José de San
Martín y su respeto a los Mapuche Pewenche
“Llama la atención entonces que San
Martín reconociera expresamente que para el cruce que proyectaba, debía
atravesar espacios territoriales que eran pewenche (gente del pehuén o
araucaria)”
– YA QUE VIENE EL 17 DE AGOSTO
–
Por Adrián Moyano
Antes de cruzar la cordillera celebró
dos parlamentos para pedir permiso para pasar por sus tierras. Mitre redujo el
episodio a un momento de la “guerra de zapa” pero fue bastante más que eso.
La relación que mantuvo
San Martín con expresiones del pueblo mapuche fue muy distinta a la que
asumieron aquellos que se hicieron del poder desde 1861 en la Argentina. Algunos
detalles de esa conducta aparecen en volúmenes como “El Santo de la Espada”, de
Ricardo Rojas. En verdad, al escritor se valió de las memorias de Manuel
Olazábal, subordinado del jefe del Ejército de los Andes, para recrear ciertos
acontecimientos. Pero lamentablemente, esa información pasó antes por el filtro
liberal, eurocéntricos y probritánico de Bartolomé Mitre, que los redujo a una
maniobra de la “guerra de zapa” que libraba desde Cuyo el futuro vencedor de
Chacabuco.
En septiembre
de 1816 San Martín le había escrito a Pueyrredón, por entonces director supremo
de las Provincias Unidas: “he creído del mayor interés tener un parlamento
general con los indios pehuenches, con doble objeto, primero, el que si se
verifica la expedición a Chile, me permitan el paso por sus tierras; y segundo,
el que auxilien el ejército con ganados, caballadas y demás que esté a sus
alcances, a los precios o cambios que se estipularán: al efecto se hallan
reunidos en el Fuerte de San Carlos el Gobernador Necuñan y demás caciques, por
lo que me veo en la necesidad de ponerme hoy en marcha para aquel destino,
quedando en el entretanto mandando el ejército el Señor Brigadier don Bernardo
O´Higgins”.
El párrafo que
antecede deja mucha tela para cortar. En primer término, se trata de un
documento interno del gobierno de las Provincias Unidas, es decir, no se
escribió para que se diera a publicidad. Llama la atención entonces que San
Martín reconociera expresamente que para el cruce que proyectaba, debía
atravesar espacios territoriales que eran pewenche (gente del pehuén o
araucaria). Además, planteaba la posibilidad de pagar por el auxilio en
animales que necesitaba, intención que también sorprende si se tiene en cuenta
que al frente de la gobernación de Cuyo, no tuvo mayores inconvenientes en
imponer exacciones forzadas a los sectores económicos más poderosos y que
además, requisó miles de animales entre los simpatizantes del absolutismo. Por
último, queda en evidencia la importancia que el correntino le atribuía a sus
conversaciones con los pewenche porque en lugar de derivar la tarea de
parlamentar a un subordinado, marchó en persona hacia la frontera para cumplir
su cometido.
Reconocimiento
Hay un concepto
que sobrevuela las líneas sanmartinianas que los herederos de Mitre no parecen
dispuestos a aceptar ni siquiera a comienzos del siglo XXI: el reconocimiento.
El militar reconocía que los pewenche constituían una instancia política
distinta a la rioplatense o chilena y que en función de esa diferencia, era
necesario parlamentar. Desde que había llegado al puerto de Buenos Aires,
puesto su sable al servicio del Primer Triunvirato, organizado el famoso
regimiento de granaderos, marchado para ponerse al frente del Ejército del
Norte y asumido la gobernación cuyana, no había tenido necesidad de acordar de
igual a igual con nadie ni menos aún, de pedir permisos para cruzar tierras.
Puede arriesgarse entonces que el proyecto político que buscó terminar con la
independencia y libertad de las diversas parcialidades mapuche maduró mucho tiempo
después. Mitre participó en él, claro.
San Martín
recreó más tarde los acontecimientos que tuvieron lugar en el Fuerte San
Carlos: “el día señalado para el Parlamento a las ocho de la mañana empezaron a
entrar en la Explanada que está en frente del Fuerte cada Cacique por separado
con sus hombres de Guerra, y las mujeres y los niños a Retaguardia: los
primeros con el pelo suelto, desnudos de medio cuerpo arriba, y pintados
hombres y Caballos de diferentes colores, es decir, en el estado en que se ponen
para pelear con sus Enemigos. Cada cacique y sus tropas debían ser precedidos
(y esta es un prerrogativa que no perdonan jamás porque creen que es un honor
que debe hacérseles) por una partida de Caballería de Cristianos, tirando tiros
en su obsequio. Al llegar a la explanada las mujeres y los niños se separan a
un lado, y empiezan a escaramucear al gran galope; y otros a hacer bailar a sus
Caballos de un modo sorprendente: en ese intermedio, el Fuerte tiraba cada 6
minutos un tiro de Cañón, lo que celebraban golpeándose la boca, y dando
espantosos gritos; un cuarto de hora duraba esta especie de torneo, y
retirándose donde se hallaban sus mujeres, se mantenían formados, volviéndose a
comenzar la misma maniobra que la anterior por otra nueva tribu”.
El relato que
legó el prócer americano es bastante más extenso, sólo retendremos algunos
párrafos más: “el General en Jefe, el Comandante General de Frontera y el
Intérprete, que lo era el padre Inalican Fraile Francisco y de nación Araucana,
ocupaban el testero de la
mesa. El Fraile comenzó su arenga haciéndoles presente la
estrecha amistad que unía a los Indios Pegüenches al General, que éste confiado
en ella los había reunido en Parlamento general para obsequiarlos
abundantemente con bebidas y regalos, y al mismo tiempo para suplicarles
permitiesen el paso del Ejército Patriota por su Territorio, a fin de ir a
atacar a los Españoles de Chile, extranjeros a la tierra, y cuyas miras eran de
echarlos de su País, y robarles sus Caballadas, Mujeres e Hijos, etc. Concluido
el razonamiento del Fraile un profundo silencio de cerca de un cuarto de hora
reinó en toda la Asamblea.
A la verdad era bien original el cuadro que presentaba la
reunión de estos Salvajes con sus cuerpos pintados y entregados a una
meditación la más profunda. Él inspiraba un interés enteramente nuevo por su
especie”.
Al fin,
“puestos de acuerdo sobre la contestación que debían dar se dirigió al General
el Cacique más anciano, y le dijo: todos los Peguenches a excepción de tres
Caciques que nosotros sabremos contener, aceptamos tus propuestas: entonces
cada uno de ellos en fe de su promesa abrazó al General, con excepción de los
tres Caciques que no habían convenido: sin pérdida se puso en aviso por uno de
ellos el resto de los Indios, comunicándoles que el Parlamento había sido
aceptado; a esa noticia desensillaron y entregaron sus caballos a los
Milicianos para llevarlos al pastoreo; siguió el depósito de todas sus Armas en
una pieza del Fuerte, las que no se les devuelven hasta que han concluido las
Fiestas del Parlamento”. Alternativas que es oportuno traer a colación, en las
vísperas del 17 de agosto.
Continuidades hasta el presente
En otro de sus
párrafos, San Martín apuntó que concurrieron a San Carlos aproximadamente dos
mil pewenche. Si bien en su misiva a Pueyrredón apuntaba como principal a
Necuñan, es evidente que la centralización política era una idea ajena a la
parcialidad pewenche. Los criollos observaron hasta con cansancio, como una
tras otras las diversas “tribus”, recrearon la misma formalidad frente a sus
interlocutores.
Un rasgo más
que perdura hasta el presente: entre las prejuiciosas observaciones del jefe
americano puede apreciarse que entre las distintas expresiones del pueblo
mapuche, la mayoría numérica no alcanzaba para imponer una determinación a
quienes quedaban en minoría. En efecto, los tres lonko que no participaron del
entendimiento serían “contenidos” por el resto, pero no asumirían las
obligaciones que sí adoptaría el conjunto. En otros parlamentos que contaron
con la presencia de testigos o partícipes winka, la metodología fue similar. Por
último, adviértase que es el mayor entre los lonko el que da cuenta de la
aceptación, otra constante histórica.
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