¿China no dominará el mundo?
3 de octubre de 2016
3 de octubre de 2016
Por Esteban Mercatante (Ideas de izquierda)
No puede
analizarse el imperialismo contemporáneo sin caracterizar lo que es China hoy y
hacia dónde se dirige. Eso nos proponemos en este artículo a partir del libro The China Boom1, de
Ho-fung Hung.
En las últimas décadas China se convirtió en un espacio central
para la acumulación capitalista a nivel mundial. Profundizando el rol que
habían jugado antes los Tigres asiáticos, desde que Deng Xiaoping iniciara en
1978 las reformas que ampliarían el rol del mercado y abrirían las puertas al
capital extranjero, China se transformará en un gran polo de atracción de
inversiones de grandes firmas multinacionales a la búsqueda de mano de obra
barata, especialmente a partir de los años ‘90. Al cabo de casi cuatro décadas
desde el giro iniciado por Deng, China se acerca hoy a ser la economía de mayor
tamaño a nivel mundial, desplazando a los EE. UU. Su ascenso ha trastocado las
relaciones entre las grandes potencias imperialistas, alterando todos los
equilibrios existentes. ¿Cuál será el resultado de este proceso? ¿Va China a
convertirse en un nuevo “hegemón”, desplazando a los EE. UU. de la primacía
mundial?
Ho-fung Hung, autor de The China Boom. Why China will not
rule the world, afirma que no será así, al menos en el futuro inmediato. Esto se
debe, en su opinión, a que las condiciones que le permitieron a China
transformarse en una pieza fundamental del capitalismo mundializado de hoy,
conducen a la elite del país a tener fuertes intereses creados en mantener, y
no en subvertir, el orden político contemporáneo.
Los sinuosos caminos hacia el boom
The China Boom dedica sus primeros capítulos a realizar una apretada
síntesis del desarrollo de China desde el siglo XVII. Allí revisa algunas
interpretaciones tradicionales sobre por qué no hubo desarrollo del capitalismo
en China en el momento en que este sí ocurrió en Europa, apoyado en
investigaciones más recientes.
Uno de los aspectos sin duda más interesantes del libro es que
logra resumir, con una serie de indicadores, lo que ha llegado a ser la economía China hoy.
Se destaca en su análisis la predominancia que mantienen las llamadas Empresas
de Propiedad del Estado (SOE en inglés). Muchas de ellas son legado de la
industrialización de los tiempos de Mao, sometidas desde los años ‘80 a una
fuerte reestructuración. Sería a partir de los años ‘90 que estas SOE llegarían
a convertirse en una pieza central en la estrategia de la burocracia del PCCh
para la edificación de una economía capitalista en China, en lo que considera
una segunda fase en el desarrollo iniciado por las reformas de 1978. La primera
había sido el “capitalismo de emprendedores” donde
… la fuerza motriz del crecimiento surgió de las empresas rurales
privadas y de las empresas rurales colectivas, muchas de las cuales eran empresas
privadas disfrazadas (61).
Durante el segundo estadio, las SOE recibieron un fuerte impulso
desde el Estado y “desplazaron y subyugaron al sector privado” (61). La apuesta
a convertir a las SOE en “empresas capitalistas rentables, ya fuera que siguieran
bajo propiedad estatal o no”, llevó a impulsar agresivas reformas, apelando a
la participación de los bancos de inversión norteamericanos para
reestructurarlas. Como sostienen los banqueros que cita Carl Walter y Fraser
Howie: “Goldman Sachs y Morgan Stanley convirtieron al sector corporativo de
propiedad estatal en China en lo que es hoy” (63). Se trata de una
reestructuración que quedó a mitad de camino. China logró poner en los primeros
puestos globales una serie de “campeones nacionales” como Sinopec, China
Mobile, China National Petroleum y otras firmas que pueblan el Global Fortune
500, en el que China cuenta con un 20 % del panel desde 2014. De las firmas que
tiene el país en este ranking, el 90 % son SOE. Para darnos una idea de su
peso, la masa de activos con los que contaban las empresas y holdings estatales
en el total de la economía, en el año 2012, duplicaba al que tenían las firmas
del sector privado. En sectores como la minería, el petróleo, o incluso la
industria automotriz, la diferencia entre el volumen de activos de las SOE y de
las firmas privadas resulta todavía más abrumadora.
Pero este lugar preponderante va de la mano de una performance
económica bastante pobre. A nivel agregado, los datos oficiales muestran que la
tasa de ganancia de las SOE en 2012 fue menos de un tercio de la de las
empresas privadas, y poco más de la mitad de la que obtienen las empresas
radicadas de capital extranjero. Al mismo tiempo, es el único grupo que muestra
una disminución en la tasa de ganancia entre 2007 y 2013. Se trata de empresas
con una masa gigante de activos; mientras cada empresa privada tiene activos
por 71 millones de Renminbi (RMB) en promedio, cada empresa estatal industrial
tiene activos por 1.652 millones de RMB (67). Después de la crisis asiática,
muchas de estas empresas debieron ser salvadas de una fuerte toma de créditos
impagables, lo que el gobierno hizo mediante la creación de empresas
administradoras de activos (AMC, en inglés). En la década siguiente, y a pesar
de que continuó la ola de reformas, “las SOE continuaron sin ser rentables y
fueron incapaces de pagar sus préstamos a las AMC”.
Hung concluye entonces que:
…mientras que la economía china y las finanzas gubernamentales
estuvieron dominadas y lastradas por empresas estatales ineficientes que se
mueven mayormente al ritmo de subsidios, favor financiero y protección del
Estado, la abundante liquidez en el sistema financiero que alimenta la orgía de
la inversión del sector estatal descansa en las reservas internacionales
generadas por el sector exportador” (68-9).
Las reservas internacionales fueron la base de la expansión del
crédito interno que financió la inversión de los gobiernos provinciales y las
SOE.
Si no hubiera sido por la formidable cantidad de reservas
originadas en el próspero sector exportador, esta expansión en gran escala de
la liquidez y los créditos habría disparado una crisis financiera (75).
Este sector exportador, que empezó a desarrollarse en los ‘80
gracias a inversiones provenientes de Hong Kong, pero despegó en los años ‘90,
es “la base del boom capitalista de China” (69).
El Círculo Panda
La internacionalización productiva es un proceso de larga data que
comenzó bastante antes de que China iniciara su integración al orden
capitalista transnacional con Deng. Pero se trata de un proceso que fue
completamente trastocado por su ingreso. Hung ilustra la magnitud de este
cambio a través de la forma en que ha impactado sobre las exportaciones de
Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur a los EE.UU. En todos los
casos, estas perdieron participación de forma muy marcada en los últimos 30
años, al tiempo que China se transformaba para este grupo de países en el gran
socio comercial. La emergencia de China fomentó un nuevo orden sino-céntrico
orientado hacia la exportación, bajo el cual la mayoría de las economías
asiáticas incrementaron el peso de sus exportaciones de componentes de alto
valor agregado y partes (por ejemplo para Corea y Taiwán) y de bienes de
capital (en el caso de Japón) hacia China (80), donde estos últimos servían
para el ensamblado final de productos exportados hacia los países ricos.
¿Pateando el tablero?
Hung discute lo que considera una serie de concepciones erróneas
sobre la emergencia de China. Entre ellas, cuestiona la noción de que China
está alterando el balance de poder entre Occidente y Oriente, y postulándose
como alternativa hegemónica a los EE.UU. Señala que la estipulación sobre el
ascenso de China como potencia mundial a expensas del poderío estadounidense es
el último capítulo de una larga saga sobre la declinación del imperialismo
norteamericano que viene desde los años ‘70 (entonces por la amenaza planteada
por Alemania y Japón), y que es un planteo repetido desde todo el arco
ideológico sin distinción. Hung señala que
… la declinación de la dominación de EE.UU. en la política
mundial, aunque verdadera, ha sido enlentecida y demorada gracias,
irónicamente, al apoyo de sus supuestos rivales, en primer lugar de China
(117).
Un aspecto clave en este apoyo está vinculado al rol que juegan
China y otras potencias en el sostenimiento del dólar a través de la compra de
bonos del Tesoro norteamericano. China ha convertido la mayor parte de los
superávit del comercio exterior, logrados gracias a su crecimiento orientado
hacia la exportación, en estos títulos. Gracias a la compra de bonos realizada
por China –y por otros países como Japón, Brasil, Alemania, Taiwán e incluso
Rusia– la economía norteamericana ha podido sostener un déficit creciente en su
comercio exterior (importa mucho más de lo que exporta) sin enfrentar ningún
tipo de crisis externa, ni ver amenazado el lugar del dólar como moneda
dominante en el comercio y las finanzas mundiales. Hung señala que durante el
período 2000-2008 el crecimiento de las exportaciones desde China a los EE. UU.
agravó notablemente los desequilibrios estructurales para la economía
norteamericana: durante estos años el dólar vio caer su valor sin que el
balance comercial de los EE. UU. dejara de ser deficitario, como sí ocurrió por
ejemplo en los años ‘80 después de los Acuerdos Plaza por los que Alemania y
Japón se comprometieron a dejar que sus monedas se fortalecieran respecto del
dólar y esto contribuyó a mejorar el balance comercial de los EE. UU. Esto
responde a la mayor dependencia norteamericana del comercio con China (que en
gran parte responde a la extranjerización de las cadenas de producción de las
multinacionales norteamericanas) tanto como a la política de China de
administrar el tipo de cambio, pegando el RMB al dólar. La consecuencia es que,
si por un lado podría pensarse que esto acotó los márgenes de EE. UU., por otro
lado no es que China puede usar esto para condicionarlo: sostener el tipo de
cambio requiere que el Banco de China mantenga una “adicción” a los títulos de
deuda norteamericanos, convirtiéndose así en el mayor garante de la continuidad
de la primacía financiera del dólar (125). China no tiene interés, sostiene
Hung, en subvertir esta situación:
La única manera en que China pueda cortar con su adicción a la
deuda de los EE. UU. es redefiniendo el modelo orientado hacia las exportación,
lo que no va a suceder en un tiempo cercano (132).
A pesar de que ya antes de la crisis de 2008 el PCCh mostraba
intentos de un “rebalanceo” de su economía para hacerla menos dependiente de la
exportación y más basada en el consumo interno, y esta cuestión ha sido puesta
sobre el tapete con urgencia en el último lustro,
… las medidas de estímulo económico tomadas por el gobierno chino
después del Gran Crash de 2008 fueron contradictorias con dichos esfuerzos de
rebalanceo porque el énfasis de dicho estímulo en inversiones en activos fijos
financiadas con deuda reprimieron aún más el consumo (166).
El rebalanceo requiere recortar estas inversiones “que explican el
hípercrecimiento desde 2008”
(166).
Señalemos que no es una tesis novedosa la de la interdependencia
entre China y los EE. UU.; desde antes de la crisis de Lehman viene siendo
planteada por varios autores2. En los últimos años fue menos
defendida ante la evidencia de una política más ofensiva por parte de China, y
sobre todo la mayor agresividad norteamericana expresada en su reorientación
geopolítica hacia Asia y el impulso a los Tratados Transpacífico (TPP) y
Transatlántico (TTIP) que excluyen al gigante asiático.
Si Hung no encuentra que China tenga hoy aspiraciones ni capacidad
de desafiar el poder global de EE. UU., sí observa que “ha estado empleando su
creciente fortaleza económica por ser el mayor socio comercial de muchos de sus
vecinos para intentar establecer su dominación regional” (133). Sin embargo, en
este camino el gigante asiático despertó resquemores y se topó con
dificultades. La fuerte presencia norteamericana permitió a los Estados
asiáticos maniobrar entre ambas potencias:
Las dificultades que China encontró en su ascenso a la centralidad
política en Asia manifiesta una contradicción que tiene su ascendencia
geopolítica en general: la influencia política creciente sobre sus vecinos es
una consecuencia directa de su acrecentada significación económica, pero dicha
influencia política se encuentra balanceada por la continuidad de la dominación
estadounidense, que irónicamente China perpetúa a través del financiamiento de
los déficit fiscales de los EE. UU. (138).
El aspecto central que Hung busca demostrar es que China no se
está convirtiendo en “una potencia poderosa, subversiva y anti status quo que
desafíe la dominación política y económica de los EE. UU. y al mercado libre
global que este ha promovido” (173). Sin embargo, sí admite que China
… ha alterado ligeramente el balance global de fuerzas dentro de
ese orden, permitiendo que otros países en desarrollo obtengan mejor términos
en sus acuerdos con los EE. UU. y Europa (174).
Al mismo tiempo señala que, por las relaciones que establece con
otros países dependientes, cabe más caracterizarla como “un nuevo poder en el
viejo orden mundial” que un portador de otro nuevo.
Hung manifiesta incisivamente algunos de los dilemas actuales que
atraviesa la economía
China , con un “rebalanceo” que es más fácil de enunciar que
de encarar, ya que afecta a fuertes intereses creados de las elites económicas
y políticas de los Estados costeros fuertemente asociadas al capital extranjero
exportador, y con enormes debilidades en lo que se refiere a baja
productividad, débil rentabilidad, y excesivo endeudamiento de sus grandes
empresas3. En el largo plazo, “si China puede efectivamente
conseguir el postergado rebalanceo de su economía, su robusto desarrollo
capitalista va a continuar por un largo tiempo” (180). Si puede lograrlo, cuán
doloroso será y cuanto tiempo llevará, “dependerá de una variedad de fuerzas
contingentes dentro y fuera de China”. De conseguir navegar las futuras crisis,
“se unirá a los EE. UU., Japón, y Alemania como otra gran potencia
capitalista”.
El futuro, ¿ya llegó?
Sin duda está en lo correcto Hung al observar que China no se
propone desafiar o subvertir el orden capitalista trasnacional; su objetivo es
conquistar influencia y ventajas dentro de dicho orden. Pero el autor del libro
minimiza el hecho de que esto la está llevando a replantear ya algunas de las
condiciones imperantes. Como observara Perry Anderson en Imperium, la arquitectura del
orden global construido por los EE. UU. desde la posguerra tenía entre sus
principales resultados perpetuar el lugar preponderante del imperialismo
norteamericano dentro de él4. En el terreno económico, el avance
chino pone en cuestión de forma creciente este supuesto, y eso lo transforma ya
en un agente subversivo del orden mundial, aunque al mismo tiempo profundice la
relación simbiótica acrecentando los bonos norteamericanos en su poder. La
búsqueda de ampliar los márgenes para establecer condiciones favorables a la
expansión del capital chino en el mundo, y de profundizar las relaciones de
dependencia de otros Estados, está obligando a China –y lo hará cada vez más– a
minar esa arquitectura imperialista ordenada alrededor de EE. UU.
La relación entre los EE. UU. y China es de cooperación y
conflicto a la vez, dos términos que adoptan combinaciones variables en
distintas coyunturas y regiones del mundo. Si mantendrá el equilibrio entre los
términos, o si alguno de ellos terminará imponiéndose, depende de cómo se
desarrollen las contradicciones de China, y también del desarrollo que tenga la
política en EE. UU. y el resto de las potencias occidentales, en un contexto
donde el estancamiento secular5 está
dando lugar a fenómenos políticos y sociales cada vez más polarizados.
Indudablemente, China tiene todavía un largo camino por recorrer
para poder ser caracterizada plenamente como una potencia imperialista, y se
verá confrontada con la resistencia de las grandes potencias a cualquier cambio
en el statu quo. Pero
gracias a su lugar peculiar como pieza fundamental en la internacionalización
productiva que atravesó el capitalismo en las últimas décadas, y también por
haber manejado los márgenes de maniobra que la burocracia pudo conservar
durante el proceso de restauración capitalista, China ya ha adquirido un
alcance mundial en sus relaciones y esferas de influencia. Logró –de forma todavía
incipiente– alterar la tendencia que caracterizó al resto de las economías
emergentes durante el último siglo, a pesar del carácter todavía inicial de la
expansión mundial de sus empresas si la comparamos con la de las economías más
ricas, y de las contradicciones que se acrecientan en el esquema de acumulación
que le permitió transformarse en el gigante exportador mundial. En cierto
sentido, ya ha empezado a dominar el mundo, aunque el camino hacia la
consolidación esté plagado de convulsiones internas e internacionales, e
inevitablemente no será pacífico.
- Nueva York, Columbia
University Press, 2016. Los números de página están indicados entre
paréntesis.
- Discusiones al respecto
pueden leerse en Juan Chingo, “El capitalismo mundial en una crisis histórica”, Estrategia Internacional 25, diciembre 2008, y Paula Bach,
“Prólogo” a León Trotsky, El
capitalismo y sus crisis, Buenos Aires, Ceip, 2008.
- Hung llamativamente ignora
los esfuerzos de China para elevar su capacidad de innovación para que
esto se traduzca en mayores incrementos de productividad, mediante
agresivas compras de empresas de tecnología de los países imperialistas y
el impulso hacia la robotización en sus empresas. Como muestran diversos
analistas, está todavía muy atrás de países como Alemania, pero está
buscando ganar posiciones.
- Esteban Mercatante, “El
imperio contraataca”, IdZ 6, diciembre 2013.
- Paula Bach, “Estancamiento
secular, fundamentos y dinámica de la crisis”, Estrategia Internacional 29, enero 2016.
http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/china-no-dominara-el-mundo/
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=217458
No hay comentarios:
Publicar un comentario