“El agronegocio no contempla ningún derecho social ni bienestar
ambiental y aún así es una actividad lícita”
Charla
con Damián Marino, investigador del Conicet y la UNLP, autor del estudio que
reveló que Urdinarrain es la localidad con mayor concentración de glifosato en
el mundo
En cada inicio de clases, mientras dicta las materias Química
Ambiental e Introducción a las Ciencias Ambientales en la Universidad Nacional
de La Plata (UNLP), Damián Marino suele interpelar a sus alumnos con la misma
pregunta: “¿Qué es calidad de vida para ustedes?”.
“Nos han impuesto que
un determinado auto, casa, televisor o demás cuestiones materiales determinan
una buena la calidad de vida. En este mundo todo es ya, todo es ahora, todo es
efímero”, responde desde una de las oficinas del Centro de Investigaciones del
Medio Ambiente (CIMA), su búnker dentro
de la universidad platense.
Desde hace más de 10 años, Marino expone estudios sobre los
efectos secundarios de los agroquímicos. No cree en las llamadas “buenas
prácticas agrícolas” ni en “el progreso” que -a través de éstas- suelen
prometer las multinacionales. Según él, son conceptos para justificar la
explotación intensiva sobre la naturaleza y el uso de productos tóxicos que
ponen en riesgo la salud. En
otras palabras, el llamado agronegocio, “una estructura comercial que no
contempla ningún derecho social ni bienestar del medio ambiente y aún así es
una actividad lícita”.
Además de la docencia, Damián también integra las filas del
CONICET y es referente del Espacio Multidisciplinario de Interacción
Socioambiental (EMISA). Todos los años, su agenda cuenta con viajes a distintas
ciudades y pueblos del interior, donde impulsa investigaciones ambientales y
brinda conferencias sobre el tema para concienciar.
“Hablamos de un negocio de la más baja calaña impulsado por las
más grandes multinacionales, que recaudan millones y millones de dólares, y son
capaces de presionar al gobierno de cualquier país”.
Producto de una de esas excursiones, junto a su equipo logró poner
en evidencia el monstruoso impacto que el negocio agrícola dominante tiene en
el país, donde se vierten unas 240.000 toneladas de glifosato al año. A
través de un monitoreo llevado a cabo en Entre Ríos, revelaron que Urdinarrain
es la localidad del mundo con mayor acumulación de este herbicida, declarado “probablemente
cancerígeno” en 2015 por el Centro Internacional de Investigación sobre el
Cáncer (CICR, en francés), dependiente de la Organización Mundial
de la Salud (OMS).
“Sabiendo que era un punto estratégico del modelo agricultor,
comparamos los resultados de las muestras y, luego de compararlas con informes
internacionales, detectamos que los niveles de herbicida de Urdinarrain eran
los más altos de todos”, cuenta Marino, que supo compartir investigaciones con
Andrés Carrasco (1946-2014), el célebre médico argentino que desafió a la
comunidad científica y al establishment político-empresarial al denunciar los
efectos nocivos del uso de glifosato en cultivos transgénicos cuando nadie lo
hacía.
Pero la gravedad del hallazgo es mucho más compleja de lo que
parece. Urdinarrain no se trata de un caso aislado, sino el mayor exponente de
lo que pasa en otras partes del país. “Si el trabajo se hacía en cualquier otro
pueblo fumigado, el resultado hubiera sido muy parecido, porque no se trata del
lugar sino del modelo de producción”, dice Marino.
En total, se constató el estado de quince campos de la localidad
para evaluar el nivel de impacto de las fumigaciones. Fue así que, ni bien los
resultados indicaron que había restos químicos de hacía por lo menos seis años
atrás, comprobaron lo que sospechaban: las moléculas del herbicida no eran
biodegradables como juraban desde la industria química, sino
pseudo-persistentes.
“Esto quiere decir que las concentraciones en los suelos no son
recientes sino históricas. No provienen del último mes sino de los últimos
años”.
En la actualidad, ocho de cada diez verduras y frutas tienen
agrotóxicos. Así lo afirmó una investigación realizada por la Universidad Nacional
de La Plata que también lideró Marino. Se analizaron verduras de hoja verde,
cítricos y hortalizas. El 76,6 por ciento tenía al menos un químico y el 27,7
por ciento de las muestras tenía entre tres y cinco agroquímicos. “La variedad
de plaguicidas es muy grande. Y el cóctel de químicos es muy fuerte”.
A nivel nacional
la primera causa de muerte son los problemas cardiovasculares. En los pueblos
rurales en cambio, un tercio de las muertes llega por alguna forma de cáncer,
lo que representa un 50% más que en el resto del país.
Retrospectiva personal
Oriundo de San Nicolás, Damián Marino
creció en una casa donde la política se respiraba de manera intensa. En su
formación, mucho tuvo que ver su padre, quien fue un referente gremial muy
importante de la ciudad bonaerense allá por la década de los ochenta.
“Yo de chico jugaba en
la CGT, y acompañaba a mi papá a realizar pintadas por la calle. Él tuvo que
dejar el sindicalismo luego de que amenazaran de muerte a la familia. Aunque
eso no era luchar contra los plaguicidas, me enseñó a vivir en un contexto de
lucha permanente”, recuerda.
Esa crianza fue una
semilla, el primer paso que ayudó a formar su espíritu combativo. El segundo, y
más trascendental, se produjo en su querida Universidad de La Plata. Fue una tarde,
hace muchos años, que una mujer de un barrio periférico se le acercó y le pidió
que la ayudara porque el terreno donde sus hijos jugaban al fútbol, de la noche
a la mañana, había sido fumigado para destinarlo a una siembra de soja.
“En ese momento mi
respuesta fue la más estúpida. Es decir, la ortodoxa. Como la
mujer tenía una botella de agua con la que había logrado tomar una muestra de
la sustancia de la fumigación, le dije que necesitaba mandar un correo al
laboratorio y que de ahí le iban a dar un presupuesto para hacer los análisis”.
Entonces, mientras la
señora, que cargaba un bebé en sus manos, lo escuchaba perdida ante los pasos
burocráticos, llegó el clic en Damián: “Me dije internamente ‘soy un
estúpido’. Ahí fue que le pedí la botella e hice el análisis en el laboratorio.
A los 10 minutos volví y le conté que era una mezcla de glifosato y clorimuron.
Me lo voy acordar por el resto de mi vida. Ahí entendí la importancia de la
voluntad, la decisión y el rol que uno tiene que cumplir en el marco de una
universidad pública”.
Ese caso, tiempo
después, sería utilizado como prueba para la conformación de una ordenanza
sobre la regulación de las fumigaciones en las afueras de La Plata.
Cambio de paradigma
“Vos hoy tenés tres grandes negocios
internacionales: agricultura, minería y farmacéuticas. Eso domina el mundo y
son las bases de los grandes volúmenes comerciales. Mantienen un discurso en el
que se venden como mejora necesaria para la calidad de vida de la población,
pero en realidad es para sostener guerras, economías subdesarrolladas y
mercados cautivos”, manifiesta Marino.
La fumigación de los pueblos agrícolas
es una modalidad que se fue insertando a gran escala en Argentina hace ya más
de dos décadas. Precisamente
en 1996, año en el que Felipe Solá, como secretario de Agricultura durante la
segunda presidencia de Cárlos Menem, firmó la autorización de la soja
transgénica resistente al glifosato, impulsada por la multinacional
norteamericana Monsanto, con la idea de “revolucionar el campo”. Bajo el manto
de ese discurso, junto a las promesas de mejorar las economías regionales, fue
que los grandes terratenientes y las principales agroquímicas dieron inicio a
un salvajismo ambiental en todas las regiones rurales como Urdinarrain.
De acuerdo a la La Red de Médicos
de Pueblos Fumigados, en los pueblos donde se practica la agroindustria una de
cada tres personas muere de cáncer, mientras que en el resto del país es
una cada cinco. Es decir, entre un 40 y 50 por ciento más de
fallecimientos a causa de esta enfermedad. Urdinarrain no es la excepción. De hecho,
a principios de 2017 se constataron la presencia de unos 200 casos de tumores
diagnosticados. Sus habitantes, sin embargo, ahora no parecen dispuestos a
callar.
Lejos de aumentar los
problemas, el estudio sobre el glifosato logró que esta localidad entrerriana
de 12 mil habitantes rompa con sus propias cadenas. Además de convocar a
grandes protestas contra las fumigaciones, hizo que la protección del medio
ambiente calara hondo en una parte importante de los vecinos.
“Enfrente hay todo un
negocio fenomenal que recaudan millones y millones de dólares por año, que es
capáz de presionar a cualquier gobierno y que acude al marketing para maquillar
las salvajadas que comete, pero en Urdinarrain hubo un antes y un después
porque se destapó una olla a presión. Se produjo un revuelo social altísimo que
llevó a la gente a organizarse y capacitarse, realizar charlas y exigirle
mejoras al Municipio”, subraya.
Aunque aún queda mucho
camino por recorrer, la cuestión ambiental ya no ocupa un espacio secundario en
las luchas sociales y . Para el biólogo, este “despertar” responde a un
denominador común: los jóvenes. A diferencia de los de su generación,
dice, los actuales cuentan con una libertad de expresión que antes no se
contemplaba y no dudan en cuestionar mandatos preestablecidos.
“Estamos un contexto en
donde las universidades ya no se ven como solo como un lugar para ‘convertirte
en alguien’, sino que son un espacio de transformación con luchas muy
presentes”.
Un paradigma de esta
transformación, hoy también se manifiesta en el crecimiento de la agroecología,
la alternativa más firme a la agricultura industrial e intensiva. “Es una
práctica sustentable que genera ganancias respetando los ciclos de los bienes
naturales”.
La rotación de
cultivos, el nulo uso de sustancias fitosanitarias y la producción de alimentos
naturales son sus principales características. Además, a diferencia del de las
grandes multinacionales o productores rurales, la agroecología prioriza las
huertas comunitarias y familiares, así como también el trato directo con los
consumidores. Para Marino, el mensaje es claro: “El cambio debe producirse de
abajo hacia arriba. Caso contrario, todo seguirá igual o peor”.
foroambiental.net
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/el-agronegocio-no-contempla-ningun-derecho-social-ni-bienestar-ambiental-y-aun-asi-es-una-actividad-licita/
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