La ilusoria y mezquina
alternativa
del "progresismo"
27 de enero de 2020
Por Jorge Franco (Rebelión)
Una de las
reacciones del establishment a la rebelión popular iniciada el 18
de octubre pasado es la que procede de quienes se definen a sí mismos como
pertenecientes al campo del "progresismo". Es decir, de aquellos que,
limitando su crítica a los males del "neoliberalismo" o buscando sólo
morigerar sus excesos, abogan por un capitalismo "con rostro humano",
que sea capaz de acoger y satisfacer las demandas de la inmensa mayoría que
aspira a acceder a una vida digna y segura, con los estándares de confort
propios del siglo XXI.
Fuertemente traumatizados por
la derrota de la izquierda en 1973 y por el fracaso de los "socialismos
reales", con los que se identificaron muchos de ellos en el pasado, estos
"progresistas" no sólo descartan la posibilidad de que para
satisfacer dicha aspiración ciudadana sea necesario terminar con el
capitalismo. Por el contrario, han llegado incluso a considerar al sistema de
explotación y depredación capitalista que impera hoy en el mundo como el más
conveniente fundamento social posible para la vida humana en el planeta.
De
allí que, completamente ciegos ante los grandes males y amenazas asociadas a
este sistema, como la ominosa desigualdad social que excluye de los beneficios
del progreso a una proporción cada vez mayor de seres humanos -los
"condenados de la tierra" a que aludía Franz Fanon-, la creciente
transformación de las fuerzas productivas en terroríficos medios de destrucción
masiva o la formidable catástrofe ambiental que se desarrolla ante nuestros
ojos, se empeñen hoy vanamente en "salvar al capitalismo de los
capitalistas".
La
racionalización de ese propósito exige 1) ignorar el carácter inherentemente
explotador e inevitablemente caótico y dilapidador del capitalismo, que conduce
a crisis periódicas y a una concentración cada vez mayor de la riqueza en pocas
manos, 2) identificar el proyecto emancipador del comunismo con la fracasada
experiencia de los regímenes burocráticos de los llamados "socialismos
reales" y 3) pasar deliberadamente por alto el carácter de clase de la
estructura, contradicciones y conflictos que caracterizan a la sociedad en que
vivimos.
De allí que se esgrima la
bandera del "progresismo" solo para propiciar algunas medidas
económicas tendientes a operar algún grado de redistribución de la riqueza, a
fin de atender a las demandas más sentidas de los sectores populares, para promover
algunas reformas dirigidas a liberalizar ciertas pautas de conducta en el plano
cultural y para proclamar la defensa incondicional del actual "sistema
democrático", pasando por alto su carácter de clase y, debido a ello, sus
ostensibles limitaciones y distorsión al ejercicio de la soberanía popular.En consecuencia, presumiendo representar una "izquierda democrática", operan de hecho como el ala liberal del sistema político-burgués de partido único que, conjuntamente con su ala conservadora, se coluden para encajonar, atenazar y finalmente impedir, la libre y genuina expresión de la voluntad popular. De allí que, lamentándose amargamente de esta ominosa situación, un decepcionado diputado del Partido Socialista hiciese circular hace algunos años atrás un documento con un título sumamente sugestivo: "Chile entre dos derechas".
Fieles a su autoasignado rol de guardianes del orden, ante la rebelión popular en curso los intelectuales del "progresismo" concertacionista -como Tironi, Muñoz Riveros, Waissbluth y otros- lamentan lo sucedido y realizan insistentes llamados a "cuidar la democracia" y a defenderla de "sus enemigos", aludiendo con ello principalmente a quienes han tomado parte de la movilización en calidad de "violentistas” y enarbolando como única salida deseable a la crisis la bandera de un gran "acuerdo nacional" del que participen todos los sectores del país.
En buen romance, esto significa impedir que el generalizado y explosivo malestar que se ha expresado en la formidable movilización popular en curso pueda llevar demasiado lejos la aspiración ciudadana de que se operen cambios de fondo en la actual situación económica y política del país. En el horizonte visual de estos "progresistas", ello sería fatal para el país ya que conlleva el riesgo de atemorizar a los capitalistas y frenar
En definitiva, los autodenominados "progresistas" razonan desde la perspectiva de clase de la burguesía, lo que en las condiciones históricas del presente equivale a decir desde la perspectiva del gran capital, como única fuerza capaz de asegurar el avance hacia mejores condiciones de vida. Por ello prefieren ignorar, o subestimar, el inmenso y gravísimo costo social y ambiental que el funcionamiento del capitalismo le impone hoy no solo a la sociedad chilena sino a la humanidad en su conjunto, asumiéndolo como algo inevitable.
En consecuencia, no ha sido por algún impedimento para obrar en un sentido distinto, sino debido a una opción política deliberadamente asumida por ellos, que estos "progresistas" no solo han tolerado, sino que en muchas ocasiones han propiciado de manera activa, la existencia de aquellas situaciones de aguda injusticia, desatención, abusos, corrupción e impunidad que han provocado el creciente y explosivo enojo e indignación del pueblo trabajador y que lo ha hecho salir ahora a las calles a exteriorizarlo con toda su fuerza.
Pero más allá de la enorme miopía o venalidad y cinismo de esta autodenominada "izquierda democrática", obsesionada hoy por mantener a raya y desalentar la movilización popular, lo cierto es que la única alternativa real para superar los males del capitalismo y utilizar los grandes avances científico-técnicos alcanzados en provecho de la humanidad consiste en democratizar real y profundamente la sociedad en todos sus ámbitos, partiendo por la democratización efectiva y global de su economía y de su sistema político.
Lo
verdaderamente democrático no es que la mayoría se allane a aceptar
resignadamente como legítimos los obscenos privilegios de que hoy goza y el
enorme poder que detenta una ínfima minoría de la población, sino que el poder
llegue a ser ejercido verdaderamente por la mayoría, cautelando y promoviendo
efectivamente sus legítimos derechos, intereses y aspiraciones. Solo ello puede
asegurar una convivencia social pacífica y duradera. Tal es la perspectiva,
tantas veces negada, descartada y aun traicionada, del socialismo.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=264832
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