. Sus propietarios y accionistas ya controlan buena parte del
mercado mundial y pueden imponer sus precios, siempre y cuando no tengan que
encarar a fuerzas sociales organizadas cuyos intereses se ven dañados por esos
precios. Esa pugna también es lucha de clases.
4. Este articulado propone, más allá de ser un
debate abierto, que el fascismo es el último recurso que emplean los opresores
para mantener sus privilegios. Y fascismo es el nombre que se le pueda dar, no
ya a la probada dictadura planetaria del capital, sino que a un tipo de régimen
político dictatorial y autoritario basado en el poder explícito, sistemático y
violento del Estado capitalista, apoyado por bandas armadas privadamente,
mediante el monopolio y en acción de su poder militar, dirigido por la doctrina
del enemigo interno y culturalmente antiliberal. Para el Estado capitalista el
enemigo interno es el conjunto de las fuerzas sociales, o voluntades colectivas
y sociales disidentes que se oponen multidimensionalmente a sus intereses
objetivos.
Pero los textos sólo cobran sentido en los
contextos.
América Latina, África, parte de Asia y los
países del sur de Europa corresponden a regiones dependientes respecto de los
polos nucleares del capital internacional o imperialismos. Esto quiere decir
que toda lucha por la independencia de un pueblo geopolítica y económicamente
delimitado, es antiimperialista, anticapitalista y antifascista al mismo
tiempo, porque el imperialismo sólo es un estadio superior del capitalismo, y
el fascismo, su último recurso. Sin embargo, si se amplía estructuralmente el
combate de los pueblos por la libertad del género humano, entonces las batallas
sociales, no sólo tienen carácter antiimperialistas, anticapitalistas y
antifascistas. Son, de igual forma, combates antipatriarcales, por los derechos
de la disidencia sexual, eco-socialistas y eco-comunistas.
La contradicción que está en la base del modo de
producción y dominación del capitalismo es capital versus humanidad. O como lo
dicen mejor las y los luchadores populares de la comuna chilena de Putaendo y
sus alrededores en su lucha en contra del extractivismo y por el agua y la
tierra, “la contradicción es entre vida o muerte”. Aquí, las pulsiones
elementales de la existencia humana cobran un sentido radical y diluyen las
diferencias artificiales entre lo político, lo económico, lo social, lo
cultural y lo individual. Así como el conocimiento es un todo que se ha
ocultado premeditadamente por la opresión, debido a la súper especialización
necesaria para la más eficiente apropiación privada del excedente y de la
ganancia socialmente producida, el desenvolvimiento de la lucha de las y los
oprimidos vuelve a expresarse también como un todo.
En el mismo sentido, el movimiento interno del
capital requiere incesantemente de mercados o grupos de personas con capacidad
de compra. Y de distintas maneras, desigualmente, usando múltiples estrategias
y tecnologías, el capitalismo ya copa todo el mundo, aunque sea
diferenciadamente. Los imperialismos capitalistas en algunos territorios usan
la guerra militar abierta y en otros, el sometimiento pasivo o ‘por
consentimiento’. En medio de ambos casos, existe una escala de grises que hacen
la mayoría. De
cualquier modo, en cada uno de ellos está involucrada la fuerza. En la forma de
drones sin pilotos asesinando población civil siria, o mediante la batería
alienante más sofisticada. El márquetin también es la continuación de la
política por otros medios . Y la
política no sólo es la economía concentrada. Es fuerza y relaciones de fuerza.
El sistema-mundo es una totalidad inestable y
desde la hegemonía histórica del modo de producción capitalista, se organiza de
acuerdo a la división internacional del trabajo. Ciertamente los imperialismos
y capitalismos centrales se deslocalizan. Por eso por la misma cantidad de
horas trabajadas, un asalariado de Alemania obtiene un precio por su labor
mucho mayor que un asalariado guatemalteco, aunque sean empleados por la misma
corporación transnacional. ¿Qué quiere decir esto? Que aunque se deslocalicen,
los Estados imperialistas concentran en sus complejos de poder los flujos de
valor producidos por las regiones dependientes. La contradicción capital versus
trabajo funciona geopolíticamente. Y en cada país se reproduce a escala entre
la contradicción ciudad versus campo. O sea, en esa relación asimétrica donde
la miseria es todavía más dramática en las zonas rurales que en las metrópolis.
De hecho, cuando las y los dominados venzan a la minoría dominante y se
impongan la liquidación del modo de producción capitalista, no sólo tendrán que
destruir paulatinamente la propiedad privada de los medios
de producción y realizar su correlativa socialización. Asimismo, deberán destronar
la concentración metropolitana y tornar trabajosamente homogéneas las
relaciones entre la ciudad y el campo.
Ahora bien, retornando al fascismo, es
constatable la crisis global de las democracias liberales representativas. Y
los denominados Estados de Bienestar o ‘de compromiso’ se han ido haciendo
añicos uno tras otro desde los 90 del siglo XX. Para ilustrar, allí están las
denominadas ultraderechas en las últimas elecciones parciales en la Alemania de
Merkel, el fenómeno norteamericano de Trump, la xenofobia feroz en Francia, el
Brexit inglés, los nazis del siglo XXI en Austria, los gobiernos del sur de
Europa; los llamados ‘golpes institucionales’ en Brasil, Honduras, Paraguay; el
reciente triunfo del No a la paz en Colombia, la Argentina de Macri; el poderío
que ostentan las versiones más fundamentalistas del Islam y del cristian ismo, etc. Esto es, que no solamente se
verifica una modificación de las relaciones de fuerza entre los intereses de
los opresores y de las y los oprimidos. También se verifica el fracaso de las
administraciones políticas redistribucionistas o más o menos ‘progresistas’.
Y como en la guerra, todo terreno que se cede es
ocupado por el enemigo, de igual modo, al resultar insuficientes las fuerzas de
las resistencias organizadas en contra de la opresión capitalista, entonces
ella avanza. Aquí vale la pregunta, ¿el fascismo, como el de Alemania e Italia
de antes y de durante la Segunda Guerra Mundial , requiere en la actualidad
de partidos de masas propios, por un lado, y de los de entonces fuertes
partidos políticos de izquierda, por otro, para su emergencia? ¿Desaparece el
fascismo o se usa según lo demande la opresión? ¿Una crisis y depresión
mundial, como la que estalló y continúa su curso desde el 2007, también
necesita de formas fascistoides de gobernanza para recuperarse? ¿Para los
pueblos de Medio Oriente, como Irak, Libia, Siria, las guerras
interimperialistas e intercapitalistas que se libran en su seno, son fascismo?
Ubicando la mira en América Latina, y en Chile
en particular (esto es, en regiones de desarrollos históricos periféricos a
veces parecidos y otros, no), puede afirmarse que ha existido un “fascismo
dependiente”, distinto que el alemán o el italiano o el japonés. Las dictaduras
cívico militares que asolaron al Continente entre los 60 y fines de los 80 del
siglo pasado responden al fascismo como ‘regímenes políticos dictatoriales y
autoritarios basados en el poder explícito, sistemático y violento del Estado
capitalista, apoyados por bandas armadas, mediante el monopolio y en acción de
su poder militar, dirigido por la doctrina del enemigo interno y culturalmente
antiliberal’.
En Chile, el fin pactado de la dictadura cívico
militar entre grandes capitalistas mediados por el imperialismo norteamericano,
abrió un período de administraciones civiles, actualmente en crisis de
representación y legitimidad. Ni la dictadura cívico militar, ni los gobiernos
civiles restauraron las condiciones del capitalismo anterior al golpe de Estado
de 1973. Y el gobierno de la
Unidad Popular fue la administración del Estado con mayores
libertades democráticas y civiles en la historia de Chile.
De algún modo, el golpe de Estado fue una
revolución y refundación de la minoría dominante, acorde con una de las crisis
profundas del capitalismo acaecida ese mismo año (la crisis de los
petrodólares), y que inmediatamente devino en la generación de las condiciones
para la crisis de la deuda de inicio de los 80. Se destruyeron grupos
económicos que no lograron adecuarse a la nueva situación, y surgieron otros.
Asimismo, la violencia popular organizada y con fines políticos, alcanzó
niveles inéditos en la historia del país. La resistencia antifascista de las
militancias políticas de las y los oprimidos colaboró notablemente con la
masificación de la insubordinación popular gatillada por la crisis de la deuda.
Desde mediados de los 70 y como resultado de las
crisis sucesivas del capital, se mundializó la deuda financiera como manera de
contrarrestar la caída de su propia tasa de ganancia. Asimismo, Estados Unidos,
de acreedor, comenzó a convertirse en uno de los más grandes deudores del
mundo, entre otras causas, por los gastos comportados por la guerra de Vietnam.
En Chile, como un laboratorio que reunía todas
las condiciones para ello, se aplicó un programa liberal ortodoxo que, con el
tiempo, se volvería el capitalismo hegemónico a nivel planetario. Las
administraciones civiles que se inauguraron en los 90, justo con la implosión
de la Unión Soviética , no hicieron más que profundizar el programa
liberal ortodoxo, esta vez, bajo un régimen político formalmente legal y
sustentado por la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas y las policías. O por
‘la familia militar’ o ‘el Partido Militar’.
Los rostros de la opresión son nítidos en Chile:
El imperialismo norteamericano, el chino después y luego el europeo (que son
financieros, comerciales y extractivistas); la alta oficialidad de las FFAA y
las policías; la jerarquía de las iglesias cristian as;
el régimen político bipartidista y de matices confusos que administra
alternadamente el Estado; los medios
masivos de comunicación. Estas fuerzas operan como un todo de acerada unidad
política y de intereses. Las fricciones intercapitalistas fueron saldadas
tempranamente en la historia del país. El problema de la unidad está abajo. En
el campo de las y los dominados.
¿Pero qué pasó con el fascismo? Ya se señaló que
el régimen político, sus partidos políticos tradicionales, incluidas las
llamadas izquierdas tradicionales, están en crisis. Participar o no de las elecciones
en cualquiera de sus niveles, comporta sólo un incidente, no un aspecto
orgánico o estructural a la hora del desafío de las y los oprimidos de
transformar la sociedad tras sus intereses históricos. El Estado capitalista
chileno no sólo es antipopular por conducta y definición. También se convierte
en Estado policial cuando emerge algún movimiento de envergadura por abajo,
como el estudiantil, como el del Pueblo Mapuche, como el de las y los
trabajadores subcontratados, como las luchas del ambientalismo consecuente,
como las movilizaciones regionalistas. El Estado capitalista chileno es
precautorio, reprime por sospecha y anticipación. La doctrina del enemigo
interno se mantiene intacta. ¿Es esto fascismo dependiente? ¿Qué es la
militarización de los territorios Mapuche? Camino a la segunda década del siglo
XXI, lo que existe es una suerte de fascismo selectivo y focalizado. El Estado
capitalista de Chile dosifica su violencia y vocación represiva. Se ha
perfeccionado con el tiempo, ha aprendido. Ahora adquiere formas fascistas de
‘baja intensidad’. Se comporta en ‘modo fascista’ sólo por momentos. Para
cautelar la ‘imagen país’ y la inversión del gran capital, acciona la violencia
militar únicamente de manera puntual.
5. La propuesta de la creación de un Movimiento
Amplio por los Derechos Sociales (MADS) entiende que la verdad es desesperada,
pero más comprende que la realidad de las actuales relaciones de fuerza en
Chile y de la situación concreta de la lucha de clases, condiciona los deseos y
la propia voluntad de las franjas de las y los oprimidos más atentos y ya
organizados o aún no organizados. El movimiento real, o las fuerzas sociales
todavía descoyuntadas que en su desenvolvimiento enfrentan a los intereses del
gran capital, corresponde a un momento necesario y anterior a la construcción
del instrumento político de la emancipación chilena. Eso no quiere decir que,
si bien el instrumento de la liberación todavía no existe, sí existan sus
tareas.
De manera lógica, dinámica y contradictoria, el
movimiento real de los intereses de las y los oprimidos antecede a las
formaciones amplias (como el MADS). Y las formaciones amplias de las y los
comunes que luchan conscientemente por sus derechos, anteceden al instrumento
político revolucionario. Semejante encadenamiento se presenta de manera
combinada. Sólo para la explicación y el análisis se secuencia lógicamente en
sus distintos momentos. Si el instrumento de la liberación chilena, que a la
vez es continental e internacional o no será, significa la condensación de la
orientación política y orgánica subordinada al movimiento real, entonces
precisa de la articulación de las luchas concretas de los pueblos. Si el
enemigo de los intereses de los pueblos emplea como estrategia “quitarle el
agua al pez”, en consecuencia, las tareas de las y los oprimidos organizados es
transformarse en un océano lo más extenso posible y cuya única frontera es su
independencia respecto del Estado capitalista y de las representaciones
políticas de los intereses de la opresión. Al respecto, la estatura de los
opresores determina la estatura necesaria de las y los dominados. De allí se
desprende su talla épica, ética, estética y política.
6. ¿Cómo construir el MADS? Lejos del
presentismo y de sustituir a las facciones de pueblos en lucha tras sus
demandas que interpelan al Estado capitalista. Lejos del aparatismo y del
sectarismo. Desde su inicio el MADS debe contener las pistas de la superación
de lo viejo. No por capricho o zalamería dedicada a las nuevas generaciones.
Primero se rescatan los aciertos y lecciones del movimiento popular chileno y
sus formaciones políticas históricas. Lo nuevo a construir, se quiera o no,
tiene de continuidad y ruptura. Es un proceso que en su caminata destruye lo
inútil e inoficioso y, al mismo tiempo, produce las nuevas formas de acuerdo a
las relaciones de fuerza y al estadio de la lucha de clases. Nunca atrás y
nunca más adelante que los sectores más avanzados del movimiento real. Desde un
principio el MADS tiene que colaborar y ser parte de las luchas concretas. Sus
tareas iniciales están asociadas a la participación generosa y protagónica en
esas luchas con el fin de articularlas. Aquí debe funcionar la propaganda de
manera ampliada, privilegiando el cara a cara, ofreciendo sentido y poniendo el
cuerpo. Al contrario que la opresión, el MADS debe obtener su autoridad y
atracción por su corrección y consecuencia política y ética, o poliética. Nadie
se incorpora a lo que vacila o no sabe hacia dónde va.
La articulación va de la mano con la vocación de
poder y de conducción. Por lo tanto, el MADS es un proceso que persigue
disputar la orientación del movimiento real y de las luchas parciales e
inestables.
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article12958
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