Bienes comunes
Luís
González Reyes
Un bien común es aquel de acceso universal, de gestión
democrática, cuyo uso se sostiene en el tiempo y que es de titularidad
colectiva. Por lo tanto, un bien común no es un bien privado ni un bien
público. Esta diferenciación es importante puesto que la propiedad privada se
basa en la capacidad de unos individuos frente a otros de excluir del uso, o
del beneficio, a unos determinados recursos, mientras la propiedad pública
sitúa en el ámbito de los gobiernos la gestión y la decisión de quien tiene
acceso a los bienes.
Un bien común comprende una serie de
recursos —físicos como el agua o virtuales como el conocimiento— que son
gestionados por una comunidad —que también puede ser física o bien virtual— de
acuerdo a una serie de normas acordadas democráticamente. Un bien común implica
que todos los individuos de la comunidad tengan derecho a hacer uso u obtener
beneficios de un determinado recurso. Es decir, que un bien común, para que lo
sea, debe estar disponible para toda la comunidad y su uso por una persona no
debe impedir que lo utilice el resto. O, dicho en una terminología más técnica,
que no sea excluyente y no conlleve rival.
De esta manera, un bosque gestionado
comunitariamente podría ser un bien común, ya que está a disposición de toda la
comunidad y su uso adecuado no impediría su disfrute por las generaciones
futuras. Otros bienes comunes de carácter más universal podrían ser el viento,
la arena de la playa y los rayos del Sol; el entorno, en definitiva. Pero
también podrían ser bienes comunes el conocimiento y el sistema sanitario.
La clave está en la gestión
Que algo sea un bien común no es debido
a una característica intrínseca que posea, sino que tiene que ver sobre todo
con la gestión que se haga de ese recurso. El bosque no podría ser considerado
un bien común sin añadir la coletilla de «bajo un uso sostenible y
comunitario». Realmente, bienes como los bosques pueden llegar a degradarse, a
reducir su cantidad disponible o a ver mermada su calidad, si mucha gente pasea
por ellos de forma indiscriminada o si se permite la tala masiva. Otro ejemplo
podría ser el de la educación, ya que la masificación de las aulas (uso no
excluyente) supondría una disminución de la calidad de la educación impartida
(conllevaría rival). En el caso del conocimiento, las patentes son un ejemplo
claro de enajenación privada de este bien común.
De este modo, es necesaria una adecuada
gestión de los recursos y de los servicios para que puedan ser considerados
bienes comunes. Esta gestión implica la existencia de algunas claves como las
siguientes.
La primera, garantizar el acceso a los
bienes, al menos, por parte de toda la comunidad que los gestiona. La no
exclusividad quiere decir que no es posible discriminar, mediante los precios,
quiénes lo disfrutarán y quiénes no, puesto que los bienes comunes o no tienen
precio o este es asumible por todas las personas. Además, el derecho de uso se
produce con independencia de si se contribuye o no a su mantenimiento o a su
protección.
En segundo lugar, hay que conseguir la
sostenibilidad del recurso en el tiempo. Para ello debe existir una limitación
en la utilización de determinados recursos hasta los niveles en los que la
naturaleza pueda reponerlos. De este modo, si no conservamos nuestro entorno,
estamos excluyendo a parte de la población presente y futura del disfrute de
dichos bienes. Por ello se debe legislar en este sentido y garantizar el
respeto a las normas en pro de la consecución de este fin. Esto no es limitar
nuestra libertad, es incrementarla. La sostenibilidad del bien común implica
una responsabilidad colectiva e individual por el mantenimiento de dichos
bienes.
Asimismo, los bienes comunes han de
gestionarse desde la colectividad de forma democrática: es una falacia que la
gestión privada sea la más adecuada para el conjunto. Es una mentira basada en
observar solo un pedazo pequeño de la realidad —el que tiene que ver con la
tasa de beneficios individuales— o, en el mejor de los casos, de un reducido
porcentaje de la población.
Es verdad que una gestión privada de un negocio, si se hace
bien, genera pingües beneficios para quienes lo poseen, pero si abrimos la
mirada descubrimos que la búsqueda del beneficio individual ha provocado un
incremento continuado de las diferencias a nivel planetario y de la degradación
ambiental.
Uno de los aspectos más repetidos en la
literatura neoliberal es el de la “tragedia de los comunes”, que argumenta que
en una gestión colectiva todo el mundo busca su beneficio individual lo que
conlleva, inevitablemente, el agotamiento del recurso. Sin embargo, esta teoría
no se sostiene con los hechos: los recursos gestionados colectivamente —como es
el caso de territorios indígenas— se han conservado en general mucho más que
los privatizados, sujetos a la ley de maximizar el beneficio. De este modo, la
gestión común es intrínsecamente más adecuada que la privada, porque es la que
permite una mirada compleja sobre distintas facetas. Es la que posibilita
planificar a largo plazo. Es la única que puede tener en cuenta más factores y
no solamente los de crecimiento (en el marco económico en el que estamos). Y
solo con ella es posible una gestión social y democrática. Obviamente, la
gestión democrática es difícil, pues implica la búsqueda de consensos y la inclusión
en las discusiones no solo de quienes tienen más conocimientos técnicos, sino
también de quienes son meramente usuarios e, incluso, de la proyección de las
opiniones de las generaciones futuras.
Finalmente, se trata de convertirlos en
inalienables. Por su propia naturaleza, un bien común no se puede vender en el
mercado, no es privatizable. No tiene valor de cambio, sino valor de uso.
La lucha por los bienes comunes
En sus inicios, el capitalismo se basó,
entre otros factores, en la apropiación privada de toda una serie de bienes que
eran comunes. Fueron los cercamientos de tierras comunales para convertirlas en
privadas o la enajenación de los recursos naturales durante la colonización de
América. También el control de la información y del conocimiento por las élites
gobernantes, del mismo modo que el trabajo de cuidados realizado por las
mujeres. Sin embargo, esta apropiación de los bienes comunes ha sido un
continuo en la historia del capitalismo, pues ha supuesto una de las maneras de
sostener las tasas de crecimiento.
Con el capitalismo, una de las funciones que adquirió el Estado
fue ayudar a la reproducción de la fuerza de trabajo. De ahí, y después de
muchas luchas sociales, surgieron los SERVICIOS
PÚBLICOS que, en el
caso del Estado del bienestar, tuvieron algunas de las características de los
bienes comunes, acercándose a la universalidad, a una cierta inalienabilidad y,
a veces, a una gestión sostenible.
Sin duda, uno de los elementos clave en la historia del
capitalismo ha sido la gestión de los bienes. Por una parte, se daba la
resistencia a su PRIVATIZACIÓN y, por otra, el intento de volver a
hacer comunal lo que había sido enajenado. Este proceso continúa hoy en día: la
mercantilización, previa PRIVATIZACIÓN,
de bienes comunes y públicos está siendo una de las principales herramientas
que está usando el capital para intentar mantener su tasa de beneficios en
tiempos de crisis.
Un ámbito que se ha recuperado, en
parte, para lo común ha sido el del conocimiento. Además, es una arena en la
que se están ensayando numerosas experiencias de gestión y construcción de lo
común, como Wikipedia. Del mismo modo, este terreno está siendo también objeto
de dura disputa e intento de enajenación y control.
Un segundo ámbito de enfrentamiento está siendo el proceso de PRIVATIZACIÓN de los SERVICIOS
PÚBLICOS, con la educación y la sanidad a la cabeza. Pero el
proceso no es solo de PRIVATIZACIÓN,
sino también de limitación de su acceso a porcentajes crecientes de la
población.
Y un tercer elemento central hoy en día es la PRIVATIZACIÓN de los recursos naturales, cada vez
más escasos en un marco de crisis ambiental. Son sonados los casos del agua, de
la tierra (con todo el proceso de acaparamiento) y de la biodiversidad. Para
que esto sea posible primero es necesaria su valoración monetaria y,
posteriormente, la creación de nuevos MERCADOS con los que sacar beneficio económico
a la PRIVATIZACIÓN.
Ahí está, sin ir más lejos, el de derechos de emisiones de CO2.
De este modo, lo que es escaso, lo que
es frágil, lo que es fundamental para nuestra supervivencia, lo que está en el
centro de políticas de justicia social, lo que puede ser una herramienta de
poder, lo que implica una responsabilidad con el resto de seres vivos, lo que
es clave para la evolución social... no puede ser privado, sino que debe ser de
titularidad colectiva. Ante esto surge la necesidad de (re)construir una
economía basada en los bienes comunes.
Fuente: http://omal.info/spip.php?article4842
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