Agroindustria,
contaminación generalizada, alimentación vegana, lucro y calentamiento global:
un plato indigesto
19 de enero de 2020
Luis E.
Sabini Fernández
https://revistafuturos.noblogs.org/
En
un mundo cada vez más interconectado, donde los dispositivos tecnológicos nos
han achicado cada país, cada región y el mismo planeta y donde el poder está
concentrado como antes jamás, de un modo que ni siquiera entrevieron los
mayores déspotas de nuestra humana historia, es indudable que la heteronomía se
ha ido asentando en la mayor parte de las acciones humanas.
El
proceso de computarización forzosa a que somos sometidos y que cada vez más nos
lleva, con ahínco, hacia presuntos paraísos cibernéticos, opera al mismo tiempo
que la naturaleza se está haciendo pedazos delante nuestro en cada vez más
lugares del planeta.
En medio de tanta ignorancia e indiferencia… humana,
precisamente.
Es
tal el descaecimiento cultural y conceptual que algunos amigos de la
naturaleza, a través por ejemplo de Paisajes Multifuncionales 1 nos revelan
un “cambio de mentalidad” y un “cuidado ambiental” brindándonos la “novedad” de
que los insectos polinizan las plantas.
Como
lo oye. Un campesino viejo y analfabeto, siempre supo que los insectos
polinizan y que sin ellos, no fructificaría buena parte del reino vegetal. Pero
ahora hay una empresa que se dedica a hacernos conscientes de semejante
realidad. El ejemplo expresa la penosa realidad de la crisis cultural en que la
sociedad moderna, hipermoderna, nos ha situado.
Comunidad Científica sabe de qué habla. Se han
enterado que los monocultivos atrofian la polinización por el sencillo y crudo
expediente de achicar la diversidad biológica del medio. ¿Habrá que hacer
cursos y universitarios de larga duración, para saberlo? Algo que un par de
ojos (y la consiguiente mirada, claro) han visto desde tiempo inmemorial. Hay
que integrar este tipo de retrocesos culturales en la suma algebraica de todo
lo que la modernidad nos ha dado en tantos rubros y a la vez quitado en otros.
Mientras nos enteramos de la “novedad” de la
polinización con insectos, pájaros y otros “transportistas” del polen, vale la
pena recordar que, cuando los agrotóxicos estaban diezmando cada vez más la
microfauna, un laboratorio de vanguardia en la apuesta química y transgénica a
las producciones agrarias, Monsanto, ofreció –luego de reconocer
tácitamente el abejicidio en marcha− drones para
hacer la tarea de polinización. Un ejemplo de sofisticación tecnológica e
idiotez intelectual en ingeniería y costos; pensemos nomás lo que cuesta el
viaje de la abejas y el de los drones…
Hay un conflicto que parece tomar centralidad en
esta cuestión de la vida, los alimentos, los cultivos y la escala de
producción.
Desde
que las elites de poder, primordialmente de EE.UU., han decidido el empleo de
los alimentos como “armas de destrucción masiva”, para usar la acertada frase
de Paul Nicholson, 2 la agroindustria ha ido ampliando sus ya
enormes dimensiones. Junto con ese aumento de las unidades productivas, se
puede observar el aumento consiguiente de la contaminación planetaria, cada
vez, precisamente, más fuera de control.
Martin Cohen y Frédéric Leroy 3 señalan
la relación entre agroindustria y auge de la dieta vegana; un ascenso
ideológico que parece indisolublemente unido a la expansión agrotóxica.
Y
eso, pese a que hay muchos veganos totalmente empeñados en una producción a
pequeña escala y tendencias autosustentables. ¿De qué modo entonces, la fiebre
vegana se ha convertido en el aliado primordial de la agroindustria?
La
opción vegana plantea, con aritmética razón, que salteando la alimentación
animal, los vegetales producen diez veces más alimentos. La humanidad
creciente, sobrepoblada, agradecida.
En
lugar de aplicar 10 kg .
de maíz o soja para alimentar un cerdo o una vaca, con lo cual se podrá
consumir un kilo de carne, es decir un décimo del peso de los vegetales que la
“aprontaron” para el consumo humano, salteando al animal, entonces, tendríamos
diez veces, aproximadamente, su producción en alimentos directamente para
humanos.
Este cálculo es maná del cielo para los grandes
productores agroindustriales. Existe una tendencia “que deja de lado a los
productores pequeños y medianos en favor de la producción agropecuaria a escala
industrial y un mercado de alimentos global en el que los alimentos se producen
a partir de ingredientes baratos comprados en un mercado de
commodities.” 4
Cohen
y Leroy asocian esta línea de acción con un mercado creciente de “carnes
falsas” (falsos lácteos, falsos huevos) en EE.UU. y Europa, que a menudo se
celebra por ayudar al auge del movimiento vegano.” Otro factor, entonces, que
induce el avance de lo vegetal sobre lo animal.
La
producción rural y granjera tradicional estaba, en rigor, al, servicio de una
alimentación omnívora. Frutas y frutos de la tierra, claro, pero también
huevos, miel, carne de los animales de granja.
La
humanidad, por otra parte, siempre fue omnívora, con variaciones, a veces
grandes variaciones regionales, pero los humanos nos hemos nutrido siempre
omnívoramente. Como algunas especies mamíferas; osos, coatíes, cerdos, ratones,
y otros animales como lagartos o pirañas, por ejemplo.
Pero el régimen actual de alimentación,
crecientemente regulado desde las góndolas nos está llevando a un universo de
productos sintéticos y ultraprocesados, cada vez más lejanos de los alimentos
que la naturaleza nos proveyera desde tiempo inmemorial. Tiempo en el cual
nuestros cuerpos se construyeron, a lo largo de milenios y tal vez cientos de
miles de años.
Hace
unos quince mil años se produjo una revolución alimentaria; del nomadismo a la
sedentarización; de la recolección y la pesca a la agricultura y la cría de
animales domésticos. Según algunos historiadores, perdimos altura; ganamos
prolificidad. La pregunta es si esta actual “revolución alimentaria”, que nos
azucara y engrasa la vida como nunca antes y que ahora nos provee de productos
ultraprocesados en lugar de naturales, tendrá efectos beneficiosos o
perjudiciales. Los datos sobre aumento casi incontrolado de cánceres,
afecciones a la piel, alteraciones endócrinas, floración de mialgias y un
largo, penoso etcétera, nos está denunciando que vamos por mal camino, pese a
indudables avances del saber médico. Camino aquel muy redituable para los
grandes pulpos alimentarios mundiales, tipo Nestlé (penosamente famoso por su
genocidio africano en los ’60), Coca-cola (devenida de productor de agua
azucarada estimulante a secuestradora de agua potable en países y regiones con
escasez de agua, como la India), Unilever con su apuesta vegana,
Monsanto-Bayer, campeones mundiales de la transgénesis y los monopolios
consiguientes a costa de los campesinos… No me parece que tales emporios hagan
algo bueno, para nosotros… los humanos cualquiera. 5
La alimentación vegana es uno de los movimientos
ideológicos más recientes y, tal vez precisamente por su corta edad, se
caracteriza por un culto intenso y dogmático por parte de sus practicantes. Su
postura “pro vida” esconde el hecho de su significado profundo en el concierto
de la alimentación humana; borrar, por ejemplo, la idea de granja y consiguientemente
la de una producción polivalente y a pequeña escala. Y más en general desechar
o ignorar todo nuestro pasado humano, omnívoro.
Aunque
sus cultores sean a menudo militantes empeñados en pequeñas parcelas de
producción vegetal y se nieguen a atender que el reclamo vegano encaja como un
guante en la mano con la monoproducción agrícola a gran escala. Que postula ser
la más barata, aunque para ese cálculo se deseche toda externalización de
costos relacionados con la contaminación con agrotóxicos, por ejemplo,
característica de la producción agroindustrial.
Porque,
¿cómo calcula la agroindustria los costos? Dijimos, externalizando. Las cuentas
que ofrecen son del tipo: la hectárea monocultivada genera 3 toneladas,
pongamos de maíz; la del agricultor tradicional a gatas produce 2 toneladas,
tal vez una y media…
Ya Vandana Shiva explicó la falacia de ese
razonamiento: el campesino en pequeña escala, en primer lugar cuida su tierra y
espontáneamente, contamina menos. Pero además de las diferencias cualitativas,
en ese predio –sigamos con la hectárea− produce al cabo del año una serie de
cultivos cuya suma material, física, excede largamente las 3 toneladas que son
orgullo del monocultivo: el campesino produce para el mercado o para el autoconsumo
las verduras de estación, diversos frutales, el sustento para la cría de
animales domésticos o silvestres, como cabras, ovejas o ranas… plantas
medicinales y hasta flores, aclara Shiva.
Todo ello, sumado a la producción que teníamos para
comparar, maíz, alcanza volumen y peso muy superior al de la producción
falsamente récor de la agroindustria.
Agroindustria que, por otra parte, aumenta la
dependencia y estrecha los márgenes de ingresos para el trabajador rural, el
campesino, el productor, que, encerrado en su línea de producción, carece de
otras vías de subsistencia y resistencia. Ya sabemos que una extrema
dependencia no conduce sino a la servidumbre.
Cohen
y Leroy señalan a Unilever, tal vez la mayor empresa alimentaria del planeta,
apostando fuertemente a alimentos vegetales ultraprocesados (aceites,
almidones, proteínas) “ofreciendo cerca de 700 productos veganos en Europa”.
A
esta altura no sabemos si el veganismo aprovecha la producción agroindustrial o
si ésta, agente de la mayor contaminación planetaria (como la competencia con
una serie de ramas industriales altamente contaminantes, es enorme, tal vez sea
más prudente señalar que es una de las mayores contaminaciones planetarias)
fogonea y utiliza el veganismo en su tarea de arrancar la producción de
alimentos de las manos campesinas.
Pero
tanto en uno como en otro caso, se trata de una producción con fuerte contenido
ideológico, no necesaria ni objetiva ni fatal. Que construye un mundo más
lineal y homogéneo. Y consiguientemente más frágil. Y dependiente.
Basta
pensar en una población que extraiga de una granja sus principales suministros
y de una población que dependa de las góndolas. Que es el tipo de sociedad que
estamos forjando, o mejor dicho que nos están construyendo proveedores cada vez
más enormes, los que, luego de que “dejáramos de usar la caña”, se empeñan en
darnos “el pescado, fritito y asado”, y cada vez más a menudo, algo que es
fritito y asado, pero ni es pescado…
Si
alguna prueba necesitábamos de la peligrosidad de las góndolas, del mundo
servido en bandeja y con trabajo escondido, altamente automatizado, las estamos
teniendo por doquier: la generación de alimentos mediante una agricultura
basada en venenos; la contaminación de todo el mar océano planetario con los
plásticos; la presencia cada vez más amenazadora de los incendios, antes en
California, Portugal o Brasil, ahora en Australia…
Hemos entrado, en los últimos meses en un frénesi
de alarma por los microplásticos, que aparecen literalmente hasta en la sopa…
Pero tenemos que saber que dichas partículas fueron denunciadas durante años
sin mayores respuestas. Nuestro estado de conciencia no sigue al conocimiento
sino a la veleidosa opinión mediática, configurada de acuerdo con los intereses
del gran capital.
La
peripecia australiana es muy significativa puesto que se trata de un estado
atado a la producción carbonífera de la cual sus titulares, privilegiados en
Australia con su poder industrial, no se quieren retirar. 6
Argentina
tiene el triste privilegio de haber sido, junto con EE.UU., los únicos estados
produciendo transgénicos en el siglo XX: y ese período (ya de un cuarto de
siglo) ha ido permitiendo verificar a investigadores dispuestos a romper con el
discurso oficial y dominante, como la Red de Médicos de Pueblos Fumigados y
otros resistentes 7 que el avance de cánceres en zonas por ejemplo
sojeras es innegable y que, por ejemplo, la celiaquía se ha extendido como
nunca antes; varios investigadores asocian esta frecuencia con el glifosato; el
herbicida estrella de los cultivos transgénicos. 8
Habría
que rastrear los motivos del aumento desproporcionado de escuelas diferenciales
para niños “con capacidades diferentes”, por ejemplo en la provincia argentina
de Misiones, porque hay muchos indicios de alteraciones del sistema nervioso y
de todos nuestros cuerpos, como lo expone la sobrecogedora muestra fotográfica
de Pablo Piovano. 9
La mesa está servida. Pero con la guerra en el plato.
luigi14@gmail.com
notas:
1 Lucía
Gandolfi, Comunidad Científica, 12 dic. 2019.
2 En el cambio de siglo
secretario de la Vía
Campesina (internacional rural enfrentada al campesinicidio
en marcha).
3 “Veganos en guerra. El lado
oscuro de los alimentos a base de plantas”, lanacion.com, 4 ene 2020.
4 Cohen y Leroy, ob. cit.
5 Excelente semblanza la de Ignacio Conde
en “Comida replicante”, Convivir, n o . 289, Buenos Aires,
mayo 2018.
Fuente: https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2020/01/19/agroindustria-contaminacion-generalizada-alimentacion-vegana-lucro-y-calentamiento-global-un-plato-indigesto/
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