En busca del
pensamiento crítico perdido
6 de enero de 2018
Por Aram Aharonian (Rebelión)
En los últimos años, América Latina y el
Caribe ha sido una región con enorme dinamismo, originalidad en bregar contra
políticas neoliberales y ajustes políticos y sociales regresivos, aun en un
mundo con notorios retrocesos globalizadores, y sufriendo la negativa y
desmoralizadora influencia de radicalismos superficiales enunciativos que, al
frustrase, configuran un escenario sin salida, sin otra alternativa que
resignarse.
No cabe duda que lo ha hecho con vaivenes y,
en gran medida no sÓlo debido a que se generaron cambios de escenarios y
posicionamientos con fuertes polarizaciones. Los procesos populares no fueron
acompasados - como sí ocurrió en otras épocas en la región- por imprescindibles
análisis de fondo y debates críticos originales y propuestas firmes y
consistentes, no repetitivas, y por supuesto no basados en recetas dogmáticas
envasadas. Hubo una llamativa distancia entre los enunciados y las acciones
concretas.
Fue a partir de 1492 cuando Europa logra
ponerse como centro y constituir discursivamente a las demás culturas como
periferias, y usó la conquista de Latinoamérica y el Caribe para sacar una
ventaja comparativa determinante con respecto a sus antiguas culturas
antagónicas (turco-musulmana).
Las diferentes formas de conocimiento eurocéntrico
se construyeron ‒ y lo peor es que aún hoy lo hacen ‒ bajo una concepción de modernidad excluyente. Desde la llegada a
América, Europa se erige como modelo único de toda la civilización, entonces se
torna necesario poder vislumbrar qué se se derivó de un eurocentrismo dominador
e impositivo y, a partir de allí, cómo no fue posible controlar la economía, la
autoridad, el género y la sexualidad, y en definitiva, la subjetividad.
Llamativamente, numerosos teóricos, académicos, “expertos”,
desembarcaron en la América latina del nuevo milenio para ayudar a los
gobiernos progresistas de la región a encauzar sus procesos liberadores y
socialmente justicieros, de acuerdo con su idiosincrasia, conocimientos,
memoria e ideología europeas (a veces presentados como marxistas o gramscianos),
tomando posiciones terminantes en relación a ricas pero complejas experiencias
en América Latina inexistentes en el viejo continente, desplegando la “teoría
de los posible”, contra las posibilidades de revoluciones, o siquiera de
cambios o medidas imprescindibles para priorizar la defensa de los intereses
sociales o nacionales.
Algunos de los expertos “desembarcados” en los últimos tres
lustros en la región han aportado sus conocimientos a los procesos
progresistas, muchos otros quisieron imponer su “debe ser”, basados por
supuesto en la priorización de otros intereses. Éstos, aún pudiendo ser
genuinamente solidarios o de perfil progresista, actuaron por preconceptos
ideológicos y la superficialidad, descontextualización
de opiniones, posiciones y propuestas.
A no dudar, debemos repudiar terminantemente
la estigmatización de los extranjeros en cualquier lugar del mundo, pero para
ello es imprescindible partir del reconocimiento de que se trata de una
problemática común a la relación, sino que la problemática es común a la
relación de países centrales y periféricos o aún entre países mayores y menores
subalternos, en forma paternalista, de hecho habitualmente degradante aun
vestidas con las mejores intenciones.
Hoy siguen, en muchos casos, condicionando el
desarrollo de las políticas de reformas estructurales en nuestros países, a
veces con buena intención, otras representando a sus patrocinadores, entre
ellos bancos, trasnacionales financieras, calificadoras de riesgo, partidos
políticos del establishment y, sobre todo, paralizando
progresos impensables en la realidad de países centrales.
El pensamiento crítico quedó atrapado en la
disyuntiva de dar su apoyo a los gobiernos progresistas por sus logros en
materia social o señalar las contradicciones y límites de su proyecto,
contradicciones manifiestas en la peculiar forma que adopta la dominación,
señala el uruguayo Raúl Zibechi. Debe señalarse que muy a menudo los nuevos
temas no llegaron de la mano del aporte de pensadores ya reconocidos e
institucionalizados, sino que provienen de pensadores/activistas o
investigadores/militantes, añade.
En el congreso del Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (CLACSO) en Bogotá, la socióloga mexicana Beatriz Stolocwicz
señaló que
el desconcierto que se observa actualmente entre los científicos sociales de la
región es, en buena medida, resultado de que durante varios años los análisis
serios fueron desplazados u opacados por la propaganda.
Añadió que el “mainstream de izquierda” en las ciencias
sociales opera como una zona de confort, con algunas ideas de las que se echa
mano para todo, usadas casi como consigna, lo que es cómodo para mantenerse en
el candelero de la opiniología, pero no explica adecuadamente la realidad, y
tampoco las importantes transformaciones ocurridas en este nuevo siglo en la
reproducción del capitalismo en América Latina.
Hay que tener una mirada más larga que capte
las lógicas de la estrategia dominante y sus adecuaciones tácticas en las
últimas cuatro décadas. El humanista Javier Tolcachier plantea una autocrítica
política, ya que en la división internacional y nacional del trabajo, a
algunos, por tradición y acumulación histórica, les toca pensar y a la inmensa
mayoría no.
Y pensar todos –o pensar entre todos- significa no repetir los
cánones de una academia anquilosada elitista decadente, que tiende a
reproducirse y permanecer, como todo statu
quo. “Pensar es casi siempre pensar originalmente, al menos intentarlo,
aunque lo pensado ya haya sido masticado con salivas ajenas. Es el mismo hecho
de pensar el que libera”, señala.
El diálogo, la democratización del debate
significa sobrepasar los límites de la academia o de los ilustrados, para
anclarse en la realidad y en las vivencias, en las opiniones diversas de
quienes hablan de otras cosas y de modos diferentes a los de la academia.
El subcomandante insurgente Moisés, del Frente
Zapatista de Liberación Nacional, señaló este primero de enero, al cumplirse 24
años su lucha: (…). vamos a ver si se puede vivir con dignidad sin malos
gobiernos, sin dirigentes y sin líderes y sin vanguardias, que mucho Lenin y
mucho Marx y mucho trago, pero nada de estar con nosotros. Mucho hablar de lo
que debemos o no hacer, y nada de práctica. Que la vanguardia, que el
proletariado, que el partido, que la revolución, que échate una cervecita, un
vinito, un asado con la familia”.
“Pues ni modos, pensamos, creo que la vanguardia revolucionaria
está ocupada en probarse trajes y palabras para el triunfo, así que tenemos que
darle según nuestro modo, como indígenas zapatistas (…) Falta saber qué vas a
hacer”.
Para crear o remodelar el nuevo instrumento
político hay que cambiar primero la cultura política de la izquierda y su
visión de la política, que no puede reducirse sólo a discursos, consignas, a
las disputas políticas institucionales por el control del parlamento, por ganar
un proyecto de ley o unas elecciones, peleas donde los sectores populares y sus
luchas son los grandes ignorados.
La política no puede limitarse al arte de lo
posible, debe convertirse en el arte de hacer lo “imposible” –que es factible e
imprescindible–, construir fuerza social y política capaz de cambiar la
correlación de fuerzas a favor del movimiento popular. Y para eso se necesita
una hoja de ruta basada en pensamiento crítico renovado, acorde con nuestras
realidades.
Para ello es necesario que las organizaciones políticas expresen
un gran respeto por el movimiento popular, que contribuyan a su desarrollo
autónomo, dejando atrás todo intento de manipulación e imposición. Los
movimientos populares rechazan, con razón, las conductas hegemonistas que
intentan imponer intelectuales y académicos con una soberbia que oculta, en
general, mediocridad, inseguridad o descalificación impositiva, con variados
intereses, jugando muchas veces el papel de guionistas de gobiernos
progresistas.
¿Una nueva teoría crítica?
Los análisis sobre la teoría crítica
latinoamericana comparten un núcleo de interrogantes que van definiendo la
naturaleza de la teoría. ¿Qué tipo de transformaciones necesita el proyecto de
la “teoría crítica” para posicionar temas como el género, la raza y la
naturaleza en un escenario conceptual y político? ¿Cómo puede ser asimilada la
“teoría crítica” en el proyecto latinoamericano de modernidad/colonialidad,
liberado del discurso academicista y eurocéntrico?
Según Enrique Dussel, Europa se autoproclama
desde 1492 “centro” de la
Historia Mundial , constituye de ese modo, por primera vez en
la historia, a todas las otras culturas como su “periferia”, y torna a la
modernidad una justificación de una praxis irracional de violencia sobre la
periferia, ya que su autoproclamación como “centro” está basada en varias
premisas que componen, precisamente, el “mito de la modernidad”:
Entre ellas, Dussel señala que la civilización
moderna se autocomprende como más desarrollada, superior (lo que significará
sostener sin conciencia una posición ideológicamente eurocéntrica), que la
superioridad obliga a desarrollar a los más primitivos, rudos, bárbaros, como
exigencia moral. El proceso propuesto por Europa es unilineal, lo que determina
una falacia desarrollista, indica.
Todo por fuera del modelo de civilización de
Europa es considerado bárbaro, por ello, en último caso se habla de una guerra
justa colonial donde se legitima la violencia si fuera necesaria, para destruir
los obstáculos de la tal modernización y, al estar basada en la alteridad, esta
visión produce víctimas y victimarios, colonizados y colonizadores; donde el
héroe civilizador inviste a sus mismas víctimas del carácter de un sacrificio
salvador (el indio colonizado, el esclavo africano, la mujer, la destrucción
ecológica de la Tierra, etcétera).
Es a partir de la década del 1960 que las
ciencias sociales se han visto repensadas por diferentes corrientes de
pensamiento crítico que buscan analizar el mundo actual, la política global y
las relaciones sociales desde paradigmas y epistemologías que sirvan para
interpretar las concentraciones del poder. En un contexto histórico de
particular impulso y creatividad, América Latina brindó enormes aportes vitalizadores.
El debate crítico de las ciencias sociales,
supera las áreas de economía, sociología, historia para alcanzar las relaciones
internacionales, y hoy se hace necesaria la configuración desde Latinoamérica
de otro conocimiento, de un pensamiento postcolonial, que debe incorporar no
solo lo producido académicamente sino nutrido de las experiencias de
resistencia, lucha y construcción de nuestros pueblos.
Aníbal Quijano señala que el pensamiento
decolonial tiene como razón de ser y objetivo la decolonialidad del poder, es
decir, de la matriz colonial de poder: Pues nada menos racional finalmente, que
la pretensión de que la específica cosmovisión de una etnia particular sea
impuesta como la racionalidad universal, aunque tal etnia se llame Europa occidental.
Para lograr una perspectiva latinoamericana se debe pensar por un
momento desde el otro lado de las carabelas de Colón: ¿qué implicó la
modernidad para aquellos que ya habitaban el territorio de la actual América Latina ?
La llegada de la modernidad a América Latina, lejos de reconocernos como un
otro, implicó la imposición de una ideología eurocéntrica legitimadora de las
prácticas político-sociales y económicas que se dieron posteriormente.
El portugués Boaventura de Sousa Santos admite
que las ciencias sociales atraviesan un momento de crisis reflejada en la
renovación y expansión con respecto a la visión eurocéntrica o de cualquier
centro de poder hegemónico, crisis que se ha hecho posible gracias a las luchas
sociales de los últimos treinta o cuarenta años en varios continentes
(campesinos, feministas, indígenas, afrodescendientes, trabajadores urbanos,
pequeños productores, ecologistas, de derechos humanos, contra el racismo y la
homofobia, etc.), en muchos casos con demandas fundadas en universos culturales
no occidentales.
Por ello se hace necesario el desprendimiento
de la retórica vacua de una modernidad copiada y de su imaginario imperial
articulado en la retórica de la democracia a la europea o estadounidense, hoy
por cierto muy deteriorada y vulnerada por la creciente peligrosa regresividad
y marginación que se observa en sus sociedades.
El nuevo pensamiento crítico debe surgir desde
la diversidad (étnica, cultural) y de las historias locales que por más de
cinco siglos se enfrentaron con la visión eurocéntrica como la única manera de
leer la realidad.
Es comenzar a vernos con nuestros propios
ojos, para superar los estrechos márgenes impuestos por la visión totalizadora
de la modernidad excluyente, para indagar en otros saberes, otras prácticas,
otros sujetos, otros alternativos a este orden. Latinoamérica ha demostrado que
tiene la capacidad ética, política e intelectual de responder al reto de
contribuir con sus saberes y sus prácticas a una sociedad equitativa,
incluyente y democrática, y a un modelo de vida sostenible para la mayoría de
los presentes y futuros habitantes del planeta.
El pensamiento crítico latinoamericano es, a
pesar de sus críticas al eurocentrismo, muy eurocéntrico y monocultural. La
riqueza del pensamiento popular, campesino e indígena ha sido reiteradamente
desperdiciada. No se trata solamente de un nuevo pensamiento crítico, se trata
de una manera diferente de producir pensamiento crítico.
El pensamiento crítico no ha sabido hasta hoy
teorizar las posibilidades de superar las contradicciones, las separaciones,
las tensiones entre las subjetividades de ciudadanos organizados, mujeres,
indígenas, migrantes, campesinos, afrodescendientes, y promover alianzas
estratégicas y sustentables entre estos movimientos, esto es, alianzas que no
escondan la exclusión de algunas subjetividades bajo la apariencia de su
inclusión.
En nuestra región, muchos de los movimientos
que luchan contra la injusticia social no se consideran ni en el capitalismo ni
en las versiones conocidas del socialismo. Se debe pensar también en estas
concepciones contrahegemónicas de democracia y de derechos humanos más allá del
modelo liberal y occidental.
Se debe pensar la democracia como la
transformación de todas las relaciones de poder (explotación, patriarcado,
diferenciación étnico-racial, fetichismo de las mercancías, comunitarismo
excluyente, dominación cultural y política, intercambio desigual entre países)
en relaciones de autoridad compartida, teniendo en cuenta el cuadro de
situación: navegamos en las aguas de la crisis del capitalismo como sistema
histórico, primordialmente especulativo, rentista y expropiador, que sólo puede
reproducirse agudizando contradicciones incurables.
Los éxitos que ya ha tenido el neoliberalismo
es una medida de los problemas en el pensamiento de la izquierda, tanto para
pensarse a sí misma como para pensar a los dominantes. Una izquierda o un
progresismo que además de vaciamiento teórico muestra un insuficiente
conocimiento histórico, lo que la lleva a enredarse en los discursos
doctrinarios que dan forma y encubren los objetivos capitalistas; y que tiene
déficit investigativos que le dificultan distinguir entre discurso y proyecto
dominantes, señala la mexicana Stolowicz.
La estrategia capitalista tiene como uno de
sus ejes la seguridad para el capital sobre la propiedad: sí garantiza las
condiciones de su reproducción basadas en formas de acumulación originaria
(expropiación, saqueo, control territorial directo sobre las materias primas y
los recursos energéticos, el agua, la biodiversidad, además de imponerle a las
regiones más débiles sus desechos tóxicos).
Otro de los ejes es la seguridad frente a la
pérdida irremediable de la cohesión social, lo que implica domesticar a los
oprimidos, proclives cada vez más a la protesta y la rebeldía.
Lo opuesto del pensamiento crítico es el
conformismo, cínico o resignado. La conciencia social latinoamericana respalda
una voluntad del cambio social, con una crítica al orden capitalista que abre
posibilidades para una superación de las relaciones de explotación y
subalternidad. Los que están en deuda son la academia y la llamada
intelectualidad, ancladas en el pasado, sordas a la realidad de nuestros
pueblos, muchas veces funcionales a gobiernos pero no a procesos emancipadores
y populares.
Aram Aharonian: Periodista, analista internacional,
comunicólogo uruguayo de vasta experiencia latinoamericana, fundador de
Telesur, codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y el Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), autor de Vernos con nuestros propios ojos, La internacionalización del
terror mediático, El progresismo en su laberinto y El asesinato de la verdad, entre otros textos.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=236252
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