Santiago alzado:
No es el Metro, es
el pinochetismo que agoniza
19 de octubre de 2019
«Protesto por tanta injusticia,
por tanto abuso y porque nuestra voz no es escuchada jamás», dice una persona
anónima, un perfecto y corriente desconocido en la Plaza Ñuñoa de Santiago. Ya
es sábado 19 de octubre y las protestas populares que arrancaron con el alza
del pasaje del Metro, se han tornado en expresión de los derechos sociales
inexistentes en un país que representa la caricatura del manual del liberalismo
ortodoxo más doctrinario.
Por Andrés Figueroa Cornejo.
Las
relaciones sociales, vueltas mercancía; los bienes comunes privatizados; una
oligarquía conservadora culturalmente y rabiosamente liberal en el plano
económico. Un orden sintetizado desde la dictadura militar como Estado policial
y antipopular; fiesta de la concentración capitalista, y dominio de los grandes
grupos económicos que brutalmente destruyen competencia, imponen los precios y
subordinan a las pymes en la cadena de valorización, de acuerdo a la proyección
de su tasa de ganancias. Chile primario exportador, plataforma financiera de
buena parte de Sudamérica, agobiado por el extractivismo y sus consecuencias
nefastas sobre las comunidades y la naturaleza. Chile
desigual, que importa no sólo las tecnologías que no producen sus industrias
ausentes, sino que hasta los alimentos y los bienes textiles. Chile dependiente
de la economía China ,
estadounidense, de Europa y al final, del intercambio con los países de la región. Chile
grisáceo, suicida, explotado y expoliado: viejos que no quieren jubilar porque
los espera la miseria, y jóvenes sin porvenir con o sin títulos de educación
superior.
“Yo voy
a protestar hasta que se arregle la vida”, afirma una joven que golpea una
cacerola ante la cara de un militar. Sí, un militar. Porque el presidente de
ultraderecha Sebastián Piñera, una de las piezas de Washington en el
continente, y su equipo de gobierno, con el fin de terminar con las poderosas
manifestaciones populares del 17 y sobre todo del 18 de octubre, en la
madrugada del 19 decretó el estado de excepción en su forma de estado de
emergencia constitucional. ¿Qué significa? Además de aumentar todavía más la
dotación de Fuerzas Especiales de Carabineros, la seguridad nacional queda en
manos del general Iturriaga del Campo durante 15 días y tropas militares se
toman las calles de la Región Metropolitana. Se prohíben las protestas,
las reuniones públicas y la
movilización. Es un virtual estado de sitio y con posible
toque de queda basado en la Doctrina y Ley de Seguridad Nacional Interior del
Estado. O sea, el enemigo político militar del Estado y sus administradores es
el propio pueblo chileno. Aunque el pueblo, en este caso, sólo se manifiesta
pacíficamente. Está desarmado. Su izquierda política está diezmada. La
institucional y la otra.
Claro que el pueblo tomó la precaución hace mucho tiempo de
no tener ninguna confianza con ninguna institución, desde la nomenclatura de la
iglesia católica hasta el sistema de partidos políticos tradicionales. Lo
cierto es que la toma de las calles por el ejército, en vez de amedrentar al
pueblo de Santiago, ha multiplicado su indignación. Así, pese a que más de
algún militar hace puntería sobre la gente, los manifestantes se les acercan,
les sacan fotografías y los emplazan a volver a los cuarteles. Pero las fuerzas
de guerra en vez de marcharse, provocan a la ciudadanía realizando ejercicios
bélicos en plena Plaza Italia de la capital chilena.
La
consigna inmediata es “Fin al estado de emergencia”. El miedo ya no derrota la protesta. Por cadena
nacional, Piñera informa que presentará una propuesta para “amortiguar” el alza
del pasaje. Pero además de ofrecer represión, no existen soluciones, mientras
el mandatario se encuentra reunido con su equipo.
Hace un
par de días nadie habría imaginado que Chile sería protagonista de un
levantamiento popular pacífico no sólo contra el mal gobierno, sino que contra
la totalidad del régimen profundo chileno y sus relaciones sociales.
Subterráneamente, de manera invisible, el malestar de las mayorías sociales se
acumuló durante largos años, expresándose de manera parcial mediante luchas
desagregadas.
Tras
las protestas no hay partidos políticos ni organizaciones sociales puntuales.
De hecho, la oposición institucional llegó tarde y nadie la ha llamado, más
allá de que ha opinado de manera tibia y distante sobre una medida
gubernamental extraordinaria, como si viviera en otro mundo.
Los
personeros de gobierno hablan de unidad nacional y de mesas de diálogo. Pero la
desigualdad social, la precarización general de la vida y los atropellos
acumulados son los condimentos que explicitan la lucha de clases de manera
multidimensional, más allá de reivindicaciones estrictamente económicas que
motorizan parcialmente el movimiento. Y no habrá comisiones ni mesas de diálogo
que resuelvan contradicciones irreconciliables.
Como naranjos
encendidos y luego de décadas, amanece el pueblo chileno. Y no hay que olvidar
jamás que este mismo pueblo hace casi medio siglo eligió con el voto al primer
presidente marxista en la historia. ¿No será la consciencia popular de la
sociedad mayoritaria chilena un estado de latencia que se despierta como
irrumpe un relámpago en mitad de la noche?
Ver a mi pueblo humillado huyendo, pisoteado, gaseado, baleado,
apaleado, es mi derrota. Ver a mi pueblo desesperado buscando una salida, es mi
derrota.¡Nosotros y nuestras derrotas somos invencibles!
Mauricio
Redolés
Nota relacionada: Chile: Ante la lucha por la tarifa
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Fuente: https://www.anred.org/2019/10/19/santiago-alzado-no-es-el-metro-es-el-pinochetismo-que-agoniza/
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