De la huelga de
las mujeres a
un nuevo
movimiento de clase
2 de febrero de 2019
Por Cinzia Arruzza
El
pasado 23 de octubre en Glasgow miles de trabajadoras del sector de la limpieza
participaron en la manifestación sindical de PSI, Unison y GMB Union por la
igualdad salarial, en la que guardaron un minuto de silencio en recuerdo de las
trabajadoras que fallecieron antes de poder ver el día en el que su trabajo
fuese valorado y considerado igualmente digno que el de sus compañeros varones.
Este
gesto expresaba la conciencia de una larga historia repleta de humillaciones
grandes y pequeñas, del trabajo invisible, no reconocido o infrarremunerado, de
las injusticias y mezquindades; expresaba también la magnitud del desafío
lanzado por la huelga de las mujeres. Igualdad salarial: un objetivo razonable,
casi banal, difícil todavía de lograr hasta tal punto que el Foro Económico
Mundial ha calculado que, con los datos y las tendencias actuales, harán faltan
al menos 217 años para acabar con la brecha salarial entre hombres y mujeres a
nivel mundial. Admitiendo que el mundo sea habitable dentro de 217 años.
Una
semana después de la huelga y de los piquetes en Glasgow, miles de trabajadoras
y de trabajadores de Google, de Tokio a Nueva York, abandonaron sus puestos de
trabajo en protesta por las revelaciones publicadas por el New York Times acerca de los casos de acoso sexual convenientemente silenciados y
perpetrados por ejecutivos del gigante tecnológico. Google y otros gigantes de la economía digital como Facebook tienen desde hace años la pátina de un cierto capitalismo
progresista, que explota sí, pero sin hacer discriminaciones entre hombres y
mujeres, trans y cis, gays y heteros, pagando incluso a sus empleadas los
costes de congelación de óvulos y las técnicas de reproducción asistindas.
La
protesta no se ha limitado a la denuncia de los casos de acoso sexual en el
trabajo sino que se ha articulado en torno a una serie de reivindicaciones
entre las que destacaban la reclamación de protección y de derechos sindicales.
Como ha escrito Moira Donegan en The Guardian, la protesta “ha señalado con admirable lucidez la interdependencia
entre las desigualdades de género y de clase apuntando las posibilidades de
sindicación de los empleados del sector digital”.
Estas
dos huelgas, las últimas de una larga serie protagonizadas por mujeres desde la
huelga internacional del 8 de marzo a las de las trabajadoras del sector
hotelero y de la enseñanza en Estados Unidos, nos sitúan ante un aparente
dilema. ¿De qué estamos hablando cuando lo hacemos de las huelgas de las
mujeres? ¿Lucha de clases o nueva ola feminista?
La tercera ola feminista
Después
de dos años de movilizaciones a nivel internacional, dos huelgas trasnacionales
el 8 de marzo, la reciente expansión del movimiento en Chile –ola de
ocupaciones y de huelgas contra el acoso y la violencia sexual en institutos y
universidades de todo el país– y en Brasil –donde el hashtag #EleNao, promovido por algunas mujeres famosas en respuesta al
ascenso electoral de Jair Bolsonaro, ha desencadenando un proceso de
movilización feminista con varias manifestaciones masivas–, ha llegado el
momento de constatar que nos encontramos ante una nueva ola del movimiento
feminista.
Una
ola que contiene en su interior articulaciones políticas y bases geográficas
diferentes, algunas divergentes, pero que considerada en su conjunto ha situado
en el centro del debate político y cultural, en los países en los que se ha
desplegado, cuestiones como la violencia de género, la brecha salarial, los
derechos reproductivos y el trabajo de reproducción de las mujeres así como las
libertades sexuales.
Profundizar
sobre el carácter disruptivo de este movimiento requiere una aclaración previa.
Esta ola actual no es la cuarta ni la quinta sino que es la tercera ola que
llega tras cuarenta años del final de la segunda. En las décadas precedentes ha habido una
tendencia a etiquetar como ola feminista a corrientes de pensamiento que se han desarrollado en las
universidades y en sus entornos. Estas corrientes intelectuales han realizado
avances importantes en el campo de la teoría feminista que no estaban
conectados con procesos de movilización social y política de masas
parangonables al movimiento feminista de los años sesenta y setenta.
Por
tanto, si con el término ola se quiere designar el proceso
de subjetivación social y política producido a través del desarrollo de un
movimiento de masas, el término casa mal con la referencia a las corrientes
intelectuales o a los puntos de inflexión en el debate. Por otro lado, los
desarrollos del pensamiento feminista etiquetados como ola hacen referencia, en el mejor de los casos, a la periodización del
debate feminista anglo-americano: utilizando la categoría de ola se termina
cayendo en la universalización de una particularidad geográfica que debería ser
re-provincializada.
Obviamente
esto no supone que la evolución del debate teórico en los años precedentes no
haya tenido impacto en las reflexiones y en las consignas del movimiento
actual. Al contrario, el transfeminismo y el antiesencialismo del movimiento
deben mucho a las teorías queer y trans; su internacionalismo y
su antirracismo están fuertemente influenciados por las reflexiones sobre la
interseccionalidad y la relación entre capitalismo y racialización. Sin
embargo, la noción de la proliferación de olas sugiere un continuum histórico de la movilización feminista entre la segunda ola y el
presente que subestima la naturaleza de acontecimiento del movimiento feminista
actual y, por tanto, de su potencial disruptivo político y social.
Mientras
que la segunda ola feminista de los años sesenta y setenta tenía como centros
propulsores un núcleo de países occidentales del capitalismo avanzado, la
actual ola feminista nace en la periferia –de
Argentina a Polonia– , se extiende rápidamente a nivel global y asume una
dimensión de masas en una serie de países especialmente golpeados por la crisis
y las políticas de austeridad (Italia, España, Brasil, Chile). El uso de las
tecnologías digitales y de las redes sociales ha contribuido decisivamente al
carácter inmediatamente transnacional del movimiento, favoreciendo la
coordinación de las acciones de lucha y la circulación de documentos, ideas,
consignas, análisis e información, así como una dinámica de extensión de la
movilización y de profundización continua en la reflexión teórica.
Sin
embargo, la huelga es el elemento que constituye la novedad más relevante de la
nueva ola. Ha situado en el centro del debate el trabajo de las mujeres, su rol
en el ámbito de la reproducción social y la relación entre la producción
mercantil y la reproducción, convirtiéndose en el motor principal de un proceso
de subjetivación a través del cual está emergiendo una nueva subjetividad
feminista anticapitalista, fuertemente criticada por el feminismo liberal, que
también está presente en la nueva ola: basta pensar en la Marcha de las Mujeres
de Estados Unidos convertida en un apéndice progresista del Partido Demócrata o
en las declinaciones carcelarias del #metoo.
La
magnitud potencial del proceso de subjetivación feminista actual emerge
claramente cuando se toma en consideración la diferencia fundamental entre esta
ola y las anteriores. En términos muy esquemáticos, la primera ola feminista
–últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX– tuvo lugar dentro del
proceso de nacimiento y consolidación del movimiento obrero: del nacimiento de
la socialdemocracia alemana a la formación de los sindicatos y partidos
socialdemócratas y comunistas en toda Europa y en Estados Unidos. En el marco
de este proceso histórico de politización de masas y de la irrupción de la
clase obrera en la escena política, la primera ola feminista revindicó la
realización plena de la promesa universalista de la igualdad de derechos y de
capacidades, común tanto al liberalismo democrático como al socialismo.
La
segunda ola tuvo lugar dentro de otro proceso de subjetivación de clase: la
aparición de la nueva izquierda en los países del capitalismo avanzado y de las
luchas anticoloniales y de liberación nacional. Dentro de este proceso, la
segunda ola se apropió del concepto de diferencia, prestado del nacionalismo
negro, para denunciar el sexismo dentro del movimiento y para expresar una
visión de parte tantas veces silenciada.
El
contexto de la tercera ola feminista es radicalmente distinto toda vez que el
movimiento no es la expresión de una parcialidad ni de un punto de vista dentro del proceso más amplio de subjetivación
de clase. La explosión del movimiento feminista fue precedida por otras
movilizaciones internacionales, el ciclo de luchas internacional del 2011-2013
(Occupy, Indignados, Plaza Taksim) con el que comparte algunos elementos. Como
estos movimientos precedentes, el movimiento feminista ha nacido
también
al margen e independientemente de los partidos y de las organizaciones de la
izquierda tradicional (o de lo que queda de las mismas).
Y,
como en 2011-2013, una de sus características es la rapidez con la que desde
reivindicaciones específicas y parciales –la denuncia del feminicidio y de los
ataques al derecho al aborto– se ha pasado a un cuestionamiento general del
sistema (del modo de producción capitalista y de las instituciones del Estado).
Sin embargo, al carácter antisistémico de las movilizaciones de 2011-2013 no le
corresponde una capacidad de sedimentación organizativa o de identificación de
formas de luchas a la altura de la radicalidad de los análisis y de las
aspiraciones. Desde este punto de vista, el movimiento feminista ha nacido de
las cenizas del ciclo de luchas precedente,
heredando algunas de sus características y, al mismo tiempo, dando un paso
adelante crucial: la asunción y la reinvención de la huelga como forma de lucha
principal y compartida a nivel internacional. Lejos de expresar una visión
parcial o específica a través de las huelgas de las mujeres el movimiento
feminista se está revelando, cada vez más y en esta fase concreta, como el proceso de subjetivación de clase.
El misterio de la clase
La
tradición marxista está atravesada por una paradoja. Por un lado, para el
marxismo la noción de lucha de clases constituye un instrumento heurístico
fundamental para la interpretación de la naturaleza del capitalismo, de los
procesos históricos capitalistas y constituye su horizonte
político-programático. Por otro, la cuestión de a qué se refiere exactamente el
término clase es quizás la cuestión más
controvertida y ambigua en el debate marxista y en los propios escritos de
Marx. En Marx, el término clase designa unas veces un ente metafísico y otras
un momento en una filosofía de la historia que fluye en la negación de la negación. Otras
veces, indica y define a la clase obrera industrial sobre la base de criterios
objetivos, sociológicos o económicos, y no histórico-políticos.
En
Miseria de la Filosofía Marx distingue entre clase en
sí y clase para sí pero la distinción no resulta del todo clara y es meramente
indiciaria. En fin, en sus escritos políticos parece que un grupo social no puede
ser considerado como clase si no lucha políticamente como una clase, en
relación antagónica con otra1. Estas ambigüedades han tenido un peso
considerable en el debate marxista posterior dando lugar a teorías divergentes.
Esquematizando, se pueden distinguir tres aproximaciones principales:
objetivista o sociológica, metafísica (donde clase es una categoría abstracta que indica el sujeto de una historia
progresiva) y política.
Para
comprender en qué medida el movimiento feminista debe ser entendido como
proceso de subjetivación de clase resulta necesario hacer referencia a esta
última aproximación. Para E.P. Thompson, clase es una categoría histórica antes que teórica, una categoría que
debe articularse a partir de la observación empírica de los comportamientos
individuales y colectivos concretos que, en el transcurso del tiempo, expresan
un carácter de clase y crean instituciones de clase (sindicatos, partidos,
asociaciones, etc.)(Thompson, 1978, pp. 133-165).
Por
tanto, la noción de clase es dinámica y hace referencia a un proceso histórico
antes que expresar la esencia de un ente estático. En otros términos, la noción
de clase entendida como categoría histórica no se reduce a la categorización
sociológica de grupos sociales sobre la base de criterios clasificatorios o
cuantitativos. Por ejemplo, la definición de la clase trabajadora como conjunto
de asalariados o de aquellos que, empleados o no, no tienen otro recurso que la
venta de su propia fuerza de trabajo. Se trata de una definición vaga,
abstracta e incompleta por no decir falsa y que tomada como definición completa
conduce a malentendidos y a errores políticos y analíticos de consecuencias
relevantes (McNally, 2015, pp. 131-146)2. Para E.P. Thompson la clase no es un punto de
partida sino el de llegada en un proceso de formación. A pesar de lo paradójico
que pueda parecer, la clase es el producto de la lucha de clases y no su
presupuesto (Thompson, 1978, pp. 147-149).
Daniel
Bensaïd tiene una posición parecida a la de Thompson , en su obra Marx intempestivo:
“Mientras que la sociología positivista pretende tratar los hechos
sociales como cosas, Marx los aborda siempre como relación. No define de una
vez por todas su objeto a través de criterios o de atributos. Sigue la lógica
de sus determinaciones múltiples. No defineuna clase. Captura las relaciones
de conflicto entre las clases. No fotografía un hecho social etiquetándolo como
clase. Contempla la relación de clase en su dinámica conflictiva. Una clase aislada no es un objeto
teórico, es un absurdo” (Bensaïd, 2007: 152).
Si
la clase es el producto histórico y dinámico de la lucha de clases, lo que
falta por aclarar es la relación entre este proceso de subjetivación o de
formación a través de la lucha y la posición ocupada por grupos sociales
determinados dentro de las relaciones de producción capitalistas. Según Ellen
Meiksins Wood, las relaciones sociales de producción estructuran la sociedad
colocando a los individuos en “situaciones de clase” cuya naturaleza está
determinada por factores objetivos (Meiksins Wood, 1982: 45-75).
En
el caso de la situación de la clase trabajadora hay que referirse a la
expropiación y a la separación de los medios de producción (proletarización), a
la extorsión del plusvalor a través del trabajo asalariado, así como a las
modalidades históricamente específicas de los procesos productivos, la división
de trabajo, etc. Estar colocado en una situación de clase no determina automáticamente la pertenencia a la misma. De hecho, las
relaciones de clase no se presentan como la experiencia vivida en forma
inmediata. Por ejemplo, como señala Meiksins Wood, el trabajo de fábrica no une
a los obreros en tanto que clase, los une dentro de una unidad productiva
determinada: los obreros hacen la experiencia directa de la realidad de la
explotación dentro de un centro de trabajo determinado y no sobre las
relaciones de clase en general. Su situación objetiva dentro de las relaciones
de producción crea las condiciones de posibilidad para que los trabajadores
concentrados en una unidad productiva hagan la experiencia de una unidad
superior, por ejemplo con otros trabajadores de unidades productivas del mismo
territorio o nación o incluso a nivel internacional.
Esta
unidad superior no constituye una imagen fidedigna de la estructuración y de la
división de la sociedad creada por las relaciones de producción. Más bien es el
producto de un proceso histórico contingente y variable, al que Meiksins Wood
denomina “formación de clase”. Para que los individuos colocados en situaciones
de clase se constituyan en clase es necesario que luchen como una clase, esto es, que hagan la
experiencia de antagonismo con otras clases. En síntesis, una clase no es una cosa o un ente estático sino una relación social y al
mismo tiempo un agregado político y social que se constituye a través de
procesos históricos contingentes y específicos.
Las
consecuencias políticas de esta aproximación teórica son enormes. Si la clase
es el resultado dinámico, variable y contingente de un proceso histórico de
autoconstitución a través de la lucha, uno de los peores errores políticos que
se pueden cometer es el de imponer a la historia modelos abstractos preparados
para determinar qué luchas de clases cuentan y cuáles no. El peligro es el
regodeo nostálgico en las formas y las experiencias del pasado (o de la mera
imaginación) antes que reconocer los procesos de subjetivación de clase que
está teniendo lugar delante de nuestros ojos.
La nueva clase: feminista, antirracista e internacionalista
La
lógica de los “movimientos paralelos” que señala Lise Vogel (2013: 139) ha
caracterizado la mayor parte de las teorizaciones y las estrategias políticas
en la historia del movimiento obrero: por un lado, la lucha de clases, por otro
el movimiento feminista, el ecologista, el antirracista, por las libertades
sexuales, etc. En el mejor de los casos, dentro de este planteamiento, la
cuestión era como articular estos movimientos; en el peor, se ha acusado a los
movimientos sectorialesde dividir la unidad de la clase, de expresar tendencias
liberales o de distraer la atención de la cuestión verdaderamente central: la explotación.
Frecuentemente se ha procedido a jerarquizarlas en base a un
presunto orden de importancia.
La
nueva ola feminista ofrece la oportunidad de superar el impasse de este planteamiento al difuminar los límites (reales e
imaginarios) entre movimiento de clase y movimiento feminista. Volviendo a los
ejemplos de Glasgow y de Google, la dificultad de responder a la pregunta
inicial –¿lucha de clases o lucha feminista?– reside en el hecho de que la
pregunta es fundamentalmente incorrecta. Estas huelgas, como la transnacional
del 8 de marzo y, en particular, las huelgas en Argentina y España, son lucha
de clases feminista.
El
movimiento feminista se está configurando como un proceso de formación de una
subjetividad de clase con características
específicas: directamente antineoliberal, internacionalista, antirracista,
obviamente feminista y tendencialmente anticapitalista, con tensiones en relación
a las instituciones tradicionales de la izquierda y con sus prácticas. Y, si se
considera el movimiento en su conjunto, es precisamente este aspecto el que
representa su mayor novedad y el que encarna las potencialidades más
interesantes.
Cuando
se habla de sus potencialidades es necesario también hacerlo del riesgo de
fracaso, de las condiciones necesarias, del trabajo a desarrollar y de las
estrategias a seguir para que esta potencia se realice. Para ello, el
movimiento necesita reflexionar sobre sí mismo y pensar estratégicamente al
mismo nivel en el que se ha colocado con su propia práctica: una contestación
antisistémica a nivel global.
Entre
las cuestiones centrales que el movimiento feminista deberá discutir y afrontar
en el próximo período están la consolidación de las formas de lucha compartidas
tales como la huelga, la sedimentación organizativa a nivel nacional e
internacional y la universalización del movimiento feminista mediante su
extensión transversal (por usar el término de
Verónica Gago) a toda la sociedad.
Cinzia
Arruzza es profesora universitaria e impulsora del
Paro Internacional de Mujeres en Estados Unidos. Es autora de Las Sin Parte:
Matrimonios y Divorcios entre feminismo y marxismo y coautora de Dos siglos de
feminismos
Traducción: Carlos Sevilla Alonso
Publicado originalmente en Viento Sur:
Referencias
Bensaïd,
D. (2007) Marx l’intempestivo. Grandezze e miserie di un’avventura critica.
Roma: Edizioni Alegre (edición en español, 2013: Marx intempestivo. Buenos
Aires : Herramienta).
McNally, D. (2015) “The Dialectic of Unity
and Difference in the Constitution of Wage-Labour: On Internal Relations and
Working-Class Formation”, Capital & Class, 39, 1.
Meiksins Wood, E. (1982) “The Politics of
Theory and the Concept of Class: E. P. Thompson and his Critics”, Studies in
Political Economy, 9, 1, pp. 45-75.
Thompson, E. P. (1978) “Eighteenth-Century
English Society: Class Struggle Without Class?”, Social History, 3, 2.
Vogel, L. (2013) Marxism and the
Oppression of Women, Toward a Unitary Theory. Chicago: Haymarket Books.
1 Una recopilación de pasajes
sobre el término clase en los escritos de Marx y las tensiones entre las
distintas definiciones se puede encontrar en Bertell Ollman, “Marx’s Use of ‘Class’” en el enlace
https://www.nyu.edu/projects/ollman/docs/class.php.
2 A este
respecto ver también, D. Camfield (2004-2005) “Re-Orienting Class Analysis:
Working Classes as Historical Formations”, Science & Society, 68, 4 pp.
421-446.
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/de-la-huelga-de-las-mujeres-a-un-nuevo-movimiento-de-clase/
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