El feminismo reactiva la lucha contra el ‘extractivismo’
en América Latina.
17 de febrero de 2014
Miriam Gartor
De sur a
norte las venas de América Latina siguen sangrando.
Proyectos extractivistas mineros, hidrocarburíferos o
agroindustriales se multiplican por toda la geografía latinoamericana de la
mano de empresas trasnacionales a las que se han ido sumando, en los
últimos años, compañías estatales. Porque si hay algo en lo que coinciden
gobiernos neoliberales y progresistas de la región, es en la consolidación de
un modelo neo-desarrollista con base extractivista. La otra cara de este
proceso de extracción y exportación
de materias primas a
gran escala, se asienta en la desposesión acelerada del territorio y de los
derechos de las poblaciones afectadas.
Pese a que las mujeres han estado
presentes en las resistencias socio-ambientales contra los proyectos extractivos, sus luchas no siempre han
sido visibilizadas. Sin embargo, en las últimas décadas, la masiva presencia de
mujeres y su rol protagónico en la defensa del territorio ha cobrado
visibilidad en la medida en que se ha ido profundizando el proceso de despojo.
Sus voces, que
parten de la pluralidad de enfoques y posicionamientos, revelan el impacto que
las actividades extractivas producen en las relaciones de género y
en la vida de las mujeres. Algunas se sitúan en los feminismos populares y
comunitarios, otras parten desde los ecofeminismos, y muchas no se reconocen
como feministas de forma explícita. Pero todas ellas, desde su diversidad,
comparten el horizonte de una lucha post-extractivista,
descolonizadora y antipatriarcal, y se empoderan en el marco de las resistencias.
Su principal aporte: sacar a la luz los estrechos vínculos entre extractivismo
y patriarcado.
Trata de
mujeres y niñas
Los
bloques petroleros en la Amazonía ecuatoriana, la explotación minera de
Cajamarca en Perú o la ruta de la soja en Argentina comparten una realidad
común. En todos estos lugares, afectados por las actividades extractivas, la masiva llegada
de trabajadores ha provocado el incremento del mercado sexual. El alcohol, la
violencia, y la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual se
establecen en la cotidianidad de los pueblos como expresión de una fuerte
violencia machista. Un informe realizado en el marco del Encuentro Latinoamericano Mujer y Minería que se celebró
en Bogotá en octubre de 2011, señala que “aparecen situaciones
críticas que afectan directamente a las mujeres, tales como la servidumbre,
trata de personas, migración de mujeres para prestar servicios sexuales (…) y
la estigmatización de las mujeres que ejercen la prostitución”.
Por otro
lado, el modelo extractivista conlleva la militarización de los
territorios, y las mujeres se enfrentan a formas específicas de violencia
debido a su condición de género. Esto incluye, en numerosas ocasiones,
agresiones físicas y sexuales por parte de las fuerzas de seguridad públicas y
privadas.
Desde esta
perspectiva, tanto la tierra como el cuerpo de la mujer son concebidos como
territorios sacrificables. A partir de ese paralelismo, los movimientos
feministas contra los proyectosextractivos han
construido un nuevo imaginario político y de lucha que se centra en el cuerpo
de las mujeres como primer territorio a defender. La recuperación del
territorio-cuerpo como un primer paso indisociable de la defensa del
territorio-tierra. Una reinterpretación en la que el concepto de soberanía y
autodeterminación de los territorios se amplía y se vincula con los cuerpos de
las mujeres.
Son las
mujeres Xinkas en resistencia contra la minería en la montaña de Xalapán (Guatemala)quienes, desde
el feminismo comunitario, construyen este concepto. Plantean que defender un
territorio-tierra contra la explotación sin tener en cuenta los cuerpos de las
mujeres que están siendo violentados es una incoherencia. “La violencia sexual
es inadmisible dentro de este territorio porque entonces ¿para qué lo defiendo?”,
se preguntaba Lorena Cabnal, integrante de la Asociación de Mujeres Indígenas
de Santa María de Xalapán – Jalapa.
“Las
mujeres somos una economía en resistencia”
La
penetración de industrias extractivas en los territorios desplaza y desarticula
las economías locales. Rompe con las formas previas de reproducción social de
la vida, que quedan reorientadas en función de la presencia central de la empresa. Este
proceso instala en las comunidades una economía productiva altamente
masculinizada, acentuando la división sexual del trabajo. El resto de economías
no hegemónicas – la economía popular, de cuidados, etc. –, que hasta ese
momento han podido tener cierto peso en las relaciones comunitarias, pasan a
ser marginales.
En un
contexto donde los roles tradicionales de género están profundamente arraigados
y donde el sostenimiento de la vida queda subordinado a las dinámicas de
acumulación de la actividadextractiva, los impactos socio-ambientales como la
contaminación de fuentes de agua o el aumento de enfermedades incrementan
notablemente la carga de trabajo doméstico y de cuidados diario que realizan
las mujeres.
“Hay miles de experiencias
productivas y económicas desde las mujeres que a partir de hoy las reconocemos
y las nombramos como economías en resistencia.” A través de esta idea, adoptada
de forma colectiva en el Encuentro Regional de Feminismos y Mujeres Populares celebrado en Ecuador en junio de
2013, las mujeres plantean otra forma de hacer economía. Una economía basada en
la gestión de los bienes comunes que garantiza la reproducción cotidiana de la vida. Tal y como asegura
la socióloga e investigadora argentina Maristella Svampa, la presencia de las
mujeres en las luchas socio-ambientales ha impulsado un nuevo lenguaje de
valoración de los territorios basado en la economía del cuidado. Detrás de esas
luchas, por lo tanto, emerge un nuevo paradigma, una nueva lógica, una nueva
racionalidad.
El extractivismo y la reconfiguración del
patriarcado
“La
presencia de hombres de otro lugar que ocupan las calles, se ponen a tomar
[beber alcohol] y fastidian a las mujeres, genera que éstas no puedan salir a
tomar un café porque las tratan como a putas”, cuentan las mujeres en
Cajamarca, una de las regiones más afectadas por las actividades mineras en
Perú.
En un
contexto de acelerada masculinización del espacio, el extractivismo rearticula las relaciones de género y
refuerza los estereotipos de masculinidad hegemónica. En las zonas en las que
se asientan las industrias extractivas se consolida el imaginario binario
basado en la figura del hombre proveedor donde lo masculino está asociado a la dominación. En esta
recategorización de los esquemas patriarcales, el polo femenino queda ubicado
en la idea de mujer dependiente, objeto de control y abuso sexual.
En
definitiva, tal y como señala un estudio publicado por Acsur-Las Segovias, las aspiraciones
colectivas que rodean a las actividades extractivas están fuertemente influidas por
patrones masculinos, por imaginarios masculinizados. En este sentido, las
experiencias feministas permiten visibilizar el extractivismo como una etapa de reactualización del
patriarcado. La investigadora y activista social mexicana Raquel Gutiérrez
sostiene que “extractivismo y patriarcado tienen una liga
simbiótica. No son lo mismo, pero no puede ir el uno sin el otro.”
Protagonistas
de la resistencia
Cuando la empresa Yanacocha
adquirió el proyecto minero Conga en 2001, nunca imaginó que una sola mujer
pondría en riesgo sus aspiraciones. Máxima
Acuña se enfrenta con
firmeza a uno de los gigantes de la minería. Se niega a entregar sus tierras,
ubicadas frente a la
Laguna Azul de la región peruana de Cajamarca, a una empresa
que ha sido varias veces denunciada por la adquisición irregular de terrenos
privados. Desde el año 2011 Máxima y su familia han sido víctimas de violentos
intentos de desalojo por parte del personal de la minera y de la policía
estatal. Entre amenazas, intimidaciones y hostigamientos, resiste a un proceso
judicial plagado de irregularidades que la empresa interpuso bajo el cargo de
usurpación de tierras.
En junio
de 2008 Gregoria Crisanta Pérez y otras siete mujeres de la comunidad de Agel,
en San Miguel Ixtahuacán, Guatemala, Guatemala, sabotearon el tendido eléctrico
interrumpiendo el suministro de la minera Montana
Exploradora , subsidiaria de la canadiense Goldcorp Inc.
Durante cuatro años recayó sobre ellas una orden de captura por sabotaje del funcionamiento de la mina. Finalmente ,
en mayo de 2012, los cargos penales fueron levantados y las mujeres lograron
recuperar parte de las tierras de Gregoria, que venían siendo utilizadas de
forma irregular por la empresa.
Las
mujeres del pueblo de Sarayaku,
en la Amazonía ecuatoriana, encabezaron la resistencia contra la
petrolera argentina Compañía General de Combustibles (CGC), a la que lograron
expulsar de sus tierras en el año 2004. El Estado ecuatoriano había
concesionado el 60% de su territorio a la empresa, sin realizar ningún proceso
de información ni consulta previa. Fueron las mujeres quienes, desde el
principio, tomaron la
iniciativa. Cuando el ejército incursionó en su territorio
militarizando la zona en favor de la petrolera, ellas les requisaron su
armamento. El ejército quiso negociar la devolución de las armas de forma
secreta. El pueblo de Sarayaku, empujado por las mujeres, convocó a toda la
prensa del Ecuador para sacar el caso a la luz pública. En el año 2012, tras
una década de litigios, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
declaró la responsabilidad del Estado ecuatoriano en la violación de los derechos
del pueblo de Sarayaku.
Estos y otros casos ilustran el
panorama anti-extractivista latinoamericano en el que las mujeres
se alzan como protagonistas de la resistencia, incorporando nuevos mecanismos
de lucha y reivindicando su propio espacio. En su comunicado, las mujeres
amazónicas que en octubre de 2013 caminaron durante más de 200 km en contra de la XI Ronda Petrolera
en Ecuador, proclamaban:
“Defendemos el derecho de las mujeres a
defender la vida, nuestros territorios, y a hablar con nuestra propia voz”.
Fuente: https://www.lamarea.com/2014/02/17/ecuador-extractivismo-mujeres/
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