Hidroituango, el
desastre más complejo
que ha vivido Colombia
en el último siglo
14 de febrero de 2019
Razón Pública
Los peores
desastres
Cuando asesinaron a Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948,
“La Violencia” ya se venía gestando desde hacía una década, en el intento de
frenar cualquier cambio en la tenencia y los usos de la tierra en Colombia.
Bajo otras denominaciones y con otras características, ese
conflicto armado se mantiene hasta ahora. Puede decirse entonces que este
desastre continuado durante más de ocho décadas es el que ha causado y sigue
causando más pérdidas de vidas, más comunidades desplazadas, más destrucción y
más dolor para los colombianos.
En términos de personas muertas y desaparecidas en un solo evento,
no cabe duda de que la destrucción de Armero el 13 de noviembre de 1985 es el
peor de los desastres de nuestra historia ocasionados por un fenómeno natural.
Recordemos que ya dos Armeros habían sido destruidos en 1595 y en
1845 porque fueron construidos junto al cauce del río por el cual descienden
las “avalanchas” o flujos de lodo provenientes de las erupciones del volcán
Nevado del Ruiz / Cumanday. Puesto que por tercera vez esa población se volvió
a construir en el sitio, mal podríamos atribuirle al volcán toda la
responsabilidad por ese desastre.
En cuanto a la extensión del área afectada por un solo evento
natural, posiblemente el desastre causado por el terremoto del Eje Cafetero,
del cual este 29 de enero se cumplieron veinte años, es el que más municipios
ha afectado hasta ahora.
Pero el desastre ocasionado por el proyecto de Hidroituango en
toda su zona de influencia, constituye el más complejo que ha vivido el país,
por lo menos en el último siglo.
Las siguientes son algunas de las razones en las cuales sustento
mi afirmación.
El origen de
la amenaza
La amenaza que
desató y que sigue alimentando este desastre no es un evento puntual
sino un proceso de largo plazo.
Y no es de origen natural sino humano y tecnológico: el desastre de
Hidroituango resulta de la manera como se concibió, se planificó y se ha venido
llevando a cabo el proyecto en sus dimensiones técnica, ambiental y social.
Esto marca una diferencia sustancial con los desastres
desencadenados por fenómenos naturales, porque en este caso la responsabilidad
por causar la amenaza, por los daños y riesgos ambientales y sociales que el
proyecto está creando en su zona de influencia, tiene un rostro identificable:
las Empresas Públicas de Medellín (EPM).
No quiero decir, por supuesto, que EPM haya tenido la intención de
crear los riesgos que se están convirtiendo en desastres. Pero sorprende que
una empresa que ha sido orgullo de Antioquia y un modelo para el resto del
país, no haya llevado a cabo una necesaria y efectiva gestión del riesgo, sobre
todo tratándose del proyecto de generación eléctrica más ambicioso y costoso en
que Colombia se haya embarcado.
El desastre
ocasionado por el proyecto de Hidroituango constituye el más complejo que ha
vivido el país, por lo menos en el último siglo.
Por ejemplo: no se entiende cómo no previeron los riegos de la
decisión que tomaron en abril de 2018. Con el propósito de acelerar el llenado del embalse,
resolvieron taponar los dos túneles por donde estaba fluyendo parte del agua
del río Cauca mientras se acabada de construir la represa.
Tampoco se entiende por qué (como también sucedió en el Quimbo) no
removieron la materia orgánica procedente de la tala de los bosques que se encontraban
en la zona que iba a ser inundada. Este descuido evidente contribuyó a taponar
el único túnel que le quedaba al agua para ejercer su Derecho a Fluir. Otra
prueba de quecomo que no tenemoscapacidad de aprendizaje.
La emergencia
que se presentó a principios de mayo del año pasado constituyó apenas el
comienzo de una nueva etapa del desastre a que ha dado lugar este megaproyecto.
Las medidas para controlar esa emergencia y las nuevas que
surgieron a partir de allí, han logrado evitar que se produzca la pérdida de
más vidas humanas. Pero no han podido evitar los traumatismos de todo tipo que
desde que comenzó el proyecto han afectado a las comunidades de su zona de
influencia.
La investigadora Juana Afanador resalta una de las dimensiones más
trágicas de este desastre: “En la zona escogida para construir Hidroituango se
concentran unas 15 mil personas afectadas por el conflicto armado. De ellas,
4.500 sufrieron desplazamiento forzado entre 1990 y 2012 […] Además de Ituango,
en la que queda el corregimiento de El Aro, hay otros 11 municipios afectados
por la represa: Valdivia, Yarumal, San Andrés de Cuerquia, Santa Fe de Antioquia,
Buriticá, Peque, Briceño, Sabanalarga, Toledo, Liborina y Olaya. Y en la
mayoría de ellos, se experimentaron masacres. En cifras aproximadas, se cree
que hay entre 300 y 600 víctimas enterradas, de 62 masacres cometidas por
paramilitares”.
Entre el 22 y el 31 de octubre de 1997 las Autodefensas Unidas de
Colombia se tomaron la población de El Aro, torturaron y asesinaron a 16
campesinos e incendiaron el caserío. Al cumplirse el vigésimo aniversario de
ese suceso, El Tiempo publicó una serie de testimonios que
merece ser leída para que no olvidemos el horror que conlleva la degradación
del conflicto armado en Colombia, y cuyas víctimas en ese caso han sido
simultáneamente las víctimas de este megaproyecto de desarrollo.
Isabel Zuleta, líder del
Movimiento Ríos Vivos Antioquia, relató cómo en los albergues donde se
encuentran cientos de familias evacuadas de las zonas de alta amenaza se está
dando el reclutamiento de menores –inclusive de niños- por parte de grupos
armados ilegales. También han aumentado las amenazas contra líderes de ese
movimiento y contra sus familiares. Otros líderes ya han sido asesinados.
Por su parte El Espectador enumera “los hechos tan violentos:
incursiones de grupos armados en zonas urbanas, masacres, desplazamientos y
zozobra es lo que se empieza a vivir en diversos territorios del país”, entre
los cuales se encuentran los de la zona de influencia de Hidroituango.
Lo que
puede venir
Germán Vargas
Cuervo del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional ,
el de la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y San Jorge y el de un grupo de expertos de Naciones Unidas coinciden en alertar sobre los
riesgos enormes que implicaría un colapso de la presa. No solo sobre la
zona de influencia inmediata sino sobre los municipios de La Mojana y de allí,
aguas abajo, hasta la desembocadura del río Magdalena, cuyo principal afluente
es el Cauca.
En medios respetables también ha circulado información en el
sentido de que un informe elaborado por el Cuerpo de Ingenieros de Estados
Unidos, que hasta ahora se ha mantenido en reserva, concluye con
advertencias similares.
Los escenarios de riesgo descritos en esos informes no se pueden
descartar con el fácil argumento de que “son del año pasado”. Y todavía menos
cuando existen pruebas suficientes sobre la inestabilidad geológica de las
montañas donde está anclada la infraestructura de la represa -inestabilidad que
por distintas razones ha aumentado desde que comenzó la emergencia en mayo
2018-.
La emergencia
que se presentó a principios de mayo del año pasado constituyó apenas el
comienzo de una nueva etapa del desastre.
Hay quienes aseguran que la presa en este momento es totalmente segura
y que no tiene peligro de colapsar. Pero el propio gerente de EPM justificó la
medida de cerrar la compuerta de la casa de máquinas este 5 de febrero (y que
dejó al rio Cauca casi del todo seco durante cuatro días) con el preciso
argumento de que se trataba de “salvar la vida de las comunidades”. ¿Salvarlas
de qué? De lo que podría suceder si llegara a colapsar la presa.
Detrás de las palabras del gerente bien pudo estar el informe que la firma Integral (que
viene acompañando el proyecto desde que se concibió) entregó a EPM el 4 de
febrero, el cual “alerta sobre el alto riesgo de fallas de la estructura de
captación”, cuyo desplome podría afectar la estabilidad de toda la presa.
Estos son algunos de los principales, aunque no los únicos,
factores que permiten reafirmarlo: éste es el desastre más complejo que ha
tenido que afrontar Colombia por lo menos en el último siglo.
Para poderle encontrar una salida y evitar que el desastre adquiera
dimensiones aún mayores, es necesario:
·
Analizarlo
en su contexto territorial e histórico, y
·
Entenderlo
como un proceso, no como una simple sucesión de hechos violentos y emergencias
desconectadas.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=252511
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