Radiografía política de la cuestión
agraria y territorial en Bolivia
(…) 2. La cuestión
agraria y territorial en la actual coyuntura.
Ahora
bien, todo este proceso de exclusión, destrucción y marginalización histórica
que buscó la desaparición (cultural y física) de los pueblos y comunidades
indígenas en el país, se supone que se trataba de un asunto que había sido
superado con el establecimiento del Estado Plurinacional y la vigencia de la nueva Constitución
Política emergente de la Asamblea Constituyente ;
la misma que había sido convocada precisamente para resolver estos problemas de
íntima raíz colonial y colonizante.
Penosamente
y muy a despecho de lo que se esperaba, pero sobre todo de lo que efectivamente
constituye un mandato popular y constitucional establecidos y aprobados nada
menos que en una Asamblea Constituyente; la problemática agraria y territorial
no solo forma parte de las continuidades y aquella mirada de larga duración que
pervive en la memoria histórica de los pueblos indígenas del país, sino que
está sufriendo un gravísimo proceso regresivo y reaccionario, que a más de 13
años de gobierno es inocultable.
Al efecto, la marcha de la Nación Qhara Qhara
de la región andina del país y de los 11 pueblos indígenas de las tierras bajas
3/ que se encuentran gravemente afectados por avasallamientos ilegales y la
amenaza de instalar y construir grandes megaobras en sus territorios, es una
muy fuerte interpelación al Estado Plurinacional, pero también representa la
recuperación de su memoria histórica y de las luchas de resistencia que han
tenido que enfrentar desde el periodo colonial. Para quien quiera realmente
entender, esta Marcha que habiendo partido de Sucre, la capital nacional, con
rumbo a la sede de gobierno hace más de 30 días, está poniendo en jaque las
bases mismas de este régimen que ofreció cumplir el mandato popular y
Constitucional, y está haciendo todo lo contrario.
La
imposición del modelo desarrollista y salvajemente extractivista que impulsa,
da cuenta de un proceso sistemático de exterminio y destrucción de los pueblos
indígenas, del campesinado y de la propia naturaleza. Hay que tomar que cuenta que fuera de
las extensas regiones y áreas tradicionales de exploración y explotación minera
e hidrocarburífera que ya existen a lo largo y ancho del país, se ha decidido
ampliar y abrir también las áreas protegidas y los territorios indígenas a la
voracidad extractivista. Se las justifica como nuevas zonas donde se pretende
seguir explotando y enajenando los recursos naturales del país, así como áreas
para instalar y construir megaobras y gigantescos proyectos de infraestructura
de cuestionable rentabilidad, que al margen de dar lugar a un millonario
endeudamiento nacional por décadas, implicará graves consecuencias de
destrucción de la naturaleza, la expulsión y reasentamiento obligado de muchas
comunidades indígenas, así como graves efectos de contaminación, pérdida de
biodiversidad y riesgos de desastre, como ya se han reportado en obras
similares de otros países vecinos y con las mismas empresas (chinas)
contratadas.
Los
casos no son pocos y tampoco aislados. Se trata de la carretera por medio del
TIPNIS que ha desnudado la impostura indigenista del régimen; las represas hidroeléctricas
de El Bala y Chepete en el norte del departamento de La Paz; la represa de
Rositas en Santa Cruz; el proyecto Ivirizu en el parque nacional Carrasco que
ya ha reportado una grave y extensa deforestación de la zona; el proyecto
hidrocarburífero en la Reserva de Tariquía en el departamento de Tarija; el
proyecto agro industrial azucarero de San Buenaventura que habiendo provocado
ya una extensa deforestación de tierras y bosques que no son aptas para la
introducción de caña, tiene previsto ampliar semejante desastre a varias
decenas de miles de hectáreas más; el proyecto de producción de etanol que
supone una nueva ampliación de la frontera agrícola y la quema y chaqueo de
extensas áreas, con el único propósito de beneficiar a los sectores agroindustriales
y terratenientes, nada menos que para “alimentar” motorizados y vehículos, en
vez de que semejante esfuerzo y recursos puedan dirigirse a la cada vez más
crítica inseguridad y falta de soberanía alimentarias que sufre y reclama el
pueblo.
A todo
ello se suman las actividades mineras de gran envergadura, pero también de
carácter informal y hasta ilegal que se encubren como actividades
cooperativistas, que están provocando enormes estragos de contaminación y
destrucción de la naturaleza en los ríos amazónicos y yungueños para extraer
oro. También se trata de actividades que ya incursionaron inclusive en los
glaciares como el nevado Illimani de La Paz, o lejanas comunidades en el
departamento de Potosí. Es el caso de la mina San Cristobal ,
perteneciente a transnacional corporativa Sumitomo, que extrayendo ganancias
calculadas en mil millones de dólares anuales, no solo ha tenido que trasladar
de lugar a toda una comunidad rural (incluida su iglesia), sino que utiliza
ingentes cantidades de agua 4/ que terminan provocando (en ambos casos
mencionados) serios y graves problemas de pérdida y contaminación de aguas
superficiales y subterráneas, que son tan críticas para la vida y supervivencia
de todos los seres.
Como si ello no fuera suficientemente grave, en el plano agrario
y forestal también se ha desatado una sistemática campaña de avasallamiento e
instalación fraudulenta de asentamientos ilegales y tráfico de tierras que
tienden a generalizarse en los territorios indígenas, las áreas protegidas, las
reservas forestales y las áreas de protección con elevado valor ecológico y
biogenético.
El problema es que se trata de un proceso paulatinamente
legitimado por instancias y autoridades del Estado llamadas a proteger y
cumplir lo que determina la normativa agraria e inclusive Constitucional. Sin
embargo, a título de sanear y proceder a la titulación de tierras, se han dado
a la tarea de repartir discrecionalmente y otorgar derechos individuales, pero
a costa de convalidar avasallamientos y asentamientos ilegales, así como de
afectar los derechos colectivos sobre la tierra y el territorio. Lo hacen nada
menos que legitimando ocupaciones ilegales y fraudulentas en las llamadas
tierras fiscales disponibles que fueron identificadas como resultado de un
largo proceso de saneamiento que, de acuerdo a la última extensión de plazo
aprobada en la ley 429 de 2013, tendría que haber concluido en octubre de 2017.
Es decir, además están actuando ilegalmente al margen del plazo establecido en
norma.
La trama
para que suceda esto ha tomado años. Y es que urgidos por la presión campesina
y especialmente colonizadora (mal llamada intercultural) para acceder a la
tierra, pero también comprometidos con la alianza político-económica
establecida con los sectores terratenientes y agroindustriales del oriente; el
gobierno y estos actores corporativistas aliados encontraron y rompieron
finalmente el eslabón más débil para resolver y paliar tan enormes intereses
encontrados. En vez de
proceder a la reversión de tierras de los grandes latifundios improductivos de
terratenientes y empresarios agroindustriales que especulaban con la tierra 5/,
identificaron a los territorios indígenas, las áreas protegidas, las reservas
forestales y otras áreas de disponibilidad fiscal resultantes del proceso de
saneamiento, como los lugares donde se podía dotar y entregar derechos privados
sobre la tierra, solo que a costa de afectar gravemente y desconocer los
derechos colectivos, preferenciales y preconstituidos de los pueblos indígenas,
así como los derechos ambientales y ecológicos de la poblaciones circundantes.
Es
por esta razón que se entiende plenamente el verdadero sentido práctico que se
ha dado a la Ley contra el avasallamiento y el tráfico de tierras (477 de
2013), porque es la clara muestra de un instrumento normativo que siendo que
debería servir para evitar y proteger de dichos actos ilegales y abusivos
(principalmente de zonas y áreas estratégicas de servicio ambiental, ecológico
y de biodiversidad, así como de derechos colectivos y territoriales de los
pueblos indígenas); en realidad termina sirviendo exclusivamente para proteger
y resguardar los intereses económicos particulares de los terratenientes, los
grandes empresarios agroindustriales, e inclusive extranjeros que se apropiaron
y apoderaron de grandes extensiones de tierras.
En una perspectiva de la larga memoria histórica que es
característica de los pueblos indígenas, se puede sostener que dicha trama
corresponde a una especie de restablecimiento espúreo y bastardeado de aquel
“pacto de reciprocidad” colonial post toledano, pero que en este caso implica
nada más que un intercambio de favores, con el propósito de aniquilar y
terminar de destruir a los pueblos indígenas, a los propios campesinos, y a la
naturaleza.
Más precisamente, es la conformación de un consorcio corrupto (muy similar al que se ha identificado en la justicia entre policías, jueces y fiscales), siendo que en este caso lo componen funcionarios y entidades gubernamentales encargadas del proceso de saneamiento por una parte, y por otra dirigentes cooptados y organizaciones campesinas y colonizadoras que se han dado a la tarea de convertir el saneamiento de tierras, en una forma de delinquir, avasallar ilegalmente, contribuir a la destrucción y exterminio de los pueblos indígenas y la naturaleza, y encontrar una manera de acceder fraudulentamente a la tierra para especular. A cambio, dada la importancia numérica y electoral de estos sectores, el gobierno se asegura de recibir el respaldo social que requieren para reproducirse en el poder indefinidamente.
Más precisamente, es la conformación de un consorcio corrupto (muy similar al que se ha identificado en la justicia entre policías, jueces y fiscales), siendo que en este caso lo componen funcionarios y entidades gubernamentales encargadas del proceso de saneamiento por una parte, y por otra dirigentes cooptados y organizaciones campesinas y colonizadoras que se han dado a la tarea de convertir el saneamiento de tierras, en una forma de delinquir, avasallar ilegalmente, contribuir a la destrucción y exterminio de los pueblos indígenas y la naturaleza, y encontrar una manera de acceder fraudulentamente a la tierra para especular. A cambio, dada la importancia numérica y electoral de estos sectores, el gobierno se asegura de recibir el respaldo social que requieren para reproducirse en el poder indefinidamente.
Aquello
que en la colonia tuvo el mérito de proteger y conservar la autonomía
jurisdiccional de los pueblos indígenas y sus ayllus, así como de sus propios
sistemas de gobierno y la tenencia de la tierra; ahora tienen exactamente el
avieso propósito contrario. Se ha impuesto un corporativismo individualista de
carácter sindical y clientelar, como modo principal de distribución y acceso a
la tierra.
Corroborando
lo sostenido, hay que recordar que dichas organizaciones campesinas e
indígenas, junto a sus dirigentes cooptados, deciden el nombramiento de
autoridades útiles y “comprometidas” a sus intereses (ABT, INRA, Viceministerio
de tierras). Han exigido y reclamado la anulación de parques nacionales y
Tierras Comunitarias de Origen (TCOs), como es el caso del Madidi o la TCO Leco. También
han promovido y efectuado avasallamientos y asentamientos ilegales como el caso
del Territorio Indígena Multiétnico (TIM) en el Beni, o la reserva natural de
Tucabaca en la Chiquitanía del departamento de Santa Cruz. No han limitado esfuerzos y gestiones que
abogaron por la legalización de avasalladores ilegales y la extranjerización de
grandes extensiones de tierra, como en el caso de los menonitas en la región
forestal de Rio Negro en el Beni; e inclusive ahora no dudan en reclamar por la
introducción de transgénicos y el uso indiscriminado y extensivo de
agroquímicos, que entrañan tan graves problemas de dominación colonial y
destrucción de la naturaleza.
Lo que no parecen percibir, es que este consorcio corrupto,
constituye también una punta de lanza de la propia destrucción del campesinado
y los colonizadores tal como los conocemos. Al asociarse y buscar asemejarse al
tipo de producción empresarial de monocultivo extensivo, dejan de producir en
forma diversificada, y se convierten en eslabones dependientes de la cadena del
valor que responde a un proceso de terciarización de la producción agrícola. De
esa forma, se convierten cada vez más en dependientes de la demanda de los
supermercados y los grandes intereses comerciales. Por atender el espejismo de
la acumulación y la riqueza, así como de la esperanza de mejorar las ganancias
que provienen de la imagen exitista de empresarios y grandes intereses
comerciales, pierden la lógica de producción y el trabajo comunitario, pierden
el control y manejo diversificado de las semillas, y pierden el control del
mercado y la comercialización de los productos. Se quedan esperando recibir
mejores ingresos, cuando en realidad solo contribuyen a la acumulación de
riqueza de unos pocos de los que dependen y cubren su demanda.
Resultado
de ello, en el mejor de los casos, tenderán a convertirse exclusivamente en
productores mercantiles abastecedores de los supermercados y (quizás) de las
grandes cadenas comerciales. Sin embargo, es claro que la mayoría terminarán
como asalariados servidumbrales o semiesclavos de las empresas agroindustriales
y los terratenientes, tal como en gran medida sucede con zafreros, recolectores
de castaña, o pequeños campesinos reducidos a la propiedad individual de
minúsculos lotes de tierra. Su condición habrá pasado de ex campesinos y
colonizadores comunitarios, a productores agrícolas individuales, pero
dependientes y sometidos a la producción mercantil. Sin campesinos no hay
seguridad ni soberanía alimentaria; pero si esos campesinos se convierten en
productores comerciales a los que solo les interesa los ingresos y la ganancia,
entonces habrán perdido su cualidad esencial que consiste en resguardar y
controlar la diversidad genética de las semillas, garantizar la diversidad
productiva y ecológica, así como reproducir el trabajo y la producción
comunitaria.
En
resumen, se puede afirmar que busca imponerse una visión desarrollista y
extractivista de la tierra, que fortalece la iniciativa individual y la
concentración de oportunidades en pocas manos, en desmedro de las iniciativas
colaborativas, comunitarias y asociativas que caracterizaban tradicionalmente a
las comunidades campesinas e indígenas.
Se ha retrocedido tanto que los pueblos indígenas se
conformarían con el cumplimiento del derecho a la consulta y participación
consagrada constitucionalmente, cuando en realidad deberían estar trabajando y teniendo todos los medios disponibles
facilitados por el Estado, para ejercitar y cumplir su derecho a las
autonomías, sus territorios, la autodeterminación, y a implementar su propia
visión de desarrollo.
En fin, todo este proceso desarticulador, no solamente está
poniendo en juego la desaparición y destrucción material de los territorios, de
los propios pueblos indígenas y las comunidades campesinas, y la misma
naturaleza, tal como hemos tratado de desmenuzar y explicar a lo largo del
ensayo.
En el
fondo, la imposición del modelo salvajemente extractivista y desarrollista de
claro ancestro colonial, lo que está poniendo en riesgo es también la
desaparición de un modo de vivir y relacionarse armoniosamente con la
naturaleza, que a su turno constituye el más viable paradigma alternativo al
sistema. Al procederse con este impulso destructivo de la comunidad como forma
de vida y como lógica de relacionamiento armonioso con la naturaleza, lo que
sucede es que no solo se tiende a provocar un etnocidio y ecocidio, sino que se
socavan las bases mismas de protección y resguardo de la vida y las bases materiales
mismas del modelo/sistema de modernidad que se pretende imponer. Es más, el
histórico y recurrente intento por romper la lógica indígena de control
territorial y manejo comunitario del espacio y los recursos, también implica el
intento de ruptura de su proyecto histórico, para ser sustituido violentamente
por una nueva lógica de claro contenido colonial. Además, al imponerse a la
fuerza (tal como se ha descrito a lo largo del texto), se rompe una forma
propia de ocupación, transformación y manejo del espacio, ante el asalto
avasallador propiciado y legitimado por el Estado (que en este caso ya no es el antiguo liberal o
republicano, sino que se trata del Estado Plurinacional constituido a través de
la aprobación de la nueva Constitución Política del Estado el año
2009).
Tal es el grave problema que atraviesan hoy los pueblos
indígenas y las comunidades campesinas, que la ofensiva de asedio y amenaza que
entrañan su eventual desaparición, es comparable a lo sucedido con aquella
Marcha por la Vida encabezada por el proletariado minero, que dirigían las
emblemáticas organizaciones nacionales de los trabajadores de todo el país,
como fueron la COB y la
FSTMB. Aquel dramático acontecimiento histórico que supuso
nada menos que la derrota material e ideológica del proletariado nacional, así
como su dispersión, relocalización y pérdida de sus fuentes de trabajo, fue
ordenado nada menos que por el mismo Victor Paz Estenssoro, quien también había
firmado la reforma agraria de 1953. En 1986, cuando se produjo el cerco militar
y las amenazas de bombardeo que fueron efectuadas con aviones de caza de la Fuerza Aérea Boliviana ,
encabezaba un régimen neoliberal cuyos gobiernos se extenderían hasta inicios
del siglo XXI, sobre la base de un programa desideologizador que pretendió
hacer desaparecer todo vestigio marxista y de izquierda en el mundo. Al dar por
concluida la guerra fría y producida la caída de los regímenes del “socialismo
real” en varios países de Europa del este y la república soviética, la idea fue
declarar “el fin de la historia” y el surgimiento de un único régimen imperial
dominante, representado por el neoliberalismo global que en el caso de Bolivia
tuvo como consecuencia la completa destrucción ideológica del proletariado y
sus organizaciones matrices como la COB y la FSTMB que, como efecto de tal
proceso, hoy se encuentran en un estado tan deplorable de sumisión, falta de
independencia y sometimiento frente al poder de turno, que es imposible
imaginarse mayor traición de sus propias causas y luchas.
En el
caso de los pueblos indígenas y las comunidades campesinas, la coyuntura actual
presenta el mismo riesgo de desaparición y destrucción, siendo que
paradójicamente se trata de aquel nuevo actor protagónico y referente
territorial y cultural que había surgido precisamente en los mismos años cuando
aquella vanguardia política del país era derrotada y dispersada por la
embestida neoliberal de la
época. No hay que olvidar que la primera Marcha Indígena
por el Territorio y la Dignidad de inicios de los años 90, posicionaba en el
espectro nacional un nuevo concepto y un nuevo protagonista social, de tipo
territorial y no clasista (como había sido la característica esencial de los
actores protagónicos de las luchas pasadas), que contribuyó a reinventar la
resistencia y las causas históricas populares del país a partir de entonces.
3. ¿Qué hacer?
Plantear
una propuesta alternativa al sistema dominante que impera, siempre ha sido
entendido como un acto subversivo, extremista y utópico (sobre todo porque se
lo ha asociado y se ha tenido miedo a que invariablemente suponga actos
violentos de enfrentamiento, pero también porque se tiene internalizada
socialmente una especie de chip de rechazo y antipatía a todo lo que se
entiende como subversivo, izquierdista y, peor, marxista).
Por eso se explica que una buena parte de la gente y el propio sistema internacional hayan optado por patear la pelota hacia adelante, para librarse de la responsabilidad de asumir y poner en marcha las medidas que corresponden frente a semejante peligro. Sin embargo, el mundo está tan caliente (literal y figurativamente), que ya es imposible de soportar, salvo a riesgo de asumir la completa desaparición de la vida tal como la conocemos de manera integral.
Por eso se explica que una buena parte de la gente y el propio sistema internacional hayan optado por patear la pelota hacia adelante, para librarse de la responsabilidad de asumir y poner en marcha las medidas que corresponden frente a semejante peligro. Sin embargo, el mundo está tan caliente (literal y figurativamente), que ya es imposible de soportar, salvo a riesgo de asumir la completa desaparición de la vida tal como la conocemos de manera integral.
Entonces, sin aspaviento alguno, solo queda abordar el asunto
con sinceridad y honestidad intelectual. Y en el caso de Bolivia, resulta claro
que dadas todas las circunstancias históricas y coyunturales que se han
analizado, no sería suficiente con emprender iniciativas destinadas a evitar la
desaparición material de los territorios, las áreas protegidas, los pueblos
indígenas, las comunidades campesinas y la propia naturaleza. Es absolutamente
indispensable defender, proteger y preservar el modo de vida, la lógica y las
prácticas comunitarias de relacionamiento con el territorio, así como la
cosmovisión y el modo de relacionarse armoniosamente con la naturaleza que
todavía es posible encontrar en las comunidades y pueblos indígenas. Allí se
encuentran tanto las respuestas para resolver los graves problemas de nuestra
sociedad, la oportunidad para saldar todas las deudas históricas y sociales
acumuladas, así como una alternativa viable y factible frente al sistema
imperante y el propio modelo salvajemente destructivo y extractivista que
pretende extenderse hasta acabar con el país.
En
ese sentido, un respaldo decidido a la causa, la lucha y las movilizaciones de
resistencia que están representados en la marcha de la nación Qhara Qhara
y los 11 pueblos indígenas afectados por actividades extractivistas, de
avasallamiento ilegal y construcción de megaobras, constituye una obligación
indispendable, si efectivamente se busca defender y proteger la vida, la
naturaleza y los derechos de los pueblos indígenas.
No hacerlo equivaldría a repetir el mismo libreto internacional que continúa eludiendo su responsabilidad y haciéndole el quite a la obligación de resolver los gravísimos problemas de cambio climático y destrucción de la naturaleza que entrañan las políticas y modelos de carácter extremadamente consumista y extractivista que el sistema capitalista predominante impone.
No hacerlo equivaldría a repetir el mismo libreto internacional que continúa eludiendo su responsabilidad y haciéndole el quite a la obligación de resolver los gravísimos problemas de cambio climático y destrucción de la naturaleza que entrañan las políticas y modelos de carácter extremadamente consumista y extractivista que el sistema capitalista predominante impone.
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(…)(*)
Sociólogo, boliviano. Cochabamba, Bolivia. Marzo 12 de 2019.
Fuente: https://www.bolpress.com/2019/03/13/radiografia-politica-de-la-cuestion-agraria-y-territorial-en-bolivia/
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