El lento genocidio wichí:
catástrofe humanitaria
Por Silvana Melo
(APe) 29 Enero 2020
Son siete los niños wichí que no llegaron a
vivir dos años y que se murieron de hambre y de sed en este enero. El
agronegocio desmontó, en los últimos diez años, 1.200.000 hectáreas .
Y desalojó a cien mil mujeres, hombres y niños que vivían, comían y se curaban
bajo su techo frondoso. La frontera agropecuaria se empuja y se corre e
irrumpen la soja y la transgénesis donde estaba el monte. Un pueblo entero
entre los árboles queda desnudo e inerme. Y se va muriendo, poco a poco. Con
decenas de niños en la frontera de la vida y de la muerte. Ante la
dimensión de la catástrofe, los médicos Medardo Avila (lo adelantó en esta
Agencia), Carlos Trotta y Emilio Iosa elevaron el pedido a Médicos
Sin Fronteras para instalar una misión humanitaria en un territorio donde la presencia
del estado elige a quiénes abandona.
Dice el cacique Modesto Rojas que los muertos son nueve. Seguro que tiene razón.
Nadie habla con ellos. Dicen las autoridades que hay otros siete muy graves.
Dice el cacique Modesto Rojas que son más de veinte los niños que tienen la
vida colgando de un hilito, como una llama que se sopla y se va. Y seguro que
tiene razón. Nadie habla con los caciques. “Vino Arroyo y no quiso hablar con
nosotros”, dice. Apenas habían muerto tres cuando el Ministro de Desarrollo Social
pasó por Salta y, de la mano del Gobernador, paseó por donde lo llevaron. Lejos
de lo terrible. Con las tarjetas alimentarias como panacea. Para un pueblo en
extinción, puesto a morirse lo antes posible para usarles la escasa tierra en
la que todavía dejan caer sus huesos por las noches.
Dice el médico Rodolfo
Franco, desde las comunidades Misión Chaqueña y Carboncito, a APe: “en mi comunidad no ha muerto
ninguno, las dos pertenecen a Embarcación, departamento San Martín. Son
Hollywood mis comunidades porque todavía tienen monte para poder enfrentar el
hambre. Las del norte son castastróficas”.
En 2009 el diario Crítica publicaba una
investigación sobre los vínculos de la familia y de los funcionarios del
entonces gobernador de Salta , Juan Manuel Urtubey, con las empresas del
desmonte en esa provincia. Urtubey gobernó 12 años. Y la semana pasada se fue a
vivir a España.
“Vengo advirtiéndolo desde hace años. He avisado
al hospital que hay mucha desnutrición. Pero es un plan premeditado: se trata
de sacarles la tierra y para eso primero los tienen que matar; es feo matarlos
a balazos. Entonces lo hacen con hambre, con mala educación, con mala salud”. La Organización Mundial
de la Salud, dice Franco a esta Agencia, “sostiene que es necesario un médico
cada 600 personas. Yo atiendo dos pueblos con 4000 y 2000. A veces mandan algún
refuerzo esporádicamente, pero vienen apurados y se van apurados. Yo estoy
atendiendo sin parar y los dos ganamos lo mismo obviamente. Los sueldos están
muy relegados”.
Dice Octorina Zamora, líder wichi. “¿Tengo la culpa de morirme de hambre cuando
me sacaron mi hábitat, me sacaron el monte? En Salta que no haya casi
algarrobos, que es alimento principal. Cuando yo era chica no había chicos
desnutridos. Entonces ¿qué culpa? Donde había algarrobos no hay nada”. Le
habían dicho que el problema era cultural. Que los wichí se llevaban los
enfermos y los escondían en el monte. ¿Qué monte?.
Mientras los ex gobernadores se marchan a Europa y los ex presidentes
presiden fundaciones del fútbol mundial, desde hace diez años los niños muertos
se pueden contar de a racimos, como decía Alberto Morlachetti. Y
anotarlos en las listas de los crímenes sociales más crueles, con culpables
concretos, con nombres, rostros e historias.
De enero a junio de 2011 murieron trece niños en
Embarcación, Pichanal y Tartagal. De desnutrición y de enfermedades parientes
del hambre en la Salta que Urtubey había heredado de Juan Carlos Romero. En
2016 se fue un niño por mes en el
norte terrible, en la Salta y el Chaco que comparten el desmonte y el
desprecio. El último en Rivadavia, una de las parcelas más castigadas de la
provincia de los urtubeyes que partieron buscando nuevos
horizontes. El verano de 2017 se devoró a 21 niños wichis en
Santa Victoria Este, ahí donde la
Salta se acaba, como cayéndose en Paraguay. Doce bebés en ese verano brutal de
Santa Victoria Este nacieron muertos
porque sus madres languidecían de hambre y de sed. Cercadas por el abandono y
la desidia.
2020 amanece con otro racimo
de niños que se mueren. Mientras el ex gobernador se va y el ex presidente
asume en la
Fundación FIFA. Ambos responsables de abrir las puertas al
exterminio. Ambos responsables, al menos, de no evitarlo.
Mientras se apunta el pánico hacia el coronavirus de la China
los niños se mueren de hambre y de sed en el verano feroz sin árboles ni agua
del chaco salteño desmontado, desguazado y expoliado.
“Salieron a prohibir la
palabra desnutrición al principio, pero no se pudo –sostiene Rodolfo Franco
a APe-.
Siempre la restringen en los certificados de defunción, no hay que poner
síndrome febril, hay que poner otra causa” pero “yo tengo 69 años y 43 de
médico y hablo de desnutrición, deshidratación, porque al no poder tener agua
para sembrar, cosechar y regar plantas, no pueden hacer nada. La tierra es muy
fértil, pero sin agua no hay nada”. Para el médico “forma parte del plan de
genocidio. Las balas son caras. Hay que matarlos con cuchillos, como decía un
general de la campaña del desierto”.
Modesto Rojas, cacique, habla de “una mujer que murió en Santa María por dar a
luz. Fallecieron ella y el bebé”. Para el conteo oficial ya serían siete los
niños muertos. Para el de Modesto, casi una decena.
Santa Victoria
Este tiene un secretario de relaciones Institucionales de origen diaguita
calchaquí, Antonio César Villa. El intendente es wichí. “Lo que más se
dificulta es el acceso al agua. En este momento tenemos una sequía que está
devastando la región, se nos están muriendo todos los animales que ni siquiera
se pueden comer porque muchos de ellos están enfermos”, dice Villa. Mientras
tanto el Pilcomayo acecha. “Llega cada vez más caudaloso y en cualquier momento
comienza a desbordar en medio de esta sequía”. Es que el río, que baja por los
cerros de Bolivia y serpentea por la frontera con Argentina y el sur de
Paraguay está tapado en algunos sectores “por el lodo acumulado por
inundaciones anteriores; año tras año bajan aludes y se producen inundaciones
cada vez más frecuentes, debido al desmonte”, relata Villa con ojos de quien lo
vio de cerca.
Las muertes, una por una
Uno. Fue
el 7 de enero. No le reconocieron la desnutrición. Tenía
un año y dos meses. Era de la comunidad wichí de La Mora, departamento de San
Martín. Pegadito a Tartagal.
Dos. Tenía
dos años. Murió el 11 de enero en su casita. Era de Misión El Quebrachal.
Tenía, dicen, bajo peso.
Tres. El
mismo día en Santa Victoria Este.
Tenía dos años y era de la comunidad de Rancho El Ñato. Deshidratación por
vómitos y diarrea, decía el informe. Insuficiencia orgánica.
Cuatro.
El 17 de enero. La nenita tenía dos años y 8 meses. Murió tras ser trasladada
de Morillo (en Rivadavia Banda Norte) al hospital de Orán. Tenía diarrea.
Culparon a los padres.
Cinco. Fue
el 21 de enero en el Hospital Juan Domingo Perón de Tartagal. Era de la comunidad Las Vertientes ,
Santa Victoria Este. Lo trasladaron
en un vuelo sanitario. Culparon a los padres.
Seis. Tenía
desnutrición crónica. Lo llevaron a Morillo, desde la comunidad El Tráfico.
Lo derivaron al Hospital de Orán y murió en la ambulancia, que se detuvo por
fallas mecánicas.
Siete. Murió
la mamá en el parto. Y, dice Modesto Rojas, cacique wichí, el bebé también.
Ella era de la
Misión Santa María y tuvo su parto número doce en su casita
sin asistencia. Intentaron trasladarla al hospital pero murió en el camino.
Mientras tanto los doctores Carlos Trotta, (ex presidente de Médicos Sin
Fronteras para América Latina), Medardo Avila Vazquez, (Red de Médicos de
Pueblos Fumigados), y Emilio Iosa (ex Presidente de Fundación Deuda Interna)
elevaron formalmente el pedido de una misión humanitaria que
se instale en el NEA ante el horror sanitario que están viviendo los pueblos
originarios sobrevivientes en el norte más profundo. “La situación sanitaria es gravísima, el hambre y el estrés del despojo
para un pueblo tan manso es terriblemente traumatizante, la desnutrición es
generalizada, y niños con marasmo y kwashiorkor (enfermedades derivadas de la
desnutrición) al estilo africano se detecta en casi todas las comunidades, la
tuberculosis y el chagas tiene índices de incidencia altísimos, la mortalidad
materna se sospecha que es muy elevada también”, dice el documento.
“La respuesta del estado nacional y
provincial ha sido totalmente insuficiente para ayudar a los pueblos nativos
despojados de sus bosques. Incluso el gobierno de Urtubey siguió autorizando
desmontes a favor de grandes grupos sojeros en el lugar y sus equipos de salud
en el terreno son muy escasos y no cuentan con recursos suficientes ni
capacidad para enfrentar la crisis humanitaria”. Los médicos Medardo Avila, Carlos
Trotta y Emilio Iosa están convencidos de que “la única posibilidad es que una organización humanitaria honesta,
eficiente e imparcial como MSF se instale en la zona y desarrolle acciones de
contencLa muertión sanitaria y de infraestructura básica, hasta que los
argentinos podamos reconocer y dar una respuesta al problema que nuestro
sistema productivo está generando a esta población que se estima entre las
distintas etnias de casi 100.000 personas”.
Un sistema permanente que
transcurre a través de los gobiernos, vena por la que circula el poder real.
El que determina quiénes serán parte del mundo que viene y quiénes tendrán que
quedar inexorablemente en el camino. La condena ancestral es para aquellos que
se hermanaron con la naturaleza para comérsela y bebérsela, para volver a ella
como abono y espirituarse como mariposas en el cielo de los algarrobos. Un genocidio que hace
cinco siglos y medio que no se detiene.
https://www.pelotadetrapo.org.ar/2013-09-05-12-30-19/2020/5312-el-lento-genocidio-wich%C3%AD-cat%C3%A1strofe-humanit
https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2020/01/31/argentina_el-lento-genocidio-wichi-catastrofe-humanitaria/
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