Fuga de capitales y
acumulación en tiempos K
28 de septiembre de 2010
Por Rolando Astarita
En su
estudio, publicado en mayo de 2007, sobre la evolución de la fuga de capitales
en Argentina, los investigadores de CEFIDAR, Jorge Gaggero, Claudio Casparrino y
Emiliano Libman comenzaban diciendo que “el fenómeno denominado fuga de
capitales ha estado presente en la historia económica reciente de Argentina,
particularmente durante el período que comienza con las reformas económicas
encaradas desde 1976 por la última dictadura militar, y parece finalizar con el
agotamiento y crisis del denominado modelo de la convertibilidad”. Esto es, el
fenómeno habría correspondido al largo período de hegemonía del modelo
neoliberal (los años de la dictadura militar, el período de alta inflación de
los ochenta y luego el menemismo privatizador), y habría finalizado hacia la
caída del gobierno de De la Rúa.
Esta afirmación parece encajar bastante bien con la idea de que a partir de 2002, y más precisamente con la presidencia de los K, se habría pasado a un modelo productivo. Se supone que en un modelo productivo el excedente (esto es, la plusvalía), se reinvierte a fin de ampliar la acumulación del capital. Es que un proceso de desarrollo se caracteriza por lo que Marx llama la reproducción ampliada del capital. Una parte importante de la plusvalía vuelve a entrar en el circuito de producción, para generar más plusvalía, ampliando a su vez la escala de la producción. En este proceso la inversión tiene la primacía; en la medida en que se expande la producción de bienes de producción y bienes de consumo, aumentan el empleo, generándose más plusvalía, que se reinvierte para seguir expandiendo las fuerzas productivas. Naturalmente, para que esto suceda al interior de un país, es necesario que la plusvalía se reinvierta en el mismo.Pues bien, un nuevo estudio generado en CEFIDAR, “La fuga de capitales II, Argentina en el escenario global (2002-2009)” sostiene que entre 2007 y 2009 salieron del país casi US$ 44.000 millones, lo que equivale a casi el 93% de las reservas acumuladas por el Banco Central. En otras notas hemos sostenido que bajo el gobierno K no se han producido cambios relevantes, o cualitativos, en la estructura productiva. Ahora, el dato sobre la persistencia de la fuga de capitales, reconocido por un instituto semi-oficial, apunta a la misma conclusión. Una parte importante del excedente termina en el exterior. En términos de Gaggero et al., no se utilizan “los excedentes económicos generados localmente en el fortalecimiento de la estructura productiva y social”. Es un síntoma de que no se supera la estructura atrasada y dependiente, y también una causa, ya que la fuga de capitales va en detrimento de la acumulación ampliada interna.
Inversión débil
Efectivamente, la contrapartida de la fuga de capitales es una inversión que se
mantiene débil; en particular, en relación con un crecimiento del producto que
ronda el 8% anual. La participación de la inversión en el PBI es notablemente
más elevada que en la crisis 1999-2002, pero solo algunos puntos porcentuales
más elevados que en la década de 1990, como se puede advertir en el siguiente
cuadro:
Puede
apreciarse que en el primer semestre de 2010, si bien aumentó con respecto a
2009, la inversión se mantuvo más baja, en términos de PBI, que entre los años
2006-2008, y algo más elevada que en los noventa. Pero es un nivel muy por
debajo de economías que crecen a tasas de 8 o 9%. En los países asiáticos de
alto crecimiento la participación de la inversión en el PBI supera el 25 y aun
el 30% del PBI.
En estos
momentos, y a pesar de que en Argentina muchos sectores industriales tienen
capacidad cercana al tope, los capitalistas invierten poco en ampliación de
plantas. En todo caso, en algunas ramas como plásticos, petroquímicos y
agroquímicos, hay inversión en capacidad de almacenamiento, pero no en capacidad
de producción. Esto explica también que en algunas ramas haya aumentado la
importación para abastecer la demanda interna.
La debilidad
relativa de la inversión en ampliación de capacidad también se refleja en la
dinámica del empleo. A pesar del crecimiento del PBI, el empleo formal en el
sector privado creció 1,5% entre el segundo cuatrimestre de 2009 y el segundo de
2010. En cambio, el número de horas trabajadas aumentó 7,5% en el mismo período
(datos SEL). Lo cual revela que se está utilizando capacidad instalada.
Pero además, el aumento de la inversión en bienes durables durante el primer semestre estuvo determinado principalmente por la compra de equipos de transporte, entre los que figuran los aviones incorporados por Aerolíneas Argentinas. No es aumento de la capacidad productiva básica. Y dos tercios de esa demanda de inversión se dirigieron a las importaciones. Lo cual también está acorde con lo que planteamos en otra nota, acerca de que la balanza comercial industrial de Argentina sigue siendo altamente deficitaria. Dejemos anotado también que en los primeros 8 meses de 2010 el crecimiento de la industria estuvo liderado por el sector automotores (la fabricación de vehículos en agosto fue 49,8% superior al año anterior) y acero (27,7% superior, datos INDEC). Aquí hubo una sostenida demanda por parte de Brasil (el real se apreció y hay un fuerte crecimiento), además de la recuperación de la demanda interna. Las otras ramas crecieron a tasas sensiblemente menores, lo cual agudiza la heterogeneidad del desarrollo. La demanda de consumo está impulsada por sectores relativamente acomodados de la sociedad; lo cual tiene por base la alta desigualdad en la distribución del ingreso.
En consonancia con lo anterior,
el crédito al consumo estuvo aumentando
a lo largo del año a una tasa mayor que el crédito a la actividad productiva.
Otro
impulsor clave del crecimiento es el agro. La producción de granos alcanzaría en
la campaña 2010-2011 los 90 millones de toneladas, lo que exige inversiones
importantes. Las inversiones durables proyectadas en el agro rozarían los US$
1500 millones, y las inversiones en capital constante circulante (utilizando la
terminología de Marx; comprende semillas, riego, insecticidas y funguicidas,
herbicidas y fertilizantes) superaría los US$ 3750 millones (datos CREA y
Comisión de Enlace; no desmentidos por la Secretaría de Agricultura, u otros
organismos oficiales).
El agro y la minería, además, siguen siendo pilares de las exportaciones. De conjunto casi el 90% del aumento de las exportaciones en el último año se explican por la soja, el maíz, automotores (a Brasil) y minería. El resto de las exportaciones apenas crecieron. Paradójico para un modelo que se califica de “industrialista” por oposición al “agro exportador”.
Infraestructura estancada
La debilidad
de la inversión repercute en la infraestructura. Recordemos que la matriz
energética del país es en base a gas. El hecho es que (datos del Instituto
Argentino de la Energía General Mosconi) las reservas de gas a fin de los noventa
eran de 30 años, y en 2010 son de 7,8 años. Las reservas de petróleo en 2000
eran de 488 millones de metros cúbicos, y en 2010 son de 380 millones. En la
década de 2000 se terminaron 484 pozos y en la década de 1990 el doble.
Argentina ahora importa energía.
La inversión
en infraestructura ferroviaria continúa estancada. Lo mismo sucede con las
inversiones requeridas para obras de saneamiento ambiental; el caso del
Riachuelo, donde ni siquiera se ejecutan los créditos que ya están concedidos,
resulta emblemático.
Tradicionalmente los regímenes o gobiernos que se consideraron industrialistas,
pusieron énfasis en desarrollar la infraestructura productiva. Con todos los
problemas que podían surgir, se intentaba avanzar en un desarrollo de las
fuerzas productivas articulado en esas inversiones. No parece que el gobierno K
siga esa tradición. Pero no se pone a discusión la canalización improductiva de
la plusvalía.
Bicicleta financiera
Sin embargo, no
todo fue fugas de capitales en 2010. En el segundo trimestre, por ejemplo,
ingresaron US$ 328 millones. Aunque no fueron a la producción, sino al sector
financiero, que está ofreciendo una bonita rentabilidad en dólares.
Es que las tasas de interés pasivas para plazos fijos en pesos a 30 días rondan
el 9%, y las tasas para depósitos superiores a los 60 días están en 10,4%. Dado
que el Banco Central mantiene fijo el valor del dólar, y además el gobierno
asegura que seguirá planchado en 2011 (esto es, creciendo muy por debajo de la
inflación), constituye un buen negocio para inversores extranjeros traer divisas
para colocarlas en depósitos en pesos, y volver al dólar una vez hecha la
diferencia.
El
Ministerio de Economía en este respecto está encerrado en una lógica que deriva
del propio modelo de desarrollo, que se articuló casi exclusivamente en torno a
mantener el tipo de cambio real alto. Es que si ahora se quiere elevar el tipo
de cambio –y la ventaja competitiva cambiaria se ha erosionado a esta altura–
daría más impulso a la inflación. De ahí que esté retrasando el tipo de cambio,
como ancla para la inflación (cualquier parecido con las políticas ortodoxas de
freno de inflación no es casualidad). En los últimos 12 meses el dólar apenas
aumentó un 3%, muy por debajo de la inflación. Lo cual genera una creciente
apreciación en términos reales del peso, y también da lugar a la alta
rentabilidad financiera que comentamos. Los pequeños ahorristas (un universo
conformado por no pocos asalariados) en tanto ven erosionados sus ahorros ante
una inflación que ronda el 25% anual, y las tasas que reciben, de entre el 9 y
10%. Estos sectores mantienen saldos líquidos para comprar en el mercado
interno, a diferencia de los capitalistas dinerarios que valorizan sus tenencias
en términos del dólar o el euro.
Objetivamente esto
representa una nueva transferencia al capital.
Agreguemos que los bancos siguen constituyendo uno de los sectores más rentables de la economía. Según datos que proporciona el BCRA, la rentabilidad, medida por el return on equity, está en el 21,2% en la primera mitad de 2010.
Desigualdad en la distribución e inversión inmobiliaria
Repasemos un
momento las “coordenadas” fundamentales. Con la recuperación económica, hubo una
recuperación de las ganancias del capital, y de las rentas en general. Continúa,
por otra parte, la desigualdad en la distribución del ingreso, y un sector
importante de la clase obrera está a nivel de pobreza. El desempleo informal
alcanza al 36,5% de la fuerza laboral, y el salario promedio de estos
trabajadores es $1100 mensuales (IDESA). En las empresas de hasta 25
trabajadores, el salario promedio es $2286 (ídem). Los beneficios del capital,
subrayamos, son altos. Según Débora Giorgi, el nivel de rentabilidad de las
inversiones extranjeras en los últimos cuatro años promedió el 10,1%, contra el
4,6% del período 1992-2002. Sin embargo, la inversión se mantiene baja.
¿Dónde
va entonces la plusvalía? Ya vimos que una parte se canaliza hacia el exterior.
Otra porción va a la compra de bienes durables, como el automóvil. Y
otra porción se invierte en el sector inmobiliario.
Según el sitio Reporte Inmobiliario, las operaciones de compra – venta en 2010 aumentaron, en Capital Federal, un 23% con respecto a 2009 (aunque todavía se mantienen a un nivel más bajo que en 2008). Pero este aumento de la demanda no puede derivar de los asalariados. Entre 2001 y 2010 el precio de los departamentos, en pesos, creció 512%, por encima de lo que aumentó el costo de la construcción (424%). En 2001 hacían falta 75 sueldos para adquirir un departamento promedio (76 metros cuadrados). En 2010 hacen falta 125 sueldos (estudio del Instituto de Análisis Fiscal, citado en La Nación 26/9/10). Para construir una vivienda tipo en 2001 hacían falta 44 salarios, y actualmente 58. Los créditos hipotecarios son prohibitivos para la mayoría de la población. Sería un error entonces atribuir el aumento de la demanda de vivienda en 2010 a los asalariados. Todo indica que una parte de las plusvalías (entre ella, la renta agraria) se está canalizando al sector inmobiliario. Los precios de las viviendas aumentaron en términos de dólares entre el 15 y 20%. Pero la construcción residencial no amplía la capacidad o la infraestructura productiva.
En
definitiva, tenemos un fuerte flujo de plusvalía que va al exterior; que se
vuelca al consumo suntuario; o al sector inmobiliario residencial. Lo cual
evidencia, lo subrayamos, la persistencia de características típicas del atraso.
Cuestiones relacionadas con la fuga de capitales
Gaggero et
al., destacan una serie de características de la salida de capitales sobre las
que vale la pena reflexionar un momento.
En primer lugar, la mayor parte de los
capitales se invierten en activos financieros del exterior, y no directamente en
actividades productivas. Destaquemos también que las inversiones en propiedad
inmobiliaria en el exterior también podríamos considerarlas inversiones “de
cartera”, ya que obedecen a una lógica de valorización financiera.
En una economía desarrollada, el aumento del stock de activos externos tenidos
por los residentes locales implica una salida por el lado de la cuenta de
capitales, pero una entrada (igual a la tasa de interés internacional × el stock
de bonos o activos financieros) por el lado de la cuenta corriente. Sin embargo,
en un país subdesarrollado como Argentina, este flujo de entrada por lo general
es pequeño, dado que las ganancias se reinvierten en el exterior.
En un plano
más general, la existencia de fuertes stocks de activos financieros en manos de
residentes argentinos es indicativa de que una parte importante (posiblemente
mayoritaria) de la clase dominante está íntimamente vinculada al capital
financiero internacional. Pueden discrepar con tal o cual política del FMI, o
disgustarse con el comportamiento de algún banco, pero “a la hora de la verdad”
se confían los ahorros a estas instituciones. Así como las operaciones
financieras. Por ejemplo, el gobierno de la provincia de Buenos Aires acaba de
colocar un bono a cinco años entre inversores internacionales con una tasa de
11,75% anual (mucho más alta que otros países de la América Latina), con la
colaboración del Deutsche Bank y Merrill Lynch.
Por otra
parte, la evolución en el largo plazo del stock de deuda demuestra que la misma
sirvió para financiar la fuga de capitales durante años. En 1974 la deuda
externa era de US$ 7600 millones, y el capital fugado era prácticamente la
mitad, US$ 3800 millones. En 1982 las cifras eran US$ 44.000 y US$ 34.000
millones, respectivamente. En 1989 la deuda era de US$ 65.000 millones y los
capitales fugados sumaban US$53.000 millones. A fines de 2001 la deuda era de
US$ 140.000 millones y el stock fugado de US$ 138.000 millones (Gaggero et al).
Este hecho
demuestra que la burguesía argentina no está “sometida”, ni es “el país” el que
es “explotado” por los “banqueros y financistas del Norte”, sino que estamos
ante negocios que obedecen a la lógica de la valorización de los capitales, y la
conservación de esos valores en los lugares que se consideran más seguros.
Sin embargo hay una diferencia importante entre los 2000 y la década de 1990, y es que durante la presente década la fuga de capitales no estuvo financiada con deuda, sino con reservas genuinas, provenientes del superávit comercial. Esto es, se produjo lo que se llama una “transferencia real” de valores al exterior. La deuda externa también se paga con superávit, y no tomando más deuda, como sucedía en la década de 1990. Por eso la relación entre deuda y PBI disminuyó. Actualmente es del 40%, contra el 140% en 2001.
En
conclusión, hay un fuerte crecimiento, y cierto aumento de la participación de
la inversión con respecto a los niveles promedio de los noventa, pero sin que
pueda hablarse de algún cambio estructural. Una parte fundamental del excedente
sigue saliendo del país; aunque a diferencia de la década de los noventa, ahora
esa salida está financiada por el superávit de cuenta corriente. Otra parte del
excedente se vuelca a bienes de consumo, o al sector inmobiliario. La salida de
capitales sigue poniendo en evidencia la estrecha vinculación de la clase
capitalista argentina con el capital mundializado, particularmente con el
capital financiero.
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