Extractivismo: el macho facho detrás del Estado
golpeador
Somos ancestros del futuro, le
escuchamos decir en Tucumán a Marcos Pastrana desde su sabiduría de anciano
diaguita. Despierta Humanidad, ya no hay tiempo, nos advirtió Berta Cáceres
desde su hermosa vida de guardiana de los ríos. Con estas sencillas
convicciones he decidido dar mi opinión sobre la creación del Ministerio de la
Mujer, el Género y la Diversidad, que ocupa desde esta semana la Dra. Elizabeth Gómez
Alcorta. Como digo más abajo, me asumo y al mismo tiempo me cuestiono como un
machirulo más, felizmente interpelado por este tiempo de transformaciones que
parió el movimiento de mujeres y disidencias. A todes les propongo debatir,
pues, como ancestras y ancestros de las generaciones venideras. Porque, posta,
ya no hay tiempo que perder.
Por Daniel Aráoz Tapia
Consensos que matan
En la Argentina de 2003, el plan
colonial de asalto a la Naturaleza supo construir consenso social sobre la base
de los Derechos Humanos. Con el foco en el Terrorismo de Estado de los ’70 y
las leyes de impunidad, el gobierno de Néstor Kirchner tomó correctas
decisiones políticas que trajeron justicia tardía pero necesaria para las
víctimas del genocidio. De esta manera, con el apoyo de amplias capas de la
sociedad, el campo de experimentación de prácticas eco-genocidas que se abrió
en la década menemista (bajo la comandancia
política de Felipe Solá, hoy flamante canciller) multiplicó
su actividad letal con un festín de arsénico y glifosato. Fortalecido por este consenso de los Derechos Humanos y mediante políticas económicas
redistributivas que beneficiaron a las capas medias y bajas de la población y
reforzaron la cultura consumista heredada de los 90, el por entonces naciente
kirchnerismo basó la relativa prosperidad de sus tres períodos de gobierno
sobre una inédita extranjerización de la economía, un avance arrollador de la
frontera del agronegocio (la llamadasojización, entre otras colonizaciones),
un auge de la minería a cielo abierto con proyectos de enclave violadores de
toda soberanía… Y pudo hacer todo eso gracias al mencionado consenso social,
invisibilizando, deslegitimando, cooptando y eventualmente reprimiendo a las
resistencias.
Cabe anotar que estas resistencias
nunca fueron reconocidas como tales por el Estado y sus narrativas. En las
Universidades públicas hoy no se estudia, en tanto sujetos de los conflictos
sociales contemporáneos, más que a aquellos surgidos cerca de las fogatas de
2001, como si se hubiera decretado para entonces un nuevo fin de la historia, o más bien: un fin de las resistencias populares. Los
emblemáticos piqueteros serían algo así como los últimos eslabones de una
cadena evolutiva trucha de la sociología hegemónica. Mientras, el movimiento
socioambiental argentino, que hunde sus raíces en la histórica gesta de Gastre
en 1996, no existe en los programas de estudio ni en el imaginario académico,
salvo excepciones. Ni siquiera existe en cierta añeja y positivista cultura de
izquierdas enclaustrada en los claustros universitarios. La
historia oficial inaugurada con el kirchnerismo no reconoce a las asambleas
ciudadanas ni a las comunidades que libraron y ganaron varias batallas
políticas contra el ejército
minero de ocupación del territorio. Es más: para algunos de sus
capitanes, como Gioja, Beder Herrera y otros obscenos lobbistas de la minería
tóxica a cielo abierto, los llamados “ambientalistas” serían apenas unos
cuantos «terroristas» (sic). Y como tales lxs trataron desde el poder: la Ley Antiterrorista
de Cristina Fernández tuvo su fatídico estreno en Catamarca, donde la lobbista Lucía Corpacci
se destacó como la gobernadora más represora de la protesta social durante el
llamado «gobierno de los derechos humanos».
Callar
las atrocidades
Hoy, pese al infausto período de macrismo explícito recién concluido, el poderoso y
revulsivo avance de los feminismos ha ganado espacio, por mérito propio, en el
mismísimo Estado argentino, A la luz de los anuncios y acciones concretas, con
el nuevo gobierno de les Fernández este Estado estaría dispuesto a reconocer el
derecho a decidir sobre su cuerpo para las mujeres y personas con capacidad
gestante, pero por otra parte, conservará e intensificará sus políticas
coloniales y ecocidas de la mano de leyes de patentamiento de semillas,
promoción del fracking, criminalización de las resistencias socioambientales,
avances en la legislación pro-minera y desmantelamiento de las leyes
protectoras del agua (dos
casos piloto son Chubut y Mendoza, precisamente en estos
días).
En 2003 un presidente pidió perdón “en nombre del Estado nacional
por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia las
atrocidades” de la
dictadura. Así generó el consenso social y la construcción de
poder desde donde gobernó dinamitando la cordillera, regando de veneno los
campos y consolidando el modelo trasnacional, tóxico y transgénico que ya es
política de Estado: lo corroboraron las sucesivas gestiones de Cristina y
Macri, a quienes como se sabe no lxs une el amor sino Monsanto.
En 2019 otro presidente incorpora a su
gabinete el Ministerio de la Mujer, el Género y la Diversidad, con la
inteligente decisión política de construir consenso social con los feminismos y
el movimiento de mujeres y disidencias. Por otro lado dice que quiere “hacer
que nunca más falte un plato de comida en la mesa de los argentinos”,
justamente él que se niega a prohibir las fumigaciones y que promueve el
“modelo Barrick” de minería envenenadora. ¿Será ésta la plataforma para lanzar,
“con apoyo popular”, el ataque final sobre los “recursos naturales” que ya se
anticipó en estos días, leyes de zonificación mediante?
Bienvenida,
señora Ministra
Celebro la llegada de la doctora Elizabeth Gómez
Alcorta a este gabinete donde operan lobbistas indisimulados de las corporaciones
(empezando por los ministros Salvarezza y Basterra, en la tradición mercenaria
de Barañao, y siguiendo por el secretario de Minería Alberto Hensel, hombre de
Barrick Gold). Al lado de estos gerentes corporativos camuflados como
funcionarios públicos, el perfil de la doctora Elizabeth ,
o simplemente Eli,
abogada comprometida con las luchas de género y de mujeres originarias, aparece
contrastante, luminoso y esperanzador.
Y al mismo tiempo me pregunto: ¿las políticas de género del nuevo
gobierno tendrán en cuenta a las mujeres que son criminalizadas y hasta
abusadas en calabozos por defender sus territorios señalados por las
trasnacionales como «zonas de sacrificio»? ¿Se interesará la flamante cartera
ministerial en la situación de las mujeres a las que una patota policial de
Rawson detuvo y violentó física y psicológicamente en la madrugada del 6 de
diciembre, después de protestar frente a la Legislatura por la votación de una
ley que reintroduce la megaminería que estaba prohibida en la provincia?
¿Hasta dónde llegará la defensa de los
derechos de las mujeres cuando se trate de la digna e inevitable confrontación
con los poderosos, los impunes sistémicos, como los que se cobraron la vida de
Cristina Lincopán y de Ana Zabaloy? ¿Seremos capaces de denunciar juntes:
feministas, luchadorxs de las disidencias y activistas socioambientales el
peligro inminente para la vida que este modelo productivo entraña, ya sea en el
área de la minería tóxica, de la explotación ecocida de Vaca Muerta, del crimen
organizado llamado fracking,
de la antigua impunidad terrateniente o de la moderna guerra química lanzada
contra las poblaciones urbanas y rurales por el agronegocio con su bombardeo de
agrotóxicos, sus nuevos vuelos de la
muerte, sus niñas y niños «fumigados», sus femicidios de Estado y
su sistemática expulsión de comunidades originarias y campesinas?
¿Al
frente de todxs… o detrás de ellas?
Confieso que a pesar de tantas preguntas,
también tengo esperanzas, no en una persona en particular (no cultivo esa
vocación de ser «representado» ni «defendido» por ningún gobierno), sino en las
muchas mujeres que han parido, nutrido y sostenido las asambleas y espacios de
lucha socioambientales: hablo de esas nuevas Madres de la Vida que se enfrentan
y nos enseñan a enfrentarnos a los nuevos crímenes de Lesa Humanidad y Lesa
Naturaleza. Pero al mismo tiempo sospecho -cosas de viejo, supongo- que la
apuesta estratégica del gobierno peronista es a cooptar la lucha del movimiento
de mujeres, dividiéndola, partidizándola y, en fin, estatizándola como lo hizo en su momento con el
movimiento de Derechos Humanos. La jugada anunciada es: «ponerse al frente de sus demandas», en
las machirulas palabras de Alberto a quien ni se le pasa por la cabeza ponerse detrás de esas demandas. Un objetivo
estratégico para el plan de asalto a la Naturaleza -sigo sospechando- sería
asegurarse de que tales demandas se mantengan aisladas y distantes de las
luchas socioambientales, que son sin embargo, desde su origen, la más clara
expresión de la feminización de las resistencias.
Las corporaciones trasnacionales, que les marcan la cancha y el
libreto a nuestros presidentes y gobernadores, así como a los cuerpos
colegiados de la ficticia «democracia», están resueltas a aplastar las
resistencias. La violencia institucional que se exacerba en Chubut, donde
gobierna Mariano Arcioni, un lobbista minero aliado de Fernández, es otra
dolorosa muestra que, por cierto, todavía les duele en el cuerpo a Noelia, a
Fabiana, a Roberta… patoteadas por la policía junto con sus compañeros varones
a quienes castigaron brutalmente. Y les duele, aun más, en el espíritu a estas
guardianas y guardianes de la Meseta, quienes velan por el río Chubut y por las
infancias que un día podrían preguntarles (preguntarnos) por qué dejamos que
contaminaran y se robaran el agua.
¿Hallarán nuestras mujeres “ambientalistas”, gracias al nuevo
Ministerio, una oportunidad de plantar bandera en las barbas del Estado
golpeador? Porque hablando de barbas y de golpeadores -y permítanme decirlo
desde mi propio machirulismo en progresivo desmantelamiento- el extractivismo
es machirulo. Ni siquiera es de «derecha» ni de “izquierda”, ni es
exclusivamente «neoliberal» ni «progresista»: es o puede ser todo eso, es
transversal a siglas, lemas y franquicias partidarias; es un modelo machirulo,
básicamente opresor y esencialmente violento. Pero… ¿de dónde salió este
monstruo al que todavía se nombra poco?
El Estado golpeador es un macho extractivista
Viene de Potosí, viene de siglos. Es
una rapiña sistemática elevada a actividad económica y productiva que se dio en
llamar “industrias extractivas” y que alcanzó hace mucho la escala de la
depredación irremediable. Con o sin el prefijo neo, caro a analistas y sociólogxs, el
extractivismo en su versión actual, recargada por la revolución tecnológica, es
además una matriz productiva intrínsecamente prostituyente, metafórica y
literalmente: en cada «paraíso» extractivista (ciudades petroleras, campamentos
mineros, etc.) se multiplica la trata de personas y de mujeres en particular.
Sin embargo, el negocio megaminero parece ser la forma de trata que lxs mismxs
militantes anti-trata no estarían dispuestes a enfrentar y, menos aún, a
prohibir.
Además, el extractivismo tiene la
lógica interna del heteropatriarcado, desde que presupone que la tierra, como
las cuerpas, es territorio de conquista y colonización. Y se basa en
desconocer, como el patriarcado y su cultura, el rechazo o la resistencia de la
que considera su presa. Es más, el neoextractivismo reemplaza la licencia social
(que difícilmente alcanza en las comunidades a las que “visita”) por la
cooptación y la
represión. No acepta que NO ES NO. De última, no hay
extractivismo sin represión. Todo extractivismo implica el desarrollo de una
auténtica máquina de guerra contra la Naturaleza y las poblaciones que la
habitan, y todes sabemos cómo se trata a las mujeres en las guerras de
ocupación. En síntesis, este neoextractivismo es el capitalismo actual en su
rol potenciado de macho y facho, operando desde un Estado Golpeador (doblemente
golpeador: porque da golpes a lxs cuerpxs y también da golpes de Estado).
Quienes defendemos “el ambiente” vamos contra ese modelo, porque él viene
contra nosotres. Y de tanto ir contra él, hemos aprendido a ir más allá de él.
En el reciente encuentro de la Unión de
Asambleas de Comunidades (UAC) en Tucumán, volvimos a comprobar que son mujeres
muchas de nuestras referentes y maestras en este ir en contra y más allá, en estas luchas
de resistencia al modelo extractivista que ya son más que resistencias, dado
que están (estamos) en plena construcción de alternativas posibles y urgentes:
la soberanía alimentaria, la vuelta a la tierra, la agroecología, las redes de
consumo conciente son, entre otras búsquedas actuales y transformadoras,
verdaderas «revoluciones en marcha» que tienen invariablemente a mujeres como
protagonistas, fundadoras y promotoras.
Y aunque observo (desde afuera, respetuosamente) una gran parte de
feministas y feminismos que no cuestionan el extractivismo o, sencillamente,
desconocen la larga lucha que han sostenido muchas mujeres (feministas o no) en
sus comunidades y territorios contra la colonización extractivista y contra el
Estado Minero Golpeador, hoy me pregunto si a pesar de ello, o por ello mismo,
el flamante Ministerio de la Mujer, el Género y la Diversidad podría ser un
espacio de interpelación al Estado para nuestras defensoras y cuidadoras del
agua, el aire y la tierra.
Gracias por leer, criticar y compartir estas líneas que tiré al
río para que, como diría Marcos Pastrana, “viajen las ideas”.
Jallalla
hermanas y compañeras guardianas de la Casa común!
Jallalla
Guerreras del Arco Iris del Sur!
Marici
weu!
Cristina
Lincopán y Ana Zabaloy, presentes!
Diciembre de 2019
Daniel Aráoz Tapia Integrante del espacio de permacultura Amarantes (Raco, Tucumán), sede de la reciente 33ª UAC, de la Escuela de Educación Popular Berta Cáceres y de la Asamblea de la Plaza (San Miguel de Tucumán). Texto enviado por Marcos Diseminado.
Fuente: http://comunizar.com.ar/extractivismo-macho-facho-detras-del-estado-golpeador/
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